lunes, febrero 13, 2012

Cincuenta años después del embargo, ¿qué hemos aprendido?

 Dr. Eugenio Yáñez
Sería de pensar que tras cincuenta años de embargo-bloqueo (la palabrita depende de que lado del espectro ideológico se utilice), algo debía haberse aprendido de ambas partes, pero a juzgar por lo que se sigue repitiendo en estos días tal parece que muchos siguen como en 1962, año en que comenzó esta historia.
 
Y es bueno recordar la fecha, porque el embargo comenzó en el mismo año de la Crisis de Octubre y el resultante Pacto Kennedy-Jrushov, lo que influyó sobremanera en el desarrollo de este proceso, de la política del embargo, y de toda la política estadounidense en el siguiente medio siglo, hasta nuestros días.
 
Todo comenzó a partir de 1960 con el proceso de expropiación forzosa sin compensación (“nacionalización”) de las propiedades de ciudadanos norteamericanos en Cuba, por parte del gobierno de Fidel Castro, que en el climax del enfrentamiento llegó hasta la “nacionalización” del edificio de la Embajada de Estados Unidos en La Habana, en el emblemático Malecón, aunque esta última medida nunca se materializó, al estar ese edificio, desde la ruptura de relaciones diplomáticas, y hasta hoy, bajo bandera de la Confederación Suiza.
 
La reacción inicial del gobierno de Estados Unidos ante las expropiaciones de octubre de 1960 y la hostilidad general del régimen castrista fue intensificar los preparativos de atentados para la eliminación física de Fidel Castro -cuya planificación y organización, vistas en la perspectiva histórica, parecen haber sido asignadas a retardados mentales- y preparar una invasión militar que terminaría estruendosamente derrotada en las arenas de Playa Girón en abril de 1961. Entre las causas de aquel fracaso hay que incluir la resistencia de las fuerzas armadas y las milicias cubanas, así como la indecisión del Presidente Kennedy que terminó negando el apoyo prometido a la brigada invasora: esto pasó a la historia de Estados Unidos como “the Bay of Pigs fiasco” (el fiasco de Bahía de Cochinos).
 
Entonces, la orden ejecutiva de John F Kennedy imponiendo las primeras medidas del embargo el 7 de febrero 1962 venía a resultar algo así como un “premio de consolación” para su política hacia Cuba: al fracasar tanto la estrategia de atentados como la de la invasión militar era imprescindible dejar claro que “el imperio” no estaba dispuesto a permitir agresiones contra sus intereses o sus ciudadanos que quedaran impunes.
 
En sus inicios, el embargo tenía como objetivo estratégico a largo plazo el derrocamiento del régimen castrista por la vía del acoso económico, pero sin descartar actividad militar complementaria. Hasta nuestros días ese objetivo estratégico se menciona en los análisis, tanto desde el lado castrista como desde el de liberales y “aperturistas” estadounidenses, para “demostrar” que el embargo ha sido un fracaso absoluto.
 
El embargo y el papel del Pacto Kennedy-Jrushov
 
Sin embargo, ese análisis esconde sutil trampa, porque la Crisis de los Misiles en octubre de 1962 -ocho meses después de las primeras medidas del embargo- tuvo por resultado, entre otras cosas, el acuerdo Kennedy-Jrushov, basado en que Estados Unidos renunciaba a un ataque militar de cualquier tipo contra Cuba o al apoyo de ataques de esta naturaleza por terceros países o grupos de exiliados, a cambio del compromiso soviético de nunca más instalar armas nucleares en territorio cubano,
 
Aunque en la Crisis de Octubre el presidente Kennedy aparentemente prevaleció sobre Nikita Jrushov y le obligó a retirar los cuarenta y dos misiles nucleares de corto y medio alcance que se habían instalado en Cuba, todas las cabezas nucleares introducidas en el país, así como posteriormente todos los bombarderos estratégicos Ilushin-28 (los últimos salieron del país en 1964), el liderazgo soviético obtuvo dos concesiones a cambio. Primero, Estados Unidos tuvo que sacar todos sus misiles del sur de Italia y de Turquía, y segundo, con el Pacto Kennedy-Jrushov, el país quedaba con las manos atadas en cuanto a acciones militares de contención o de represalia frente al régimen castrista.
 
