Armando de Armas
No hay mucho que decir ante la muerte; la muerte es en sí síntesis
extrema de toda palabra pronunciada o pronunciable. Nada que añadir al
acto de la muerte. Y, si esto es así para el más común de los mortales,
cómo no lo sería para un hombre excepcional, un patriota de la índole de
Oswaldo Payá Sardiñas. Pero, estamos obligados a palabrear; a intentar
darle sentido al sinsentido mediante la palabra. Sobretodo si se trata
de la sospechosa muerte del líder del Movimiento Cristiano Liberación,
Premio Sajarov del Parlamento Europeo 2002.
En el sistema de Justicia estadounidense hay una premisa que asegura
que usted es inocente hasta tanto y en cuanto no se demuestre lo
contrario. Pero, tratándose de un Gobierno, lo más sensato sería
invertir esa premisa, más si ese Gobierno es una dictadura, mucho más si
ese Gobierno es una dictadura comunista, y muchísimo más aún si se
trata de la dictadura comunista de Cuba que, como verá el observador no
prejuiciado, tiene un largo prontuario de muertes sospechosas que irían
en un oscuro arco desde la muerte del comandante Camilo Cienfuegos,
pasando por la muerte del ex ministro del Interior José Abrahantes, la
Dama de Blanco Laura Pollán y el ex prisionero político Juan
Wilfredo Soto García, hasta la reciente muerte de Payá Sardiñas.
Luego, la dictadura comunista de Cuba, específicamente el general Raúl
Castro y su hermano el comandante, es culpable de la muerte de Payá
Sardiñas hasta tanto en cuanto no demuestre lo contrario.
Algunos han dicho que a Payá le costó la vida el ser la cabeza más
visible de la oposición para una salida moderada a la situación
socialista en Cuba. Pienso, por el contrario, que a Payá le costó la
vida el haber radicalizado, profundizado, su discurso respecto al
régimen militar cubano. Payá, auténtico líder, iba con los tiempos y
sabía que la dictadura podía, y de hecho lo hacía, manejarse con la
moderación al uso y que era necesario, desmoderar, quiere decir,
desestabilizar, para poder obtener un cambio en el status quo en la
isla, frente a un aparato militar, de muerte, que no ha dejado ningún
espacio para ir de la ley a la ley y hacia la democracia según deseaba y
había venido proclamando insistentemente Payá desde su Proyecto Varela.
Movimiento Cristiano Liberación, Payá (el líder curtido), Harold
Cepero (joven y dinámico y de origen humilde), en alianza con las
juventudes de los partidos de la derecha europea (en un país controlado
por la izquierda al menos desde la revolución del 33 para acá, más de 70
años, de los cuales 53 han sido de dominio de la izquierda radical,
comunista), en una gira de trabajo por lo profundo de las provincias
orientales del país (las más empobrecidas), era en verdad una mezcla,
una mezcla en un escenario, que podría resultar peligroso para el poder
apoltronado, acostumbrado al disenso en el devenir retórico, pero no
práctico. Ya lo han dicho: las calles son de los revolucionarios. Lo han
dicho porque saben que en la calle pierden; que si pierden la calle
pierden el poder.
Ninguna muerte es útil; es mentira la utilidad de la muerte. Útil es
la vida, bueno, algunas vidas. Pero, la muerte de Paya debería servir a
los opositores al castrismo, dentro y fuera de la isla, para ver qué
está fallando para al fin arribar al objetivo último, quiere decir, el
objetivo único tratándose de oposición política; sobre todo tratándose
de la oposición política a una tiranía. El objetivo de tomar el poder.
No ya por el legítimo deseo de tomar el poder; sino por la más legítima
necesidad de evitar que esa tiranía, los sicarios de esa tiranía, los
siga cazando como a conejos. Quizá sea hora de cambiar de método. O, tal
vez, de aplicar o proclamar el método de manera que pudiera resultar
efectivo.
