HAVANA TIMES — En la mañana del 3 de febrero, mientras se realizaba el proceso electoral en mi país, casi un mes después de haber publicado en el sitio Este gobierno se preocupa por la gente, caminaba por la calle Obispo de La Habana Vieja con dos amigos, y vimos a un policía ayudar a un hombre al que le faltaba una pierna, a sentarse en su silla de ruedas, de la que parecía haber caído, y alcanzarle la muleta que había soltado.
Esa fue mi primera impresión, o lo que quise creer a primera vista. Un minuto me bastó para percatarme de que el hombre batallaba con su cuerpo herrumbroso y raquítico para soltarse del policía joven y fuerte. Una imagen patética.
El hombre era como un muñeco de trapo contra el policía; así de desvalido debía sentirse cuando empezó a vomitar ofensas contra el gobierno.
El policía llamó entonces a una patrulla por el walkie talkie, para que vinieran a recoger a un ciudadano que lo estaba sacando de quicio con su falta de respeto. Nos alegramos de que no se atreviera a golpearlo: habríamos tenido que intervenir. Ya resultaba bastante vergonzoso ver a aquel inválido en su silla de ruedas, indefenso ante el poder, sin hacer nada.
No puedo mostrar fotos del suceso, porque no llevaba mi cámara fotográfica. De haberla tenido, tampoco creo que se me habría ocurrido apuntar con ella al policía.
Mis amigos y yo nos preguntamos qué podía haber hecho aquel hombre frágil, con su única pierna flaca, y sus ropas gastadas casi colgándole del cuerpo, para que fuera necesario llevárselo en una patrulla.
Si se llevaran preso cuanto loco grita contra el gobierno, en la calle o en el transporte público, no habría espacio en las prisiones.
Además, el hombre sólo empezó a ofender al gobierno cuando el policía se lo llevaba, sin que pudiera evitarlo.
Lo he visto antes en la misma calle, en su silla de ruedas, en silencio. Tal vez, por aquello de que quien merece no pide. Su aspecto hace que las palabras sobren. ¿Qué daño puede hacer ese infeliz?
Dejar la cara fea de la realidad cubana al descubierto, sin maquillaje. Detrás de los carteles que anuncian que “somos felices aquí” y las consignas triunfalistas, de las elecciones a las que una inmensa mayoría del pueblo acude, no a elegir, sino a dar su apoyo a la Revolución (so pena de señalarse), hay cubanos que no pueden ni soltar la gandinga por un salario miserable. No tienen más remedio que mendigar.
Mientras me alejaba con mis amigos, recordé la entrevista a Rosa Esther y su seguridad al decirme que este gobierno se preocupa por la gente, su agradecimiento porque Eusebio Leal le ha dicho que no tiene que pagar impuestos por dejarse fotografiar.
¿Cuál es la diferencia entre Rosa Esther y este señor al que le falta una pierna? ¿Será necesario perder ambas para poder vivir gracias a lo que te de la gente, sin tener problemas?
¿O la diferencia será que Rosa Esther usa ropas atractivas, habla bien del gobierno y se siente orgullosa de su apellido Castro, mientras que este hombre no hace nada por ocultar su miseria, y si lo joden mucho se defeca en el gobierno?
No sé si exista algún país sin mendigos; sin mutilados de guerra o de nacimiento; o por la fatalidad. Pero acá, el discurso del poder no se adapta a la realidad; más bien, la realidad tiene que adaptarse a su discurso. Según ese discurso, en Cuba nadie necesita mendigar.
Pero todo esto era rabia por mi propia impotencia y especulaciones. Nada me aseguraba que se hubieran llevado al hombre por mendigar, hasta el miércoles, cuando regresé a la calle Obispo y volví a ver al hombre en su silla de ruedas, empujado por un amigo que no quiso salir en la foto.
Creo que llevaba las mismas ropas del domingo; pude notar que tiene cierta dificultad al hablar. Fue su amigo quien me explicó que tienen prohibido mendigar y por eso se lo habían llevado el domingo. Pero ahí estaba otra vez, en su silla, en la pelea.
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