lunes, enero 20, 2014

Cuba: El síndrome de indefensión adquirida y la banalización del mal (I)

iessaltesfilosofia.blogspot.com
cubanalisis

Armando Navarro Vega

La simulación ha sido una estrategia de supervivencia ante la enorme capacidad de intimidación del régimen. De adaptación psicológica al ritual colectivista de aceptación, obediencia y sumisión al que se ha reducido la vida cotidiana, y a la insoportable anulación de la individualidad.
Los cubanos tuvimos que escoger entre “Patria” o “Muerte”, entendiendo por Patria una nación circunscrita a un tiempo histórico concreto (el llamado proceso revolucionario), a un partido “de vanguardia” que todo lo rige, y a una ideología que mantiene secuestrada a la cultura. El lema se actualizó después para despejar cualquier duda al respecto, sustituyendo directamente Patria por “Socialismo”.
La Muerte por su parte no solo hace referencia a la desaparición física, sino a la imposibilidad real y práctica de “ser”, de reclamar aunque sea un raquítico y mínimo derecho; de existir civilmente sí no se asume el modelo de sociedad impuesto. La Muerte es también la prisión silenciada, ignorada, terriblemente destructiva. Y en el mejor de los casos, la Muerte es el destierro.
La simulación es la manifestación concreta del llamado síndrome de indefensión adquirida o de desesperanza inducida. El sujeto que lo padece renuncia a cualquier intento de cambiar la realidad, convencido de la imposibilidad de lograrlo, e intenta adaptarse a las normas dictadas por el régimen.
Es el sistema de represión perfecto porque se basa en el autocontrol. Cada ciudadano lleva dentro de si su propio policía, que lo suele acompañar incluso fuera del país. Conozco personas que a pesar de llevar años viviendo en el extranjero siguen bajando la voz o mirando hacia los lados antes de mencionar al Comandante, o lo representan a través de la mímica, dibujando con los dedos de una mano una larga barba imaginaria que desciende desde ambos lados de la cara hasta el pecho, o pellizcándose el lóbulo de la oreja entre los dedos índice y pulgar, imitando una vieja manía del dictador. O se refieren a él como “Esteban” (Este-Bandido) “Mulé”, “Sebastián”, “el León” o “el tipo”.
El apelativo “Caballo” (el número “1” en la charada cubana, máxima representación de la energía y la virilidad) muy popular al principio de la revolución como símbolo de admiración y reconocimiento de su poder, ya no se utiliza desde hace años. Desde antes incluso de que empezara a padecer esa extraña enfermedad denominada “secreto de Estado”. Hace ya bastante tiempo que “el caballo no está para muchos trotes”.
Alrededor del año 1991 fui testigo de una genialidad en el arte de mencionar al innombrable, tanto por su refinado humor como por la tremenda efectividad del mensaje. Se trataba de una efímera pintada realizada en una parada de autobús en La Habana, que decía simplemente: “Abajo quien tu sabes”. Volví con un amigo por la tarde para mostrársela, pero ya la habían borrado.
La desesperanza y el sentimiento de indefensión se construyeron a partir de la violencia, la mentira, el miedo, la dependencia, la escasez organizada, la desconfianza y la humillación. No fue algo que se produjo de manera inmediata, pero la dictadura sentó las bases de su dominio absoluto con relativa rapidez.
El primer paso fue la neutralización y el control de la sociedad civil, y la reformulación total del sistema económico, político e institucional del país, algo que se consumó prácticamente entre 1959 y 1962.
Los principales hitos de este proceso fueron los siguientes:
Engaño masivo
  • Legitimación y ostentación pública de la violencia revolucionaria.
  • Instrumentalización y posterior eliminación de las instituciones y de la sociedad civil.
  • Supresión de la libertad de expresión, secuestro de la cultura y de la opinión.
  • Estatalización de los recursos económicos.
  • Radicalización del proceso revolucionario, confrontación con los Estados Unidos e inversión de alianzas.
  • Institucionalización y justificación ideológica de la represión.
  • Institucionalización de la escasez organizada.
  • Apoyo internacional al régimen, y ausencia de reconocimiento y apoyo a la disidencia interna y externa.
Vale la pena examinar el contenido de cada uno de ellos.
  • Engaño masivo.
La revolución cubana contó en sus inicios con un enorme plus de legitimidad por contraste con la ilegitimidad del gobierno precedente, pero también porque la inmensa mayoría de los cubanos le dieron su apoyo y su consentimiento, víctimas de un engaño masivo.
Fidel Castro mintió descaradamente para hacerse con el poder. Fundamentó el asalto al Cuartel Moncada y la lucha guerrillera en la defensa de la Constitución de 1940, prometió realizar elecciones libres en un período de año y medio a partir del triunfo revolucionario, y negó ser comunista en diversas intervenciones públicas. Esto último es posible que sea la única verdad que haya dicho, porque él es esencialmente “fidelista”.
Su adolescencia filo fascista, y su conocida admiración por Mussolini o por José Antonio Primo de Rivera revelan su temprana vocación totalitaria, que seguramente pudo verse encauzada por otros derroteros si los resultados de la II Guerra Mundial hubiesen favorecido al bando perdedor. En cualquier caso, la “Dictadura del Proletariado” fue para él un gran hallazgo para canalizar sus ansias infinitas de poder.
 
