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Armando Navarro Vega
La simulación ha sido una
estrategia de supervivencia ante la enorme capacidad de intimidación
del régimen. De adaptación psicológica al ritual colectivista de
aceptación, obediencia y sumisión al que se ha reducido la vida
cotidiana, y a la insoportable anulación de la individualidad.
Los cubanos tuvimos que
escoger entre “Patria” o “Muerte”, entendiendo por Patria una nación
circunscrita a un tiempo histórico concreto (el llamado proceso
revolucionario), a un partido “de vanguardia” que todo lo rige, y a
una ideología que mantiene secuestrada a la cultura. El lema se
actualizó después para despejar cualquier duda al respecto,
sustituyendo directamente Patria por “Socialismo”.
La Muerte por su parte no
solo hace referencia a la desaparición física, sino a la
imposibilidad real y práctica de “ser”, de reclamar aunque sea un
raquítico y mínimo derecho; de existir civilmente sí no se asume el
modelo de sociedad impuesto. La Muerte es también la prisión
silenciada, ignorada, terriblemente destructiva. Y en el mejor de
los casos, la Muerte es el destierro.
La simulación es la
manifestación concreta del llamado síndrome de indefensión adquirida
o de desesperanza inducida. El sujeto que lo padece renuncia a
cualquier intento de cambiar la realidad, convencido de la
imposibilidad de lograrlo, e intenta adaptarse a las normas dictadas
por el régimen.
Es el sistema de represión
perfecto porque se basa en el autocontrol. Cada ciudadano lleva
dentro de si su propio policía, que lo suele acompañar incluso fuera
del país. Conozco personas que a pesar de llevar años viviendo en el
extranjero siguen bajando la voz o mirando hacia los lados antes de
mencionar al Comandante, o lo representan a través de la mímica,
dibujando con los dedos de una mano una larga barba imaginaria que
desciende desde ambos lados de la cara hasta el pecho, o
pellizcándose el lóbulo de la oreja entre los dedos índice y pulgar,
imitando una vieja manía del dictador. O se refieren a él como
“Esteban” (Este-Bandido) “Mulé”, “Sebastián”, “el León” o “el tipo”.
El apelativo “Caballo” (el
número “1” en la charada cubana, máxima representación de la energía
y la virilidad) muy popular al principio de la revolución como
símbolo de admiración y reconocimiento de su poder, ya no se utiliza
desde hace años. Desde antes incluso de que empezara a padecer esa
extraña enfermedad denominada “secreto de Estado”. Hace ya bastante
tiempo que “el caballo no está para muchos trotes”.
Alrededor del año 1991 fui
testigo de una genialidad en el arte de mencionar al innombrable,
tanto por su refinado humor como por la tremenda efectividad del
mensaje. Se trataba de una efímera pintada realizada en una parada
de autobús en La Habana, que decía simplemente: “Abajo quien tu
sabes”. Volví con un amigo por la tarde para mostrársela, pero ya la
habían borrado.
La desesperanza y el
sentimiento de indefensión se construyeron a partir de la violencia,
la mentira, el miedo, la dependencia, la escasez organizada, la
desconfianza y la humillación. No fue algo que se produjo de manera
inmediata, pero la dictadura sentó las bases de su dominio absoluto
con relativa rapidez.
El primer paso fue la
neutralización y el control de la sociedad civil, y la reformulación
total del sistema económico, político e institucional del país, algo
que se consumó prácticamente entre 1959 y 1962.
Los principales hitos de
este proceso fueron los siguientes:
Engaño masivo
- Legitimación y ostentación pública de la violencia revolucionaria.
- Instrumentalización y posterior eliminación de las instituciones y de la sociedad civil.
- Supresión de la libertad de expresión, secuestro de la cultura y de la opinión.
- Estatalización de los recursos económicos.
- Radicalización del proceso revolucionario, confrontación con los Estados Unidos e inversión de alianzas.
- Institucionalización y justificación ideológica de la represión.
- Institucionalización de la escasez organizada.
- Apoyo internacional al régimen, y ausencia de reconocimiento y apoyo a la disidencia interna y externa.
