La Brigada de Asalto 2506 y otras organizaciones del exilio reaccionaron frente la reforma migratoria en Cuba con “Petición de apoyo al pueblo norteamericano para protegernos de la avalancha inmigratoria económica proyectada por el gobierno comunista cubano”. Solo que la reforma nada más que potencia el mecanismo casi cincuentón con que La Habana viene colonizando el sur de la Florida y otros enclaves menores: asentar inmigrantes (no exiliados) y esquilmarlos con precios monopólicos para todo: desde pasaportes y trámites, pasando por los pasajes y los envíos de paquetes o remesas, hasta las llamadas telefónicas.
Tuvo que darse la reforma en la metrópoli para que cundiera la alarma entre los bolsones exiliares de la colonia: ¡Ya viene llegando un Mariel rojo! Pero desde los acuerdos migratorios (1995) ha sobrevenido casi un Mariel por quinquenio con la invasión gradual por aire, mar y tierra de más de medio millón de cubanos a EEUU, que dejó a unos 450 mil como residentes permanentes. Ni qué decir de las tres invasiones demográficas relampagueantes anteriores:
- En la estela del Maleconazo (agosto 5, 1994), Cuba autorizó (agosto 13) nada menos que a emigrar “con medios propios”. Para capear esta invasión, la Casa Blanca tuvo que inventar la noción de “refugiados ilegales”: 32,362 cubanos fueron interceptados en alta mar y trasladados a Guantánamo. Todos sabían que el destino final sería EEUU.
- Al filo de la crisis en la embajada del Perú (abril de 1980), Cuba habilitó el puerto del Mariel para que casi 125 mil cubanos invadieran EEUU en embarcaciones procedentes de EE. UU. La Casa Blanca se vio forzada a urdir la noción de “entrantes” y entre ellos se colaron delincuentes y enfermos mentales.
- En el principio Cuba creó la ilusión (septiembre 28, 1965) de que “cualquier cubano puede emigrar a los EEUU”. Desde Camarioca por mar —en embarcaciones de EEUU— y enseguida por aire en aviones fletados por EEUU (los Vuelos de la Libertad hasta 73), 260 mil cubanos invadieron EEUU.
Hacia 1978 Cuba emprendería, por entre los juegos lingüísticos de diálogo, comunidad cubana en el exterior y reunificación familiar, el plan maestro de sacar 3,600 presos políticos —solo un tercio aún en prisión y de estos últimos, la mitad boat people— para principiar la colonización económica del sur de la Florida y otros enclaves con quioscos de charteadores, agencias de viajes y de envíos de paquetes o remesas. El negocio se tornaría redondo en sinergia constante con la colonización poblacional y con el contexto vital de que más vale la familia que cualquier Estado, ya sea democrático o dictatorial, cubano o americano.
En 1995 EEUU tragó el anzuelo de la “emigración legal y ordenada” y concedió 20 visas anuales a Cuba, en tanto siguió consintiendo la emigración ilegal y desordenada, que deja entrar a EEUU a muchos cubanos bajo palabra que faltan a ella por decir una cosa a la entrada y otra a la salida, esto es: nada más que consiguen la residencia permanente, quienes vinieron de la Isla con alegaciones de persecución y represión vuelven a ella de visita incluso por mero placer.
El malogrado representante David Rivera (R/Florida) reaccionó antes con el anteproyecto HR 2831 (2012) para remendar el ajuste cubano. La reacción de ahora frente a la reforma migratoria en Cuba —algo así como la tercera fase del plan de colonización— prosigue en las medias tintas: denuncia el “filtro discriminatorio” impuesto por La Habana a los emigrantes y reafirma que Washington debe “proteger y darle abrigo a los prófugos de la tiranía comunista”, pero no brinda una sola propuesta concreta de qué hacer. Por el contrario, la petición al pueblo americano adolece de ingenuidad advirtiendo que “la nueva ola migratoria” vendrá con “viajeros escogidos por el gobierno cubano”.
Aparte de que viajeros así han entrado desde siempre, el quid estriba en miles y miles de cubanos han entrado a EEUU sin haber sido escogidos por el gobierno estadounidense. A “los verdaderos opositores políticos o ideológicos y a los reprimidos o perseguidos” que menciona la petición, corresponde el asilo político. Así que el ajuste cubano no sólo se ha tornado contraproducente, sino que también es superfluo.
Los cubanos que se naturalizaron americanos —y deben serlo casi todos los firmantes de la petición— parecen no haber comprendido que juraron lealtad a EEUU, y antes de agarrarse a la Cuba virtual deben preguntarse not what your new country can do for you, but what you can do for your new country. Hay que tragarse que la normalidad cristalizó en Cuba con más de medio siglo de castrismo y no hay disidencia interna ni resistencia externa que arrastren hoy a la gente. Así que no se trata ya de remendar o remediar el ajuste cubano, sino de cortarlo de cercén.
A tal efecto habría que abrogar la exigencia legal de que el ajuste cubano sólo puede derogarse si el presidente de EEUU certifica la llegada al poder en Cuba de un gobierno con ínfulas democráticas. Habría que denunciar de paso los acuerdos migratorios (1995), porque EEUU no tiene obligación alguna de otorgar 20 mil visas anuales a cubanos ni lidiar con pies secos o mojados. Y si no se reacciona así por el patrioterismo de seguir pensando en la libertad de Cuba, donde vive un pueblo que vota mayoritariamente por Castro una y otra vez (si es por temor, menos aún puede contarse con él), llegará el momento en que la colonización castrista del sur de la Florida no tendrá marcha atrás, si es que ya no la tiene.
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