El arrollador carisma personal del líder de la revolución, su dominio de la imagen y de la puesta en escena, es sin duda un elemento diferenciador clave del proceso cubano con respecto a los demás países socialistas.
Ninguno de los oscuros burócratas del Campo Socialista tuvo su patológico y desmesurado ego, su necesidad de trascendencia histórica, de posesión absoluta sobre todo y sobre todos, de ser obedecido y temido, de convertirse en el santo patrón de los sátrapas e inquisidores, de ser la representación humana del poder.
Fidel Castro se presentó como el profeta de la justicia social. En uno de sus primeros discursos en La Habana, se abrió camino hasta la tribuna en medio de una multitud que se separó disciplinadamente a su paso, como las aguas del Mar Rojo ante Moisés. Probablemente fue el primer acto público y documentado de obediencia colectiva, en el que el protagonista indiscutible es él, y el pueblo asume el rol de figurante.
Representó admirablemente el papel de Mesías, al que una paloma blanca posándose en su hombro le consagró ante los ojos del mundo como supremo valedor de la paz y la concordia de su pueblo. Alentó el paralelismo entre él y el grupo de doce expedicionarios del yate Granma que constituyó el núcleo fundacional de la guerrilla en la Sierra Maestra, con Jesús de Nazaret y sus discípulos.
Fidel Castro es sin duda un mitómano paranoide, un estafador absolutamente creíble, un orador excepcional, didáctico, capaz de dialogar durante horas de manera directa, sencilla y comprensible con millones de personas a la vez, haciéndoles sentir que se dirige singularmente a cada una de ellas. Recuerdo que en los primeros tiempos la gente aplaudía cuando aparecía su imagen en la pantalla de los cines durante los noticieros, muchas veces de pie, como si realmente Él estuviese allí presente.
  • Legitimación y ostentación pública de la violencia revolucionaria.
La violencia estuvo legitimada desde antes de la victoria de las fuerzas insurgentes por la naturaleza golpista y dictatorial del gobierno de Fulgencio Batista, que puso fin a un período de notable estabilidad en la vida política e institucional de la república, aunque ensombrecido por la corrupción administrativa.
Los fusilamientos de los esbirros y delatores del antiguo régimen contaron con el consentimiento y la aprobación entusiasta de un porcentaje nada desdeñable de la población, que coreaba la palabra “paredón” para reclamar venganza disfrazada de justicia. En los primeros días de Enero de 1959 Raúl Castro juzgó en juicios sumarísimos y fusiló a más de 70 militares, policías y civiles vinculados al depuesto dictador Batista, enterrándolos en una fosa común en la Loma de San Juan, en las afueras de Santiago de Cuba.
El famoso juicio del Coronel Jesús Sosa Blanco, escenificado en el Coliseo de la Ciudad Deportiva de la Habana, se televisó para todo el país. También se difundieron las imágenes de las ejecuciones del Coronel Cornelio Rojas, del Capitán Alejandro García Olayón o del Sargento Enrique Despaigne Noret, entre otras, y se publicaron morbosos reportajes con las fotos y los detalles en la prensa escrita. Recuerdo particularmente las crónicas publicadas en los tres números de la revista Bohemia de su Edición de la Libertad, con una tirada de un millón de ejemplares según se aseguraba en la portada, que conservé como una reliquia familiar hasta que me fui de Cuba.
La dictadura enseñaba las garras, y ponía a prueba su capacidad de imponerse mediante el terror y la intimidación, incluso de proclamarlo a los cuatro vientos sin ninguna consecuencia. Muy pronto las campanas no solo doblarían por los batistianos.
El 13 de enero se modifica la Constitución de 1940 para imponer la Pena de Muerte, la retroactividad de la Ley Penal y la confiscación de las propiedades por “delitos políticos”, considerada como “recuperación de bienes malversados”.
El día 30 del propio mes se suspende el derecho de habeas corpus y las garantías constitucionales, nunca más respetados, y el 7 de febrero se promulga la llamada Ley Fundamental (vigente a pesar de sufrir infinidad de modificaciones hasta 1976) que reemplazó a la anterior constitución, abrogada a partir de esa fecha. Se elimina el Congreso, se crea el Consejo de Ministros como órgano superior de gobierno, con poderes legislativos y capacidad para modificar la Constitución; se anula la elección presidencial y se imponen las “leyes revolucionarias” del Ejército Rebelde.
En marzo un grupo de aviadores es juzgado por participar en acciones de guerra contra el ejército rebelde, y es absuelto por un tribunal revolucionario que reconoce en sus conclusiones la obediencia debida a los mandos superiores como circunstancia eximente de responsabilidad.
Fidel Castro montó en cólera, formó otro tribunal y ordenó repetir el juicio, condenándoles esta vez a 30 años de prisión, en un hecho sin precedentes en la historia judicial del país.
El ejército nacional, completamente desmoralizado por su complicidad y apoyo a la dictadura batistiana, fue incapaz de reaccionar ante la rápida desmovilización y sustitución de sus mandos, a los que le seguirían el resto de la oficialidad y los soldados. Lo mismo ocurrió con la policía.
