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Ben Bernanke nunca mostró gran pasión por trabajar en la Reserva Federal, o al menos no estuvo tan enamorado del cargo como su predecesor, Alan Greenspan. Es más, se mostró contrario a que la institución se asocie a una única persona. Por eso, a más de tres meses de cumplir su segundo mandato al frente del banco central más poderoso del mundo, se confirma que el 31 de enero de 2014 será su último día.
En ese momento empezará a juzgarle la historia por haber estado al frente del mayor experimento de política monetaria desde que se creó la Reserva Federal. De momento, lo que parece claro, vistas las circunstancias, es que se merece un respiro. El periodo durante el que le tocó dirigir la Fed fue extraordinario en todos los sentidos y eso es algo que no cuestionan ni los más críticos.
Bernanke ya atravesó por alguna dificultad cuando el Senado tuvo que confirmarle para un segundo mandato, porque a un gran número de republicanos y a algunos demócratas les preocupaba la laxitud de su política. Laxitud que llevó a la Fed a dejar los tipos intactos en el 0% desde diciembre de 2008 y a comprar activos de deuda en masa hasta multiplicar por cinco su balance.
El presidente de la Fed, uno de los principales expertos en el estudio de la Gran Depresión, se mostró siempre tranquilo, incluso en los momentos más intensos y complicados de la crisis financiera. Además, estableció una estrecha cooperación y colaboración con el Tesoro de EE UU al salir al rescate del sector financiero tras el colapso de Lehman Brothers, epicentro del seísmo.
La espita de los estímulos sigue abierta. La Fed está comprando deuda pública e hipotecaria a un ritmo de 85.000 millones de dólares al mes. A este ritmo, para cuando deje el cargo acumulará cerca de cuatro billones en su balance. Ese es el legado que deja a su sucesor y también un mercado que se ha acostumbrado a ver como la Reserva Federal le echa una mano cuando lo necesita.
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