Vale la pena examinar el
contenido de cada uno de ellos.
- Engaño masivo.
La revolución cubana contó
en sus inicios con un enorme plus de legitimidad por contraste con
la ilegitimidad del gobierno precedente, pero también porque la
inmensa mayoría de los cubanos le dieron su apoyo y su
consentimiento, víctimas de un engaño masivo.
Fidel Castro mintió
descaradamente para hacerse con el poder. Fundamentó el asalto al
Cuartel Moncada y la lucha guerrillera en la defensa de la
Constitución de 1940, prometió realizar elecciones libres en un
período de año y medio a partir del triunfo revolucionario, y negó
ser comunista en diversas intervenciones públicas. Esto último es
posible que sea la única verdad que haya dicho, porque él es
esencialmente “fidelista”.
Su adolescencia filo
fascista, y su conocida admiración por Mussolini o por José Antonio
Primo de Rivera revelan su temprana vocación totalitaria, que
seguramente pudo verse encauzada por otros derroteros si los
resultados de la II Guerra Mundial hubiesen favorecido al bando
perdedor. En cualquier caso, la “Dictadura del Proletariado” fue
para él un gran hallazgo para canalizar sus ansias infinitas de
poder.
El arrollador carisma
personal del líder de la revolución, su dominio de la imagen y de la
puesta en escena, es sin duda un elemento diferenciador clave del
proceso cubano con respecto a los demás países socialistas.
Ninguno de los oscuros
burócratas del Campo Socialista tuvo su patológico y desmesurado
ego, su necesidad de trascendencia histórica, de posesión absoluta
sobre todo y sobre todos, de ser obedecido y temido, de convertirse
en el santo patrón de los sátrapas e inquisidores, de ser la
representación humana del poder.
Fidel Castro se presentó
como el profeta de la justicia social. En uno de sus primeros
discursos en La Habana, se abrió camino hasta la tribuna en medio de
una multitud que se separó disciplinadamente a su paso, como las
aguas del Mar Rojo ante Moisés. Probablemente fue el primer acto
público y documentado de obediencia colectiva, en el que el
protagonista indiscutible es él, y el pueblo asume el rol de
figurante.
Representó admirablemente
el papel de Mesías, al que una paloma blanca posándose en su hombro
le consagró ante los ojos del mundo como supremo valedor de la paz y
la concordia de su pueblo. Alentó el paralelismo entre él y el grupo
de doce expedicionarios del yate Granma que constituyó el núcleo
fundacional de la guerrilla en la Sierra Maestra, con Jesús de
Nazaret y sus discípulos.
Fidel Castro es sin duda
un mitómano paranoide, un estafador absolutamente creíble, un orador
excepcional, didáctico, capaz de dialogar durante horas de manera
directa, sencilla y comprensible con millones de personas a la vez,
haciéndoles sentir que se dirige singularmente a cada una de ellas.
Recuerdo que en los primeros tiempos la gente aplaudía cuando
aparecía su imagen en la pantalla de los cines durante los
noticieros, muchas veces de pie, como si realmente Él estuviese allí
presente.
- Legitimación y ostentación pública de la violencia revolucionaria.
La violencia estuvo
legitimada desde antes de la victoria de las fuerzas insurgentes por
la naturaleza golpista y dictatorial del gobierno de Fulgencio
Batista, que puso fin a un período de notable estabilidad en la vida
política e institucional de la república, aunque ensombrecido por la
corrupción administrativa.
Los fusilamientos de los
esbirros y delatores del antiguo régimen contaron con el
consentimiento y la aprobación entusiasta de un porcentaje nada
desdeñable de la población, que coreaba la palabra “paredón” para
reclamar venganza disfrazada de justicia. En los primeros días de
Enero de 1959 Raúl Castro juzgó en juicios sumarísimos y fusiló a
más de 70 militares, policías y civiles vinculados al depuesto
dictador Batista, enterrándolos en una fosa común en la Loma de San
Juan, en las afueras de Santiago de Cuba.