  • Instrumentalización y posterior eliminación de las instituciones y de la sociedad civil
Fidel Castro instrumentalizó mediante la simulación, el engaño y su creciente poder personal a los actores sociales, económicos y políticos de prestigio anteriores a la revolución (organizaciones y asociaciones estudiantiles, profesionales, sectoriales o gremiales, sindicatos, partidos políticos, prensa, iglesia) convirtiéndoles en garantes del proceso revolucionario gracias a su ascendente moral, y neutralizando una posible confrontación inicial que hubiese dado al traste con sus planes.
Todas serían penetradas y minadas desde el interior para anular su capacidad de disenso. Todos aquellos representantes o miembros de las mismas que criticaron cualquier medida del gobierno serían defenestrados, acusados de contrarrevolucionarios, y muchos terminaron fusilados, encarcelados o en el exilio.
La Universidad de la Habana perdería su autonomía en 1960. El 16 de julio se produjo la abolición del Consejo Universitario, y el régimen impuso una Junta Superior de Gobierno. La dictadura logró controlar también la Federación Estudiantil Universitaria.
Su presidente saliente, Pedro Luis Boitel, moriría tras 53 días en huelga de hambre el 25 de mayo de 1972 en las cárceles cubanas, donde estaba recluido desde 1961 con una condena de 10 años por contrarrevolución, ampliada arbitrariamente por el régimen.
Los sindicatos (en los que la presencia comunista era totalmente testimonial en esos momentos, luego de alcanzar su cenit en los años 40 gracias al apoyo brindado por Fulgencio Batista en su etapa de gobierno democrático) fueron controlados mediante una manipulación muy bien concebida y mejor ejecutada.
Fidel Castro intentó que fuera aprobada una candidatura “unitaria” (unidad era la palabra de orden para evitar que se criticara o rechazara a los comunistas) para dirigir la Confederación de Trabajadores de Cuba, durante la celebración de su X Congreso en Noviembre de 1959.
Dicha propuesta no prosperó, y entonces solicitó que le fuese dado un voto de confianza al líder obrero David Salvador, perteneciente al Movimiento 26 de julio, para que propusiera una candidatura única en la que finalmente no estarían presentes los comunistas, pero tampoco estarían los candidatos rechazados por el gobierno.
Poco a poco el régimen fue eliminando bajo la acusación de “contrarrevolucionarios” a los dirigentes anticomunistas, y sustituyéndolos por quienes tuviesen la filiación adecuada. David Salvador renuncia en mayo de 1960 a la secretaría general, percatándose tardíamente del engaño en el que había sido involucrado.
El 5 de noviembre es encarcelado bajo la acusación de ser fundador y miembro activo de un grupo de resistencia anticastrista, y será condenado a 30 años de prisión.
Lo sustituye al frente de la CTC el viejo militante Lázaro Peña, quién había desempeñado el mismo cargo en 1939, año en que se fundó la Confederación. A partir de 1961 la CTC se convierte en Central de Trabajadores de Cuba, un nombre más acorde con su condición de sindicato único al servicio del régimen. 
  • Supresión de la libertad de expresión, secuestro de la cultura y de la opinión.
Durante 1960 se intervino y expropió la prensa y los medios de comunicación: el periódico Avance en Enero, El País en Febrero, El Mundo y las estaciones de radio y televisión en Marzo, el Diario de la Marina y Prensa Libre en Mayo, en Julio las revistas Bohemia, Carteles y Vanidades. El 23 de diciembre se produjo la confiscación del resto de los medios. En mayo de 1961 serían intervenidas las distribuidoras de películas, por lo que tanto la producción cinematográfica como la programación de los cines quedaron bajo el control del ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos).
Pero el golpe final a la libertad de expresión, a la cultura y al derecho a tener y divulgar una opinión, lo propinó Fidel Castro en la clausura de las famosas reuniones de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional entre miembros del gobierno, del Consejo Nacional de Cultura y un grupo de figuras representativas de la intelectualidad cubana. El siguiente fragmento de su intervención final ilustra tanto el inquietante clima de temor e intimidación que predominó en las sesiones, como los límites que impuso el régimen a la expresión artística:
“Había ciertos miedos en el ambiente y algunos compañeros han expresado esos temores… si alguna preocupación, si algún temor nos embargan hoy, es con respecto a la Revolución misma… ¿Cuál debe ser hoy la primera preocupación de todo ciudadano? ¿La preocupación de que la Revolución vaya a desbordar sus medidas, de que la Revolución vaya a asfixiar el arte, de que la Revolución vaya a asfixiar el genio creador de nuestros ciudadanos, o la preocupación de todos no ha de ser la Revolución misma?... nosotros señalamos que el estado de ánimo de todos los ciudadanos del País y que el estado de ánimo de todos los escritores y artistas revolucionarios, o de todos los escritores y artistas que comprenden y justifican a la Revolución, debe ser: ¿qué peligros pueden amenazar a la Revolución y qué podemos hacer por ayudar a la Revolución?