Quien primero y mejor entendió esta última concesión norteamericana fue Fidel Castro: no por casualidad sus guerrillas asolaron América Latina, desde México hasta Argentina, en la década de los sesenta, y tuvieron participación en diferentes “movimientos de liberación nacional” africanos. No por gusto tropas regulares cubanas estuvieron presentes en Argelia, Congo, Siria, Yemen, Mozambique, Guinea-Bissau, Congo-Brazaville y Somalia, y participaron activamente de manera abierta en las campañas militares de Angola y Etiopía, todo bajo la sombrilla del pacto Kennedy-Jrushov, donde Estados Unidos se sentía sin derecho a actuar en acciones militares directas contra el régimen castrista en la medida que no había instalaciones nucleares en la Isla.
 
El criterio estadounidense de “no permitir otra Cuba en América Latina”, que casi todo el mundo interpretaba como no permitir otra revolución socialista en el continente, lo que expresaba en realidad era que Estados Unidos no estaba dispuesto a permitir nuevas instalaciones militares nucleares hostiles en ningún país del continente.
 
De manera que frente al castrismo y su hostilidad, lo único de que disponía directamente tras la crisis de 1962 era el embargo, es decir, medidas de carácter económico, comercial y financiero, que se fueron incrementando poco a poco y paso a paso hasta llevarlas al máximo posible; pero nada más.
 
Estados Unidos escogió un enfoque a largo plazo: en vez de una solución “quirúrgica” inmediata, de corte militar, la de establecer un sitio a la economía del régimen que se fuera incrementando paulatinamente, hasta lograr asfixiarla. En otras palabras, casi 2,500 años después de las enseñanzas de Sun-Tzu en “El arte de la guerra”, el gobierno estadounidense optaba por la estrategia menos inteligente, que más desgaste propio le produciría, y la más prolongada de todas las disponibles en el arsenal de los Estados: establecer un sitio prolongado, con la intención de rendir por hambre al castrismo.
 
La ayuda soviética y la propaganda alrededor del embargo
 
Pero Cuba no era una ciudad aislada, aunque es una isla, y tenía, en primer lugar, un apoyo económico soviético y de los “países socialistas hermanos”, tan considerable, que en treinta años llegó a superar el monto de la ayuda del Plan Marshall a Europa después de la Segunda Guerra Mundial.
 
En segundo lugar, había intereses comerciales en todo el mundo dispuestos a llenar los vacíos que dejaba Estados Unidos. Por ejemplo, tan solo un año después de la Crisis de los Misiles, cuando el transporte urbano en La Habana experimentó falta de piezas de repuesto para los ómnibus norteamericanos GMC, la compañía inglesa Leyland le vendía ómnibus a Cuba -donde ya tenía una presencia limitada antes de 1959-, mientras la “solidaria” Checoslovaquia enviaba ómnibus Skoda.
 
Lo mismo sucedió con camiones, ferrocarriles, tractores, grúas, perforadoras y equipos pesados de todo tipo: aunque se había detenido el suministro de productos y repuestos norteamericanos, economías de mercado europeas y asiáticas fueron sustituyendo a los suministradores estadounidenses poco a poco, lo que se complementaba con productos de todo tipo procedentes del bloque soviético.
 
Fidel Castro manejó políticamente con mucha habilidad el tema del embargo, llamándole “bloqueo” desde el primer momento, lo que le daba un sentido militar, que no tenía de ninguna manera, a la confrontación. Y cuando la efectividad y eficiencia de la economía -es decir, lo que ahora se le llama “el modelo”- fue manifestando sus debilidades y errores conceptuales, tanto en la industria como en la agricultura, la propaganda castrista no mencionaba que las fábricas, las instalaciones comerciales, las tierras agrícolas y todos los medios productivos se le habían arrebatado a sus dueños mediante la “nacionalización”.
 
Los problemas iniciales de gestión, eficiencia, organización y control se multiplicaron al máximo con la “ofensiva revolucionaria” de 1968 y la abolición total de los controles económicos, la contabilidad y la estadística, con lo que el país entró de lleno en una picada indetenible que siempre era achacada al “bloqueo”, que posteriormente sería llamado “bloqueo imperialista”, y finalmente “criminal bloqueo imperialista”, al que se le achaca hasta nuestros días la escasez y carencia absoluta de todo en Cuba, desde boniatos hasta bombillos, desde pirulíes hasta zapatos, desde aspirinas hasta azúcar.
 
