En febrero de 2000, el London Review of Books publicó un reportaje sobre Hugo Chávez de Richard Gott. Para el periodista y escritor inglés —Guerrilla Movements in Latin America y Land Without Evil eran dos de sus libros publicados, al que pronto se uniría In the Shadow of the Liberator: The Impact of Hugo Chavez on Venezuela and Latin America, que preparaba entonces— el presidente venezolano era una especie de asidero, que le permitía describir una alternativa al modelo neoliberal en Latinoamérica, al tiempo que reconocía que la economía venezolana se encontraba en un estado tan “lamentable como el existente cuando Chávez tomó el poder”.
Ya para entonces Chávez abrigaba planes económicos y sociales irreales, que le gustaba explicar a periodistas extranjeros dispuestos a escuchar con entusiasmo. Uno de ellos, descrito por Gott, tenía como objetivo revertir el flujo migratorio del campo a la ciudad en Venezuela, la intención de que quienes apenas sobrevivían en las villas miseria que rodean Caracas se trasladaran a idílicas zonas rurales —no importaba si en ese momento eran zonas áridas y despobladas— y dieran comienzo a una nueva vida, dedicados a la agricultura o a talleres artesanales.
En un gesto que evidenciaba su mimetismo con Fidel Castro, Chávez invitó al periodista a un recorrido por algunas de aquellas áreas que ya estaban haciendo futuro. El articulista de The Guardian, escritor de izquierda y con debilidad por los caudillos —”con frecuencia los escritores han sido susceptibles a los encantos de los hombres fuertes representantes del radicalismo en Latinoamérica, y no soy una excepción”—, pero no al grado de pasar por tonto, anota una escena: el gobernante venezolano hace una pregunta al supervisor de un asentamiento cercano a la frontera colombiana, y el periodista logra transmitir el terror del entrevistado.
Lo que no consigue es señalar que luego que el caudillo parta y el susto pase todo seguirá igual, y así será una y otra vez a pesar de los castigos y los encarcelamientos; que los proyectos económicos de este tipo están destinados al fracaso, como lo demostró Cuba.
Chávez también pregunta por los propietarios de los terrenos que rodean al lugar y se responde a sí mismo: “Sé que hay muchas personas que son propietarios de terrenos aquí que en la realidad viven en Miami o en Londres. Debemos expropiarlos. La nueva constitución nos permite hacerlo. Pero por supuesto que pagaremos por ello”. Como empeñado en que la palabra “expropiación” recorra de nuevo Latinoamérica.
Desde sus inicios, el plan de recolonización de Venezuela con sus propios pobladores estuvo destinado al fracaso por dos razones fundamentales. Una política y otra económica. El poder de Chávez se apoyaba fundamentalmente en los integrantes de la marginalidad urbana. Obligarlos a marchar al campo sólo era posible de lograr mediante una dictadura férrea, pero que al mismo tiempo significaba una pérdida de votantes en unas elecciones que aunque viciadas siempre estuvieron lejos de la farsa electoral cubana.
La segunda razón resultó aún más poderosa que la primera. Aunque el traslado se llevara a la práctica mediante la coerción, el proyecto de lograr el desarrollo por medio de pequeños talleres, áreas agroindustriales y parcelas de autoconsumo —enfocado hacia un consumo interno de sustitución de importaciones y una vuelta a los cultivos indígenas— estaba condenado al fracaso, como ocurrió en Cuba y en otros países.
Después de más de 14 años de gobierno, Chávez deja a Venezuela más dependiente que nunca de las exportaciones, para cubrir las necesidades básicas de la población, y del petróleo. Expropiaciones agrícolas, controles y restricciones solo han servido para disminuir la producción nacional, que siempre ha sido deficiente.
Además de un culto idólatra por la figura de Simón Bolívar, Chávez siempre se vanaglorió de recurrir a Simón Rodríguez —el maestro de Bolívar— como uno de sus guías ideológicos: Incluso mandó a reimprimir los trabajos del educador. Sin embargo, más allá de su importancia histórica y anecdótica, las ideas económicas del maestro bolivariano carecen de valor en la actualidad y son obsoletas a la hora de fomentar la mejor estrategia para el desarrollo. Rodríguez planteó que Hispanoamérica “debe ser original”. Eso suena muy bonito en las alocuciones y los discursos, pero la realidad demuestra que el enorme potencial económico de Japón y los países asiáticos debe más a una imitación servil que a la búsqueda de una originalidad caduca. Por otra parte, el único logro económico de Chávez fue mantener controlada la tubería del petróleo. Pero con ello demostró más astucia de tendero que sagacidad de estadista.