El problema que aquí se ha estado discutiendo y vamos a abordar, es el problema de la libertad de los escritores y de los artistas para expresarse. El temor que aquí ha inquietado es si la Revolución va a ahogar esa libertad; es si la Revolución va a sofocar el espíritu creador de los escritores y de los artistas… El punto más polémico de esta cuestión es: si debe haber o no una absoluta libertad de contenido en la expresión artística. Nos parece que algunos compañeros defienden ese punto de vista. Quizás por temor a eso que estimaron prohibiciones, regulaciones, limitaciones, reglas, autoridades, para decidir sobre la cuestión… ¿Dónde puede estar la razón de ser de esa preocupación? Sólo puede preocuparse verdaderamente por este problema quien no esté seguro de sus convicciones revolucionarias. Puede preocuparse por este problema quien tenga desconfianza acerca de su propio arte; quien tenga desconfianza acerca de su verdadera capacidad para crear. Y cabe preguntarse si un revolucionario verdadero, si un artista o intelectual que sienta la Revolución y que esté seguro de que es capaz de servir a la Revolución, puede plantearse este problema; es decir, el si la duda cabe para los escritores y artistas verdaderamente revolucionarios. Yo considero que no; que el campo de la duda queda para los escritores y artistas que sin ser contrarrevolucionarios no se sienten tampoco revolucionarios… Porque el revolucionario pone algo por encima de todas las demás cuestiones; el revolucionario pone algo por encima aun de su propio espíritu creador: pone la Revolución por encima de todo lo demás y el artista más revolucionario sería aquel que estuviera dispuesto a sacrificar hasta su propia vocación artística por la Revolución”.
El colofón es su conocida advertencia “contra la Revolución, ningún derecho”. Él sería de aquí en adelante el que determinaría qué significa estar con la revolución o contra la revolución, convirtiéndose en la medida de todas las cosas. Su palabra se hizo ley, y nadie que desafiara su opinión se salvó de sufrir las consecuencias.
La creación artística estaría impregnada desde entonces del “compromiso” con la construcción del socialismo y del Hombre Nuevo, siguiendo en general las pautas del realismo socialista, a pesar del breve pero intenso idilio de la intelectualidad occidental de izquierda con el régimen en los años 60´, que abriría discrecionalmente una ventana hacia el exterior como se verá más adelante.
El impresionismo, el cubismo o el surrealismo, entre otros movimientos y tendencias, serían condenados por “subjetivistas” y por ser expresiones de un arte burgués decadente, contrarios a la supuesta objetividad que reclama el Materialismo Dialéctico. La pintura, la escultura, el teatro, el cine o la literatura de los creadores cubanos deberían expresar la lucha, los esfuerzos y los logros del pueblo trabajador, y sus ejecutores (los artistas) deberían convertirse en “ingenieros de almas” como proclamara Stalin.
De ello se encargaría en esta fase inicial el Consejo Nacional de Cultura, creado en enero de 1961, bajo la presidencia de Vicentina Antuña y de Edith García Buchaca como vice presidenta. Esta última saldría de la escena pública en 1964 arrastrada por su marido, Joaquín Ordoqui (hombre de confianza de Moscú, ambos destacados comunistas desde antes de la revolución), acusado nada menos que de colaborar con la CIA durante su exilio en México. Se dice que no fue fusilado gracias a la intercesión de los soviéticos.
El punto crucial que marcaría la relación entre la cultura y el poder político sería la prohibición del cortometraje “PM”, de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal (filmado en diciembre de 1960, editado en enero de 1961 y exhibido por primera y única vez el 22 de mayo en el espacio “Lunes en Televisión” antes de ser confiscado por Alfredo Guevara, el comisario político del ICAIC), un exponente del “free cinema” muy en boga en el mundo por entonces, que muestra el ambiente nocturno de los bares y clubes del puerto y la playa de Marianao, y a gente humilde bailando y bebiendo cuando se suponía que (según la estética del realismo socialista) debían estar “produciendo” o entrenándose militarmente para repeler las agresiones norteamericanas. Esa es la pretendida “objetividad” exigida a la obra artística: reflejar “lo que debiera ser”, no lo que es.
Sabá y Jiménez Leal, el laureado director de fotografía Néstor Almendros (ganador con posterioridad de un Oscar, y nominado en otras tres ocasiones), el director del periódico Revolución, Carlos Franqui, y el escritor y periodista Guillermo Cabrera Infante, a la sazón director del semanario cultural “Lunes de Revolución”, ganador del Premio Cervantes en 1997 y hermano de Sabá, saldrían con posterioridad hacia el exilio en diferentes momentos. 
  • Estatalización de los recursos económicos.
Paralelamente se prepararon las condiciones para garantizar el monopolio económico del Estado, hecho que se produce (de nuevo mediante el engaño y un populismo rampante) prácticamente “por aclamación popular”.

