LA HABANA, Cuba, mayo, www.cubanet.org -¿Qué harán los cubanos negros y mestizos cuando se enteren de que el régimen decidió nombrar a un Vicepresidente del Consejo de Estado para que supervise la lucha contra el racismo y la discriminación racial en la Isla? ¿Abarrotarán en unas pocas horas la agenda de trabajo de este funcionario, denunciando tantos lastres discriminatorios, potenciados por el mismísimo régimen que le ha encomendado la tarea? ¿O acaso se mantendrán asépticos, como si con ellos no fuera, luego de tantas promesas falsas y de tanto real desengaño?
Ante todo, tendrían que enterarse de esta nueva designación. Pues, haciendo honor a su talante dictatorial, despreciativo hacia el pueblo y manipulador ante la opinión pública del exterior, el régimen no la ha dado a conocer entre los máximos interesados -los cubanos de a pie-, sino que se limitó a enunciarla en el Consejo de Derechos Humanos, de la ONU, mediante el canciller Bruno Rodríguez.
La verdad es que dan lástima los caciques de Cuba. Enredados en sus propias mogollas politiqueras, cada vez que maniobran tratando de sacar la cabeza, terminan enredándose todavía más, como moscas entre la tela de araña.
Si el suyo no fuera –como seguramente es- otro entre muchos nombramientos nominales, sin autonomía ni pizca de poder para decidir nada que no esté previamente cocinado y dictado desde arriba, este flamante vicepresidente encargado de seguir y supervisar la lucha contra el racismo y la discriminación racial en Cuba, debería empezar por buscar en la base, es decir, entre el pueblo, y mediante discusión amplia y democrática, los objetivos priorizados de su función.
¿Estará dispuesto a discutirlos de tú a tú con los cubanos, negros y blancos, pero profunda y pormenorizadamente, sin restricciones, ni controles policiales, ni estrategias partidistas, sin órdenes del día confeccionadas por los ideólogos del comité central del partido comunista y sin presencias intimidatorias en cada asamblea?
Serían tantas las quejas, los reproches y las demandas que esperan por respuestas concretas de parte de este funcionario, que, no digamos ya con una vicepresidencia nominal, ni siquiera con todo un ministerio trabajando a tiempo completo durante 50 años más, conseguirían darle justo curso. No obstante, para no quedarnos en el simple augurio, adelantamos una de esas muchísimas demandas que le esperan, una sola entre decenas, o cientos, o cientos de miles.
Según escribiera el ilustre cubano Juan Manuel Chailloux, en su libro Los horrores del solar habanero, un censo de la vivienda, de 1919, arrojaba la existencia en La Habana de mil 548 casas de solares y cuarterías, ocupadas mayoritariamente por negros y mestizos. Tales tugurios pudieron haber aumentado a 3 mil en la década de los cuarenta, atendiendo el crecimiento poblacional de la ciudad. Sin embargo, hace poco, Patricia Rodríguez Alomá, directora del Plan Maestro para la Revitalización Integral de La Habana Vieja, reconocía que esta zona de la capital tiene hoy alrededor de 22 mil viviendas, y de ellas, la mitad está clasificada en la categoría de ciudadela, cuartería o conventillo.
Por supuesto que la funcionaria se refería sólo a las cuarterías de La Habana Vieja, donde se halla la forma más primitiva de estos tugurios, asentados por lo general en las ruinas de antiguas mansiones que fueron ocupadas por esclavos libertos cuando sus amos decidieron mudarse a otras zonas de la ciudad. De modo que en ese sitio, que es apenas uno de los 15 municipios de la capital, hay 11 mil. Pero la cifra se multiplica hasta el escalofrío cuando repasamos los restantes territorios habaneros y cuando, además, constatamos que los ocupantes de cuarterías y solares siguen siendo, en aplastante mayoría, negros y mestizos.
En Cayo Hueso, apenas un barrio del municipio Centro Habana, hay más de 200 ciudadelas en menos de un kilómetro cuadrado. En Los Pocitos, barrio del municipio Marianao, más de 18 mil. Y en Atarés, uno de los más pequeños barrios capitalinos, hay unas 6 mil. Y conste que no sólo se trata de los mismos barrios marginales heredados por el gobierno revolucionario, en 1959. Tales barrios han crecido en forma alarmante, y surgieron otros de nueva creación, siempre habitados generalmente por descendientes de esclavos. Incluso, en las orillas de la ciudad se ha dado a proliferar un nuevo tipo de villa miseria, compuesta por emigrantes del interior del país, sobre todo de la región oriental.
En el prólogo que escribió para la reedición del libro Los horrores del solar habanero, el destacado historiador (al servicio del régimen) Eduardo Torres-Cuevas refrenda lo siguiente: “Para la década del 50 en La Habana se había incrementado un fenómeno apenas perceptible en los años 30 del siglo pasado: los barrios de indigentes o de “extrema pobreza”. La cifra para 1958 es de 23. En las zonas marginales, viven en condiciones infrahumanas la tercera parte del total de la población de la Ciudad de La Habana, según los cálculos de la encuesta de la Agrupación Católica Universitaria y del libro de Juan M. Chailloux”.
