Desde el sitio de Ichikawa
Arnaldo M. Fernández
La serie pertinaz de extractos del libro del Dr. Brian Latell sobre
los secretos de Castro y su maquinaria de inteligencia frente a la CIA
—presentado este lunes en la sede del Instituto de Estudios Cubanos y
Cubano-Americanos— brinda la inusual oportunidad de hacer calistenia
filosófica: ejercer la crítica de los argumentos de los demás, sin urdir
sistema propio, es tarea de la filosofía por lo menos desde que
Guillermo de Occam (c. 1280/1288 – 1349) afiló su navaja. La segunda
entrega de la serie trajo al ex comandante Rolando Cubela como «el
asesino cubano que se burló de la CIA», ya que habría sido doble agente a
favor de Castro. Esta hipótesis entraña difícil demostración, porque no
puede inferirse de la simple observación de Cubela sancionado a 25 años
de cárcel, de los cuales cumplió la mitad —exigencia de la ley para
salir en libertad condicional— antes de marchar al exilio en España.
Esta observación se aviene a la hipótesis alternativa de Cubela como
agente de la CIA, arrestado (ca. marzo 1, 1966) luego de que un burlador
auténtico, Juan Felaifel, «desapareciera» (febrero 21, 1966) en
incursión a Cuba por mar desde EE. UU. y revelara a Castro la conexión
de Cubela con el golden boy de la CIA, Manuel Artime.
La inferencia a la mejor explicación —o razonamiento por abducción, apud
Charles Sanders Peirce— se rige por la lógica de la sorpresa: si Cubela
cayó preso, la peor conjetura sería doble agente y habría que
demostrarla con cuanto de prueba judicial (más allá de toda duda
razonable). El Dr. Latell retuerce la demostración: da por sentado que
Cubela no estuvo preso —sobre la base más endeble aún de que trabajaba
cómo médico de la prisión y andaba por la calle, a pesar de tanta gente
cansada de verlo languidecer en la cárcel— para deslizar enseguida la
falacia de petición de principio camuflada con el testimonio del
teniente desertor Miguel Mir, quien se presentó como «historiador
militar» de la Seguridad Personal con acceso a «una bóveda secreta» que
atesoraba el «registro de todos los atentados» contra Castro. Allí leyó
«documentos acerca de Rolando Cubela, declarándolo un agente doble».
Así vamos de sorpresa en sorpresa, porque suponer que Castro haya
dado acceso a sus secretos más allá de sí mismo es hipótesis desmentida
por más de medio siglo de observaciones. La hipótesis alternativa de Mir
como otro avatar del espíritu fraudulento es abrumadora. Aquí radica
quizás el yerro metodológico más agudo del Dr. Latell. Al resaltar que
su libro descansa sobre entrevistas a desertores de la Dirección [antes
General] de la Inteligencia (DGI) castrista, queda expuesto el lado
flaco de su investigación por falta de cruce y verificación con los
archivos de la Seguridad del Estado. Desde luego que no puede exigírsele
al Dr. Latell cumplir con esta exigencia, pero sí haber escogido el
género adecuado y dar a imprenta una novela.
Para colmo saca argumentos hasta con descuido. El el Dr. Latell
considera que la entrevista (junio 5, 1985) de Tad Szulc con Ramiro
Valdés, entonces ministro del Interior, habría «pasado inadvertida por
previos investigadores», pero más bien sucede que nadie, antes del Dr.
Latell, se atrevió a concluir «inequívocamente que Cubela conspiró con
Fidel» tras leer este pasaje significativo:
Szulc: ¿Es cierto que ustedes sabían de antemano que Cubela había
venido aquí con este plan? Yo me recuerdo algo que había oído, no sé,
que Fidel había dicho Cubela: ¿No tienes algo que decir algo nuevo?
Valdés: Sí.
Szulc: ¿Usted me podría aclarar algo sobre eso?
Valdés: Sí, nosotros teníamos ya esa información de su viaje en el
exterior de que había tenido contactos con la CIA en el exterior, que
tenía una misión de asesinar a Fidel. Nosotros conocíamos eso y
precisamente por esta información fue por lo que Fidel cuando lo citó y
conversó con él y tuvo esa expresión: «¿Tú no tienes algo que decirme?».
Szulc: ¿Él ya sabía todo?
Valdés: Sí
Las preguntas del Dr. Latell: —¿cómo se enteró Valdés del plan de
asesinato y cuándo fracasó? ¿Es que había un informante cerca de Cubela?
(…) ¿Había estado el propio Cubela reportando a la inteligencia cubana,
tal vez desde la primera reunión con un agente de la CIA en la Ciudad
de México?— indican que pasó por alto a Jacinto Valdés Dapena, quien
recogió en La CIA contra Cuba (Editorial Capitán San Luis,
2002) el informe de la agente ADELA, hacia abril de 1965, sobre la
conducta sospechosa de Cubela en París. También el teniente coronel
(retirado) de la contrainteligencia castrista Israel Behar Dueñas
atestiguó sobre por qué se había montado la vigilancia en torno a
Cubela. Como ya sabemos, Felaifel vino a ponerle la tapa al pomo.
Así y todo, el Dr. Latell tiene pegada para que su libro: Castro´s Secrets: The CIA and Cuba´s Intelligence Machina (Palgrave Macmillan, 2012), salga reseñado en The Washington Times por Joseph C. Goulden, ex oficial de contrainteligencia y autor de The Dictionary of Espionage: Spyspeak into English
(Dover Publications, 2012). Aparte de cerrar filas junto al Dr. Latell
en defensa del colega David Attle Phillips —quien diera tanto pie al
senador Frank Church para soltar que la CIA venía comportándose like a rogue elephant on the rampage—,
Goulden viene a sostener que Lee Harvey Oswald fue incitado (septiembre
27, 1963) en la embajada de Cuba en México a matar a Kennedy, porque
«dar cuerda» es práctica habitual de la DGI.
Así como el Dr. Latell, Goulden merece la misma nota sobre Phillips
que aparece en el memo ciego de la CIA «Demora en mandar el primer cable
sobre Oswald» y que los auditores de la propia CIA Edwin López y Dan
Hardway verificaron como correcta: Phillips didn´t know what he was talking about.
-Foto: La estación CIA en México remitió (octubre 8,
1963) la descripción del hombre en la foto [© JFK Lancer] con
información sobre llamada telefónica de un tal Oswald.
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