Por Andrés Pascual
Según
John Merline, del Investor’s Business Daily, la dependencia del público
americano de algún programa del gobierno se disparó al 23 %, en solo dos años, bajo
la administración del Califa de la Casi Blanca; según el analista, alrededor de
67 millones de norteamericanos o residentes integran la lista de “beneficiados”
por cualquiera de los programas existentes al efecto, la fuente utilizada por
fue la Heritage Foundation.
¿Existe alguna similitud entre la política de paternalismo, entre
comillas, castrocomunista y la obamista con respecto a la población? Por
supuesto que, con ciertas diferencias, persiguen un objetivo único: dominar,
consolidar el poder o imponerse sobre los demás al sacar del marco de las
necesidades un paquete que creará un compromiso dependiente e inmoral hacia sus
ideologías más que gobiernos.
El
castrismo es un welfare aceptado por el pueblo de Cuba sin analizar cuánto daño
le hace a la República o a sí mismo, por el freno al emprendimiento en que se
constituye trabajar en el lugar que quiera un dueño único, sin estímulos
materiales y sin la perspectiva de lograr la fuente de trabajo privada por
cuenta propia hasta niveles de capitalista exitoso.
La
propaganda timadora de “la salud y la educación gratis para todos”, vista
dentro del paquete de welfare político, se combina con el desgano para que se
cumpla la efectividad laboral como exige cualquier país cuya economía decida su
derrotero: “no hay qué comer ni ropa ni desodorante pero no trabajo; es decir,
trabajo poco y, como el dueño es uno, pues no puede velar a tantos en tan
amplias fronteras del feudo, entonces robo a las dos manos, desde el
administrador hasta al panadero”.
Hace un par de días vi por televisión a una
venezolana de mediana edad, aparentemente neutral ante los acontecimientos
políticos del día que, cuando le preguntaron sobre quién creía que pudiera
salir presidente, respondió que no sabía, pero que ella “necesitaba el programa
social del comandante y que los de antes nunca habían hecho nada de eso”, es la
dependencia en Venezuela, el arma más efectiva que emplean los comunistas para
imponerse y esclavizar.
En
Cuba se llegó tan lejos que un electrodoméstico como una olla, o un despertador,
o una bicicleta, incluso un televisor, se “entregaban” por un sistema de
méritos y deméritos en una asamblea de grupo llamada sindical, el show en el
cual también escogían a los Trabajadores de Avanzada del centro de trabajo, generó
más de un distanciamiento o la enemistad entre miembros “del colectivo”, porque
algunos de esos artículos venían con nombre y apellido previos, lo mismo
sucedió cuando ponían algún carro en un establecimiento al que, entre 4-6 meses
antes, llegaba el que lo ganaría y todos lo sabían y soportaban.
Hasta
el robo de las casas a los que abandonábamos el país cayó en el paquete de
dependencia: alguien que nunca hizo nada por tener una propiedad, recibía una
como usufructuario gratuito, robada a otro que, o la construyó con su sudor, o
la logró algún familiar de igual forma, en mi caso, mis abuelos; aun cuando
otros descendientes necesitaran del hogar patriarcal, como mis hermanos, primos
y tíos, no pudieron dejar de ser “agregados” de otros núcleos familiares por el
contubernio “tiranía pueblo necesitado y oportunista”
Yo he
escuchado, tal vez por decir algo, a algunos líderes exiliados que “esas casas
son de quienes las habitan…”, ¿Por qué? ¿Quién es nadie aquí para decidir por
mí? Pero, aunque yo estuviera de acuerdo, ¿Acaso ya lo aprobó la parte que,
dentro de Cuba, también sufrió y sufre de semejante robo? ¿Contaron con ellos?
¿Qué creen que esperan un porciento bastante grande de afectados por el robo de
sus propiedades o herencias?
Es a
los perjudicados dentro del país a quienes hay que dirigirles esa proposición,
como a mis hermanos, a ver qué respuesta se lleva el que ose hacerlo; igual que
pedirle borrón y cuenta nueva al exiliado; no, trate de hacerlo con el que vive
en Cuba y lo están vigilando o delatando hoy; al que espera una guagua que
nunca llega; al que le están torturando un familiar en el Técnico o en el G-2.
Conmigo se pierde el tiempo, primero, porque no es efectivo y, segundo, porque
no creo en esa intención. Es hacia allá que deben dirigirse esos dardos
traicioneros u oportunistas, vengan de quien vengan por acá.
La
creciente dependencia a que obliga el gobierno de Obama, igual que en cualquier
país, tiene como tope la creación de una población vaga, poco hábil y en nada
emprendedora que, por tener esas características, contribuirá al debilitamiento
del país y al empobrecimiento de la población general de mil formas.
Pero el compromiso por la dependencia, que es facilismo, genera también
el miedo a perder “el beneficio”, mucho mejor porque es sin trabajar, lo que le
da ventaja al que lo concede; en el caso de Obama, el asunto pude ponerse negro
por la cantidad de “ayudas” que siga ofertando, por lo que la suma de
partidarios continuaría ascendiendo; entonces, un día (y que nadie sueñe con
que “aquí si no…”, que por estar el “ocupa” musulmán en la Choza de Washington
DC sería improcedente), tanto sus “dependientes” como los grupos de poder se
arriesgan y cargan contra la Constitución, la modifican y pudiéramos tener
Obama para rato y unos Estados Unidos que nunca más serían los conocidos.
Yo
no dudo nada, la sociedad americana moderna es absolutamente decepcionante;
aunque respeto criterios diferentes, nadie puede convencerme de lo contrario.
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