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Dr. Eugenio Yáñez
Miami, buena parte del exilio, y la prensa que aborda el tema cubano, siguen sin querer entender muchas cosas de las realidades cotidianas de nuestra patria. Demasiadas.
Un gran número de cubanos en el exilio sigue creyendo que la Cuba de hoy sigue siendo aquella Cuba que cada uno de nosotros dejó en determinado momento, haga medio siglo, veinte años o cuatro días. Siguen creyendo que es posible bañarse dos veces en el mismo río. O mejor dicho, en la misma Cuba.
Sabemos que eso es imposible que ocurra, y no por la escasez de agua en la Isla, sino porque el tiempo no se puede detener, aunque nos gustaría pensar que en el caso nuestro es diferente, ¿no?
Escuchando a Miami y buena parte del exilio, parece que en Cuba no había militantes del partido comunista, miembros de los Comités de Defensa de la Revolución, o afiliados sindicales. Al menos, eso es lo que parece escuchando la radio en español, viendo la televisión, o leyendo la prensa en el mismo idioma.
Y, por supuesto, las organizaciones opositoras, de derechos humanos, y la prensa independiente dentro de Cuba, deberían haber contado con cientos de miles de combativos militantes activos, pues resulta que entre cortaditos y croquetas en los frentes de batalla del Versailles y La Carreta, o en los complejos teatros de operaciones militares del ciberespacio, donde tantas veces prima demasiado el lenguaje de burdel, es muy difícil encontrar a alguien que niegue haber estado, de una manera o de otra, en contacto o al menos muy cercano a “los de los derechos humanos”.
Mientras, respetables intelectuales o líderes políticos locales, que con computadoras o micrófonos derriban cada día a la dictadura, nos aseguran que ese sueño de todos “ya viene llegando”, como anunció Willy Chirino en su icónica canción de hace casi un cuarto de siglo, aunque nunca dijo que ya era “la hora final” de los hermanos Castro, como algunos otros pronosticaban.
Cambios ¿cosméticos?
Por tanto, hay que recurrir al autismo político y la negación de las realidades, y repetir como un mantra que los cambios en Cuba son cosméticos. Y ante la Zona de Desarrollo Especial de El Mariel, la compraventa de casas y autos, los opositores continuamente viajando al extranjero y hablando lo que les parezca más apropiado fuera de Cuba, el permanente y silencioso desmontaje del fidelismo sin proclamar que se está haciendo, y tantas otras señales de que las cosas van cambiando, hay que seguir repitiendo, como en lenguaje de autómatas programados, que los cambios son cosméticos… cosméticos… méticos… ticos… cos… hasta el aburrimiento y el cansancio.
Está perfectamente claro que los cambios que se están produciendo en Cuba están concebidos antes que todo para que la casta dominante pueda mantener su poder y asegurar un futuro sosegado para sus descendientes, y que, por consiguiente, no conducen al país ni a una verdadera democracia ni a una economía de mercado que pueda funcionar libremente en un sentido relativamente amplio, como puede existir en China o en Vietnam en estos momentos. Sin embargo, eso no significa que no existan ya en Cuba algunos elementos, aunque muy limitados, de economía de mercado, como consecuencia de las medidas que se han ido tomando.
Sin embargo, en honor a la verdad hay que reconocer que el régimen, con Raúl Castro a la cabeza, nunca ha prometido democracia en el sentido que se acepta universalmente, ni una verdadera economía de mercado en toda su extensión, y ni siquiera ha intentado que nadie se lo crea. Por el contrario, en todas sus declaraciones insisten precisamente en todo lo contrario, reiterando que lo que se persigue es el perfeccionamiento y consolidación del “socialismo”, con independencia de lo que ellos entiendan como eso, si es que alguien es capaz de entenderlo.
Y bajo ese paraguas abstracto y confuso del socialismo tropical sigue funcionando el engendro económico que existe hoy en Cuba y nadie puede explicar conceptualmente de forma coherente, acompañado por un sistema político ¿totalitario, autoritario? represivo y de control de la población que solamente se puede malamente explicar dentro del peculiar surrealismo del Macondo cubano.
