Por Andrés Pascual
El corazón del guerrero nunca está hecho a base de números fríos,
rimbombantes y vacíos del reflejo de la pasión por el juego: Minnie
Miñoso no tuvo números de Salón de la Fama, tuvo juego y vergüenza de
inmortal, que debe contar en alguna de las casillas nuevas, repletas de
basura pitagórica del “sabiométrico” moderno… si a Bill James, Gurú casi
Brujo de los “expertos favorables al jugador “estimulado” ni se le
ocurre considerar la importancia del hombre que juega a matarse o dirige
fieramente, siempre a ganar, es porque representa al núcleo fundamental
de la corriente que pretende imponer ridículamente, como mejores
bateadores de todos los tiempos, al grupo que, como se vio este año, sin
esteroides les cuesta más que un Ferrari a un trabador de factoría sin
overtime batear 40 jonrones e impulsar 100.
Falleció Earl Weaver, manager que le dolía la derrota más que un tiro
en las costillas posiblemente, que dirigió a un solo club en las
Mayores, los Orioles de Baltimore de la última etapa dorada del beisbol.
Aquel equipo que tuvo Weaver, en su momento de esplendor, debe
considerarse uno de los mejores de todos los tiempos. Su rotación de
abridores no puede colocarse en otro peldaño que no sea el primero,
porque, definitivamente, no tiene igual en los anales de las Grandes
Ligas ¿Comparable? el de Cleveland en 1948, 49… hasta 1954.
A veces la opinión fanática sugiere que: “pero con ese club ganaba
cualquiera”, cuando se sabe que los clubes de favoritismo evidente,
sostenido y demoledor son más difíciles de dirigir que una “guerrilla”,
porque sus peloteros ganan más, porque “todos son buenos” y cada uno
exige el tratamiento de “Mr” con pronunciación inglesa de “Sir”.
Y Weaver fue tan inteligente que logró convencer a sus jugadores de
que “el bueno era él”, a través del miedo que les impuso a la hora cero,
decisiva, cuando no se puede aceptar el olvido de una seña ni el
corazón para morirse en el terreno.
Le decía horrores a los peloteros que, en vez de odiarlo, lo
adoraban, desde Frank Robinson, que escuchaba lo que le gritaba el
manager con la cabeza baja, hasta “el buenazo de Brooks”, que temblaba
cada vez que el bulldog de bolsillo lo llamaba sin ánimo de amonestarlo.
Pero todos sabían que el tipo era un apasionado, que nunca dijo o hizo
algo divorciado de la vergüenza competitiva lo que, si no se trae desde
la cuna, no se tiene nunca.
Sus frecuentes protestas contra los umpires reflejaban el
temperamento ganador que antes tuvo John Mc Graw, el Napoleón de
bolsillo por la forma como manejó la estrategia en el juego.
Earl Weaver fue un manager inteligente, intuitivo, conocedor y
arriesgado, por eso llegó Miguel Cuéllar al Baltimore: el cubano, que
había perdido parte de la velocidad que tuvo con el Almendares, con los
Cubans, con San Luis y en Puerto Rico, había aprendido a lanzar
screwball por orientaciones del boricua Rubén Gómez cuando coincidieron
ambos en el circuito mexicano de verano. Entonces lo adquirió el Houston
y tuvo su primera gran temporada con los Astros en 1966 como un maestro
del “tornillo”.
Como que el lanzamiento que dominaron también Hubbell, Tiant sr y
Valenzuela obliga a batear por el suelo, pues Weaver, que lo vio en
Puerto Rico y que estaba en los planes del Baltimore para sustituir a
Hank Bauer, le sugirió a la gerencia que se hicieran de los servicios
del villareño, porque, “con el cuadro que tiene este club ese zurdo no
pierde…” esa fue la historia, según Orlando Peña y Gonzalo López
Silvero.
Weaver ganó más de 1400 juegos, protestaba contra los magistrados con
las manos introducidas en los bolsillos traseros, gritaba como
cualquier chusma de solar habanero y ganó una Serie Mundial con otras
tres participaciones fallidas, pero, que nadie lo dude, había que jugar
como él dirigía: A MATARSE.
Este hombre, que falleció del corazón ayer mientras disfrutaba de un
crucero pagado por los Orioles a los 82 años, es uno de los 5 mejores
managers del beisbol de todos los tiempos, eso, que no lo dude nadie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario