domingo, septiembre 16, 2012

Apuntes ante la muerte de Oswaldo Payá

Desde el sitio de
Armando de Armas 
No hay mucho que decir ante la muerte; la muerte es en sí síntesis extrema de toda palabra pronunciada o pronunciable. Nada que añadir al acto de la muerte. Y, si esto es así para el más común de los mortales, cómo no lo sería para un hombre excepcional, un patriota de la índole de Oswaldo Payá Sardiñas. Pero, estamos obligados a palabrear; a intentar darle sentido al sinsentido mediante la palabra. Sobretodo si se trata de la sospechosa muerte del líder del Movimiento Cristiano Liberación, Premio Sajarov del Parlamento Europeo 2002.
En el sistema de Justicia estadounidense hay una premisa que asegura que usted es inocente hasta tanto y en cuanto no se demuestre lo contrario. Pero, tratándose de un Gobierno, lo más sensato sería invertir esa premisa, más si ese Gobierno es una dictadura, mucho más si ese Gobierno es una dictadura comunista, y muchísimo más aún si se trata de la dictadura comunista de Cuba que, como verá el observador no prejuiciado, tiene un largo prontuario de muertes sospechosas que irían en un oscuro arco desde la muerte del comandante Camilo Cienfuegos, pasando por la muerte del ex ministro del Interior José Abrahantes, la Dama de Blanco Laura Pollán y el ex pri­sio­nero polí­tico Juan Wil­fredo Soto Gar­cía, hasta la reciente muerte de Payá  Sardiñas. Luego, la dictadura comunista de Cuba, específicamente el general Raúl Castro y su hermano el comandante, es culpable de la muerte de Payá Sardiñas hasta tanto en cuanto no demuestre lo contrario.
Algunos han dicho que a Payá le costó la vida el ser la cabeza más visible de la oposición para una salida moderada a la situación socialista en Cuba. Pienso, por el contrario, que a Payá le costó la vida el haber radicalizado, profundizado, su discurso respecto al régimen militar cubano. Payá, auténtico líder, iba con los tiempos y sabía que la dictadura podía, y de hecho lo hacía, manejarse con la moderación al uso y que era necesario, desmoderar, quiere decir, desestabilizar, para poder obtener un cambio en el status quo en la isla, frente a un aparato militar, de muerte, que no ha dejado ningún espacio para ir de la ley a la ley y hacia la democracia según deseaba y había venido proclamando insistentemente Payá desde su Proyecto Varela.
Movimiento Cristiano Liberación, Payá (el líder curtido), Harold Cepero (joven y dinámico y de origen humilde), en alianza con las juventudes de los partidos de la derecha europea (en un país controlado por la izquierda al menos desde la revolución del 33 para acá, más de 70 años, de los cuales 53 han sido de dominio de la izquierda radical, comunista), en una gira de trabajo por lo profundo de las provincias orientales del país (las más empobrecidas), era en verdad una mezcla, una mezcla en un escenario, que podría resultar peligroso para el poder apoltronado, acostumbrado al disenso en el devenir retórico, pero no práctico. Ya lo han dicho: las calles son de los revolucionarios. Lo han dicho porque saben que en la calle pierden; que si pierden la calle pierden el poder.
Ninguna muerte es útil; es mentira la utilidad de la muerte. Útil es la vida, bueno, algunas vidas. Pero, la muerte de Paya debería servir a los opositores al castrismo, dentro y fuera de la isla, para ver qué está fallando para al fin arribar al objetivo último, quiere decir, el objetivo único tratándose de oposición política; sobre todo tratándose de la oposición política a una tiranía. El objetivo de tomar el poder. No ya por el legítimo deseo de tomar el poder; sino por la más legítima necesidad de evitar que esa tiranía, los sicarios de esa tiranía, los siga cazando como a conejos. Quizá sea hora de cambiar de método. O, tal vez, de aplicar o proclamar el método de manera que pudiera resultar efectivo.
