viernes, enero 11, 2013

De interpretaciones y constituciones

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Una simple anécdota. Solo para mostrar que aunque uno está dispuesto a reconocer que los hechos son posibles de versionar en las más plurales interpretaciones, es algo que no deja de sorprender. Un acontecimiento que pudo haber quedado como la ejemplificación absoluta de la maldad, como fue el atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001, ya se ha relativizado a esta altura con interpretaciones y causalidades polivalentes. En el referente cubano, es perceptible que Fidel Castro no cuajó culturalmente como el símbolo nacional de la maldad; e incluso, en el sentido opuesto, la declaración por el Cardenal Ortega Alamino de la Caridad del Cobre como una “devoción nacional” es más una formalidad, un deseo, que una realidad efectiva. Así que la cultura cubana además de carecer de un “concepto” claro de lo que es el bien y el mal, no tiene siquiera su “representación”.
Las interpretaciones son ejercicios de relativa actualidad en la dinámica política latinoamericana. Las constitucionales son una variedad de las “interpretación de textos”; y si bien no son escritos poéticos, tampoco son matemáticos o sagrados y están plagados de contenido metafórico. En el mundo global actual, donde hay tantos poderes que corren paralelamente a los poderes estatales, condales, municipales, etc., la subordinación al texto constitucional es una liturgia que tiene que ver más con la cortesía política que con la vida misma. No existimos, no podemos existir constitucionalmente. La constitución es un documento procedimental que se usa más para ordenar el debate que para definirlo. Lo constitucional es un lenguaje y hay quien ha dicho –con razón- que hasta una superstición. Es un código de intercambio que en determinados momentos permite argumentar ante un árbitro. Ahora bien, como es el caso de Venezuela, cuando ese árbitro constituyente participa en el debate constitucional el resultado es obvio.
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