sábado, marzo 02, 2013

¿Hacia donde apunta Raúl Castro?/ Alvaro Vargas Llosa

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El nuevo vicepresidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel (der.), escucha al mandatario Raúl Castro en la sesión final de la Asamblea Nacional, en La Habana, el pasado 24 de febrero. Castro aceptó un nuevo término de cinco años al frente del gobierno.
Por Alvaro Vargas Llosa
La confirmación por parte de Raúl Castro de que sólo ejercerá la Presidencia cubana durante un quinquenio más y el nombramiento de Miguel Díaz-Canel, de 52 años, como delfín oficial del régimen han cosquilleado la imaginación de medio mundo. Las conjeturas más aladas hablan de una reforma política que podría desembocar en la transición democrática; otras, más a ras del suelo, hablan de una reorganización para afianzar a Raúl Castro frente al poder que todavía ejerce su hermano desde el mito jubilatorio.
Aunque ya sabemos que los acontecimientos tienen una tendencia rebelde y toman caminos muy distintos de los previstos por quienes creen dominarlos (allí está Gorbachov, por ejemplo), todas estas conjeturas tienen poco fundamento. Lo que Raúl está haciendo -y lo está haciendo con la autorización minuciosa de Fidel, que lo acompañó en la proclamación del inicio de su segundo período en la Asamblea Nacional- es tratar de garantizar la continuidad del régimen. Esto es algo que, dada la realidad de que la vieja guardia de la Sierra Maestra es octogenaria, exige organizar las cosas de modo que, una vez fuera del escenario, los Castro y su Revolución puedan seguir gobernando.
¿Cómo se logra eso? Esencialmente, garantizando que el Partido Comunista siga ejerciendo el control sin que la ausencia de la vieja guardia provoque una guerra fratricida en el régimen, el surgimiento de un ala democratizadora en su interior o un debilitamiento que dé pie a una oposición capaz de lograr lo que lograron Solidaridad en Polonia o Carta 77 en Checoslovaquia: saltar de la aparente insignificancia al poder.
Anunciar que no seguirá siendo residente de los Consejos de Estado y de Ministros después de 2018 y legitimar como “número dos” a un comunista ortodoxo y disciplinado dos generaciones menor que él es la forma que tiene Raúl de asegurar que, si se muere o queda inhabilitado antes de 2018, el régimen no se desmorone por la falta de mecanismos institucionales. Bajo el sistema imperante, que ha sido caudillista durante medio siglo, el poder absoluto se vuelve vacío de poder si el caudillo sale de escena. A Fidel eso no le preocupaba tanto como a Raúl, porque su plan de sucesión consistía en traspasarle el mando al hermano. Pero Raúl ve con más claridad que, dadas sus propias limitaciones de edad, muy pronto se va a plantear un reto enorme para un régimen que, a diferencia de la que tenía el soviético y sigue teniendo el chino, no posee una consistencia institucional que le permita sobrevivir a la desaparición del líder máximo.
Cuba desarrolló durante décadas un aparato comunista, pero Fidel Castro impuso sobre él su figura de clásico caudillo latinoamericano. Raúl no tiene características de caudillo (además era mucho más ortodoxo que su hermano: a diferencia de él, ya era del Partido Comunista antes de la Revolución). Mientras Fidel siguiera mandando ambas cosas podían convivir, pero desde 2006, cuando el hermano mayor se apartó del poder, Raúl entendió que no era posible preservar esa dualidad. En una primera instancia creó un grupo de seis miembros (siete si se lo cuenta a él) para ayudarlo a pilotar la nave, pero luego inició el proceso institucional del que los recientes anuncios son un capítulo más, aunque importante.
Aquí es donde entran en escena dos cosas: los cambios constitucionales y la promoción de una nueva generación. Limitar el ejercicio de los distintos cargos a dos períodos, algo que será en su momento parte de un cambio constitucional anunciado desde hace algún tiempo por Raúl, permitirá introducir en la isla -la oficial y la otra- una psicología distinta de la que imperaba cuando todo dependía de un caudillo eterno. El cálculo es que, si Raúl desaparece antes de cinco años, Miguel Díaz-Canel, que habrá estado instalado en el imaginario colectivo como sucesor institucional desde 2013, tendrá un ascenso sin traumas. Al mismo tiempo y en la medida en que él también estará limitado a dos períodos, desatará menos resistencias por parte de potenciales competidores.
En ningún caso querrían los Castro que hubiese otro caudillo como sucesor. En esto Raúl es también un guardián fiel del papel histórico de su hermano. Pero además, establecer un sistema no caudillista es, a ojos de Raúl, la única forma de canalizar lo que venga después por vías que no pongan en peligro la estabilidad de la Revolución.
¿Por qué Miguel Díaz-Canel? Varias razones aconsejan que sea alguien como él. Por lo pronto, la vieja guardia está demasiado vieja. El número dos de Raúl hasta ahora, José Machado Ventura, guerrillero de la Sierra Maestra, tiene 82 años. Ramiro Valdés, otro “histórico”, es también octogenario. Y así sucesivamente. En segundo lugar, los Castro quieren evitar a toda costa que funcionarios largamente encumbrados los sucedan a ellos. La premisa básica del régimen -nunca permitir que ningún funcionario tenga tanto poder que se vuelva un competidor tácito o abierto- también aquí se mantiene. De allí, por ejemplo, que Ricardo Alarcón, que durante dos décadas ejerció la Presidencia de la Asamblea Nacional del Poder Popular, haya sido destituido y reemplazado por Esteban Lazo hace poco (está ahora bajo amenaza de persecución: su asistente principal, Miguel Alvarez, y la esposa de éste, Mercedes Arce, están presos, acusados de colaborar con los servicios de inteligencia estadounidense, clásico instrumento para hacer caer en desgracia a un camarada).