El famoso juicio del
Coronel Jesús Sosa Blanco, escenificado en el Coliseo de la Ciudad
Deportiva de la Habana, se televisó para todo el país. También se
difundieron las imágenes de las ejecuciones del Coronel Cornelio
Rojas, del Capitán Alejandro García Olayón o del Sargento Enrique
Despaigne Noret, entre otras, y se publicaron morbosos reportajes
con las fotos y los detalles en la prensa escrita. Recuerdo
particularmente las crónicas publicadas en los tres números de la
revista Bohemia de su Edición de la Libertad, con una tirada de un
millón de ejemplares según se aseguraba en la portada, que conservé
como una reliquia familiar hasta que me fui de Cuba.
La dictadura enseñaba las
garras, y ponía a prueba su capacidad de imponerse mediante el
terror y la intimidación, incluso de proclamarlo a los cuatro
vientos sin ninguna consecuencia. Muy pronto las campanas no solo
doblarían por los batistianos.
El 13 de enero se modifica
la Constitución de 1940 para imponer la Pena de Muerte, la
retroactividad de la Ley Penal y la confiscación de las propiedades
por “delitos políticos”, considerada como “recuperación de bienes
malversados”.
El día 30 del propio mes
se suspende el derecho de habeas corpus y las garantías
constitucionales, nunca más respetados, y el 7 de febrero se
promulga la llamada Ley Fundamental (vigente a pesar de sufrir
infinidad de modificaciones hasta 1976) que reemplazó a la anterior
constitución, abrogada a partir de esa fecha. Se elimina el
Congreso, se crea el Consejo de Ministros como órgano superior de
gobierno, con poderes legislativos y capacidad para modificar la
Constitución; se anula la elección presidencial y se imponen las
“leyes revolucionarias” del Ejército Rebelde.
En marzo un grupo de
aviadores es juzgado por participar en acciones de guerra contra el
ejército rebelde, y es absuelto por un tribunal revolucionario que
reconoce en sus conclusiones la obediencia debida a los mandos
superiores como circunstancia eximente de responsabilidad.
Fidel Castro montó en
cólera, formó otro tribunal y ordenó repetir el juicio,
condenándoles esta vez a 30 años de prisión, en un hecho sin
precedentes en la historia judicial del país.
El ejército nacional,
completamente desmoralizado por su complicidad y apoyo a la
dictadura batistiana, fue incapaz de reaccionar ante la rápida
desmovilización y sustitución de sus mandos, a los que le seguirían
el resto de la oficialidad y los soldados. Lo mismo ocurrió con la
policía.
- Instrumentalización y posterior eliminación de las instituciones y de la sociedad civil
Fidel Castro
instrumentalizó mediante la simulación, el engaño y su creciente
poder personal a los actores sociales, económicos y políticos de
prestigio anteriores a la revolución (organizaciones y asociaciones
estudiantiles, profesionales, sectoriales o gremiales, sindicatos,
partidos políticos, prensa, iglesia) convirtiéndoles en garantes del
proceso revolucionario gracias a su ascendente moral, y
neutralizando una posible confrontación inicial que hubiese dado al
traste con sus planes.
Todas serían penetradas y
minadas desde el interior para anular su capacidad de disenso. Todos
aquellos representantes o miembros de las mismas que criticaron
cualquier medida del gobierno serían defenestrados, acusados de
contrarrevolucionarios, y muchos terminaron fusilados, encarcelados
o en el exilio.
La Universidad de la
Habana perdería su autonomía en 1960. El 16 de julio se produjo la
abolición del Consejo Universitario, y el régimen impuso una Junta
Superior de Gobierno. La dictadura logró controlar también la
Federación Estudiantil Universitaria.
Su presidente saliente,
Pedro Luis Boitel, moriría tras 53 días en huelga de hambre el 25 de
mayo de 1972 en las cárceles cubanas, donde estaba recluido desde
1961 con una condena de 10 años por contrarrevolución, ampliada
arbitrariamente por el régimen.
