No tiene por qué tenerlo. En La Rinconada todo marcha bien y no escasea nada. Sus hijos y nietos también tienen de todo, y se han diseñado agradables futuros para todos ellos y sus familiares, tanto en Cuba como en el extranjero, para tiempos del postcastrismo. No hace falta precipitarse.
Todo marcha de acuerdo a lo concebido: la sucesión de Fidel Castro se llevó a cabo sin sobresaltos, los hombres de Raúl Castro han copado y ocupado las posiciones fundamentales del poder, desplazando “sin prisa pero sin pausa” a los “fidelistas” que rodeaban al Comandante, y el neocastrismo ha sido establecido ante la vista de todos, aunque muchos no se hayan dado cuenta.
Ahora se pasa a la etapa de diseñar y comenzar a implantar el postcastrismo, para cuando la inevitable biología comience a enviar la barca de Caronte a La Habana continua e irremediablemente: se van creando condiciones para un gobierno “civil”, gente más joven ocupa prácticamente todos los cargos de dirección en ministerios, provincias y municipios, y los paradigmas que comenzaron a modificarse en el neocastrismo se siguen ajustando para la nueva etapa. Ya nadie habla de igualdad o igualitarismo, y aquello de que nadie quedará desamparado resulta cada vez más abstracto y romántico ante el desamparo generalizado de los cubanos, que hace palidecer a las peores acciones del “capitalismo salvaje”.
La reforma migratoria tiene entretenidos a muchos dentro de la Isla y a casi toda la prensa extranjera, que con ello y la venta de casas y automóviles, así como las autorizaciones para disponer de computadoras sin internet y teléfonos celulares, ve reformas de mercado y el espíritu de Deng Xiaoping caminando por La Habana Vieja. América Latina y Europa miran hacia otro lado ante ante los desmanes contra la legalidad y los derechos humanos del gobierno cubano, que en estos momentos ocupa la presidencia pro tempore la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), sin que nadie haya decidido rasgarse las vestiduras por tamaña ignominia.
Después de mucho especular fuera de Cuba sobre la preferencia del régimen por la variante china o la vietnamita, ahora se habla dentro del país, aunque en voz baja todavía, de simpatías por un modelo “autóctono” que mezclaría elementos comprobados del chavismo, como el control de todas las instituciones del Estado, con otros de “la dictadura perfecta” que el PRI estableció durante más de setenta años en México, una especie de variante tropical de la autocracia rusa moderna que encabeza Vladimir Putin en Moscú, pensando en una Cuba donde se permitan elecciones (muy bien controladas) con diferentes candidatos, una oposición “leal”, y hasta alguna prensa (no demasiado) alternativa. Al fin y al cabo, ya Raúl Castro ha dicho, como si fuera un hombre joven y en plenitud de facultades, que no aspirará a la reelección en 2018, cuando tendría 86 años.
Por eso el general puede darse el lujo de decir, como dijo en la más reciente reunión del Consejo de Ministros:
“La magnitud y complejidad de los problemas no permiten que podamos resolverlos de un día para otro. Tenemos que resistir a las presiones de quienes insisten en que debemos ir más rápido”.
Parecería una cuestión filosófica, que tomada fuera de su contexto real no tiene nada ni de alarmante ni de particular: ante problemas complejos, que no se pueden resolver de un día para otro, no hay razón para precipitarse. Cualquier ser racional podría suscribir una declaración como esa, prácticamente en cualquier circunstancia normal.
El problema es que no se trata de circunstancias normales ni mucho menos las que existen en la Cuba de los Castro, y además no se pueden olvidar aspectos fundamentales estrechamente vinculados a la situación; en un país que el mismo dictador ha definido que marcha por el borde del abismo, y que con posterioridad a tal declaración no ha dado muestras de avances que le permitan alejarse de ese precipicio, sino más bien todo lo contrario, ante las festinadas y triunfalistas declaraciones oficiales son perfectamente válidas algunas preguntas como las siguientes, aunque no son todas las que ameritan las declaraciones de Raúl Castro:
· ¿Están adecuadamente identificados esos problemas, sus causas y sus consecuencias?
· ¿Quiénes fueron los que crearon todos esos problemas de tal magnitud y complejidad que ahora necesitan tanto tiempo para que se puedan resolver?
· ¿Qué relación existe entre las personas que en su momento crearon tales problemas y las que ahora se presentan como las encargadas de resolverlos?
· ¿Qué garantías realistas existen de que tales problemas se puedan resolver en plazos prudenciales?
