LA HABANA, Cuba – En Cuba, cada año
cientos de personas mueren debido al alcoholismo. Un estudio sobre el
tema del alcoholismo en las Américas publicado recientemente, en la
revista Addiction, asevera que los índices de mortalidad afectan
mayormente a los cubanos comprendidos entre los 50 y 69 años de edad.
La información, avalada por la Organización Panamericana de la Salud
(OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), es de gran utilidad
para acercarse a un fenómeno que se manifiesta en todos los estratos
sociales. El asunto pudiera ser más dramático que lo que expone el
estudio, y afectar también a la juventud. Es harto conocido que el
consumo de alcohol entre los jóvenes es una práctica en ascenso.
Un periplo por cualquier zona de capital, sobre todo en los barrios
periféricos, es suficiente para sentirse desalentado en cuanto a la
solución del problema.
Además de que las dósis de alcohol que se consumen son cada vez más
elevadas, hay que destacar la baja calidad del producto. Existen
múltiples fábricas clandestinas donde se producen bebidas alcohólicas
adulteradas. Cualquier bebida que salga de los artilugios llenos de
mugre y óxido se vende como pan caliente.
Buena
parte del mercado se abastece de esas producciones. Incluso, las
tiendas dolarizadas se aprovechan del suministro ilegal de rones y
licores, elaborados con la materia prima robada en las instalaciones del
estado.
Además de las muertes fulminantes que se han producido, los adictos
que consumen estos productos de baja calidad pueden sufrir daños
neurológicos y en el sistema digestivo a largo plazo. Los programas de
ayuda carecen de sistematicidad y solo alcancen a una ínfima parte de
los afectados.
La proliferación de focos de indigencia, el aumento en espiral de las
infracciones de tránsito y la estandarización de hechos de violencia
asociados al alcoholismo son los efectos, a todas luces irreversibles,
de un proceso de descomposición política, social y económica.
“Borracho es como único puedo resistir los problemas”, me dijo
Roberto, un hombre de unos 60 años, poco antes de empinarse un pomo de
plástico lleno de ron barato en las inmediaciones de un parque donde se
reúne con otros alcohólicos.
La falta de vivienda, de un empleo justamente remunerado y la
ausencia de perspectivas en el futuro, son algunas de las causas de su
problema para la mayoría de los cubanos que no pueden vivir sin el
alcohol.
“Tengo trabajo, ¿y qué? .El salario no me alcanza. Para colmo vivo
en una casa que está a punto de caerse con nueve personas más y sin
esperanzas de nada”, refirió una mujer llamada Marlén, que realiza
labores de limpieza en una empresa del Ministerio de Transporte.
“Con
el alcohol alivio un poco la carga. Bebo todos los días. No puedo
dormir sin darme un trago. Mi vida es un callejón sin salida”, agregó.
Según el informe, Cuba aparece junto a Argentina, Canadá, Costa Rica
Paraguay y Estados Unidos entre los países con mayor índice de adicción
entre los rangos de edades citados al comienzo del artículo.
Ese dato nunca aparecerá en la prensa oficial. Mucho menos la
cantidad de muertes relacionadas con el alcoholismo, los confinados a
los manicomios y los que vagan por las calles como zombis.
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