La actuación del músico cubano Roberto Carcassés, pianista y líder del proyecto Interactivo, en la conocida Tribuna Antimperialista, durante el reciente concierto dedicado a cinco agentes cubanos presos en EEUU ha sorprendido a muchos. La improvisación de Carcassés ejemplifica uno de esos "raros momentos de electricidad política" en los que "el guión oculto" (hidden transcript) de los grupos subordinados llega a la arena pública y es "hablado" frente al poder (J. Scott, Domination and the Arts of Resistance: Hidden Transcripts, Yale University Press, 1990).
Un gesto como ese, transmitido en vivo por la televisión, habría sido impensable hace una década, en circunstancias de mayor hegemonía política del Estado. Sin embargo, la politización de la música popular en Cuba es un fenómeno creciente en los últimos años. En la Isla los medios de comunicación y las instituciones están bajo estricto control estatal y el debate sobre temas como los tratados por el músico, están restringidos "al lugar y al momento oportunos", siempre por venir. En consecuencia, las artes, y la música popular en particular, han reemplazado a los medios de comunicación tradicionales en la discusión de temas medulares que son silenciados por el discurso oficial.
Para explicar este proceso, es útil entender a la música popular no como un "reflejo de la realidad" sino como un medio de comunicación que contribuye a la interpretación y construcción de dicha realidad social. La música popular funciona como un medio de comunicación afectivo y eso le permite traducir problemas sociales e ideas políticas al idioma más accesible de la vida cotidiana.
La música popular acompañó a los cubanos en los años difíciles del "periodo especial", cuando apenas circulaban periódicos y las horas de transmisión televisiva eran escasas. Canciones como "La política no cabe en la azucarera" o "Guillermo Tell" del trovador Carlos Varela resumían en un código compartido la crisis generacional y económica que estaba enfrentando el país.
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