Los sindicatos (en los que
la presencia comunista era totalmente testimonial en esos momentos,
luego de alcanzar su cenit en los años 40 gracias al apoyo brindado
por Fulgencio Batista en su etapa de gobierno democrático) fueron
controlados mediante una manipulación muy bien concebida y mejor
ejecutada.
Fidel Castro intentó que
fuera aprobada una candidatura “unitaria” (unidad era la palabra de
orden para evitar que se criticara o rechazara a los comunistas)
para dirigir la Confederación de Trabajadores de Cuba, durante la
celebración de su X Congreso en Noviembre de 1959.
Dicha propuesta no
prosperó, y entonces solicitó que le fuese dado un voto de confianza
al líder obrero David Salvador, perteneciente al Movimiento 26 de
julio, para que propusiera una candidatura única en la que
finalmente no estarían presentes los comunistas, pero tampoco
estarían los candidatos rechazados por el gobierno.
Poco a poco el régimen fue
eliminando bajo la acusación de “contrarrevolucionarios” a los
dirigentes anticomunistas, y sustituyéndolos por quienes tuviesen la
filiación adecuada. David Salvador renuncia en mayo de 1960 a la
secretaría general, percatándose tardíamente del engaño en el que
había sido involucrado.
El 5 de noviembre es
encarcelado bajo la acusación de ser fundador y miembro activo de un
grupo de resistencia anticastrista, y será condenado a 30 años de
prisión.
Lo sustituye al frente de
la CTC el viejo militante Lázaro Peña, quién había desempeñado el
mismo cargo en 1939, año en que se fundó la Confederación. A partir
de 1961 la CTC se convierte en Central de Trabajadores de Cuba, un
nombre más acorde con su condición de sindicato único al servicio
del régimen.
- Supresión de la libertad de expresión, secuestro de la cultura y de la opinión.
Durante 1960 se intervino
y expropió la prensa y los medios de comunicación: el periódico
Avance en Enero, El País en Febrero, El Mundo y las estaciones de
radio y televisión en Marzo, el Diario de la Marina y Prensa Libre
en Mayo, en Julio las revistas Bohemia, Carteles y Vanidades. El 23
de diciembre se produjo la confiscación del resto de los medios. En
mayo de 1961 serían intervenidas las distribuidoras de películas,
por lo que tanto la producción cinematográfica como la programación
de los cines quedaron bajo el control del ICAIC (Instituto Cubano de
Arte e Industria Cinematográficos).
Pero el golpe final a la
libertad de expresión, a la cultura y al derecho a tener y divulgar
una opinión, lo propinó Fidel Castro en la clausura de las famosas
reuniones de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional entre miembros
del gobierno, del Consejo Nacional de Cultura y un grupo de figuras
representativas de la intelectualidad cubana. El siguiente fragmento
de su intervención final ilustra tanto el inquietante clima de temor
e intimidación que predominó en las sesiones, como los límites que
impuso el régimen a la expresión artística:
“Había ciertos miedos
en el ambiente y algunos compañeros han expresado esos temores… si
alguna preocupación, si algún temor nos embargan hoy, es con
respecto a la Revolución misma… ¿Cuál debe ser hoy la primera
preocupación de todo ciudadano? ¿La preocupación de que la
Revolución vaya a desbordar sus medidas, de que la Revolución vaya a
asfixiar el arte, de que la Revolución vaya a asfixiar el genio
creador de nuestros ciudadanos, o la preocupación de todos no ha de
ser la Revolución misma?... nosotros señalamos que el estado de
ánimo de todos los ciudadanos del País y que el estado de ánimo de
todos los escritores y artistas revolucionarios, o de todos los
escritores y artistas que comprenden y justifican a la Revolución,
debe ser: ¿qué peligros pueden amenazar a la Revolución y qué
podemos hacer por ayudar a la Revolución?
