sábado, abril 21, 2012

[La Akademia Kubishe Exilar] - Cuban Research Institute: CrÍtica de la ciencia social cínica

siempre es estimulante leer a arnaldo m. fernandez porque potencia las fuerzas sinápticas      adormiladas y desencadena nuevas, pero es a su vez  reconfortante saber que en esto de las ciencias y en particular de las kubishes, se tiene compania.
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Desde el sitio de Ichikawa

 
Arnaldo M. Fernández/
San Agustín no se preocupó jamás por trazar fronteras entre fe y razón. Ambas tendrían como misión solidaria esclarecer la verdad, «que está presente en todos y a todos se ofrece por igual»1. Luego llovió tanto que la razón se tornó autónoma y la fe cristiana quedó acorralada en el redil de inescrutabilidad del Dios trino y expectativa asociada de gracia y salvación. Sólo que también se consolidaría el poder mundano del vicario de Cristo en la tierra y de este modo se explica la conjunción actual del arzobispado de La Habana y el Instituto de Estudios Cubanos (CRI, por sus siglas en inglés) de la Universidad Internacional de la Florida (FIU) para presentar en Cuba el informe de investigación La diáspora cubana en el siglo XXI (2011). El agustinismo recurva como enmascaramiento político de las fronteras entre la razón y la fe católica.
Es sabido que la razón encarnada en ciencia perdió hace rato su candidez ideológica y desempeña hasta funciones de justificación de los órdenes políticos2. Tal es la entraña del precitado informe, que posa como ciencia social aplicada —por el simple expediente de haberse ensamblado una comisión de expertos bajo la carpa institucional de FIU— para cabildear en torno a modificaciones del orden jurídico en Cuba, sobre todo:
1. Garantizar la plena libertad de circulación y residencia, conforme al artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948).
2. Reconocer la igualdad entre los cubanos emigrados y radicados en la Isla, y concederles iguales o mejores posibilidades de participación económica que al capital foráneo actuante al amparo de la Ley de Inversión Extranjera (77-1995).
Así, dos reclamaciones de derechos formuladas de antes —sin concurso de expertos— en el Proyecto Varela (1998) y malogradas por falta de fuerza política —25 mil firmas en dos tandas no daban ni para entrar a la verbena democrática de 1939— se transfiguraron en producto académico, que imprime giro cínico a la ciencia social en función político-ideológica. Entre tantos reclamos al Estado totalitario castrista, el CRI dio prioridad a los dos quizás más aprovechables para preservar el castrismo: el libre flujo migratorio —vinculado a la afluencia de moneda dura— y la inversión de capitales.
Barnizar estos empeños políticos con experticia y academia dista mucho de encajar en un centro de estudios cubanos que busca en y recibe fondos de los Estados Unidos. Sin embargo, el CRI ni siquiera atina a la autorreflexión. Luego del fiasco de aquel proyecto «Cuba en transición» (1992), financiado con medio millón de dólares por el Departamento de Estado y dirigido por el Dr. Lisandro Pérez, que se propuso infructuosamente dar pautas de rediseño de la política exterior de Washington con respecto a Cuba, el CRI parece llevarse la rosca del cinismo al sugerir pautas de rediseño de la política doméstica a La Habana.
El CRI no puede apearse sin rubor con algo así como La diáspora cubana en el siglo XXI (2011), porque sólo se abordan problemas con soluciones conocidas de antemano y entonces ya no se trata de ciencia. El ademán con la Iglesia católica torna plausible que más bien sobrevinene otro avatar de la mentira de la conciencia sociocientífica o la conciencia sociocientífica como mentira, tal y como enseñó Paul Ricoeur3. No queda más remedio que arrancar las máscaras y entre los filósofos de la sospecha conviene recurrir a Marx: ¿qué intereses apoyan semejante desvío de la misión científica? O mejor: ¿quiénes financiaron aquel informe?
Las hipótesis concurrentes serían inversores potenciales y emigrantes nostálgicos con anhelo de conseguir o preservar propiedad inmobilaria en Cuba, los cuales pudieran entrecruzarse. La prueba crucial es fácil: CRI no tiene por qué velar sus fuentes de financiamiento. Pero como entre ellas consta The National Science Foundation, ya debe pensarse también en que el CRI rinda cuenta del uso de sus dineros, porque se vuelve sospechoso haberlos asignado a la tentativa cínica de subvertir la ciencia con mero cabildeo neoagustino.
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Ilustración: San Agustín (Tagaste, 354 – Hipona, 430) © Alldatabase
 1 Acerca del libre albedrío, II, 12, 33.
2 Habermas, Jürgen: Technik und Wissenschaft als «Ideologie» [Ciencia y ténica como «ideología»], Francfort del Meno: Suhrkamp, 1968.
3 Hermenéutica y psicoanálisis, Buenos Aires: Aurora (1975), p. 5.

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