lunes, mayo 21, 2012

Democracia [Propaganda, ciencia e ingenuidad]

Desde el sitio de 
 
Emilio Ichikawa
Los votos de par de cubiches “de bajo nivel cultural” valen más que el voto del poeta Miguel Barnet. Porque 2 es más que 1. Eso es democracia. Como diría Churchill: Los cubiches ignorantes me resultan el peor sistema del mundo… hasta que miro a Barnet. Según las reglas de cualquier variante de aristocracia política esto no sería así, pues quizás el voto de Barnet, a pesar de ser 1, valdría más porque él ha escrito libros, viajado, dirigido instituciones. O, sencillamente, su voto contaría mientras que el de los otros no.
Más democracia es lo que casi todo el mundo dice querer para Cuba. Desde el gobierno, que asegura que la democracia ya existe en la isla (aunque en un modo diferente y singular); hasta los opositores y los observadores.
Como “democracia” es una locución, un “sonido” o nombre que en nuestros días indica “algo que está bien”, ha rebasado como valor de uso lingüístico los límites de lo político y ha inundado parcelas donde deben regir más bien las “perspectivas excluyentes”. Por ejemplo la ciencia y la investigación.
Se puede decidir por mayoría (democrática) si el político bajo cuyo mandato se construyó un puente o una presa debe ser confirmado o depuesto en la próxima elección. Pero la construcción de esas instalaciones no se puede efectuar con arreglo a la opinión de la mayoría. Ni debe elegirse el arquitecto según patrones de afabilidad o desempeño en el diálogo. Es decir, de popularidad.
Lo que sucede en el caso cubano es que como no se hace política real, sino actividades de cultura y retórica que se tienen como tales (escribir, hablar en eventos, declarar en radio y televisión, etc.), se empiezan a usar patrones de comportamiento político democrático (de 2 vale más que uno) donde no son pertinentes: en física, politología, química e historiografía. Al final, no solo se carece de una política eficaz, sino también de una ciencia verdadera; para hablar de forma simple.
La Iglesia Católica cubana ha deslindado y manejado prudentemente los niveles anteriores. Excepto en la conferencia del Cardenal Ortega en Harvard. El error del Cardenal Ortega fue creer que (o conducirse un minuto como si…) la Universidad contemporánea fuera todavía un recinto donde se podía decir o intentar decir “verdad”. Y es que el foro a que asistió el Cardenal no era esencialmente científico: era político; por lo que no se pueden decir cosas impopulares. Lo que dijo el Cardenal en Harvard fue sencillamente que “1 vale más que 2”. Que es también lo que piensa la mayoría de los Ilustrados cubanos; elitistas, racistas y clasistas, como Ilustrados que son.
La Iglesia Católica no quiere arriesgarse a experimentar con que 2 votos de personas de “bajo nivel cultural” (los delincuentes no votan, aunque creo que los exhibicionistas sí) valen más que 1 voto de un antropólogo. Porque siguiendo la lógica Ilustrada (“¡Sapere aude!”) también cree que la carencia de luces obedece a una falta de voluntad (vagancia), o una insuficiencia grupal (racial) o individual; lo que ya puede tener malas consecuencias administrativas (de orden) para un Estado. Una desventaja que puede ser salvable, por supuesto, pero que en el momento en que rige hay que inmovilizar. ¿Por qué esa Iglesia no lo dice claramente? No puede decirlo porque, aunque es verdadero, es “impopular”; no es político. Se le ha ido al Cardenal Ortega en Harvard y ya vimos la reacción. Ese es otro de los problemas por los que atraviesa el espíritu cubano en la actualidad: no puede salir de un estado de cosas instaurado sobre la mentira esgrimiendo la verdad porque la verdad no es simpática y tiene demasiados detractores. Por demás es ingenuo ceñirse a la verdad cuando el adversario usa la mentira con destreza (propaganda) y ventaja.
Por el momento, la opción vigente es combatir la mentira dominante (en Miami o La Habana) con una mentira (o media verdad) alternativa. Y eso obliga a seguir reciclando actitudes otra buena temporada.
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-NOTA: Burke. Cocimiento sobre revolucionarios. Entre los estudiosos que conocí en Cuba, el poeta Carlos Alberto Aguilera lo atendía con regularidad.

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