Las noticias y los rumores sobre la salud de Hugo Chávez se incrementaron dramáticamente en los últimos días. Casi todos ellos coincidían en un agravamiento del estado presidente venezolano, aquejado por las secuelas de un terrible cáncer contra el que venía luchando desde hace bastante tiempo. Finalmente llegó el titular de su muerte, sobre la que tanto se había especulado últimamente, favorecido por la opacidad de la política de comunicación del gobierno venezolano. Sin embargo, no es éste el momento de hacer un balance de la labor de Chávez en el gobierno, sobre la que existen visiones encontradas y demasiados aprioris, sino de efectuar otro tipo de valoraciones. El objetivo de estas líneas es otro muy distinto y tiene que ver más con el futuro que con el pasado y el presente, un futuro que ya ha comenzado a escribirse en Venezuela y en el resto de América Latina. En torno a ese futuro son muchas las preguntas que se pueden plantear, comenzando por la de si habrá un chavismo sin Chávez, y si se mantendrá en una parte del continente el influjo de la llamada revolución bolivariana. En línea con los dos interrogantes anteriores encontramos la cuestión que preside estas líneas: estamos ante el nacimiento de un nuevo político en la región, equiparable al mito bolivariano, o, por el contrario, tras un tiempo prudencial comenzará a eclipsarse la figura de quien ha sido unos de los principales referentes del populismo antiimperialista latinoamericano.
La nueva coyuntura creada por la muerte de Hugo Chávez nos muestra a la oposición venezolana en baja forma. Tras dilapidar en su momento los buenos resultados de la anterior elección presidencial no ha encontrado la forma necesaria para enfrentarse al oficialismo, que tiene buenas posibilidades de volver a imponer a su candidato en los próximos comicios. Precisamente esta situación es la que puede comprometer el futuro del chavismo en Venezuela, responsabilizado de gestionar una situación cada vez más complicada, con unos efectos de la devaluación hasta ahora bastante atenuadas.
La gran mayoría del pueblo venezolano, el mismo que fue rescatado del olvido y de la postración social por Chávez, le perdonaba una y otra vez los fallos y los errores que podía cometer. Esto se observa en la gran tolerancia demostrada frente al deficiente estado de la seguridad ciudadana y los altos índices de criminalidad, a los problemas de desabastecimiento, a la elevada inflación o a otras cuestiones igualmente graves. Sin embargo, de esa paciencia no podrán beneficiarse sus sucesores. El carisma y la gran habilidad política de Chávez son únicos e intransferibles. Por tanto, el futuro del chavismo dependerá tanto de la labor de quienes tomen el relevo en el palacio de Miraflores como de la capacidad de la oposición para no cometer errores garrafales que permitan la victimización del proyecto bolivariano.
Lo que ocurra fronteras afuera de Venezuela será otro cantar. En primer lugar por el interés estratégico que Cuba tiene en la evolución del proceso bolivariano y su gran dependencia energética. En segundo lugar porque habrá que ver que ocurre con el ALBA, ya carente de la impronta y del fuerte liderazgo que Chávez le otorgaba. Si bien Rafael Correa, Evo Morales o Cristina Fernández intentarán mantener vivo el proyecto, no sólo será complicado reemplazar a Chávez, y su estrecha relación con Fidel Castro, sino también suplir el constante flujo de los petrodólares venezolanos, vitales en la expansión del bolivarianismo por toda la región.
Chávez había sido único en la elaboración de un relato nacionalista y antiimperialista y habrá que ver si sus sucesores son capaces de mantenerlo. Lo demostrado hasta ahora habla de grandes dificultades en el empeño. Si bien desde los centros neurálgicos de la propaganda cubano venezolana ya se está trabajando para construir un nuevo mito político, equiparable a las figuras de Simón Bolívar o del Che Guevara en tanto constructor de la revolución continental, no es con el recurso de presentar a un Chávez asesinado por el imperialismo y la oligarquía como se podrá avanzar en este sentido.
El discurso dominante hasta la fecha, que presentaba al comandante bolivariano luchando contra un cáncer persistente, pese a la inexistencia de pruebas fehacientes de su naturaleza exacta, no condice con la idea de un complot o una conspiración finalizada en asesinato. Es obvio que en el corto plazo el chavismo tiene todas las cartas a su favor para imponerse en Venezuela, pero su capacidad de permanencia dependerá mucho más de sus propios éxitos que de los errores ajenos. De ellos se benefició Hugo Chávez en su día, pero ese momento histórico ya ha pasado.
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