En cambio, hace poco, los medios oficiales del régimen divulgaron la existencia de unas 46 de estas nuevas villas miserias, distribuidas a lo largo de la periferia habanera. La cifra representa justamente el doble de las que se reportaban en 1958.
Claro, podría aducirse que el crecimiento de las ciudadelas, solares y villas miserias resulta más o menos proporcional al auge demográfico. Pero es insostenible el argumento de que el régimen ha enfrentado con eficacia esta tragedia. Y aún mucho menos se justifica, mediante un examen racional, el hecho de que entre los pobladores de tales tugurios continúen primando negros y mestizos.
No existen o no se han dado a conocer estadísticas que permitan un riguroso análisis per se de la evolución económico-social experimentada en las últimas décadas por los cubanos negros y mestizos. Lo que parece seguro, aun cuando no lo reflejen los censos poblacionales, es un elevado aumento en su número, al punto que casi nadie en la Isla duda que hoy sobrepasen por abundante margen la mitad de la población, y muy especialmente en La Habana.
Al mismo tiempo, la capital se ha ido expandiendo. Los planes de edificación desarrollados por el régimen, en tiempos atrás, aumentaron las reservas de vivienda. Tenemos entonces, por un lado, un significativo incremento en la cifra de residentes negros en la capital; y por otro lado, un crecimiento de la ciudad, amparado por los planes gubernamentales. Sin embargo, no hay correspondencia en lo tocante al mejoramiento en las condiciones de vivienda para los negros. Con lo que sí se muestra proporcional el aumento en las cifras de negros y mestizos de La Habana es con la profusión de solares, cuarterías y villas miseria.
El historiador Torres-Cuevas, en su prólogo acerca del libro y de la época de Juan M. Chailloux, comenta:
“Resultaba interesante el hecho de que en la capital se produjo siempre una escapada de las clases altas hacia nuevas zonas sin la presencia de los sectores marginados; pero allí donde creían que felizmente escaparían de la sucia mirada, los alcanzaba el solar. La Habana no tuvo Harlem. Al lado de un palacete en breve tiempo surgía un solar; y en el solar habanero procreó su subcultura. Así, las clases altas y medias creaban nuevos espacios con la esperanza de que las bajas no pudiesen abandonar los antiguos lugares. De La Habana Vieja al Cerro, a La Víbora, al Vedado, a Miramar, al Country, se trasladaba la vivienda palacete, pero detrás iba su sombra oscura, el solar habanero”.
Hoy, es curioso constatar que este fenómeno encontró su freno únicamente bajo el gobierno revolucionario. Pues hasta los barrios de Atabey, Siboney, Kholy y otros que en La Habana simbolizan el poder y la supremacía económica, donde moran la alta jerarquía política y militar, junto a los extranjeros de mayor copete con residencia temporal en la Isla, no ha podido llegar jamás la sombra oscura del solar habanero. Son sitios que se califican como “congelados”, así que no cualquier ciudadano corriente puede habitar en ellos.
Al igual que en otros ejemplos, no hay estadísticas que lo confirmen, pero es patente a ojos vista –y además muy conocido- que en tales barrios resulta excepcional la presencia de residentes negros. En todo caso, los pocos que se ven, ocupan también posiciones de excepción dentro de la nomenclatura estatal.
Entretanto, solares y cuarterías continuaron reproduciéndose, silvestres como el romerillo, pero siempre en los recovecos y en la periferia de la ciudad, lejos de la mirada de ilustres visitantes y donde no inquieten a las buenas conciencias que suelen pasearse en cuatro ruedas sobre avenidas de liso asfalto.
Desde Guanabacoa hasta el Diezmero, desde Mantilla hasta La Güinera, desde el Cerro hasta Pogolotti, en Marianao, hasta El Palenque, en La Lisa, o hasta Las Piedras en San Miguel del Padrón… A propósito, sobre este último sitio, un reportaje publicado por el diario Juventud Rebelde (La Habana sumergida, 3 de agosto de 2008), nos devolvía intacto el lenguaje y aun el tono empleado por Chailloux Cardona en Los horrores del solar habanero, 63 años atrás:
“En Las Piedras –revela Juventud Rebelde-, los vecinos han construido sus casitas con materiales que han recogido en basureros, y los pisos son de tierra. Allí no existen calles, sino trillos. No hay tendidos eléctricos, sino extensas tendederas. Y el agua la obtienen de unas tuberías que pasan a unos metros del “llega y pon”. Así viven cerca de dos mil personas en ese caserío ubicado en San Miguel del Padrón”.
Pues, bien, ahí tiene algo por dónde empezar el flamante Vicepresidente del Consejo de Estado que supervisará el modo en que la dictadura se ha propuesto (mejor tarde que nunca) enfrentar los rezagos de la discriminación racial en Cuba.
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