Hay que empezar por decir que las visitas de Juan Pablo II y de Benedicto XVI son, para muchos, dos eventos tan inusuales que un periodista extranjero ha dicho de Cuba:
“Se
trata de un país de paradojas en el que un Papa excomulga al
presidente y otros dos Papas lo visitan como si nada hubiera pasado”.
Pero
eso no basta para explicarlos, y mucho menos cuando es vox populi
considerar al primero de los Pontífices visitantes como uno de los
responsables del derrumbe del comunismo en Europa del Este.
¿Por
qué entonces el Papa Wojtyla viajó a Cuba en 1998 y convirtió en
política del Papado las relaciones con el castrismo? ¿Fue esto algo
realmente nuevo? En realidad no. Juan Pablo II seguía la estrategia
que inició Pablo VI en 1966 y 1967, de contactos a alto nivel entre
el Vaticano y la Unión Soviética, cuando recibió al canciller
soviético Andrei Gromyko y al presidente de la URSS Nicolai Podgorni
Esa
política, llamada ostpolitik, (acercamiento a los regímenes
comunistas), la aplicó Karol Wojtyla durante sus casi 27 años de
Pontificado, y recogió como fruto un mejor desempeño para las
funciones de la Iglesia en Rumania, Hungría y Polonia, desde antes
de la caída del Muro de Berlín. Y tras el derrumbe de los regímenes
comunistas en Europa pudo constatar que el catolicismo también se
fortalecía en Albania, Montenegro y Ucrania.
En
1989 y 1990 muchos apostaban a que el castrismo se derrumbaría de un
momento a otro, igual que sus “hermanos del campo socialista”, pero
la Iglesia Romana, con sabiduría de siglos y paciencia solo
comparable a la de los chinos, no creía que el régimen estuviera en
sus momentos finales, y jugó a ganar espacios en Cuba a mediano o a
largo plazo. Por eso el Papa polaco siguió aplicando el
“acercamiento” cuando recibió a Castro en el Vaticano en 1996 y
aceptó su invitación personal de viajar a la Isla.
Ese
objetivo de ganar espacios se ha cumplido, pues en los 14 años
transcurridos entre aquella y esta visita de un segundo Papa a Cuba
el número de religiosos en la Isla se ha duplicado, y según opina el
corresponsal internacional del National Catholic Register, de
Estados Unidos:
El jugar un rol conciliador le ha propiciado al
Vaticano tres ventajas [en Cuba]. La
Iglesia ha ganado espacio operacional y físico para expandir su
presencia en la Isla. Segundo, [el cardenal] Ortega ha
arbitrado conflictos, con lo que cumple la misión de la Iglesia (…)
lo que le da un papel que es reconocido tanto en el país como en el
exterior. Y finalmente, y quizás de mayor importancia, al
proyectarse a largo plazo, el Vaticano está sentando bases que
ayudan a facilitar una transición post-Castro no violenta.
Pérdidas y ganancias de la Iglesia Romana
La
visita de Benedicto XVI a la Isla ocurre en momentos en que la
Iglesia Católica Romana ha visto el éxodo de su feligresía hacia
otras denominaciones cristianas, como los evangélicos, y en todas
partes hay escasez de sacerdotes. Hoy en día numerosas mujeres
consideran la Iglesia un bastión de la desigualdad, por su oposición
doctrinal a la contracepción y la no aceptación del sacerdocio
femenino. También encuentra gran rechazo la oposición católica al
uso de preservativos (condones) en momentos de gran difusión del
SIDA, que afecta especialmente a la India y a numerosos países de
África.
El
celibato obligatorio a los religiosos se ve por muchos como un
absurdo, y otros lo consideran causa, incluso, del abuso sexual a
menores. Como consecuencia de maniobras para tratar de ocultar tan
repugnante delito, la jerarquía eclesiástica se ha visto muy
desprestigiada, especialmente en Estados Unidos, e incluso en un
país tan católico como Irlanda.
Por
otra parte en Europa, en medio de la crisis, la Santa Sede siente
crujir el piso de sus viejos privilegios económicos, y ahora por
primera vez en Italia, otro país de fuertes raíces católicas, tiene
que pagar contribuciones por sus propiedades no destinadas al culto.
En España ya muchos plantean gravar algunas propiedades de la
Iglesia, para que el peso de los duros recortes presupuestarios que
tiene que hacer el gobierno de Rajoy no recaiga solo en los menos
favorecidos.
El
Papa actual ha viajado principalmente por Europa, y en América solo
había visitado Brasil, considerado el país con mayor número de
católicos en el mundo, y Estados Unidos. El viaje a México y a Cuba
ha sido el primero a países americanos de lengua española en siete
años de Pontificado.
En
México, tras 11 años de gobierno del conservador Partido Acción
Nacional, la Iglesia ha recogido algunos frutos al empezar a
transformarse el estado laico que surgió de la Revolución Mexicana.