Sin embargo, nada de eso activa las alertas del análisis profundo dentro y fuera de Cuba, y por lo tanto en Miami se añade el escenario venezolano a las discusiones relacionadas con la política cubana, y se sigue repitiendo ahora que Nicolás Maduro “se está cayendo” en Venezuela, y señalándose como evidencia de eso el agudo desabastecimiento de los productos alimenticios y efectos electrodomésticos en el país, y que en las tiendas no hay papel higiénico.
Este sencillo expediente olvida tranquilamente que en Cuba es mucho más que galopante el desabastecimiento real de productos alimenticios y de efectos electrodomésticos, sea por escasez absoluta o por presencia en el mercado a precios inalcanzables para buena parte de la población, desde hace más de cuarenta años, y tampoco ha habido en todo ese tiempo papel sanitario, sin que la dictadura de los Castro se haya ni siquiera tambaleado.
En otra variante del pan y circo tropical, supuestos especialistas siguen creyendo los más recientes augurios de un trasnochado y fracasado comunista mexicano-alemán, ahora distanciado por resquemor de la revolución bolivariana venezolana, quien augura la caída del gobierno venezolano a plazo fijo para comienzos del 2014, personaje que si por algo se ha caracterizado en toda su existencia es por las muy pocas veces que ha logrado acertar con sus pronósticos de brujo marxista-leninista.
Ese “gurú” de la izquierda trasnochada y viuda de Marx y Lenin, que ahora deslumbra a tantos inocentes y otros no tan inocentes del exilio cubano, y también del venezolano, es el mismo personaje que desde México vaticinaba hace algunos años que el futuro de la revolución cubana estaba sólidamente seguro en las manos de sus más jóvenes dirigentes, especialmente del entonces preferido de Fidel Castro, el ahora ex-canciller Felipe Pérez Roque. Basta con esa muestra de su visión para asignarle a este futurólogo la credibilidad que merece, y no perder más tiempo con esto.
Hipótesis y percepciones
Algunos se aferran a hipótesis respetables en sí mismas, pero sin preocuparse demasiado por una argumentación y demostración suficientes de tales hipótesis. Así, hay quienes insisten en que, falleciendo los hermanos Castro, todo se encaminará muy tranquilamente hacia la democracia y el Estado de derecho, es de suponer que como por arte de magia, pues no nos dicen cómo.
Otros insisten en hablar de una inferida Junta Militar en Cuba, que por ningún lado da muestras de existir, y que aparentemente queda mucho más en las percepciones y puntos de vista de sus proponentes que en la Isla. No vendría mal estudiar cómo funcionaban las juntas militares que gobernaron Chile y Argentina en tiempos de sus dictaduras. Y me refiero a estudiar la forma en que funcionaban, a su “fisiología”, sin que eso para nada signifique pretender avalarlas moralmente ni mucho menos.
Otros dan por sentado que el coronel Alejandro Castro Espín, el hijo de Raúl Castro, será el indiscutido sucesor cuando el general-presidente ya no esté al frente del país. Y lo hacen olvidando tranquilamente la cultura guerrillera del castrismo durante más de medio siglo, donde la fecha en que cada uno “se alzó” determina los órdenes jerárquicos reales, no los formales para la prensa oficial.
Para que se materialice un escenario de Alejandro en la cumbre del poder, fuera coronel o general, habría que suponer que todos los generales veteranos de innumerables combates y batallas (¿se entiende la diferencia?) van a aceptarlo tranquilamente solamente porque es el hijo de papá o porque el papá quiera que su hijo esté a cargo de todo. Como si ellos no contaran para nada.
Y no faltan tampoco quienes solamente ven la revolución en clave digital y celular, y pretenden hacer depender todo de las nuevas tecnologías. Algo así como si se tratara de un llamamiento: ¡Discos duros de todas las computadoras del mundo, uníos! Consideran que así se pueden resolver todos los problemas de la sociedad, y en vez de llamar a la marcha acompasada de los batallones de hierro del proletariado, como decía el farsante y criminal Vladimir Ilich, quieren llamar ahora a una conga digital bien bailada por ciber-disidentes tropicales, con enlaces a Google, Yahoo, Twiter y Facebook. Algo así como sustituir aquello de en cada cuadra un comité con lo novísimo de en cada cuadra un servidor y en cada casa una conexión a Internet.
