viernes, octubre 25, 2013

Castro y Rasco: vidas paralelas


José Ignacio Rasco, sentado, en la presentación de su libro 'Acuerdos, desacuerdos y recuerdos'. Detrás suyo, Uva de Aragón y Carlos Alberto Montaner. Miami, septiembre de 2012. (WENCESLAO CRUZ)
Carlos Alberto Montaner/
José Ignacio Rasco acaba de morir en Miami. Tenía 88 años, setenta de ellos dedicados a la lucha cívica, siempre junto a las mejores causas. Fundó el Movimiento Demócrata Cristiano en La Habana en 1959 y desde entonces fue el abanderado de esa corriente política. Al menos en ese momento, cuando comenzaba la revolución, y durante pocos meses, para lograr el desarrollo armónico de Cuba no parecía delito proponer un camino diferente al de Fidel Castro, su excondiscípulo y todavía amigo. Rasco creía en la Doctrina Social de la Iglesia.
Pero, casi enseguida, Rasco tuvo que pasar a la clandestinidad y luego al exilio tras buscar la protección de una embajada. Era (y sigue siendo) la maldita hora de la unanimidad revolucionaria. La única forma de no ser execrado y perseguido era suscribir la cosmovisión, la ideología y las medidas de gobierno impuestas por Fidel Castro y su cohorte de violentos ignorantes. Rasco supo que tenía que huir cuando un diario publicó un titular con un juego de palabras idiota y primitivo: "Rasco da asco". Comenzaba la costumbre del "asesinato de la reputación" que desde entonces no han dejado de practicar. Del fusilamiento moral al físico no había más que un paso.
Belén los une
José Ignacio y Fidel tenían unas cuantas cosas en común. Ambos procedían de familias pudientes de origen español. La de Rasco, muy católica y urbana, se había enriquecido moderadamente en La Habana, en actividades comerciales y profesionales. La de Fidel, había tenido éxito en el mundillo rural de la caña. En términos estrictamente económicos, el padre de Fidel era más rico que el de Rasco. El de José Ignacio, en cambio, tenía un mayor reconocimiento social. 
Las dos familias, con mentalidad muy española, pensaron que la educación de los jesuitas era la mejor del país y ambas matricularon sus hijos en el Colegio Belén.
José Ignacio y Fidel se conocieron y se convirtieron en amigos en Belén. Coincidían en algunos aspectos. Los dos eran buenos atletas. Fidel, a quien entonces sus compañeros le llamaban "El Guajiro" por su origen rural, se destacaba en béisbol, baloncesto y campo y pista. José Ignacio, flaco y musculoso, también corría como un galgo y fue campeón de salto con garrocha.
Pero ya había rasgos muy preocupantes en la conducta de Fidel totalmente diferentes a los de José Ignacio. Mientras Rasco era un adolescente respetuoso de las normas y esencialmente prudente, lo que le ganó el reconocimiento de las autoridades escolares, Castro era un tipo temerario capaz de lanzarse a toda velocidad contra una pared montado en una bicicleta para ganar una apuesta, acción que le provocó una conmoción cerebral. Fidel, ya en quinto año de bachillerato, portaba una pistola con la que intimidaba a los estudiantes, arma de la que fue despojado por un horrorizado profesor.
No obstante, ambos eran inteligentes y buenos estudiantes, pero por distintas vías. Rasco porque era metódico, perseverante y estudioso. Fidel, porque tenía una memoria prodigiosa. Como los dos estaban entre los mejores y pertenecían a un club de debates que operaba dentro de la escuela, alguna vez protagonizaron un duelo verbal en el que discutieron un asunto que entonces enfrentaba a la opinión pública cubana: las ventajas de la educación privada frente a la estatal o viceversa.
Curiosamente, a José Ignacio le tocó defender la educación pública y a Fidel la privada. No se trataba necesariamente de establecer quién tenía razón, sino de utilizar el diálogo, la racionalidad y las destrezas oratorias como forma de solucionar los conflictos sociales. Fue la primera vez que el nombre de Castro apareció en los diarios. El periódico Hoy, el de los comunistas, lo insultó por su posición. Nada dijeron, sin embargo, de la argumentación de Rasco.
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