· ¿Cuáles son los planes y programas específicos que se han elaborado para resolver tales problemas?
· ¿Qué se está haciendo en estos momentos para solucionar tales problemas?
· ¿Cuándo se resolverán definitivamente?
Naturalmente, es evidente que ni Raúl Castro, ni el Consejo de Ministros, ni el Buró Político del Partido, ni eso tan amorfo y abstracto que se quiere llamar “la dirección de la Revolución”, y que al fin y al cabo resulta una sumatoria de ineptos, impotentes y fracasados, tiene respuestas serias para las preguntas anteriores, porque si de verdad las tuvieran no serían ellos los que se las estuvieran planteando, pues hace mucho tiempo que ya están de más en el país.
Y no caigamos en la trampa fundamental que se esconde en la retórica triunfalista de la propaganda oficial y de sus personeros: no perdamos de vista que la frase “Tenemos que resistir a las presiones de quienes insisten en que debemos ir más rápido” oculta varios aspectos fundamentales, entre los que cabe destacar:
· ¿Cuál es la velocidad adecuada para la situación?
· ¿Quién y cómo determinó cuál era esa velocidad adecuada?
· ¿Si tal velocidad adecuada no se conoce, cómo se puede presionar para andar más rápido?
· ¿Quiénes son los que establecen esas “presiones” insistiendo en ir más rápido, y que tanto molestan al general?
Si analizamos las cosas con un poco más de detalle veremos resultados interesantes.
La información sobre la referida reunión del Consejo de Ministros que fue publicada en el periódico “Granma” y reproducida por el resto de la “prensa” en el país, cuenta con un total de 935 palabras, a pesar de las cuales lo que se dice es realmente muy poco y sin que tenga mucho sentido, desde el titular de la supuesta información hasta las últimas líneas.
Los supuestos avances del régimen
La información en el titular es un contrasentido: según Raúl Castro, “avanzamos a buen ritmo a pesar de los obstáculos”. Sin embargo, valdría preguntarse: ¿Quién avanza a buen ritmo? ¿El país? ¿El gobierno? ¿La nomenklatura? ¿La burocracia?
¿Tendrán esa misma sensación de avance las decenas de miles de cubanos que viven en míseros y promiscuos albergues colectivos en todo el país desde hace muchos años, sin que se vean soluciones para sus problemas de vivienda? ¿O quisieran que se avanzara más rápido?
¿Tendrán esa misma sensación de avance los millones de cubanos que dependen del ridículo salario que el gobierno les paga y que no les alcanza ni siquiera para poder comer dignamente durante la mitad del mes? ¿O quisieran que se avanzara más rápido?
¿Tendrán esa misma sensación de avance los cientos de miles de desempleados que pululan de arriba abajo por todo el país sin encontrar la más mínima posibilidad de ganar honradamente el sustento para su familia? ¿O quisieran que se avanzara más rápido?
¿Tendrán esa misma sensación de avance las decenas de miles de componentes de la población penal del país, en su aplastante mayoría negros y mulatos, que han convertido a Cuba en el sexto país del mundo por la densidad por habitantes de su población penal? ¿O quisieran que se avanzara más rápido?
¿Tendrán esa misma sensación de avance los miles de estudiantes que no pueden acceder a carreras universitarias de su preferencia, o a ninguna carrera universitaria, por el desastre educacional creado en el país, y por la falta de profesores de mediana calidad? ¿O quisieran que se avanzara más rápido?
¿Tendrán esa misma sensación de avance los millones de cubanos que sufren el deterioro generalizado de las instalaciones de salud pública en el país, la falta de medicamentos e instrumental sanitario, y pasan meses y meses esperando para poder realizar una prueba médica o un procedimiento necesario para mejorar la salud? ¿O quisieran que se avanzara más rápido?
¿Tendrán esa misma sensación de avance los cientos de miles de cubanos que diariamente pasan horas esperando por los ómnibus en las calles o por los ferrocarriles en las estaciones, y que muchas veces tienen que recurrir a bicicletas o tracción animal, o a interminables caminatas, para transportarse a su trabajo o por cuestiones personales? ¿O quisieran que se avanzara más rápido?
