De acuerdo a la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos, la esquizofrenia es un trastorno mental complejo que dificulta establecer la diferencia entre lo real e irreal, pensar de manera clara, tener respuestas emocionales normales, y actuar normalmente en situaciones sociales.
Cuando la enfermedad avanza se pueden sufrir comportamientos extraños, escuchar o ver cosas que no existen (alucinaciones), mantener creencias no reales fuertemente sostenidas (delirios), o los pensamientos “saltan” entre diferentes temas (asociaciones sueltas).
No soy siquiatra ni médico, pero me pregunto si algunos comportamientos del gobierno en La Habana permitirían pensar si la esquizofrenia ha flotado durante años sobre los centros de poder en Cuba.
El 31 de diciembre de 1968 miles de cubanos esperaron el año nuevo llenando bolsitas plásticas con posturas de plantas de café o realizando trabajo voluntario en la agricultura. Comenzaba 1969, “año del esfuerzo decisivo”, y se crearían condiciones para producir en 1970 diez millones de toneladas de azúcar, y otros éxitos significativos en toda la economía. Por arte de magia revolucionaria.
Naturalmente, nada se logró. Porque un país no se dirige como se manda un campamento, ni tampoco como un juego de pelota o una reunión del Comité. Los planes del Delirante en Jefe no tenían el más mínimo realismo: absurdo desperdicio de ilusión y esfuerzo de varias generaciones de cubanos.
Este 31 de diciembre del 2013 otros delirios nublan la mente de funcionarios del régimen, tan ajenos a las realidades del país como el más grave esquizofrénico reportado.
Así, por un lado, el diario oficial “Granma” informa que con las lluvias de estos días en La Habana se habían registrado hasta el martes 227 derrumbes y 2 personas murieron. En un país con casi el 50 % del fondo habitacional en mal o regular estado, y los escasos materiales para reparar viviendas a precios prohibitivos, esos derrumbes afectaron 627 núcleos familiares, con 2.240 personas trasladadas a albergues o casas de familiares, vecinos y amigos. Sin perspectivas de solución a corto o mediano plazo. Y con los días soleados tras las lluvias esperando más derrumbes.
Al mismo tiempo, la empresa estatal Habaguanex anuncia cena de fin de año en la Plaza de la Catedral de La Habana, con baile, y menú de degustación que incluye mojito de bienvenida, paté de queso saborizado con albahaca y pimiento, salpicón de filete de res, masitas de cerdo fritas a la camagüeyana, escabeche de tres quesos, crepes de jamón serrano, pavo glaseado con frutas, aceitunas verdes y negras sobre vegetales marinados, centro de solomillo de ternera con oliva extra virgen, salsa de ciruela, romero y vino Crianza Cabernet, y papas a la crema. De postre tarta de queso y guayaba con confitado de manzana y salsa de caramelo al café, turrones españoles y uvas de la suerte. Todo por 150 CUC, precio que incluye durante toda la noche ron añejo cubano, whisky, coctelería cubana, y recibir el año nuevo con un descorche con sable de cava Magnum.
Habrá opciones más modestas (30-50 CUC), en otros restaurantes de Habaguanex como El Patio, en la esquina de la Catedral de La Habana, ofreciendo camarones con mejillones en salsa, acompañados de sopa de crema de maíz. Y en El Conde del Castillo, en los bajos del Hotel Palacio del Marqués de San Felipe y Santiago de Bejucal, con dados de pescado y queso marinados con aceite de oliva, albahaca y crema balsámica, y ensalada de pavo ahumado al carbón con salsa escabechada de vegetales y frutos secos.
Oferta, claro, para turistas extranjeros, funcionarios de otros países, y cubanos de elevado ingreso: cuentapropistas exitosos, artistas, familiares de miembros de la nomenklatura. Goces de la gastronomía universal, sin nada que ver con la cultura campesina de los ancianos “históricos” aferrados al poder, que la pasan de maravillas con “machoasao”, congrí, tostones, yuca con mojo, cerveza y ron.
Mucho menos que ver con los cubanos de a pie, a quienes el Estado acusa de pichones pidiendo comida en la boca, donde hace medio siglo no se entrega aguinaldo —algunos cubanos ni saben lo que es— y donde solamente en óptimos escenarios se aspira a ganar 24-25 CUC mensuales, que no alcanzarían ni para una de las cenas más económicas de Habaguanex el 31 de diciembre. Se necesitarían seis de esos salarios mensuales para la cena de una sola persona en la Plaza de La Catedral.
Diferencias sociales y niveles de vida contrapuestos existen en todo el mundo y todas las épocas. En todas partes algunos celebran fin de año por las nubes, otros se conforman con hacerlo modestamente, y aún otros no tienen nada que celebrar, porque no pueden. No sucede solamente en Cuba ni mucho menos.
Sin embargo, otros países no prohíben a sus ciudadanos celebrar, ni les piden esperar el año en la agricultura, ni persiguen a quienes buscan alimentos y bebidas sin violar la ley. Nadie se molesta porque el pueblo sea feliz y celebre el fin de año.
No así en el gobierno de Cuba. Recordemos que la esquizofrenia dificulta, entre otras cosas, ver la diferencia entre lo real e irreal, pensar de manera clara, tener respuestas emocionales normales, y actuar normalmente en situaciones sociales.
Por ejemplo, cuando se organizan fastuosas cenas de fin de año a escasos metros de donde se derrumban las viviendas.
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