El problema que aquí se
ha estado discutiendo y vamos a abordar, es el problema de la
libertad de los escritores y de los artistas para expresarse. El
temor que aquí ha inquietado es si la Revolución va a ahogar esa
libertad; es si la Revolución va a sofocar el espíritu creador de
los escritores y de los artistas… El punto más polémico de esta
cuestión es: si debe haber o no una absoluta libertad de contenido
en la expresión artística. Nos parece que algunos compañeros
defienden ese punto de vista. Quizás por temor a eso que estimaron
prohibiciones, regulaciones, limitaciones, reglas, autoridades, para
decidir sobre la cuestión… ¿Dónde puede estar la razón de ser de esa
preocupación? Sólo puede preocuparse verdaderamente por este
problema quien no esté seguro de sus convicciones revolucionarias.
Puede preocuparse por este problema quien tenga desconfianza acerca
de su propio arte; quien tenga desconfianza acerca de su verdadera
capacidad para crear. Y cabe preguntarse si un revolucionario
verdadero, si un artista o intelectual que sienta la Revolución y
que esté seguro de que es capaz de servir a la Revolución, puede
plantearse este problema; es decir, el si la duda cabe para los
escritores y artistas verdaderamente revolucionarios. Yo considero
que no; que el campo de la duda queda para los escritores y artistas
que sin ser contrarrevolucionarios no se sienten tampoco
revolucionarios… Porque el revolucionario pone algo por encima de
todas las demás cuestiones; el revolucionario pone algo por encima
aun de su propio espíritu creador: pone la Revolución por encima de
todo lo demás y el artista más revolucionario sería aquel que
estuviera dispuesto a sacrificar hasta su propia vocación artística
por la Revolución”.
El colofón es su conocida
advertencia “contra la Revolución, ningún derecho”. Él sería de aquí
en adelante el que determinaría qué significa estar con la
revolución o contra la revolución, convirtiéndose en la medida de
todas las cosas. Su palabra se hizo ley, y nadie que desafiara su
opinión se salvó de sufrir las consecuencias.
La creación artística
estaría impregnada desde entonces del “compromiso” con la
construcción del socialismo y del Hombre Nuevo, siguiendo en general
las pautas del realismo socialista, a pesar del breve pero intenso
idilio de la intelectualidad occidental de izquierda con el régimen
en los años 60´, que abriría discrecionalmente una ventana hacia el
exterior como se verá más adelante.
El impresionismo, el
cubismo o el surrealismo, entre otros movimientos y tendencias,
serían condenados por “subjetivistas” y por ser expresiones de un
arte burgués decadente, contrarios a la supuesta objetividad que
reclama el Materialismo Dialéctico. La pintura, la escultura, el
teatro, el cine o la literatura de los creadores cubanos deberían
expresar la lucha, los esfuerzos y los logros del pueblo trabajador,
y sus ejecutores (los artistas) deberían convertirse en “ingenieros
de almas” como proclamara Stalin.
De ello se encargaría en
esta fase inicial el Consejo Nacional de Cultura, creado en enero de
1961, bajo la presidencia de Vicentina Antuña y de Edith García
Buchaca como vice presidenta. Esta última saldría de la escena
pública en 1964 arrastrada por su marido, Joaquín Ordoqui (hombre de
confianza de Moscú, ambos destacados comunistas desde antes de la
revolución), acusado nada menos que de colaborar con la CIA durante
su exilio en México. Se dice que no fue fusilado gracias a la
intercesión de los soviéticos.
El punto crucial que
marcaría la relación entre la cultura y el poder político sería la
prohibición del cortometraje “PM”, de Sabá Cabrera Infante y Orlando
Jiménez Leal (filmado en diciembre de 1960, editado en enero de 1961
y exhibido por primera y única vez el 22 de mayo en el espacio
“Lunes en Televisión” antes de ser confiscado por Alfredo Guevara,
el comisario político del ICAIC), un exponente del “free cinema” muy
en boga en el mundo por entonces, que muestra el ambiente nocturno
de los bares y clubes del puerto y la playa de Marianao, y a gente
humilde bailando y bebiendo cuando se suponía que (según la estética
del realismo socialista) debían estar “produciendo” o entrenándose
militarmente para repeler las agresiones norteamericanas. Esa es la
pretendida “objetividad” exigida a la obra artística: reflejar “lo
que debiera ser”, no lo que es.
