BBC Mundo
Lunes, 15 de octubre de 2012
"La crisis de los misiles cubana
no terminó el 28 de octubre de 1962, Cuba se iba a convertir en una
potencia nuclear, justo en las narices de Estados Unidos y a 140
kilómetros de Florida".
La que habla es Svetlana Savranskaya, directora
de operaciones rusas del National Security Archive, una institución no
gubernamental de Estados Unidos.
Savranskaya revela en entrevista
exclusiva con la BBC que existió una segunda y secreta Crisis de los
misiles, como se le conoce en EE.UU., o de Octubre o del Caribe, como se
le dice en Cuba y Rusia, respectivamente.
El conflicto entre Washington, Moscú y La Habana
se desató el 14 de octubre de 1962, cuando EE.UU. descubrió que la
Unión Soviética tenía bases de misiles nucleares en Cuba.
A la crisis de los misiles se la suele
considerar como el momento de máximo peligro del siglo XX, pero en su
50º aniversario la BBC accedió a nueva información que pinta un cuadro
aún más peligroso de cómo se desarrolló la crisis.
El mundo respiró aliviado cuando el presidente
soviético acordó retirar sus 42 misiles nucleares de sus bases en Cuba. A
cambio, su par estadounidense prometió no invadir la isla.
Documentos que serán publicados el 17 de octubre
revelan que, lejos de poner fin a la crisis con el acuerdo alcanzado
por John Fiztgerald Kennedy y Nikita Krushev, a finales de octubre hubo
una segunda crisis.
Los papeles forman parte del archivo personal de Anastas Mikoyan, número dos del Kremlin durante la crisis y enviado a Cuba.
Castro está "muy molesto"
"Castro está muy molesto con la traición soviética, los cubanos se sentían traicionados porque para ellos el gobierno soviético hacía una concesión tras otra a los estadounidenses, sin consultar a su aliado cubano, un sentimiento compartido por los militares soviéticos en la isla"
Svetlana Savranskaya, directora de operaciones rusas del National Security Archive
Aunque Kennedy insistió en un estricto monitoreo
de las posiciones de los misiles, en un fallo de inteligencia,
comandantes estadounidenses no advirtieron la presencia de más de 100
armas nucleares tácticas.
Mientras tanto, Fidel Castro, excluido de las negociaciones entre las superpotencias, comenzó a dejar de cooperar con Moscú.
"Castro está muy molesto con la traición
soviética, los cubanos se sentían traicionados porque para ellos el
gobierno soviético hacía una concesión tras otra a los estadounidenses,
sin consultar a su aliado cubano, un sentimiento compartido por los
militares soviéticos en la isla", dice Savranskaya.
"Castro creía en primer lugar en la dignidad, y
su obsesión con el orgullo y la dignidad de la Cuba revolucionaria
condujo su conducta a lo largo de la crisis", agrega Philip Brenner,
profesor de relaciones internacionales e historia, quien ha escrito
varios libros sobre la relación entre Estados Unidos y Cuba.
Krushev, temeroso de perder el control y de que
su aliado cada vez menos confiable pudiera obstaculizar el acuerdo,
inmediatamente envió a La Habana a su camarada de más confianza, su
viceprimer ministro Anastas Mikoyan.
El pedido llegó en un momento complicado: la
esposa de Mikoyan estaba gravemente enferma, pero él "sintió que era su
deber ir y se dio cuenta del peligro que representaba que Castro tuviera
el orgullo herido", señala Brenner.
A su llegada a La Habana, Mikoyan se enteró de
la muerte de su esposa y Castro, que todavía estaba furioso y había
rechazado recibir al enviado, cedió tras enterarse del fallecimiento.
El enviado encontró a Castro nervioso y
conspirativo, convencido que Moscú había perdido interés en defender la
isla. Sin embargo, bajo claras instrucciones de Krushev, Mikoyan hizo su
oferta: podía quedarse con las armas nucleares tácticas, con la
condición de que no se lo dijeran a los estadounidenses.
Las dudas soviéticas
"(Mikoyan) entiende que con el orgullo cubano y con la forma en que los cubanos veían la posibilidad de una guerra nuclear muy diferente a cómo los soviéticos la veían, sería muy peligroso e incluso irresponsable dejar las armas en manos cubanas, pero sus manos estaban atadas, ese fue el acuerdo"
Svetlana Savranskaya, directora de operaciones rusas del National Security Archive
En privado, Mikoyan tenía dudas sobre dejarle las armas nucleares a Castro.
"Pensaba que con el orgullo cubano y frente al
hecho de que los cubanos consideraban la posibilidad de una guerra
nuclear de una manera muy diferente a los soviéticos, sería muy
peligroso e incluso irresponsable dejar las armas en manos cubanas, pero
sus manos estaban atadas: ese fue el acuerdo", señala Savranskaya.
Durante noviembre, Castro se volvió cada vez más
beligerante hacia Washington y Moscú: se oponía a los vuelos de
vigilancia estadounidense que vigilaban el retiro soviético y,
desesperado por marcar su postura ante lo que considera una provocación,
decidió que el ejército cubano tendría órdenes de disparar a las
aeronaves.
