La ignorancia es el campo preferido por los hagiógrafos.
Aunque Karl Marx haya escrito (y haya sido multicitado fuera de contexto) que “la religión es el opio de los pueblos”, tal parece que los hagiógrafos revolucionarios, a falta de una Tierra que sea “el Paraíso/ Imperio de la Humanidad”[1], se han visto necesitados de construir un Panteón Utópico, de dioses socialistas quienes, al ser venerados, facilitarán el paso por este Valle de Lágrimas capitalista hasta lograr la Redención de los sempiternos Humildes.[2]
Luego del desastroso desembarco del Granma, Fidel Castro aglutinó a doce supervivientes para dar inicio a la lucha guerrillera. Eran doce, como los apóstoles, y si hubiera habido de menos o de más, se hubiera tenido que borrar. Entró a La Habana en enero de 1959, con treinta y tres años, la misma edad que tenía Jesús al morir, recibió las palmas del pueblo y circuló la famosa portada de la revista Bohemia, con Fidel ajesusado y, al pie, las palabras: “¡Gloria al Héroe Nacional!” Así comienza su culto, marcado por la infalibilidad (“si Fidel supiera esto… pero todo se lo esconden”), sobrevivió a cientos de atentados contra su persona, como Daniel resistió y amansó a los leones, se restauró el feudo en que nació como lugar sagrado de la Patria, culminación de peregrinajes. Se convirtió en esencia forestal, de tierra del caiguarán y una poción mágica, bendita, lo hizo invencible: “Fidel, Fidel, ¿qué tiene Fidel/ Que los americanos no pueden con él?”. Los devotos revolucionarios bajaron de sus paredes los cuadros del Sagrado Corazón y colocaron su imagen.
El tema no es nuevo. A la muerte de Lenin, se embalsamó y colocó su restaurable cuerpo en un monumento, en la Plaza Roja, a pesar de que él quería estar al lado de su madre. A Stalin, el Padrecito Stalin también, pero duró solo hasta el XX Congreso del PCUS, cuando lo enterraron en el Kremlin, donde siguen sus devotos colocando flores. Los “hermanos del Este” siguieron la moda y ¡qué decir de la variante asiática! El delirio perpetuo que rodea a Mao, a Kim Il Sung, a Ho Chi Minh.
La ignorancia es el campo preferido por los hagiógrafos. Ante la miseria que se erige sobre tierras bendecidas por la abundancia de recursos, miseria que no se puede eliminar a causa de la ineficacia, la corrupción, la politiquería, el nepotismo, el clientelismo, el asistencialismo, la dilapidación de riquezas, la educación acotada, la mentira repetida, queda sólo un camino: el de la fe esperanzadora.
Hugo Rafael Chávez Frías ha muerto. Su cadáver —presumiblemente embalsamado por Massimo Signoracci, quien ha poco estuvo en periplo caribeño y sudamericano— será expuesto por dos semanas para que el pueblo lo vea, lo sueñe, le rece. Dicen que luego descansará en un Mausoleo y no en el patio de su abuela, como quería. Es ya héroe de la Patria y mártir de la Revolución Bolivariana porque falleció por exceso de trabajo dedicado a su pueblo o por las malas mañas del Imperio o de la Derecha (no se sabe aún). El cáncer que lo aquejó no fue cáncer, solo fue otro disfraz del Maligno. Nicolás Maduro es el discípulo designado, la piedra sobre la que se erigirá su iglesia.
Habemus Sanctus.
No hay comentarios:
Publicar un comentario