De interés el post de Achy Obejas sobre la visita de Jay-Z y Beyoncé a La Habana. Al menos tiene bastante más interés y ¡sobre todo ritmo! que la Open Letter que el primero echó a rodar esta mañana.
AO esgrime ahí el argumento de la ineficacia del embargo. Es un argumento que permanece enhiesto, pero con la ropa hecha jirones, de viejo. (¿Girones?) «¡Levántenlo por inocuo!», claman quienes ven en él a un rey desnudo. Yo creo desde hace mucho tiempo que a estas alturas el embargo o es token o es oportunidad redundantemente perdida. Y siempre da mayores réditos una moneda de cambio que un cambio sin réditos.
Hay algo, sin embargo, que me parece todavía más siniestro en ese paisaje de la permisibilidad de los viajes a Cuba desde EE.UU. que describe AO. Díganle siniestro o risible o absurdo o wtfaquesco. A saber, la circunstancia de que todo norteamericano que desee viajar a Cuba ha de solicitar una licencia que eleve su viaje a la categoría de «intercambio cultural». O religioso…
Para recibir una de esas licencias, que parece ser se conceden con munificencia, los turistas (o las agencias que los llevan al parque temático) han de convertirse de repente en «activistas culturales» o antropólogos aficionados y mostrar un programa que incluya visitas a entidades gubernamentales cubanas: hospitales, escuelas, etc., donde sus guías les cantarán las bondades de la revolución a ritmo de rap-propaganda. De hecho, el gobierno de los EE.UU. prohíbe a sus ciudadanos que viajen a Cuba como turistas, salvo y solo salvo que se avengan a someterse a la propaganda castrista. Es una suerte de «si vas a broncearte a Varadero o a pasear por la Habana Vieja y Trinidad, no; pero si vas a que unos entrenados ñángaras te expliquen las bondades de la revolución, entonces aquí tienes tu licencia y dale a ser intoxicado».
No se veía situación más absurda desde que… No se me ocurre nada, no, de tan endemoniadamente absurda que es.
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