Primero se redujeron los alquileres de las viviendas al 50%, y se promulgaron también rebajas significativas en las tarifas de electricidad, agua y teléfono. Se subieron los salarios por decreto, y una parte considerable de la población experimentó una mejoría instantánea en su nivel de vida antes de que se produjese el inmediato desplome posterior. Así se generó la creencia de que todo ello pudo hacerse mucho antes así de fácil, como por arte de magia, y que si no se hizo fue por el afán explotador de los empresarios y de los políticos cómplices.

En medio de la euforia que provocaron estas medidas, el pueblo aplaudió entusiastamente la nacionalización de los monopolios extranjeros y la confiscación de las empresas grandes y medianas de capital nacional. En Octubre de 1960 la Ley 890 avala la expropiación forzosa y sin compensación de 105 centrales azucareros nacionales, de las fábricas de cosméticos Sabatés y Crusellas, las cervecerías Hatuey, Polar y Tropical, las droguerías Sarrá, Taquechel y Johnson, las grandes tiendas por departamentos, los ferrocarriles, las destilerías Arechabala y Bacardí; en total 376 empresas industriales y comerciales creadas con capital nacional. Como es sabido la liquidación definitiva de la pequeña propiedad privada se produjo con la Ofensiva de 1968, pero nadie pudo imaginar siquiera en aquellos momentos que ese día llegaría.