Sabá y Jiménez Leal, el
laureado director de fotografía Néstor Almendros (ganador con
posterioridad de un Oscar, y nominado en otras tres ocasiones), el
director del periódico Revolución, Carlos Franqui, y el escritor y
periodista Guillermo Cabrera Infante, a la sazón director del
semanario cultural “Lunes de Revolución”, ganador del Premio
Cervantes en 1997 y hermano de Sabá, saldrían con posterioridad
hacia el exilio en diferentes momentos.
- Estatalización de los recursos económicos.
Paralelamente se
prepararon las condiciones para garantizar el monopolio económico
del Estado, hecho que se produce (de nuevo mediante el engaño y un
populismo rampante) prácticamente “por aclamación popular”.
Primero se redujeron los
alquileres de las viviendas al 50%, y se promulgaron también rebajas
significativas en las tarifas de electricidad, agua y teléfono. Se
subieron los salarios por decreto, y una parte considerable de la
población experimentó una mejoría instantánea en su nivel de vida
antes de que se produjese el inmediato desplome posterior. Así se
generó la creencia de que todo ello pudo hacerse mucho antes así de
fácil, como por arte de magia, y que si no se hizo fue por el afán
explotador de los empresarios y de los políticos cómplices.
En medio de la euforia que
provocaron estas medidas, el pueblo aplaudió entusiastamente la
nacionalización de los monopolios extranjeros y la confiscación de
las empresas grandes y medianas de capital nacional. En Octubre de
1960 la Ley 890 avala la expropiación forzosa y sin compensación de
105 centrales azucareros nacionales, de las fábricas de cosméticos
Sabatés y Crusellas, las cervecerías Hatuey, Polar y Tropical, las
droguerías Sarrá, Taquechel y Johnson, las grandes tiendas por
departamentos, los ferrocarriles, las destilerías Arechabala y
Bacardí; en total 376 empresas industriales y comerciales creadas
con capital nacional. Como es sabido la liquidación definitiva de la
pequeña propiedad privada se produjo con la Ofensiva de 1968, pero
nadie pudo imaginar siquiera en aquellos momentos que ese día
llegaría.
La promulgación de la Ley
de Reforma Urbana en Octubre de 1960 creó la ilusión de que los
inquilinos de las viviendas arrendadas se habían convertido en
“propietarios” mediante un precio prefijado y el pago de una cuota
de amortización simbólica, pero el Estado (el nuevo y verdadero
dueño por expropiación de todos lo inmuebles) se reservó para sí el
derecho en exclusiva de conceder lo que en rigor era un usufructo
limitado (posesión, no propiedad) porque las viviendas no podían ser
alquiladas por los adquirientes, y mucho menos vendidas .
La expropiación de las
tierras a los “latifundistas extranjeros y nacionales” se justificó
con la entrega de las mismas a 150,000 familias campesinas, algo que
no llegó a producirse (salvo de manera simbólica) por la
proclamación inmediatamente posterior del carácter socialista de la
revolución. En poco tiempo el gobierno recuperó y controló las pocas
tierras entregadas, estatalizándolas mediante la creación de
“granjas del pueblo”, seudo cooperativas y empresas agropecuarias
estatales.
Paralelamente se
anunciaron planes de industrialización y de desarrollo de la
agricultura no cañera que liquidarían el atraso en el campo y el
desempleo estructural endémico que caracterizaba a la economía
cubana. Muy pronto, la construcción de un futuro luminoso (que nunca
llegó) y la agresión imperialista se convirtieron en la
justificación de un presente eternamente miserable. La llamada
“propiedad social sobre los medios de producción” supuso en realidad
la abolición de la propiedad privada en favor del Estado
Totalitario, único propietario desde entonces de “vidas y
haciendas”.
Por último, el 5 de Agosto
de 1961 se puso en circulación por sorpresa una nueva moneda
nacional, convirtiendo a la anterior en papel mojado de la noche a
la mañana. Cada persona pudo cambiar sólo doscientos pesos en
efectivo, pero si se trataba de una cuenta en el banco ya existente,
o la persona que hacía el canje efectuaba un depósito, el régimen
avalaba hasta diez mil pesos, permitiendo después hacer extracciones
solamente por un valor de cien pesos mensuales.
