lunes, abril 29, 2013

Revolución cubana, crítica latinoamericana y academia norteamericana

Duanel Díaz Infante
Entre los muchos visitantes extranjeros que pasaron por la Escuela Vocacional Lenin en La Habana de los años ochenta estaba Fredric Jameson. En uno de sus ensayos más conocidos, "Third-World Literature in the Era of Multinational Capitalism" (1986), Jameson apela a esa experiencia cubana para ilustrar la tesis de que el escritor en el Tercer Mundo es "siempre, de un modo u otro, un intelectual político". Confiesa que nunca sintió más extrañeza sobre la inexistencia del intelectual público en Estados Unidos, que durante un reciente viaje a Cuba, en el que tuvo ocasión de visitar una "extraordinaria escuela preparatoria en las afueras de La Habana".
Para vergüenza suya, vio cómo en ese contexto socialista y tercermundista los jóvenes cubanos estudiaban "los poemas de Homero, el Infierno de Dante, los clásicos del teatro español, las grandes novelas realistas del siglo XIX, y finalmente las novelas revolucionarias contemporáneas cubanas". Según Jameson, en la Isla se estudia, además, el papel del intelectual, "el intelectual cultural que es también un militante político, el intelectual que produce tanto poesía como praxis". Ho Chi Minh y Agostinho Neto, apunta el crítico, antes de añadir otros insignes ejemplos: Neruda, Sartre, Brecht, Du Bois…
Jameson propone que en Estados Unidos también se estudie el papel del intelectual, pero sobre el probado antintelectualismo del régimen cubano nada dice. Irónicamente, la creación de la Lenin, escuela que fungió por dos décadas como vitrina de la educación socialista, fue en alguna medida consecuencia del cierre de otro instituto que sí ofrecía un currículo humanístico parecido al que describe Jameson. Esa otra escuela, el instituto preuniversitario especial Raúl Cepero Bonilla, fue clausurada en 1971, cuando el dogmatismo marxista-leninista se apoderó de la educación y la cultura cubanas. Unos años después, el IPVCE (Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas) V.I. Lenin era inaugurado por Brezhnev, como parte de una campaña de promoción de la cultura científico-técnica en absoluta consonancia con los nuevos tiempos de "amistad cubano-soviética".  
No cabría, desde luego, reprochar a Jameson su desconocimiento de estos hechos, si no fuera por su fervorosa defensa de la política educativa y cultural del castrismo, que no se limitó a aquel ensayo de 1986. Para el gran crítico norteamericano el mejor exponente de una literatura crítica en Cuba es Las iniciales de la tierra, de Jesús Díaz, cuya edición en inglés prologó generosamente en 2006. Allí afirma Jameson que la "crítica de la burocracia es una de las vocaciones centrales y características distintivas de la literatura socialista", cuya función no ha de ser salvaguardar las instituciones existentes, sino participar en el gran proceso colectivo de transformación social mediante la crítica de prácticas y actitudes presentes tanto en la administración como en la vida cotidiana. Y una de las cosas a criticar es ese "serio error político" que fue la prisión de Padilla.
El caso Padilla, mencionado en el prólogo a la novela de Jesús Díaz, y la cuestión de los intelectuales, central en el ensayo de 1986, son desde luego la misma cosa, pero Jameson evita entrar en esa historia de sombras: prefiere ver lo de Padilla como un error, y quedarse con lo luminoso, recordarle a su público norteamericano los estudiantes cubanos discutiendo animadamente sobre la función de los intelectuales.
En otro prólogo a un autor cubano, esta vez una antología en inglés de Roberto Fernández Retamar (Caliban and Other Essays, 1989), Jameson elogió "Calibán" sin advertir siquiera la consecuencia entre ese sobrevalorado ensayo y el caso Padilla. En su opinión, se trata del "equivalente latinoamericano de Orientalismo, de Said".[i]
En el contexto norteamericano, donde el intelectual es prácticamente "una especie extinta", la libertad de decirlo todo estaría garantizada a condición de permanecer dentro de esa suerte de gueto que es la academia, donde las teorías más radicales son producidas y consumidas sin que puedan incidir sobre el mundo exterior. Y es esta incidencia lo que a los ojos de Jameson existe en Cuba, haciendo de la Isla un espacio no ya de "teoría", sino más bien de praxis.
Acá, la ansiada superación de la filosofía burguesa habría comenzado, en tanto no se trata tanto de pensar el mundo como de transformarlo, realizando así la filosofía. Pero esta idea clásicamente marxista se confunde en el discurso de Jameson con otra de raigambre más bien conservadora: en Cuba, como en otros países del Tercer Mundo, no se ha producido la escisión de lo público y lo privado, la conciencia nacional y la psicología individual, que caracteriza a la cultura capitalista de Europa y Norteamérica, afirma el crítico[ii], y no es difícil percibir en semejante elogio del subdesarrollo esa noción fundamental de la historia intelectual del novecientos que es la decadencia de Occidente.  
Acaso sin advertirlo, Jameson reproduce un señalamiento de otro gran profesor norteamericano, el sociólogo C.Wright Mills. Según cuenta Carlos Fuentes, en una visita a México este confesaba  que "la suerte del escritor en ciertos países de América Latina le parecía envidiable". "Cuando la respuesta a la palabra —decía entonces Mills— es la prisión y quizás la muerte, esto quiere decir que lo dicho y lo escrito cuentan" (La nueva novela hispanoamericana). En Estados Unidos, en cambio, el escritor disidente corría el peligro de terminar convertido en estrella de televisión. Esas palabras habían sido dichas, aclara Fuentes, poco antes del decisivo encuentro de Mills con Cuba, que le granjearía la persecución de las autoridades de su país y marcaría el comienzo de una nueva disidencia intelectual en Estados Unidos, agudizada a fines de los sesenta en los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam.  
Revolución, radicalismos, realismo mágico
Que la Revolución Cubana inspiró no poco aquellos variados radicalismos es bien conocido. Baste recordar que en la conferencia de OLAS celebrada en La Habana en agosto de 1967, Stokely Carmichael declaró que los afroamericanos compartían la lucha común contra "White Western imperialist society" (John Gerassi, "Havana: A New International is Born"). Cuba se había convertido en capital de una "nueva Internacional", la de los "condenados de la tierra", que incluía también a los negros norteamericanos. Si décadas atrás la Gran Guerra había contribuido decisivamente a extender la creencia en la decadencia de Occidente, ahora las revoluciones de China, Argelia y Cuba venían a ser el golpe de gracia: "Europa hace aguas por todas partes", proclamaba Sartre en su incendiario prólogo al libro de Fanon.  
En ese contexto marcado por los movimientos de liberación nacional y la crisis del papel revolucionario de la clase obrera en los países desarrollados, se produce una especie de aggiornamento del marxismo; la afirmación de la necesidad histórica de una revolución proletaria que comportaría una superación dialéctica de la sociedad burguesa es desplazada por nociones más o menos reaccionarias: regreso a la pureza del "país natal", anticapitalismo romántico, culto de la violencia… No poco de la fascinación de la guerrilla latinoamericana entre la izquierda radical de la época procede justo de ese hontanar: reléase, por ejemplo, el "Prólogo político" (1966) a la segunda edición de Eros y civilización, donde Marcuse celebra la lucha guerrillera como una rebelión de la potencia vital del cuerpo humano, frente a la creciente tecnificación de la modernidad burguesa.

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