¿Tendrán esa misma sensación de avance quienes han recibido tierras en usufructo, pero no cuentan con un mercado mayorista para obtener aperos de labranza, semillas, y productos químicos para fertilizantes y pesticidas? ¿Esos que cuando logran, después de miles de dificultades, sus precarias cosechas, dependen de los organismos estatales de acopio para la comercialización, organismos a los que no les interesa que los productos lleguen a la población? ¿Esos que no pueden criar animales por no poder construir cercas que protejan las tierras que recibieron en usufructo. ¿Esos que temen que si mejoran demasiado esas tierras o crían demasiados animales, el Estado les quite el producto de su esfuerzo y su trabajo? ¿O quisieran que se avanzara más rápido?
No parece demasiado fácil que los cubanos anteriormente referidos tengan la misma sensación de avance que muestran Raúl Castro y el periódico “Granma”, órgano oficial del partido comunista cubano. Al fin y al cabo, y ya lo dijo Karl Marx, el hombre piensa de acuerdo a como vive, y no es lo mismo el Nuevo Vedado que La Timba, ni La Playa de Matanzas que La Cumbre. De manera que no tienen por qué pensar igual los cubanos de a pie que los que van a las reuniones del Consejo de Ministros en BMW, Mercedes Benz, Audi, Hyundai, Lada o cualquier otro vehículo “imperialista”.
Las directivas del general
Si no fuera tan trágico por todo lo que representa, daría risa lo que destaca “Granma” en su primer párrafo de la supuesta información sobre la reunión del Consejo de Ministros, cuando se refiere a las tareas fundamentales a llevar a cabo. Según las propias palabras de Raúl Castro a los participantes en la reunión, los exhortó:
· A pensar y repensar cada cosa que hagamos
· A chequear periódicamente todas las medidas para corregir posibles errores
· A no detenernos a pesar de los obstáculos que puedan surgir.
¿De dónde salieron tales brillantes y profundas disposiciones? ¿Del manual de pioneros? ¿De directivas de la organización de los boy-scouts? ¿De un libro de recetas de cocina? ¿De una revista de modas o de asuntos del corazón?¿Es necesario ser general de ejército, presidente del Consejos de Estado y de Ministros, y Primer Secretario del partido comunista cubano para dar instrucciones que resultan del más elemental sentido común en cualquier actividad que se pueda llevar a cabo en cualquier momento de la vida y en cualquier lugar del mundo por cualquier persona?
Piense el lector cualquier cosa que vaya a hacer en su vida, sea más o menos elemental o más o menos complicada: estudiar para un examen, preparar una comida, ir desde su casa hasta un hospital, construir una cerca o un camino, irse a pescar, aprender a bailar: es elemental que, en cualquier situación, debe pensar una y otra vez lo que se vaya a hacer, chequear continuamente como avanza lo que se pretende hacer para eliminar posibles errores, y no amilanarse por las dificultades que puedan surgir, buscando la mejor manera de superarlas para continuar la marcha.
Y todo eso lo hacemos todos, todos los días, sin tener en nuestros hombros cuatro estrellas de general ni arrastrar una retahíla de títulos y cargos que a fin de cuentas no hacen a la persona ni más inteligente ni más decente. Ni tampoco necesitamos titulares de periódicos ni aplausos de focas amaestradas para hacerlo.
Pero en el gobierno cubano en el último medio siglo, lamentablemente, hay una seráfica e inagotable capacidad para convertir las oportunidades en problemas, y para transformar en difíciles las cosas más sencillas, como lograr que cada cubano pueda almorzar y comer todos los días, o que se pueda tomar un vaso de leche diario. Un sencillo vaso de leche, y no un vaso colosal, parafraseando a Nicolás Guillén.
Por eso “Granma” considera importante y que merecen un titular y un “lead” periodístico (encabezamiento, primer párrafo) las simplezas del general, entre otras cosas porque no hay muchos más en su entorno que se atrevan a decir algo diferente, no por incapacidad, que no es generalizada ni mucho menos, sino por temor, que sí es absoluto: no olvidemos que se trata del país de la unanimidad y la hipocresía por sobre todas las cosas, y donde todo disenso está prohibido y reprimido, aunque se jure lo contrario.
Otros temas
Toda la información en la “prensa” sobre la reunión continúa moviéndose entre lo que se habló de manera enrevesada y algunas de las boberías que se dijeron. Así se mencionan conceptos esotéricos, sinuosos y ridículos, tales como “desacelerar el crecimiento de las importaciones”, “perfeccionar el desempeño de las diferentes actividades”, “explotar las reservas de eficiencia que aún existen en nuestra economía”, o “la necesidad de incrementar los niveles de producción de alimentos utilizando como fuente el ahorro que se obtenga de no importarlos”.