A esos dos factores se añade un tercero, no menos importante: el perfil de Díaz-Canel. Viene de la burocracia de provincias (nació en Villa Clara y fue secretario provincial durante muchos años tras pasar por la Juventud Comunista), donde escaló lentamente, haciendo los méritos que Raúl, hombre de disciplina militar, aprecia en el militante. Alejado de la burocracia de La Habana durante muchos años, su mayor cercanía a la base y su relativa distancia respecto de los centros de poder capitalinos lo hacen útil para el proyecto de Raúl. Le permiten al hermanísimo, colocándolo ahora en la cúspide como delfín oficial, sortear los posibles bolsones de poder burocrático capitalino, por pequeños que sean, y poner a una ficha sin juego propio encima de ellos: alguien enteramente endeudado con él. Alguna experiencia habanera tiene Díaz-Canel, porque en 2009 fue nombrado ministro de Educación Superior y es miembro del Buró Político, además de que antes de ser nombrado por Raúl primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros ya era uno de los cinco vicepresidentes. Pero todo eso es reciente y, por tanto, el delfín llega como una ficha bastante “virgen” al ajedrez de Raúl.
Su nombramiento como primer vicepresidente ha desatado especulaciones políticas. Hay quienes creen que puede tratarse de un reformista encubierto. No puede descartarse que acabe siéndolo, desde luego. Gorbachov sorprendió a todos una vez que la burocracia lo puso en la jefatura soviética en 1985, abriendo un proceso de reformas que no estaba en los planes de la jerarquía que lo nombró. Pero el designio de Raúl no es que su delfín reforme políticamente el sistema en un sentido aperturista y democrático, sino que le dé continuidad al régimen comunista en su actual versión, que combina la ortodoxia política con la gradual apertura económica. No olvidemos que Fidel y Raúl les cortaron la cabeza a tres jóvenes comunistas a los que habían encumbrado, pero que, al desatar las alarmas por su proyección aparentemente reformistas y su creciente popularidad, cavaron su propia tumba. Fue el caso de Carlos Lage (ex secretario del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros y ex responsable del manejo económico), Roberto Robaina y Pérez Roque (ex ministros de Relaciones Exteriores).
Las fulminantes destituciones de estos tres jóvenes líderes, ordenadas por los hermanos en su día, indican muy bien que, si quiere mantenerse donde está, Díaz-Canel tendrá que guardar un perfil bajo. Como solía decir el Vicepresidente Alfonso Guerra en la España de Felipe González: el que se mueve no sale en la foto.
Reformas políticas, en resumen, sí; pero no democratizadoras. Si Díaz-Canel sigue manteniendo el perfil que ahora lo hace atractivo a Raúl y Fidel para los designios de mediano y largo plazo, seguirá como delfín. Pero si esa percepción cambia, le cortarán la cabeza, como hicieron con otros, y pondrán en su lugar a otro funcionario que represente lo que necesitan. Esta es una transición del caudillismo de la Revolución castrista a la institucionalización de la Revolución comunista para garantizar la eternidad, no una modificación de la esencia política de un sistema que seguirá siendo de partido único y en el que no habrá libertad de asociación, de prensa y de expresión.
Lo cual no quiere decir que no habrá reformas económicas. Esas reformas ya llevan un tiempo y es evidente que Raúl, con el beneplácito de Fidel, las entiende como necesarias. En esto Fidel ha ido moviéndose lentamente hacia la posición de Raúl, un admirador de la fórmula china desde hace muchos años. Fidel desconfía todavía de la vía china; hace poco afirmó que hay que avanzar “con mucha cautela” en las reformas. El recuerda bien lo sucedido en los años 90, cuando en respuesta al fin del subsidio soviético se puso en práctica el llamado Período Especial, que derivó en una tímida apertura económica en la isla. Esas reformas generaron el comienzo de una burguesía, con todos los riesgos que ella entrañaba para el régimen. De allí que Fidel pusiera punto final al proceso de tímida apertura económica. En este nuevo proceso de cambios, es Raúl quien lleva la voz cantante, pero en coordinación con Fidel, lo que, por un lado, le confiere legitimidad política, pero por el otro, le impone un ritmo muy lento.
La entrega de tierras en usufructo, el derecho de comprar y vender viviendas o autos y la ampliación del número de oficios que se pueden ejercer por cuenta propia son parte de un esfuerzo orientado a que la isla no dependa enteramente del subsidio exterior. Esto es especialmente importante ahora que la incertidumbre se cierne sobre Venezuela, país que en la práctica regala cien mil barriles de petróleo diario a La Habana. Raúl conoce bien el riesgo de que se acabe más temprano que tarde la conexión umbilical con Caracas, a pesar del cuidado que le ha puesto al afianzamiento de Nicolás Maduro como sucesor de Hugo Chávez.
Otro tipo de reformas, como la migratoria, que en este momento tiene un alto perfil en parte por el viaje muy público de la bloguera Yoani Sánchez, forman también, junto con los cambios económicos, parte del proceso mediante el cual los Castro quieren facilitar la continuidad. El ejemplo chino demuestra que es posible mantener el control político absoluto y al mismo tiempo, abrir espacios de oxigenación social que diluyan el riesgo de que las tensiones acaben convirtiéndose en un problema político mayor. Pero no nos engañemos: el estalinismo sigue allí, firmemente instalado. Como decía con razón Carlos Alberto Montaner en un artículo reciente, los actos de repudio contra Yoani Sánchez en Brasil, organizados por los Comités de la Amistad mediante los cuales el gobierno cubano opera en el exterior en alianza con comunistas locales, son una perfecta demostración del carácter esencial de régimen, independientemente de los pasos tácticos que da porque tiene que darlos.

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