jueves, febrero 28, 2013

Cuba: transición y shibboleth

 
eichikawa
Arnaldo M. Fernández
La clave política es sencilla: el poder estatal sólo puede derribarse con otro poder. Así de marxista. Si el castrismo ganó la guerra civil, la oposición pacífica sólo puede alzarse con la fuerza del número. Al faltar esta última se desemboca en la amalgama: mezclar la lucha por los derechos humanos [plano horizontal de la democracia] con la lucha por la transición a la democracia como forma de gobierno [plano vertical: quiénes gobiernan (arriba) y quiénes son gobernados (abajo)]. Por muy abnegada que sea la lucha en la dimensión horizontal no infundirá racionalidad a la lucha en la dimensión vertical.
Nada ha cambiado desde el dictamen (2009) de Jonathan Farrar: Despite claims that they represent “thousands of Cubans,” we see little evidence of such support [Pese a sus afirmaciones de que representan a “miles de cubanos”, vemos muy pocas pruebas de tal respaldo]. Ni hay indicios de que la situación vaya a cambiar porque Antonio Rodiles sustituya al finado Payá y Yoani Sánchez, a Martha Beatriz Roque.
El único poder anticastrista son los Estados Unidos, que fracasaron en su opción militar y tienen la guerra económica como alternativa. Pero el embargo ni se aplica a rajatabla [entre sus múltiples dispensas figura hasta dejar que se monten empresas en EE. UU. para ventas de pasajes o envíos de paquetes y remesas a Cuba] ni se maneja en serio como clavija de negociación [tratado bilateral Cuba-USA de no agresión y aun de colaboración, a cambio de reforma constitucional en Cuba que garantice las libertades fundamentales].
Así recurva la amalgama, por ejemplo: en la política simbólica de Bush padre: «Yo desearía ser el primer presidente de Estados Unidos que ponga sus pies en el suelo de una Cuba post Castro» (The Miami Herald, marzo 6 de 1992). O en la política práctica de su hijo presidente: en vez de ningún viaje, uno de vez en cuando; en vez de cero remesa, una de vez en cuando por tanto o más cuanto. Se amalgaman deseo y realidad junto con medias tintas, como no derogar, sino remendar, el contraproducente ajuste cubano.
La contraloría (GAO) de EE. UU. informa que desde 1996 el Congreso federal ha concedido $205 millones [90% de 2004 en adelante] a la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y al Departamento de Estado (DE) con miras a la transición a la democracia en Cuba. El informe no valora la eficia de la inversión, que podría hacerse aplatanando la prueba galaadita «Di shibboleth» con la simple pregunta de cuáles han sido los avances en la transición derivados de la USAID y el DE. O mejor: ¿Hasta qué punto los programas, incluso de la Oficina de Transmisiones a Cuba, ayudan a la transición.

-Ilustración: Doris Salcedo, Shibboleth [Instalación] (2007) © Tate Modern (Londres)

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