Una figura anacrónica
Chávez surgió como un anacronismo, pero con posibilidades de triunfo en un presente sin buenas perspectivas de futuro. Su definición mejor era que desafiaba la corriente neoliberal en Latinoamérica, que ya a finales de los noventa comenzaba a dar muestras de insuficiencia pero que aún no apuntaba al fracaso.
Mientras los neoliberales afirmaban que los largos y tediosos años de proteccionismo económico, ideas izquierdistas y economía controlada no habían logrado la riqueza y el bienestar del ciudadano, Chávez gritaba lo contrario: una vuelta al pasado.
Su discurso monótono cautivó lo suficiente para lograr cambios radicales con un amplio apoyo popular. Para explicar el fenómeno se puede argumentar que en Venezuela el 85 por ciento de la población vivía en la pobreza, mientras era uno de los países más ricos del mundo en recursos naturales: petróleo de sobra, 3,000 kilómetros de costas caribeñas sin explotación turística, oro y piedras preciosas en abundancia y tierras fértiles.
El militar convertido en mandatario llegó al poder denunciando el nepotismo, la malversación, el despilfarro y la injusticia como las causas de la crisis. Su denuncia no era original pero tampoco carecía de certeza. Sólo que en vez de dedicarse a gobernar con honestidad, emprendió una aventura política donde no solo se ha vuelto ha repetir el nepotismo —basta mirar la repartición de cargos entre los familiares del propio Chávez y su círculo más cercano—, el clientelismo define la vida nacional y la figura del agente político o burócrata rentista está convertida en ideal y esperanza. Comenzó repitiendo un discurso autócrata y terminó tan embriagado de sí mismo que pasó de las palabras a los hechos y a las órdenes dictatoriales.
No es que el gobierno de Hugo Chávez no redujera la pobreza. Al contrario, ese fue uno de sus mayores logros nacionales.
Venezuela es el segundo país de América Latina donde más se ha reducido la pobreza en los últimos 12 años, detrás de Ecuador, que entre 1991 y 2010 la redujo en 26,4 %, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
En 2010, el 27,8 % de los 29 millones de venezolanos vivían por debajo de la línea de pobreza. Cuando el presidente Chávez llegó al poder en 1999, era el 49,4 %.
Pero esta disminución no ha obedecido a un programa de justicia social con una sólida perspectiva, sino a un aumento de los ingresos laborales.
Esto implica algunas desventajas para los venezolanos. Además de utilizar los aumentos salariales como instrumento para ganar votos, hace que la economía doméstica dependa de un nivel de ingresos que a su vez está determinado por los ingresos del Estado. Es decir, de la riqueza petrolera y en especial del precio del crudo en el mercado.
En este sentido, en noviembre del pasado año la Cepal informó: “La República Bolivariana de Venezuela registró un leve incremento de sus tasas de pobreza e indigencia, de 1,7 y 1,0 puntos porcentuales respectivamente.
El reporte del organismo advertía que entre 2010 y 2011 el porcentaje de hogares venezolanos cuyos ingresos no cubren la canasta básica, pasó de 27,8 % a 29,5 %. Igual ocurrió con el indicador de indigencia o pobreza extrema, de tal manera que la proporción de familias cuyas asignaciones monetarias no alcanzan para atender los gastos de alimentación, varió de 10,7 % a 11,7 % del total de hogares venezolanos.
Aunque el aumento esta muy ligero. Las causas que habían llevado al mismo sí resultaban alarmantes.
La Cepal señalaba que una de las razones por las cuales aumentó la pobreza en Venezuela se debían al hecho de que en el país se registró una caída del ingreso medio de la población en términos reales, es decir, al tomar en cuenta la inflación.
Por supuesto que estas cifras han aumentado luego de la última devaluación.
Hay que tener en cuenta además que, de acuerdo con datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), en 2009 la inflación en Venezuela alcanzó el 28 %, la segunda más alta del mundo después de la República Democrática del Congo (el gobierno la había estimado aproximadamente en 18 %). Y en el 2010, para efectos del Presupuesto el Gobierno estimó una inflación del 22 % (cálculos hechos en noviembre 2009).
Todo lo anterior indica que, con independencia de si el poschavismo o la oposición logran el triunfo electoral, y lo más probable es que sean los primeros, el futuro económico y social del país no es muy promisorio.
Ahora bien, lo que termina con Chávez es el sendero en que confluían los errores de Chávez y los venezolanos. Los segundos tenían la justificación del hambre y la injusticia de una época anterior, mientras el primero se perdió en un afán de poder que satisfacía mediante el sainete político: Chávez llegó a ser el caudillo prodigioso que torcidamente los pobres anhelaban, sin abandonar su naturaleza de fantoche de turno. A partir de este momento, los senderos se bifurcan y no bastarán el fanatismo y la torpeza.
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