mientras el magno paciente aun delira con la revolucion francesa ante las camaras.
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Louis de Saint-Just/ es.wikipedia.org |
En Robespierre: entre virtud y terror (Stock, París, 2008), el filósofo neocomunista Slavov Zizek presenta “los más bellos discursos de Robespierre”. En la introducción a los mismos, dice: “Todo revolucionario auténtico debe asumir esa actitud que consiste en hacer abstracción por completo, incluso a despreciar, de la singularidad imbécil de su existencia inmediata; se conoce la frase de Saint-Just, que expresa de manera insuperable la indiferencia respecto de lo que (Walter) Benjamin llama la ‘vida desnuda’: ‘Desprecio el polvo que me compone y que les habla’. Che Guevara se acercó a esta manera de pensar cuando en medio de la grave crisis de los misiles de Cuba, defendió con temeridad la idea de arriesgar una guerra en el Nuevo Mundo, lo que habría implicado (por lo menos) la aniquilación total del pueblo cubano —así como alaba el heroísmo de éste, dispuesto a arriesgarse a su propia desaparición”.
La frase en cuestión de Che Guevara remite a un artículo escrito en medio de la denominada Crisis de Octubre, que fue publicado en la revista Verde Olivo seis años más tarde, el 6 de octubre de 1968. Se refiere ahí Guevara al ejemplo atemorizador de un pueblo dispuesto a inmolarse por las armas atómicas, para que sus cenizas sirvan de cimiento a las sociedades nuevas, un pueblo que, cuando un acuerdo sobre la retirada de los misiles atómicos se hubiese concluido, sin que se le haya consultado, no dejaría escapar un suspiro de alivio, como tampoco acogerá la tregua con agradecimiento. Se lanzaría a la arena para afirmar su decisión de luchar, incluso completamente solo, contra todos los peligros y contra la amenaza atómica del “imperialismo yanki”.
Por el contrario, la frase de Saint-Just, escrita pocos días antes de su muerte el 10 de Thermidor, se dirigía solamente a sí mismo y al presentimiento de lo que le aguardaba, dadas las pugnas entre el Comité de Salvación Pública (del que formaba parte) y el Comité de Seguridad General: “Desprecio el polvo que me compone y que les habla; ¡podrán perseguir y matar a este polvo! Pero yo desafío a que me arranquen esta vida independiente que me he dado en los siglos y en los cielos”.
No es el extravagante de Zizek el primero en comparar a Che Guevara con Saint-Just. Se ha vuelto un lugar común. En un retrato de Fidel Castro (para el que probablemente se trasladó a Cuba), por el escritor francés Arthur Conte (entre cuyos libros se destaca Billaud-Varenne, gigante de la Revolución), publicado en la revista Historia y vida (número 48, Barcelona-Madrid, marzo de 1972), se lee, en boca del Che: “¡Soy algo más que la Izquierda, soy la Izquierda de la Izquierda!” Lo que lleva a Arthur Conte a concluir que Guevara es como un Saint-Just…”que hubiera llegado a ser amigo de Danton”, ya que había estado asociado con “Danton-Fidel” (sic). Y cita a Fidel Castro: “Saint-Just no será jamás superado”.
¿Le dijo esto Fidel Castro a Arthur Conte si en efecto estuvo en Cuba para realizar esa suerte de reportaje? Lo cierto es que, han dicho otros, “Castro se refería sin cesar a la Revolución francesa”. Quizás, su “modelo” no era ese Danton con quien lo empareja Conte, ni el Saint-Just que consideraba “insuperable”, sino Robespierre. En carta a Naty Revuelta desde la prisión de Isla de Pinos, fechada el 23 de marzo de 1954, expresa: “Robespierre fue idealista y honrado hasta su muerte. La revolución (estaba) en peligro (…) los traidores con el puñal levantado a la espalda, los vacilantes obstruyendo la marcha; era necesario ser duro, inflexible, severo; pecar por exceso, jamás por defecto cuando en él puede estar la perdición. Eran necesarios unos meses de terror para acabar con un terror que había durado siglos. En Cuba hacen falta muchos Robespierres”.
Para Pierre Kalfon (Che Ernesto Guevara, una leyenda del siglo, Seuil, París, 1997), el argentino y Saint-Just comparten una “intransigencia radical”. Un filme de 1997 anuncia que “quizás Che Guevara fue el Saint-Just del siglo XX”. La página que se le dedica en Wikipedia en inglés al nativo de Rosario, afirma: “Uno de sus roles metanarrativos es el de ser un Saint-Just marxista”.
Hasta el Libro negro del comunismo (dirigido por Stéphane Courtois), aduce: “El París jacobino tuvo a Saint-Just, La Habana de los guerrilleros tuvo su Che Guevara”.