Una de las formas más “inteligentes” que se propone el gobierno para mejorar sus magros ingresos es el aumento de la recaudación de impuestos, es decir, lo mismo que se les ocurría a los emperadores en la antigüedad o a los señores feudales en la Edad Media cada vez que andaban cortos de recursos, que era más o menos casi siempre. A pesar de que en la reciente reunión del consejo de ministros del gobierno cubano se habló de eficiencia, perfeccionamiento y todo lo demás, la verdadera acción a la que se le dedicará un gran esfuerzo es a esquilmar al máximo posible a los trabajadores y las empresas para poder seguir manteniendo los absurdos planes y proyectos de espaldas a las realidades, y a cebar a la inútil burocracia y a los parásitos de la nomenklatura.
Distribución de las ganancias de las empresas
Algo a lo que el mismo Consejo de Ministros no le dio demasiada atención, pero que enseguida alborotó a algunos corresponsales extranjeros acreditados en La Habana -y comenzaron a reproducirlo inmediatamente- fue el anuncio de la Ministra de Finanzas y Precios. Recuérdese que en Cuba hay un ministerio que se encarga de ponerle precios a casi todos los productos en el país, desde fábricas, laboratorios, aviones y automóviles, pasando por biotecnología, penicilina, condones, libros, zapatos, cemento, pintura y bicicletas, hasta cebollas, arroz, frijoles, ajíes y papas.
La ministra habló sobre temas relativos a los mecanismos y procedimientos que se establecen para la distribución de ganancias de las empresas y la posibilidad de estimular a los trabajadores por esta vía. Decía el periódico del partido comunista:
“…la Titular informó que, teniendo en cuenta el Lineamiento 19 aprobado por el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, las empresas, a partir de las utilidades después de impuesto, cumplidos los compromisos con el Estado y los requisitos establecidos, podrán crear fondos para el desarrollo, las inversiones y la estimulación a los trabajadores.
De esta forma explicó que, para respaldar su desarrollo, las empresas retendrán hasta el 50 % de la utilidad después de impuestos. Estas cifras podrán entonces destinarse a incrementar el capital de trabajo, a las inversiones, al desarrollo, las investigaciones y la capacitación, así como, a pagar a los trabajadores por los resultados”.
Lo que, traducido a lenguaje puro y llano significa que las pocas empresas estatales que obtengan ganancias deberán, antes que todo, pagar sus impuestos al Estado de acuerdo a las normas establecidas. Hasta aquí, algo que sucede en todos los países serios del mundo.
Posteriormente, de lo que quede a la empresa después de pagar sus impuestos, deberá destinar el 50%, es decir, la mitad, como aporte al presupuesto, o sea, transferir al Estado la mitad de las ganancias que le queden después de pagar los impuestos: ya esto no es lo normal en todos los países serios del mundo, sino es una práctica del “socialismo real”, que llevó al fracaso a todas las economías nacionales donde se estableció.
Finalmente, el 50% restante queda supuestamente en manos de la empresa, que podría destinar esos recursos -sin necesidad de permisos de las instituciones superiores, o al menos eso es lo que se supone- para incrementar el capital de trabajo, realizar inversiones de interés para la empresa y que no se lleven a cabo de manera centralizada, llevar a cabo actividades de investigación y desarrollo -en la medida que sea posible con tan limitados recursos-, organizar procesos y sistemas de capacitación para sus trabajadores y se supone que también para sus directivos, y premiar de alguna manera a sus trabajadores, en lo que se llama pago por los resultados.
Como es elemental, se puede ver que lo que quedará para pagar a los trabajadores por los resultados no puede ser mucho dinero, pues sería solamente una parte de la mitad de las ganancias que quedan a la empresa después de pagar sus impuestos, parte que deberá compartirse entre incrementos de capital de trabajo, inversiones, investigación y desarrollo, capacitación y estimulación a los trabajadores.
Para quienes se babean con esa información y comienzan a hablar de “profundización de las reformas”, sería bueno recordarles que tales medidas venían de las supuestas “reformas económicas” de los soviéticos en la década de los sesenta del siglo pasado.
Tales “innovaciones” ya fueron aprobadas anteriormente en Cuba durante el primer congreso del partido comunista en 1975, y comenzaron a aplicarse a partir de 1976, para ser posteriormente extirpadas de raíz en el llamado “proceso de rectificación de errores y tendencias negativas” lanzado por Fidel Castro en 1986 con la intención de castrar todas las eventuales reformas económicas que se contemplaban en los acuerdos de su propio partido, y que llevó al piso y al desastre a la economía cubana mucho antes de la caída del Muro de Berlín y la desaparición de los subsidios, del imperio soviético y del llamado “socialismo real”.