Me refiero al método de lucha pacífica, ni por asomo me refiero a cambiarlo por el método de lucha violenta, pero sí radicalizar el método de la lucha pacífica; una lucha que, por su misma naturaleza, no admite medias tintas, so pena de descender al nivel de la lucha pasiva; es decir, a la no lucha. Me refiero a implementar el método de resistencia cívica según lo postulado por el teórico Gene Sharp, quien desde el Instituto Albert Einstein, 1983, ha promovido el estudio y uso de prácticas no armadas como estrategia para lograr cambios en la realidad socio-política en países sometidos a regímenes de fuerza
Así, su libro De la dictadura a la democracia, su puesta en acción más bien, se estima como responsable del inició de la cuenta regresiva para el fin de los más férreos sistemas de opresión de los últimos tiempos, con acontecimientos históricos de la índole de las revoluciones de colores en Europa del Este y la reciente Primavera Árabe que, parece indicar, germinaron en las páginas de esta obra.
El Dr. Sharp detalla en su libro, traducido a más de treinta idiomas en el mundo, como funciona el motor que impulsa y sostiene esta efectiva estrategia contra las estructuras monolíticas de poder. Ejemplo del éxito de esa estrategia es la más reciente revolución árabe que comenzada en Yemen se extendió victoriosamente hasta Egipto.
Es bueno destacar, por otra parte, que el libro del erudito estadounidense ha sido traducido a treinta idiomas en todo el mundo y que, cosa que algunos suelen obviar, su metodología de lucha no sería más que un sustituto de la guerra que, llevada a vías de hecho, usa su propio arsenal de armas que serían de tipo político, propagandístico, psicológico, social y económico; pues, obviamente, las dictaduras no se derrumban, sino que se empujan para que se derrumben.
Porque, contrariamente a lo que se suele asegurar entre muchos de los que, dentro y fuera de la isla, se suscriben al pacifismo, para Gene Sharp las sanciones económicas son importantes pilares para la tarea de derrotar a las dictaduras.
También es bueno apuntar que el radicalismo en la lucha no violenta esgrimida por el erudito estadounidense, lleva de suyo a considerar fundamental el no entendimiento, establecimiento de diálogo alguno, con la dictadura imperante o sus representantes pues, asegura el científico de la revolución posmoderna, el dictador no tiene que dimitir, que las manifestaciones de protesta han de seguir hasta que se desmorone todo el aparato del poder, hasta que no haya nadie en el poder para dimitir, para dialogar, y que no hacerlo así conlleva a que las fuerzas del régimen ganen el tiempo suficiente para reagruparse y continuar mediante metamorfosis en el ejercicio del poder, es decir, hacer los cambios pertinentes para no cambiar.
Extrañamente, en el caso cubano el régimen ni siquiera tiembla, ni siquiera ha pedido diálogo, la verdad es que no tendría por qué hacerlo, y sin embargo, hay al menos cincuenta organizaciones, dentro y fuera de la isla, cuya única razón de ser es pedir un diálogo a la sorda dictadura y el levantamiento de sanciones económicas impuestas por Estados Unidos a esa misma dictadura. Patético el opositor que pide la soga para su propio cuello; el cebo para la soga en su cuello… grasa para la maquinaria que molerá sus huesos. Gene Sharp diría, ¡qué loco este chico!
Payá era un prototipo político que, por desgracia, ha escaseado en los predios no ya cubanos sino latinoamericanos, no era un payaso, era sobrio, era serio, casi gris, y, por lo mismo, entre tanta exuberancia e insustancialidad tropical probablemente hubiera sido un buen presidente para la República nueva que advendrá. Por lo pronto, la no utilidad de su muerte (útil hubiera sido vivo y en la presidencia) en un polvoriento terraplén de su país, debería al menos servir a los opositores al castrismo, en el exilio y al interior de la isla, para ver qué está fallando para arribar al objetivo último de tomar el poder… No ya por el legítimo deseo de tomar el poder; sino por la más legítima necesidad de evitar que esa tiranía, los sicarios de esa tiranía, los siga cazando como a conejos

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