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El lunes pasado, finalmente, decidieron efectuar la vista pública de mi caso después de tres años de continuas torturas, falsas investigaciones, luego que la Fiscalía retirara más de cinco cargos que llegaban a la exorbitante suma de 54 años de cárcel –los que aún con varias acusaciones añadían otros treinta años más, por lo que la suma total se acercaría a los noventa años de reclusión para mi persona–, pero alguna mano poderosa decidió desestimarlos, porque comprendieron que no lograban su propósito de atemorizarme y detener el blog:Los Hijos que nadie quiso, y, también, porque ante la opinión internacional hacían el ridículo.
El juicio lo hicieron en la sala especial del Tribunal de la barriada de la Víbora (no es casualidad el nombre del reptil), dispuesta para “connotados contrarrevolucionarios”; allí le hicieron las vistas a Sebastián, el español que cumplió varios años injustamente, a los setenta y cinco, inocentes también, y, hace poco, al contratista norteamericano Alan Gross que cumple injusta prisión en Cuba.
Desde que llegamos al tribunal ya los miembros de la “Seguridad del Estado” habían montado por los alrededores, en mi honor, un despliegue peliculero al estilo de los regímenes totalitarios. Habían estacionado autos oficiales de la policía y algunos encubiertos en todas las intercepciones que rodeaban la zona. También tenían listas las famosas turbas paramilitares, el supuesto “pueblo enardecido”, que lanzan encima de las Damas de Blanco y el resto de los opositores, los que, según la versión oficialista, “acuden espontáneamente a los actos de repudio”, y que nos mantenían la mirada fría, rebosante de odio, como los perros de presa de los rancheadores, dispuestos a saltar sobre el Cimarrón a una orden del amo.
Como se esperaba, la Fiscalía no presentó ninguna prueba contundente o verosímil, se limitó a exponer una palabrería hueca, carente las más mínima credibilidad. La parte risible fue cuando la perito, Teniente Coronel, aseguró que, por las pruebas caligráficas, yo era culpable, por el estúpido detalle del tamaño y la inclinación de mi escritura.
Mi abogado le preguntó que si la pericial era una hipótesis, un diagnóstico; a lo que la oficial respondió que era seguro 100 % que yo era culpable y que no había margen de error. Esa fue la “prueba” que presentó la Fiscalía, y, por ese motivo, mantuvo la petición de seis años de cárcel.
Es decir que: ¿voy a ser culpable sólo por algo tan vago e impreciso como el tamaño y la inclinación de mi caligrafía? Creo que seré el primer escritor acusado en la historia de la humanidad por escribir con “cierta” inclinación, y dibujar mis letras de un tamaño muy sospechoso.
Sin embargo, por parte de la Defensa se presentaron una variedad de testigos que aseguraban mi inocencia en cuanto a los falsos cargos que se presentaron en mi contra. Se demostró, además de la falta de literatura de la perito, errores de estructura, de forma y de hecho en las acusaciones, y se desnudó las falsas estrategias de la Fiscalía, y su búsqueda fallida al intentar atrapar a un inocente que había demostrado con creces su inocencia en cuanto a las acusaciones en su contra.
También se mencionó una serie de autores que científicamente demuestran que las pruebas caligráficas no son una ciencia segura, y que sus resultados no pueden usarse como pruebas “inequívocas”, por el amplio margen de error que existe en cada diagnosticado.
Según los amigos que presenciaron la vista, algunos de ellos abogados, ex jueces, y ex fiscales, me dijeron que era una vergüenza que la Fiscalía presentara aquella farsa tan evidente, y que, con seguridad, era indiscutible que se había demostrado que los cargos presentados contra mí, no tenían ninguna seriedad.
Pero, algunos me aseguraron que, antes de comenzar el juicio ya estaba tomada la decisión, que el veredicto no lo toman los jueces cuando existe, como en mi caso, un criterio político que es el que decide mi inocencia o no.
También asistió una representación de la “Unión de Escritores y Artista de Cuba” (UNEAC), y la jurídica que representa esa institución, quien permaneció en el juicio, y aseguró que, desde su punto de vista, debían, sin lugar a dudas, dictaminar mi absolución.
Finalmente la vista terminó conclusa para sentencia, que dictaminará la Jueza en los próximos días, no sin antes advertirme que si no quedaba conforme con su dictamen, que tendría diez días para la apelación.
Insisto, como inocente, que no aceptaré ni cinco pesos de multa, que el tiempo de condena en prisión que se disponga, lo cumpliré, desde el primer día, en huelga de hambre.
Al salir del tribunal, uno de los agentes de la “Seguridad del Estado”, informaba por celular que no hacía falta que enviaran a más nadie, ya que no sucedió lo esperado, que todo estaba en orden y en plena tranquilidad, que no se habían cometido “indisciplinas”.
No quise darles el gusto de maltratar a los que deseaban ir a reclamar justicia por mí, y demostrar su inconformidad por los abusos gubernamentales a los opositores al régimen. Se quedaron esperando alguna “indisciplina” para golpearnos. De todas formas nos vieron marchar y sus miradas herían nuestras espaldas.
Ahora suceden las horas de espera por una sentencia, que será dictada en contra de la honesta decisión de un cubano de informar al mundo, a través de su blog, los atropellos que comete el régimen cubano.
Ángel Santiesteban-Prats
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