¿Sería en tales barbaridades y sus desastrosas e irreversibles consecuencias a largo plazo en lo que estaba pensando Raúl Castro cuando dijo en esa reciente reunión del Consejo de Ministros que “La magnitud y complejidad de los problemas no permiten que podamos resolverlos de un día para otro”? Imposible saberlo. Habría que preguntárselo a él. Y no debe tener tenga mucho interés en responder una pregunta como esa.
La joya de la corona
Sin embargo, la joya de la corona, la guinda del pavo, o para decirlo en cubano simple, la tapa del pomo, junto con los encabezados de la información en “Granma”, son los dos párrafos finales, con lo que cierra la información:
“Al término de la reunión, Marino Murillo Jorge, jefe de la Comisión Permanente para la Implementación y Desarrollo, propuso al Consejo de Ministros la aprobación del primer grupo de 126 cooperativas no agropecuarias que comenzará a funcionar próximamente.
Estas nuevas formas de gestión -señaló-, se iniciarán en 111 mercados agropecuarios; cinco estarán asociadas a servicios de transporte de pasajeros; seis a servicios auxiliares del transporte; dos para el reciclaje de desechos y 12 relacionadas con actividades de la construcción”.
No hay que analizar ahora a lo que se destinan las nuevas cooperativas no agropecuarias que se establecen con carácter experimental, en lo que parece una distribución absurda y poco relacionada con las verdaderas necesidades del país. Eso podría y debería ser en otro momento.
Basta ahora con prestar un poco de atención a las cifras que se manejan en esos dos párrafos finales de la información publicada por “Granma” para darnos cuenta de algo muy elemental:
Se hace referencia a 126 cooperativas. Sin embargo, a partir de esa misma información, y sumando las 111 que se crearán en mercados agropecuarios, 5 asociadas a servicios de transporte de pasajeros, 6 a servicios auxiliares, 2 para reciclaje de desechos, y 12 en actividades de construcción, tenemos una cifra diferente: 111 + 5 + 6 + 2 + 12 = 136, no 126.
¿Quién no sabe hacer su trabajo, o quién tal vez no sabe contar? ¿El Jefe de la Comisión Permanente para la Implementación y Desarrollo, un graduado universitario que además es miembro del buró político del partido y vicepresidente del consejo de ministros? ¿O serán sus asesores?
¿O acaso la responsabilidad por esta información errónea recae sobre el periódico “Granma” y sus inefables “periodistas” de pacotilla que reportan esta información, que de seguro fue revisada y contra-revisada durante cuarenta y ocho horas para obtener su aprobación antes de que pudiera ser publicada?
Al mejor escribano se le va un borrón, es cierto. Pero se supone que en los gobiernos serios y en los periódicos serios no haya escribanos haciendo un trabajo tan importante que implica pedir autorización para algo a una reunión de un consejo de ministros, o publicar informaciones que serán copiadas y reproducidas inmediatamente por todos los órganos de “prensa” del país. Aunque para eso habría que suponer que el gobierno cubano es serio, y que “Granma” es un periódico serio, y ninguna de las dos afirmaciones podrían ser axiomáticas, sino más bien todo lo contrario.
En estas condiciones de desastre, estulticia y mediocridad, es posible que un dictador como Raúl Castro no sienta el más mínimo apuro y llame a “resistir las presiones” de quienes desean andar mucho más rápido. Él prefiere, sin duda alguna, aquello de “sin prisas pero sin pausas”
Los cubanos de a pie, sin embargo, tienen prisa. Mucha. Porque llevan cincuenta y cuatro años esperando que se resuelvan los problemas, las soluciones no aparecen, y el país se cae a pedazos diariamente, mientras viven abrumados por las dificultades y frustrados por la ineptitud e incapacidad de un gobierno que no es capaz de garantizar ni siquiera que las informaciones que publica el órgano oficial de su partido no expresen idioteces.
Si Raúl Castro no desea apresurarse, allá él. Sin dudas, debe tener derecho a adoptar esa posición, o al menos autoridad para asumirla.
Sin embargo, lo mejor que podría hacer entonces sería echarse a un lado y dejar pasar, sin interrupciones, a quienes no forman parte de la corte real y tienen realmente apuro para salvar a la nación cubana y salvarse a sí mismos y a sus descendientes antes de que ya resulte demasiado tarde para conseguirlo.
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