Antes de la llegada de Benedicto XVI, la Cámara de Diputados había
aprobado la modificación del artículo 24 de la Constitución, que
autorizaba los actos religiosos solamente en los templos, otorgando
ahora a los ciudadanos
“el
derecho de practicar individual o colectivamente, tanto en público
como en privado, las ceremonias, devociones o actos del culto
respectivo”.
Por
eso, antes y después de la visita, hay un debate entre los mexicanos
por el temor a que se llegue a sustituir la educación cívica por
instrucción religiosa en las escuelas públicas, y a que la Iglesia
establezca poderosos medios de comunicación para lograr esos
propósitos.
Mientras eso ocurre en el clima democrático azteca, el régimen de La
Habana, -sin necesidad de debates-, ya ha autorizado lo que hasta
que lo apruebe el Senado todavía no es ley en México. Raúl Castro ha
dado el visto bueno a que la Iglesia Católica lleve a cabo
actividades religiosas públicas en torno a los santuarios, y a que
organizara una excepcional procesión que recorrió toda Cuba
preparando el ambiente para una exitosa visita del Papa alemán al
santuario de El Cobre.
Eso
deja las puertas abiertas a la Iglesia Católica para impulsar en la
Isla el proyecto mundial de “una nueva evangelización” propuesto por
el ahora Beato Karol Wojtyla.
Lo que va de Wojtyla a Ratzinger
A la
Sucesión raulista, que aspira al máximo de control social para
transmitir el poder a perpetuidad al Partido Comunista, no le afecta
la evangelización católica, porque no atenta contra ese poder. Como
se basa en un evangelio de paz, el catolicismo reforzaría en Cuba
valores que han entrado en crisis tras medio siglo de tiranía.
No
robarás, no matarás, no mentirás, serán inculcados al pueblo, pero
solamente un iluso esperaría que en los púlpitos se fustiguen la
corrupción y el latrocinio de los funcionarios del régimen y su
responsabilidad por reprimir disidentes o dejar morir a presos
políticos y comunes.
Pero
es que hay muchas diferencias entre la Cuba de 1998 y la de estos
días de marzo de 2012. Entonces todavía muchos cubanos creíamos en
el “ya vienen llegando” de Willy Chirino: criterio que -como
sabemos- no compartía la Santa Sede. El Papa polaco era una figura
todavía vigorosa, con verdadero prestigio mundial: el propio
Comandante asistía a sus misas y se eclipsaba habilidoso a un
segundo plano. En cada misa de campaña de Juan Pablo II hasta los
más incrédulos percibían una atmósfera de esperanza.
Hoy,
un anciano y enfermizo Papa alemán, el de más edad en ese cargo en
el último siglo, llega a un país donde solo se le conoce de nombre
por la machacona propaganda, un visitante más de los centenares que
han pasado por Cuba. No tiene la personalidad de Wojtyla, se trata
de un Pontífice pusilánime que en este “remake” de visita papal
estará acompañado por Raúl Castro, el mediocre jefe de la
gerontocracia sucesoria.
No
nos dejemos engañar por la participación más o menos multitudinaria
del pueblo: la esperanza que llega es para la Iglesia. Los cubanos
van a aprender que para ellos lo que “viene llegando” es más de lo
mismo, pero ahora con estampitas, agua bendita y procesiones.
Préstamos, regalos, declaraciones solemnes y revelaciones anteceden
y ocurren en esta segunda visita de un Papa a Cuba. Se trata de la
exposición de un atril de madera y concha usado por un capellán de
Cristóbal Colón; la devolución de un cocodrilo sacado de contrabando
de la Isla; la inesperada referencia en la prensa oficial al
escapulario de Antonio Maceo con la imagen de la Caridad; la
solicitud del embajador del régimen a la Iglesia de México del acta
de matrimonio de Martí con Carmen Zayas Bazán, y la esperada
declaración solemne de Félix Varela como Venerable de la Iglesia
Católica.
Pero
ese simbolismo tardío se estrella contra verdades históricas como
son el fervor masónico de Martí y la separación definitiva de su
esposa por la causa patriótica, el sincretismo religioso de Maceo y
de los miles de combatientes negros por la independencia, y el
olvido bicentenario de la Iglesia del rol patriótico de Varela.
Desde antes del castrismo la Iglesia en Cuba había perdido tanto,
que le hacen más daño que favor la tardía declaración del Paisaje
Cultural de El Cobre como Monumento Nacional, y las hipócritas
afirmaciones de la prensa oficial de que
“las
necesidades espirituales [son] … ingrediente intrínseco de la
identidad cubana”.
Esto
no basta para cambiar la situación en que se encuentra el
catolicismo cubano por la deserción de feligreses tras casi medio
siglo de represión y coacción ideológica. Esa decadencia católica ha
coincidido con el auge del protestantismo y de las religiones
afro-cubanas desde la década de 1990, lo que complica su proyecto de
“nueva evangelización” en Cuba.
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