Me refiero al método de lucha pacífica, ni por asomo me refiero a
cambiarlo por el método de lucha violenta, pero sí radicalizar el método
de la lucha pacífica; una lucha que, por su misma naturaleza, no admite
medias tintas, so pena de descender al nivel de la lucha pasiva; es
decir, a la no lucha. Me refiero a implementar el método de resistencia
cívica según lo postulado por el teórico Gene Sharp, quien desde el Instituto Albert Einstein,
1983, ha promovido el estudio y uso de prácticas no armadas como
estrategia para lograr cambios en la realidad socio-política en países
sometidos a regímenes de fuerza
Así, su libro De la dictadura a la democracia, su puesta en
acción más bien, se estima como responsable del inició de la cuenta
regresiva para el fin de los más férreos sistemas de opresión de los
últimos tiempos, con acontecimientos históricos de la índole de las
revoluciones de colores en Europa del Este y la reciente Primavera Árabe
que, parece indicar, germinaron en las páginas de esta obra.
El Dr. Sharp detalla en su libro, traducido a más de treinta idiomas
en el mundo, como funciona el motor que impulsa y sostiene esta efectiva
estrategia contra las estructuras monolíticas de poder. Ejemplo del
éxito de esa estrategia es la más reciente revolución árabe que
comenzada en Yemen se extendió victoriosamente hasta Egipto.
Es bueno destacar, por otra parte, que el libro del erudito
estadounidense ha sido traducido a treinta idiomas en todo el mundo y
que, cosa que algunos suelen obviar, su metodología de lucha no sería
más que un sustituto de la guerra que, llevada a vías de hecho, usa su
propio arsenal de armas que serían de tipo político, propagandístico,
psicológico, social y económico; pues, obviamente, las dictaduras no se
derrumban, sino que se empujan para que se derrumben.
Porque, contrariamente a lo que se suele asegurar entre muchos de los
que, dentro y fuera de la isla, se suscriben al pacifismo, para Gene
Sharp las sanciones económicas son importantes pilares para la tarea de
derrotar a las dictaduras.
También es bueno apuntar que el radicalismo en la lucha no violenta
esgrimida por el erudito estadounidense, lleva de suyo a considerar
fundamental el no entendimiento, establecimiento de diálogo alguno, con
la dictadura imperante o sus representantes pues, asegura el científico
de la revolución posmoderna, el dictador no tiene que dimitir, que las
manifestaciones de protesta han de seguir hasta que se desmorone todo el
aparato del poder, hasta que no haya nadie en el poder para dimitir,
para dialogar, y que no hacerlo así conlleva a que las fuerzas del
régimen ganen el tiempo suficiente para reagruparse y continuar mediante
metamorfosis en el ejercicio del poder, es decir, hacer los cambios
pertinentes para no cambiar.
Extrañamente, en el caso cubano el régimen ni siquiera tiembla, ni
siquiera ha pedido diálogo, la verdad es que no tendría por qué hacerlo,
y sin embargo, hay al menos cincuenta organizaciones, dentro y fuera de
la isla, cuya única razón de ser es pedir un diálogo a la sorda
dictadura y el levantamiento de sanciones económicas impuestas por
Estados Unidos a esa misma dictadura. Patético el opositor que pide la
soga para su propio cuello; el cebo para la soga en su cuello… grasa
para la maquinaria que molerá sus huesos. Gene Sharp diría, ¡qué loco
este chico!
Payá era un prototipo político que, por desgracia, ha escaseado en
los predios no ya cubanos sino latinoamericanos, no era un payaso, era
sobrio, era serio, casi gris, y, por lo mismo, entre tanta exuberancia e
insustancialidad tropical probablemente hubiera sido un buen presidente
para la República nueva que advendrá. Por lo pronto, la no utilidad de
su muerte (útil hubiera sido vivo y en la presidencia) en un polvoriento
terraplén de su país, debería al menos servir a los opositores al
castrismo, en el exilio y al interior de la isla, para ver qué está
fallando para arribar al objetivo último de tomar el poder… No ya por el
legítimo deseo de tomar el poder; sino por la más legítima necesidad de
evitar que esa tiranía, los sicarios de esa tiranía, los siga cazando
como a conejos
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