La comparación recurrente con Saint-Just, el “ángel de la muerte”, el “arcángel del Terror”, descansaría en esa intransigencia de ambos, su celo revolucionario extremo, su fanatismo, la insistencia en el terror; en que los dos habrían sido “teóricos”, así como “escritores”. Tan hermosos, como hombres. Y fueron, cada uno, la “mano derecha” de otros, es decir, Robespierre y Fidel Castro.
Aunque a Saint-Just uno lo tildaría de abominable, tanta comparación con el argentino pide que se hagan algunas precisiones.
En lo que respecta al “buen ver” de ambos, el referente al de Che Guevara se lo dejo a otros. El de Saint-Just: según los retratos (hay uno que está perdido, del que la leyenda dice que ahí resplandecía), era como un adolescente bello. Parece que Guevara era desaseado; los cubanos en México lo apodaron “Chancho” antes que “Che”. En cambio, Saint-Just era elegante, cuidadoso de su figura, su ropa, sus cabellos.
Saint-Just, el “escritor”… Es indudable que poseía un sentido para la fórmula. Casi todos esos hombres de la Revolución francesa eran escritores frustrados, o habían aspirado a serlo. Guevara tenía una cierta obsesión en garabatear cada día todo lo que hacía, no sin imprudencia pues no pensaba que tantas informaciones podían ser peligrosas más tarde.
En lo que concierne a que fueron la “mano derecha” de otro, Guevara estuvo supeditado a Fidel Castro, en quien siempre reconoció la “superioridad”. Por el contrario, Saint-Just, si bien su lealtad a Robespierre fue incuestionable, con probabilidad fue quien condujo a éste a adoptar las ideas más radicales, con su genio tenebroso. Courtois (no Stéphane, sino Edme-Bonaventure, encargado del inventario de los papeles encontrados en la habitación de Robespierre tras el 9 de Thermidor) dijo que Saint-Just era el “hombre más hábil en hacer nudos gordianos políticos que sólo el tiempo puede deshacer”.
En el grupo que formaban Saint-Just, Couthon, Le Bas y Robespierre, ¿quién era el jefe? Quizás haya sido Saint-Just, quien habría desviado a Robespierre. Los contemporáneos coinciden en que la voluntad de Robespierre era más grande, pero Saint-Just era más capaz. En todo caso, Saint-Just no fue el instrumento de Robespierre. Otros afirman que Saint-Just era más talentoso que el Incorruptible, aunque lo servía.
Ciertamente, Saint-Just fue intolerante, despótico, el que hizo una sinonimia entre gobierno revolucionario y terror. El “ángel exterminador”, el “místico de la guillotina”, en tanto comisario de los ejércitos del Norte y el Este (eso sí, tuvo mucho más éxito militar que Guevara), impuso una disciplina atroz: enviaba a fusilar en el terreno y clamó por el “rigor inflexible contra todos los traidores”. Preconizaba la muerte por cualquier delito.
Pero no siempre fue así. Esos hombres, devinieron revolucionarios.
En 1791, Saint-Just había publicado en París un panfleto donde se pronunciaba contra la pena de muerte. Sólo pedía que los asesinos se vistiesen de negro toda su vida. En ese mismo año, Robespierre pide la abolición de la pena capital, en un discurso célebre.
En cambio, en la primera carta que le escribe a su esposa Hilda Gadea, a los pocos días (fechada el 28 de enero de 1957) de llegar a Cuba, Guevara expresa: “Vengo sediento de sangre”. Y su baño en ésta fue asesinando a Eutimio Guerra…
Tenía, desde el principio, una vertiente psicópata, contrariamente a Saint-Just, hasta tanto conozco. (Otra cosa es la vena paranoica de éste, similar a la de tres otros representantes del “temperamento mesiánico totalitario”, Rousseau, Robespierre y Babeuf, según Jacob Talmon.)
Había escrito Guevara en la conclusión de sus Notas de viaje (por América Latina, 1951-1952): “Asaltaré las barricadas o trincheras, teñiré en sangre mi arma y, loco de furia, degollaré a cuanto vencido caiga en mis manos. (…) Ya siento mis narices dilatadas, saboreando el acre olor de pólvora y de sangre, de muerte enemiga”.
En México, hacía experimentos con gatas preñadas, para conocer el sexo de las criaturas, según testimonia Miguel Sánchez, “el Coreano”, en Guevara: misionero de la violencia (Pedro Corzo, Luis Guardia, Francisco Lorenzo; Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo, Miami, 2008). Las atrapaba y las diseccionaba. A las gatas que aún continuaban vivas las introducía en un saco, y en un lugar que consideraba apropiado, las tiraba por el rabo contra el pavimento.
¿Fue Guevara un teórico del terror? Su, por ejemplo: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo impulsa más allá de las condiciones naturales del ser humano y lo convierte en una fría y selectiva máquina de matar”, palabras impresas en el carné de los soldados cubanos que marchaban a Angola, constituiría un fundamento teórico?