Savranskaya asegura que Castro lo hizo sin
consultar a los soviéticos, lo que "sorprendió" a los líderes porque
constituía "claramente un paso hacia la escalada de la crisis".
Una serie de cartas entre Kennedy, Krushev y
Castro arroja luz sobre sobre la tensa situación diplomática. "Las
cartas Armagedón" revelan que mientras Mikoyan estaba en La Habana, el
presidente estadounidense y el líder soviético llegaron a la conclusión
de que el problema tras la crisis no era entre ellos, sino con Fidel
Castro.
Aislado en La Habana, Mikoyan se enfrentaba a
una decisión que podría tener consecuencias incalculables para el mundo.
Y se dio cuenta que, una vez más, el tiempo se estaba agotando.
Luego de que Castro ordenara disparar contra una
de las aeronaves estadounidenses, "Mikoyan –dice la directora del
National Security Archive– tomó una decisión sin consultar al gobierno
central soviético: que las armas nucleares tácticas iban a tener que ser
removidas".
Era poco después de mediados de noviembre. Pero
los acontecimientos se movían más rápido que lo que el enviado soviético
había anticipado.
El 19 de noviembre los cubanos le dieron
instrucciones a su representante Carlos Lechuga para que revelara el
secreto. En la sede de Naciones Unidas en Nueva York, el embajador
cubano estaba a punto de decirle al mundo sobre las armas secretas.
Mikoyan inmediatamente se comunicó con Moscú.
Pero desde allí nunca recibió "instrucciones
claras" sobre qué hacer con las armas nucleares, explica Savranskaya:
"Mikoyan estaba esperando instrucciones, pero tenía que reunirse con
Castro en la noche del 22 de noviembre de 1962 y sabía que esta
conversación sería sobre las armas y sobre el destino del acuerdo
militar entre la Unión Soviética y Cuba".
"En mi opinión –agrega– la transcripción palabra
por palabra de esta conversación a la medianoche entre Castro y Mikoyan
probablemente sea el documento más fascinante de toda la crisis de los
misiles".
"¿Nos las podemos quedar?"
Ésta es la primera vez que se conocen detalles de esa reunión.
"Castro –dice Savranskaya– anticipa que los
soviéticos están a punto de hacer otra concesión a Estados Unidos y le
pregunta a Mikoyan: '¿Qué pasa con las armas nucleares tácticas? ¿Nos
las podemos quedar?'. 'No, no se las pueden quedar', dice Mikoyan.
Castro señala que en el intercambio de cartas entre Kennedy y Krushev no
se mencionaban las armas nucleares tácticas, por lo que 'los
estadounidenses no tienen idea de que están acá, así que ustedes no
tienen que sacarlas, las podemos esconder en nuestras cuevas'. Mikoyan
luego dice: 'Vamos a retirar estas armas no porque los estadounidenses
lo hayan demandado, sino porque nosotros decidimos retirar estas armas'.
Y luego, interesantemente, le dice a Castro una mentira: 'Tenemos una
ley secreta no publicada que nos prohíbe transferir armas nucleares a un
tercer país'. No había tal ley en la Unión Soviética, pero le dice a
Castro: 'Tenemos esta ley'".
"Castro anticipa que los soviéticos están a punto de hacer otra concesión a Estados Unidos y le pregunta a Mikoyan: '¿Qué pasa con las armas nucleares tácticas? ¿Nos las podemos quedar?'. 'No, no se las pueden quedar'"
Svetlana Savranskaya, directora de operaciones rusas del National Security Archive
"Durante el resto de la reunión, –prosigue
Savranskaya– Castro vuelve una y otra vez a la misma cuestión, el líder
cubano básicamente le ruega a Mikoyan mantener lo que él ve como el
último medio de defenderse de Estados Unidos, y falla. Incluso sugiere
que la 'ley' debe ser derogada, pero Mikoyan no cede, y dice que todas
las armas nucleares deben salir de Cuba. Con esa conversación, se
resolvió la crisis, las armas nucleares fueron cargadas en barcos
soviéticos y retiradas en diciembre de 1962".
Los cubanos quedaron "dolidos" por las acciones
de los soviéticos y hasta finales de la década de los sesenta
permanecieron "resentidos" por haber sido puestos en una posición en la
que "básicamente no tenían otra opción más que ceder a los deseos de
Krushev", considera Brenner.
Para Savranskaya, los soviéticos y los
estadounidenses no trataban a Cuba como un "actor", para ellos era un
"pequeño peón", pero luego "se dieron cuenta de lo cerca que Castro
había estado de hacer la crisis mucho, mucho peor".
Tanto Krushev como Kennedy comprendieron lo
cerca que se estuvo de una catástrofe. En diciembre de 1962, el líder
soviético le escribió a JFK para sugerirle que trabajaran en aras de la
eliminación de las armas nucleares en el mundo para el esperado segundo
mandato del estadounidense.
Pero eso nunca se dio. Kennedy fue asesinado 11 meses después y Krushev fue obligado a retirarse en 1964.
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