La promulgación de la Ley de Reforma Urbana en Octubre de 1960 creó la ilusión de que los inquilinos de las viviendas arrendadas se habían convertido en “propietarios” mediante un precio prefijado y el pago de una cuota de amortización simbólica, pero el Estado (el nuevo y verdadero dueño por expropiación de todos lo inmuebles) se reservó para sí el derecho en exclusiva de conceder lo que en rigor era un usufructo limitado (posesión, no propiedad) porque las viviendas no podían ser alquiladas por los adquirientes, y mucho menos vendidas .

La expropiación de las tierras a los “latifundistas extranjeros y nacionales” se justificó con la entrega de las mismas a 150,000 familias campesinas, algo que no llegó a producirse (salvo de manera simbólica) por la proclamación inmediatamente posterior del carácter socialista de la revolución. En poco tiempo el gobierno recuperó y controló las pocas tierras entregadas, estatalizándolas mediante la creación de “granjas del pueblo”, seudo cooperativas y empresas agropecuarias estatales.

Paralelamente se anunciaron planes de industrialización y de desarrollo de la agricultura no cañera que liquidarían el atraso en el campo y el desempleo estructural endémico que caracterizaba a la economía cubana. Muy pronto, la construcción de un futuro luminoso (que nunca llegó) y la agresión imperialista se convirtieron en la justificación de un presente eternamente miserable. La llamada “propiedad social sobre los medios de producción” supuso en realidad la abolición de la propiedad privada en favor del Estado Totalitario, único propietario desde entonces de “vidas y haciendas”.