Ante cada delirio surgen, casi de inmediato, plagiarios y copiadores, a veces en idiomas alternativos, pero casi siempre sin dar los correspondientes créditos a los autores de las propuestas o fantasías originales. Mientras que del otro lado del Estrecho de La Florida siguen muchas veces enmarcados en la Guerra Fría, las acusaciones contra la mafia de Miami, las falsas promesas de siempre, y los llamados a la conciencia y la esperanza abstractas, pero nada más. Así es imposible -aquí y allá- elaborar y presentar esquemas de pensamiento que resulten sólidos y argumentados, no historietas para tontos, y mucho menos lograr proyectos útiles o prácticos para el futuro de nuestro país.
En ocasiones parece que algunos personajes vinculados de una u otra forma al drama cubano andan tan pobres de ideas que daría mucha risa si no fueran temas tan dramáticos todos los asuntos que están en el ambiente alrededor del futuro de los cubanos, tanto de los de la Isla como los del exterior.
Sin ir más lejos, el pasado viernes, hace un par de días, en la televisión en idioma español del sur de La Florida, en un mismo programa y en el mismo reportaje, una detrás de otra, con mucho menos de un minuto de diferencia, pudo verse una noticia de que el presidente Barack Obama, durante una visita a Miami para recolección de fondos para el Partido Demócrata, había conversado con dos representantes de la oposición cubana dentro de la Isla que se encuentran de visita en Miami, y les había pedido a quienes viven en la Isla y enfrentan la dictadura desde adentro, que le dieran su opinión por escrito sobre las mejores formas en que Estados Unidos podría ayudar más a los cubanos para alcanzar la libertad.
Inmediatamente, sin ninguna transición, a continuación, aparecía la segunda noticia, donde otro representante de la oposición cubana, también de visita en Miami, en un acto para denunciar la tragedia de un artista injustamente preso en Cuba, que se encuentra en huelga de hambre, se quejaba de que al presidente Obama no le preocupaba demasiado la libertad de esa persona, ni tampoco, aparentemente, la libertad de los cubanos.
Que no existan dudas ni por un instante: los tres opositores vinculados a esta anécdota merecen todo nuestro respeto y reconocimiento por su conducta de muchos años, así como el de todos los cubanos. Si se señala este incidente es solamente para destacar las incongruencias de las posiciones, en una misma ciudad, casi a la misma hora, de personas que, aun deseando lo mejor para Cuba y los cubanos, no logran ni siquiera los consensos mínimos imprescindibles sobre los caminos a seguir y los objetivos a alcanzar en cada momento.
Y lo más triste es que, a partir de lo sucedido el viernes, y ojala que yo esté totalmente equivocado, parece inevitable que vamos a ver varios puntos de vista encontrados y hasta contradictorios entre los opositores y entre los exiliados, no con relación a las opiniones que pidió el presidente Obama en su conversación del viernes con esos dos cubanos, sino con relación incluso a ponerse de acuerdo en algo tan elemental como en quiénes serían los más indicados para responder lo solicitado por el presidente, y cómo pensarán a partir de entonces quienes, inevitablemente, no podrán participar en la elaboración de las respuestas, y ni siquiera conocerlas antes de que sean enviadas a la Casa Blanca.
Tal parece que, como cubanos, tenemos una maldición encima que nos imposibilita hasta lograr los más mínimos acuerdos elementales para comenzar la marcha, mucho menos para definir los caminos a seguir y precisar los objetivos a alcanzar, más allá de las definiciones generales y abstractas con las que puede estar de acuerdo prácticamente cualquiera, porque no concretan nada.
Pecados del régimen
Mientras, seguiremos sin acabar de entender, o querer aceptar, que las realidades marchan más rápidamente que nuestras percepciones, que las cosas están sucediendo delante de nuestras narices, y que las posiciones de avestruces escondiendo la cabeza no llevan a ningún lugar.