- Radicalización del proceso revolucionario, confrontación con los Estados Unidos e inversión de alianzas.
También en este período
Fidel Castro crea las bases para materializar lo que será su
estrategia política más audaz y decisiva: la sustitución de la
alianza con los Estados Unidos por la Unión Soviética,
garantizándose así un aliado poderoso y (sobre todo) un enemigo
formidable en todos los aspectos. De nuevo la cultura judeo
cristiana aportando la simbología apropiada: David vs. Goliat, Fidel
Castro contra el odiado imperio. Su honda, el socialismo; la piedra
arrojadiza, Cuba.
En febrero de 1960 acude
en visita oficial al país el entonces vice Primer Ministro de la
URSS, Anastas Mikoyan, y se establecen los primeros convenios
comerciales y de colaboración con el régimen. En Marzo se firma el
primer acuerdo económico con la República Democrática Alemana, al
que le seguirían otros, unos meses después, con Polonia,
Checoslovaquia, Hungría o China. El 8 de mayo se restablecen las
relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, rotas durante el
gobierno del Presidente Carlos Prío Socarrás (1948-1952) depuesto
por Batista. Desde mediados de año comienza a entrar al país
armamento soviético de forma masiva.
Fidel Castro impulsa una
escalada de confrontación con los Estados Unidos y con sus vecinos
latinoamericanos para avalar y apoyar su estrategia de inversión de
alianzas y sus delirios imperiales, asumiendo en todo momento un
papel de víctima.
En lo económico, se
establece una especie de “toma y daca” entre el vecino
norteamericano y el gobierno cubano, la clásica estrategia del
contragolpe que suele comenzar con una “provocación” instigada o
sencillamente inventada por Fidel Castro, y que tan buenos
resultados le ha proporcionado a través el tiempo.
La escalada se inicia
cuando Cuba le impone a las empresas Texaco y Esso la refinación de
petróleo soviético, y ante la negativa de estas, el gobierno
revolucionario las incauta sin compensación el 29 de junio de 1960.
Lo mismo ocurre con la británica Shell dos días después, el 1 de
julio. En agosto Cuba expropia con idéntica fórmula 36 centrales
azucareros estadounidenses, la compañía de teléfonos y la de
electricidad.
El 13 de septiembre
Estados Unidos anuncia un posible embargo comercial, y Cuba responde
cuatro días después con la nacionalización de los bancos
norteamericanos. El 19 de octubre los Estados Unidos establecen el
embargo comercial (exceptuando medicinas y alimentos) y Cuba
responde el día 25 del mismo mes con la expropiación de otras 166
empresas norteamericanas. Cada nuevo golpe es más demoledor que el
anterior.
Siempre se ha justificado
la radicalización del proceso revolucionario cubano como una
respuesta ante las agresiones externas, en particular por la
invasión de Playa Girón, o por la “Operación Mangosta”, nombre en
clave de un conjunto de acciones encubiertas de sabotaje, apoyo a la
guerrilla contraria al régimen y atentados contra Fidel Castro. Pero
la historia demuestra justo lo contrario. He aquí algunos ejemplos
tempranos y poco conocidos, anteriores a la adhesión declarada de la
revolución al socialismo:
• 19 de abril de 1959.-
Apenas 100 días después del triunfo revolucionario, el gobierno de
Cuba envía una expedición armada contra Panamá en apoyo de un
alzamiento en Cerro Tute. Participan 82 cubanos, 2 panameños y un
norteamericano. Según unos documentos del Archivo Nacional
Británico, la famosa bailarina clásica Margot Fontayn y su esposo,
el diplomático panameño Roberto Arias, estuvieron implicados
directamente en el asunto de una manera un tanto rocambolesca.
• 31 de mayo - 1 de junio
de 1959.- Un comando nicaragüense zarpa del sur de La Habana rumbo a
Nicaragua bajo las órdenes de Joaquín Chamorro.