Por último, el 5 de Agosto de 1961 se puso en circulación por sorpresa una nueva moneda nacional, convirtiendo a la anterior en papel mojado de la noche a la mañana. Cada persona pudo cambiar sólo doscientos pesos en efectivo, pero si se trataba de una cuenta en el banco ya existente, o la persona que hacía el canje efectuaba un depósito, el régimen avalaba hasta diez mil pesos, permitiendo después hacer extracciones solamente por un valor de cien pesos mensuales. 
  • Radicalización del proceso revolucionario, confrontación con los Estados Unidos e inversión de alianzas.
También en este período Fidel Castro crea las bases para materializar lo que será su estrategia política más audaz y decisiva: la sustitución de la alianza con los Estados Unidos por la Unión Soviética, garantizándose así un aliado poderoso y (sobre todo) un enemigo formidable en todos los aspectos. De nuevo la cultura judeo cristiana aportando la simbología apropiada: David vs. Goliat, Fidel Castro contra el odiado imperio. Su honda, el socialismo; la piedra arrojadiza, Cuba.
En febrero de 1960 acude en visita oficial al país el entonces vice Primer Ministro de la URSS, Anastas Mikoyan, y se establecen los primeros convenios comerciales y de colaboración con el régimen. En Marzo se firma el primer acuerdo económico con la República Democrática Alemana, al que le seguirían otros, unos meses después, con Polonia, Checoslovaquia, Hungría o China. El 8 de mayo se restablecen las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, rotas durante el gobierno del Presidente Carlos Prío Socarrás (1948-1952) depuesto por Batista. Desde mediados de año comienza a entrar al país armamento soviético de forma masiva.
Fidel Castro impulsa una escalada de confrontación con los Estados Unidos y con sus vecinos latinoamericanos para avalar y apoyar su estrategia de inversión de alianzas y sus delirios imperiales, asumiendo en todo momento un papel de víctima.
En lo económico, se establece una especie de “toma y daca” entre el vecino norteamericano y el gobierno cubano, la clásica estrategia del contragolpe que suele comenzar con una “provocación” instigada o sencillamente inventada por Fidel Castro, y que tan buenos resultados le ha proporcionado a través el tiempo.
La escalada se inicia cuando Cuba le impone a las empresas Texaco y Esso la refinación de petróleo soviético, y ante la negativa de estas, el gobierno revolucionario las incauta sin compensación el 29 de junio de 1960. Lo mismo ocurre con la británica Shell dos días después, el 1 de julio. En agosto Cuba expropia con idéntica fórmula 36 centrales azucareros estadounidenses, la compañía de teléfonos y la de electricidad.
El 13 de septiembre Estados Unidos anuncia un posible embargo comercial, y Cuba responde cuatro días después con la nacionalización de los bancos norteamericanos. El 19 de octubre los Estados Unidos establecen el embargo comercial (exceptuando medicinas y alimentos) y Cuba responde el día 25 del mismo mes con la expropiación de otras 166 empresas norteamericanas. Cada nuevo golpe es más demoledor que el anterior.
Siempre se ha justificado la radicalización del proceso revolucionario cubano como una respuesta ante las agresiones externas, en particular por la invasión de Playa Girón, o por la “Operación Mangosta”, nombre en clave de un conjunto de acciones encubiertas de sabotaje, apoyo a la guerrilla contraria al régimen y atentados contra Fidel Castro. Pero la historia demuestra justo lo contrario. He aquí algunos ejemplos tempranos y poco conocidos, anteriores a la adhesión declarada de la revolución al socialismo:
• 19 de abril de 1959.- Apenas 100 días después del triunfo revolucionario, el gobierno de Cuba envía una expedición armada contra Panamá en apoyo de un alzamiento en Cerro Tute. Participan 82 cubanos, 2 panameños y un norteamericano. Según unos documentos del Archivo Nacional Británico, la famosa bailarina clásica Margot Fontayn  y su esposo, el diplomático panameño Roberto Arias, estuvieron implicados directamente en el asunto de una manera un tanto rocambolesca.
 