Al régimen le sobran los pecados criticables y condenables para tener nosotros necesidad de inventarles otros nuevos. Por ejemplo: a la orden de cerrar las salas privadas de cine en tercera dimensión y video-juegos, se ha pretendido responder con argumentos de tipo cultural o sociológicos (¿cuántos quedarían sin trabajo?), pero no abundaron quienes dijeron que, nunca, en ninguna circunstancia, esa actividad estaba concebida o permitida en las autorizaciones al trabajo por cuenta propia.
¿Por qué? No por un problema cinematográfico o cultural ni mucho menos. Lo del “pésimo gusto” de lo que se proyectaba en esos cines fue solamente el pretexto del régimen para actuar de inmediato. Lo que no se podía permitir es que los cubanos vieran un cine que no estuviera aprobado por los comisarios culturales. Eso era pecado mortal. Lo del pésimo o buen gusto no tiene la menor importancia.
Para los no informados: en Cuba una empresa del ICAIC (Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica) revisaba una por una las películas compradas en el exterior (y las de producción nacional) para autorizar las que serían exhibidas en las salas de cine de todo el país.
Una vez autorizadas, dos o tres días antes de los estrenos en los cines del país se realizaba una proyección especial en una sala de esa empresa del ICAIC a un grupo de sicólogos y especialistas del Ministerio del Interior (MININT), que aunque no tenían poder de veto sobre las decisiones del ICAIC podían opinar abiertamente al terminar las proyecciones, y en caso de existir opiniones en contra de que fuera proyectada esa película había que tomarlas seriamente en cuenta antes de ratificar la autorización para su proyección. Un proceso de similares características, aunque no exactamente igual, se llevaba a cabo en el ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión).
Sabiendo esto, queda claro que el supuesto “pésimo gusto” o la ausencia o no de “valores culturales” de lo que proyectaban los cuentapropistas en sus salas de exhibición, no tenía la más mínima importancia, porque el problema era que lo estaban haciendo sin pasar por el tamiz de los comisarios del régimen, y eso no se podía permitir.
¿Qué eso supone que no existe ningún tipo de apertura política? Naturalmente que no existe. Pero, de nuevo, ¿quién prometió que habría apertura política de algún tipo, más allá de lo que se autorice desde el Palacio de la Revolución, o desde La Rinconada, cuándo y cómo lo consideren conveniente? Nadie. Entonces no hay que sorprenderse.
Así ha sido todo este proceso, y así seguirá siendo. El hecho cierto de que haya muchos que no sean capaces de entenderlo no debe contabilizarse como culpas de La Habana, pues desde allá nunca prometieron eso, y las utopías se forjaron más allá del Estrecho de La Florida, en Miami, Madrid, Washington, Caracas, Moscú, Los Ángeles, Boston, Ciudad México, o quién sabe dónde.
¿Cambios o no cambios?
Entonces, muchos insisten en que en Cuba no hay cambios más allá de los cosméticos. Y eso es con independencia de lo que pretenda el régimen con tales cambios. O de la interpretación de los mismos que pueda tener el presidente Obama, de acuerdo a lo que mencionó en Miami esta semana. Incluso en La Habana pareció que veían esas palabras de Obama de que EEUU debería “continuar revisando” su política hacia Cuba en clave de alivio del embargo. Sobre ese tema escribió de inmediato un académico cubano en Estados Unidos, que no radica en Miami -¿lo odia o le teme?- y que se vende como analista, que pide continuamente el levantamiento del embargo, como si no pudiera entender que eso no es lo que se desea en La Rinconada, sino todo lo contrario: el régimen necesita un alivio real y práctico, que autorice financiamiento externo al gobierno cubano y viajes de turistas americanos a Cuba, pero un levantamiento total del embargo no, para que no se le acabe al régimen el pretexto del “criminal bloqueo imperialista”.