• Junio de 1959.- Llega
procedente de Cuba un transporte aéreo a Punta Llorona en Costa
Rica, con 6,000 kilos de armas y municiones, y con una unidad
integrada por nicaragüenses, cubanos y un costarricense, con la
misión de apoyar un levantamiento ya en marcha contra el régimen de
Somoza. La unidad estaba bajo las órdenes del líder nicaragüense
Carlos Fonseca Amador. Posteriormente, en 1960, desde territorio
hondureño, el propio Fonseca Amador, Tomás Borges y un grupo de
instructores cubanos crean el FSLN (Frente Sandinista de Liberación
Nacional).
• 14 de junio de 1959.-
Unidades navales y aéreas cubanas apoyan el lanzamiento de la
“Operación Domeñar”, un desembarco de 200 efectivos cubanos y
dominicanos en las playas de Constanza y Puerto Plata en República
Dominicana, bajo las órdenes del Comandante Delio Gómez Ochoa y el
Capitán Enrique Jiménez Moya. El dictador Trujillo los masacró,
cortándoles las manos a los prisioneros para que murieran
desangrados.
• 14 de agosto de 1959.-
Se inicia la “Operación Haití”. Un grupo de 18 cubanos, 10 haitianos
y 2 venezolanos dirigidos por el Comandante Henry Fuentes y el
Capitán Guerrero desembarcó en Les Irois con el objeto de unirse a
una columna del ejército haitiano que supuestamente se amotinaría.
Sobrevivieron solo 5 prisioneros cubanos.
• En diciembre de 1960 el
gobierno de El Salvador reunió pruebas que demostraban la entrega de
600,000 dólares por parte del gobierno cubano al salvadoreño Roberto
Carias para desarrollar acciones subversivas violentas en territorio
nacional. El informe detallaba las orientaciones de Raúl Castro
sobre la necesidad de entrenar personal para apoyar la lucha en
Nicaragua, y para crear problemas fronterizos con Guatemala.
Cuando los Ministros de
Relaciones Exteriores de las repúblicas americanas se reúnen en
Costa Rica el 29 de Agosto de 1960, y emiten la conocida como
“Declaración de San José”, documento en el que se denuncia a Cuba
como una amenaza para la paz del hemisferio, ya existían suficientes
pruebas que demostraban el patrocinio y la participación directa del
gobierno cubano en la incipiente subversión en Latinoamérica.
Lo que debe haber
molestado mucho a Fidel Castro de esa declaración es la afirmación
de que dicha amenaza es consecuencia de “propiciar la intervención
de una potencia extracontinental” (Unión Soviética y China), algo
absolutamente necesario para invocar la “Doctrina Monroe”, pero que
le despoja a él (injustamente) de la iniciativa de llevar a cabo la
revolución socialista latinoamericana, “convirtiendo a los Andes en
la Sierra Maestra del continente” como afirmara en su discurso del
26 de Julio de 1960.
El “Pueblo de Cuba”
reunido en “asamblea” el 2 de Septiembre en la Plaza Cívica o Plaza
de la Revolución, responde con la Primera Declaración de la Habana,
oponiendo “al hipócrita panamericanismo que es solo predominio de
los monopolios yankees… el latinoamericanismo liberador que late en
José Martí y en Benito Juárez”. En dicha declaración se dice también
que todos los países de la región están en manos de “gobiernos
prosternados ante Washington”.
Fidel Castro se niega a
hablar con subalternos, no les reconoce como enemigos de su talla,
dirigiendo toda su artillería pesada contra los Estados Unidos, al
que responsabiliza de todos los males de América Latina. Así mismo,
siempre en nombre del Pueblo de Cuba, “acepta y agradece el apoyo de
los cohetes de la Unión Soviética” ofrecido públicamente por el
Premier Nikita Kruschev el 9 de julio, si los norteamericanos osaran
agredir la isla.
El mismo desprecio con el
que trata a los gobernantes de la región será aplicado después a
todos los que internamente cuestionan o denuncian las tendencias del
gobierno revolucionario, en particular la creciente influencia
comunista.
(continuará)
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