• 31 de mayo - 1 de junio de 1959.- Un comando nicaragüense zarpa del sur de La Habana rumbo a Nicaragua bajo las órdenes de Joaquín Chamorro.
• Junio de 1959.- Llega procedente de Cuba un transporte aéreo a Punta Llorona en Costa Rica, con 6,000 kilos de armas y municiones, y con una unidad integrada por nicaragüenses, cubanos y un costarricense, con la misión de apoyar un levantamiento ya en marcha contra el régimen de Somoza. La unidad estaba bajo las órdenes del líder nicaragüense Carlos Fonseca Amador. Posteriormente, en 1960, desde territorio hondureño, el propio Fonseca Amador, Tomás Borges y un grupo de instructores cubanos crean el FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional).
• 14 de junio de 1959.- Unidades navales y aéreas cubanas apoyan el lanzamiento de la “Operación Domeñar”, un desembarco de 200 efectivos cubanos y dominicanos en las playas de Constanza y Puerto Plata en República Dominicana, bajo las órdenes del Comandante Delio Gómez Ochoa y el Capitán Enrique Jiménez Moya. El dictador Trujillo los masacró, cortándoles las manos a los prisioneros para que murieran desangrados.

• 14 de agosto de 1959.- Se inicia la “Operación Haití”. Un grupo de 18 cubanos, 10 haitianos y 2 venezolanos dirigidos por el Comandante Henry Fuentes y el Capitán Guerrero desembarcó en Les Irois con el objeto de unirse a una columna del ejército haitiano que supuestamente se amotinaría. Sobrevivieron solo 5 prisioneros cubanos.
• En diciembre de 1960 el gobierno de El Salvador reunió pruebas que demostraban la entrega de 600,000 dólares por parte del gobierno cubano al salvadoreño Roberto Carias para desarrollar acciones subversivas violentas en territorio nacional. El informe detallaba las orientaciones de Raúl Castro sobre la necesidad de entrenar personal para apoyar la lucha en Nicaragua, y para crear problemas fronterizos con Guatemala.
Cuando los Ministros de Relaciones Exteriores de las repúblicas americanas se reúnen en Costa Rica el 29 de Agosto de 1960, y emiten la conocida como “Declaración de San José”, documento en el que se denuncia a Cuba como una amenaza para la paz del hemisferio, ya existían suficientes pruebas que demostraban el patrocinio y la participación directa del gobierno cubano en la incipiente subversión en Latinoamérica.
Lo que debe haber molestado mucho a Fidel Castro de esa declaración es la afirmación de que dicha amenaza es consecuencia de “propiciar la intervención de una potencia extracontinental” (Unión Soviética y China), algo absolutamente necesario para invocar la “Doctrina Monroe”, pero que le despoja a él (injustamente) de la iniciativa de llevar a cabo la revolución socialista latinoamericana, “convirtiendo a los Andes en la Sierra Maestra del continente” como afirmara en su discurso del 26 de Julio de 1960.
 
El “Pueblo de Cuba” reunido en “asamblea” el 2 de Septiembre en la Plaza Cívica o Plaza de la Revolución, responde con la Primera Declaración de la Habana, oponiendo “al hipócrita panamericanismo que es solo predominio de los monopolios yankees… el latinoamericanismo liberador que late en José Martí y en Benito Juárez”. En dicha declaración se dice también que todos los países de la región están en manos de “gobiernos prosternados ante Washington”.
Fidel Castro se niega a hablar con subalternos, no les reconoce como enemigos de su talla, dirigiendo toda su artillería pesada contra los Estados Unidos, al que responsabiliza de todos los males de América Latina. Así mismo, siempre en nombre del Pueblo de Cuba, “acepta y agradece el apoyo de los cohetes de la Unión Soviética” ofrecido públicamente por el Premier Nikita Kruschev el 9 de julio, si los norteamericanos osaran agredir la isla.
El mismo desprecio con el que trata a los gobernantes de la región será aplicado después a todos los que internamente cuestionan o denuncian las tendencias del gobierno revolucionario, en particular la creciente influencia comunista.

(continuará)
psicologiaycine

No hay comentarios:

Publicar un comentario