Sería bueno poderles preguntar si son o no son cambios reales y no cosméticos los que se están produciendo en Cuba, con relación a la extensa y enajenante era de Fidel Castro y el “socialismo científico” en el poder. Y sin pretender ser exhaustivos ni de ninguna manera establecer algún orden de importancia, podría analizarse algunos como los siguientes para determinar si son cosméticos o no:
- Anunciar públicamente que el actual sería el último ejercicio del poder por parte del máximo dirigente del país
- Proclamar que ningún dirigente puede estar más de diez años en el cargo
- Nombrar a un civil “no histórico” como segundo al mando nominal en el Estado y el gobierno
- Autorizar a la casi totalidad de los cubanos, incluidos muchos opositores, a salir al extranjero, donde pueden hablar y hablan prácticamente todo lo que les venga a la mente, y regresar posteriormente a su país
- Autorizar a (cantidades limitadas de) emigrados a regresar a vivir a Cuba
- Establecer el fin del demagógico igualitarismo social
- Proclamar que cada cual debe recibir de acuerdo a lo que se gane con su trabajo
- Eliminar las escuelas en el campo
- Eliminar las microbrigadas
- Silenciar, sin anuncio previo, “la batalla de ideas”
- Hacer desaparecer, también sin anuncio previo, la “revolución energética”
- Reducir drásticamente el “trabajo voluntario” y los “domingos rojos”
- Eliminar las prohibiciones de acceso a hoteles y centros turísticos
- Comenzar a desactivar las falsas “cooperativas” creadas por Fidel Castro y estrechamente controladas por el Estado, conocidas como Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC)
- Realizar sistemáticamente reuniones periódicas del Consejo de Ministros e informar sistemáticamente a la población sobre tales reuniones y sus acuerdos (aunque la información sea incompleta y confusa)
- Entregar tierras estatales en usufructo a trabajadores privados
- Autorizar el trabajo privado a más de 440,000 cuentapropistas, aunque algunos de ellos solamente se dediquen a rellenar fosforeras o pasear perros
- Pedir a los dirigentes que no se sientan en condiciones de cumplir cabalmente sus obligaciones que renuncien a sus cargos, sin que eso se considere como algo vergonzoso
- Reconocer la propiedad de los cubanos sobre sus autos y viviendas, y permitir la compraventa de esas propiedades
- Alejar al Estado de la administración de servicios personales a la población, como barberías y peluquerías, zapaterías, reparación de equipos electrodomésticos, y taxis, y como permitir y fomentar el establecimiento de cooperativas no agropecuarias
- Ofrecer créditos a la población para la construcción y reparación de viviendas con medios propios
- Establecer niveles de pago diferenciados a los deportistas, renunciando al mito del “deporte aficionado” en el que nadie creía
- Permitir a los cubanos la posesión de computadoras y teléfonos celulares
- Dar a los cubanos acceso (aunque limitado y de mala calidad) a Internet (y a precios escandalosamente abusivos)
Aunque este listado no sea exhaustivo ni mucho menos, ni pretenda serlo, y con todo el respeto a la opinión de los demás, hay derecho a preguntarse seriamente si todas esas realidades que hoy resultan cotidianas en Cuba pueden ser reducidas a lo que debe ser considerado como “cambios cosméticos”.
O si acaso estas situaciones que, una vez más, no conducirán ni a la democracia ni a una economía de mercado en el sentido más amplio, como funciona en todas partes, pero que identifican un accionar diferente no ya solamente del neocastrismo establecido desde hace varios años, sino también de un evidente post-castrismo que se va consolidando, sin prisa pero sin pausa, sin alardes ni publicidad, pero sin esconderse, entre la testarudez de unos y el autismo político de otros.
Y en ambos casos -allá y acá- de quienes no quieren, o no pueden, reconocer de una vez por todas lo que está aconteciendo en nuestra nación y nuestro país para no tener que al final de este arduo camino aceptar que podrían estar equivocados, como si eso fuera un pecado mortal y no una situación cotidiana, normal, y hasta necesaria, de la condición humana.
Mucho más práctico -y decente- sería acabar de reconocer y comprender que puede haber y hay percepciones alternativas de la realidad cubana, honestas y bien intencionadas, aunque no coincidamos con ellas, y en vez de pretender ignorar o silenciar a los mensajeros que no disfrutan de la simpatía de los guardianes de los fuegos sagrados, hacer un supremo esfuerzo para entender no ya el mensaje, que no es nada más que una codificación de los hechos, sino la compleja realidad de nuestra patria.
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