Respecto de Robespierre y de Billaud-Varenne, lo que distingue como original a Saint-Just es la preocupación más sistemática por legitimar el terror. Es en él donde pueden hallarse los argumentos que usará la historiografía jacobina. El terror revolucionario es moderado, porque ha provocado menos víctimas que los diversos terrores de la monarquía; solamente es un medio, una necesidad a la que obligan las circunstancias (los enemigos internos y externos), es provisorio y conducirá a la victoria. El terrorista Saint-Just diseña los roles, analiza cómo hacer salir a la Revolución de todas las reglas de la justicia ordinaria, en un estado de emergencia y de guerra. Saint-Just es quien “piensa” que la línea entre el “pueblo” y sus “enemigos” nunca está trazada con seguridad. Quien sobre todo habla de una conspiración fomentada por Inglaterra, junto a otros gobiernos enemigos de la República, es él.
¿Fue Guevara teórico en algo más? Su “hombre nuevo” se constriñe a la primacía de los “estímulos morales” sobre los “materiales”, a la juventud como “arcilla maleable”, con la que se construiría a esa curiosa criatura sin las “taras anteriores”.
Acaso su esfuerzo teórico más notable es la “Guerra de güerillas”, que produjo los resultados conocidos, notoriamente para él mismo que fracasó en el Congo y en Bolivia. Para Miguel Sánchez, “el Coreano”, ese texto copia a otros, como los apuntes de Máximo Gómez, o la experiencia de Antonio Maceo. El “foco guerrillero” propugnado, sin necesidad de condiciones previas para iniciar una lucha armada, contradice otras tesis, como la de Lawrence de Arabia. (También Guevara ignora el apoyo logístico que el Movimiento 26 de julio le proporcionó a la guerrilla de la Sierra Maestra.) Miguel Sánchez, que había combatido en la guerra de Corea y entrenó a los cubanos en México que desembarcaron en el yate Granma, estima que Guevara era un “ignorante en cuestiones militares”.
Saint-Just, en cambio, es quien, puede decirse, re-escribe la historia de la Revolución francesa. Aun si no acusó un pensamiento coherente; si no llega a ser mediocre, con locuras como la obligatoriedad del régimen vegetariano hasta los 16 años. Tampoco se justifica que Edgar Quinet le haya otorgado ¡la estatura de un Fichte! El entusiasmo de Albert Camus es más matizado, pero acaso no es menos exultante. Es Saint-Just quien hace entrar en la historia las ideas de Rousseau. ¿Quién será ese nuevo dios? “Preguntémosle de nuevo a Saint-Just”, escribió en L’ homme révolté. Para Camus, la persona de Saint-Just es “grandiosa”; no se le puede mezclar, según él, con ese “triste mono de Rousseau” que fue Marat, según Michelet.
El famoso discurso de Saint-Just, con tal de poder juzgar a Louis XVI, realiza una inversión teológica: la persona del rey no es inviolable, y por lo tanto, puede ser sometida a juicio. A pesar de lo repugnante que haya sido este crimen escandaloso, fue Saint-Just quien hizo posible con sus argucias teóricas, la muerte del Rey-Sacerdote.
Saint-Just, fue el único del “grupo” que cayó el 9 de Thermidor que no intentó suicidarse. Sobre Robespierre, es todavía difícil saber si el pistoletazo en la mandíbula fue una tentativa fallida para acabar con su vida o si se lo propinó, como atribuido, el gendarme Merda (sic). Le Bas se mató de un tiro en la cabeza, con la pistola que probablemente habría, después, utilizado Robespierre. Augustin, el hermano de Robespierre, se lanzó por una ventana del Hotel de Ville. Couthon, que era paralítico, rodó por la escalera. Lograron mantenerlo en vida hasta la guillotina. Hanriot, también se tiró por una ventana. El único que no se movió fue Saint-Just, imperturbable y silencioso. Lo agarraron al lado de Robespierre. ¿Buscaba protegerlo? Luego, los ubicaron en la habitación que era la sede del Comité de Salut Public y colocaron a Robespierre sobre el buró que había pertenecido a Louis XVI. Saint-Just permaneció inerte a su lado. Sólo le pidió un vaso de agua a un gendarme y cuando se lo trajo, señaló el cuadro de los Derechos del Hombre y masculló: “Al menos, hicimos eso”.
Lo que llevaron a la guillotina era un amasijo de agonizantes, gimientes sobre el suelo de la carreta. El único que estaba de pie, quizás todavía con el lazo de su corbata bien anudado, era Saint-Just, más altanero que nunca.
Cuando apresaron a Guevara, en la mañana del 8 de octubre de 1967 en la quebrada del Yuro, tras el tiroteo en que recibió una herida de bala en la pierna derecha, de repente se encontró frente a un grupo de soldados a los que se entregó, diciéndoles: “¡No tiren, no tiren que soy el Che Guevara y les valgo más vivo que muerto!”
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