Con esta coartada, y la definición de un enemigo externo como factor de movilización nacional, llegó el desastre de 1970 y el fracaso de la zafra de los diez millones y de todos los planes faraónicos del Comandante en Jefe. Los soviéticos tuvieron que acudir una vez más en ayuda de su díscolo y bullanguero discípulo, dejando sin efecto todas las deudas militares de Cuba y otorgando un período de gracia de quince años para la deuda civil, lo que en términos cubanos era algo así como “apúntalo en el hielo”.
 
Después de esa ayuda económica -a cambio de la “institucionalización” del país, es decir, entrar en el redil del “socialismo real” tipo soviético- Fidel Castro redujo al mínimo el alboroto sobre “el bloqueo”. Durante la administración de Jimmy Carter, en una conocida entrevista con Barbra Walters en La Habana, el Comandante dijo tranquilamente que aun si Estados Unidos levantaba “el bloqueo”, Cuba (es decir, él mismo) no renunciaría a las relaciones comerciales que sostenía “en condiciones ejemplares” con la Unión Soviética y los países del bloque socialista.
 
Fue solamente a partir de 1989, cuando los “países hermanos” caían uno tras otro como fichas de dominó al irse al piso el socialismo real porque sus camarillas gbernantes no podían contar más con la intervención del Ejército Rojo soviético, y sobre todo a partir de la disolución de la URSS en 1991, que Fidel Castro estableció el “período especial en tiempo de paz” (que todavía no ha terminado). Se trató, de hecho, de una criminal estrategia propia de Valeriano Weyler, motivada exclusivamente por su voluntad de permanecer en el poder a costa del sufrimiento y las calamidades de los cubanos, con la que regresó también la cantaleta del “bloqueo”, esta vez con más fuerza que nunca.
 
Sin embargo, es evidente y está harto comprobado que cada vez que Estados Unidos, a lo largo de ese medio siglo, ha dado muestras de estar dispuesto a determinada flexibilidad negociadora en el tema del embargo, la respuesta del régimen de La Habana ha sido siempre inequívoca y brutal: participación militar en las campañas africanas, éxodo de El Mariel, introduciendo peligrosos delincuentes comunes y hasta enfermos mentales entre los emigrantes, infiltración en gran escala en territorio norteamericano de espías al servicio del régimen, básicamente los de la “Red Avispa”, derribo de avionetas de la organización “Hermanos al Rescate”, detención arbitraria y escandalosa condena del norteamericano Alan P Gross.
 
Si desde el principio el “bloqueo” fue cortina de humo para justificar la ineficiencia y el desastre, además de factor de movilización popular frente a un “enemigo” externo que fue exagerado -lo que ahora repite Hugo Chávez en Venezuela- mientras más mal andan la economía y las finanzas, y más crece la inconformidad y las expresiones de protesta de los cubanos, más hay que recurrir a él. Pero esto no solamente lo hacen el régimen y sus acéfalos alabarderos en todo el mundo, sino además, muy lamentablemente, lo repiten individuos convencidos de los valores democráticos y las libertades humanas que, sin embargo, ven “el bloqueo” una injusticia y un fracaso.
 
El tal “bloqueo” es difícil de demostrar cuando prácticamente todo el mundo comercia con Cuba, Incluso Estados Unidos es en los últimos años quinto o sexto socio comercial de Cuba -aunque en realidad este comercio, autorizado inicialmente por el presidente George W Bush, es en una sola dirección, de EEUU hacia Cuba, al contado y pagado por adelantado.
 
Resultan risibles las denuncias del régimen totalitario cubano sobre el supuesto costo económico para el país de los daños provocados por “el bloqueo imperialista”, y las cifras que continuamente se publican cada vez que se acerca la fecha de la votación de la resolución de la ONU condenando el embargo, cifras que, por cierto, las aceptan con bastante tranquilidad personas que por su formación y sus responsabilidades deberían saber que tales cifras informativas ofrecidas por el régimen cubano hay que tomarlas siempre con pinzas, y desconfiar de ellas.
 
Resultan risibles porque de todos es conocido el absoluto desorden informativo que impera en el país desde hace muchos años, que en Cuba no existen controles exactos ni contables para nada, que el régimen acepta abiertamente que muchas entidades funcionan con “contabilidad no confiable”. En 1968 se eliminaron los controles, la contabilidad y la estadística en aras de la “construcción simultánea del socialismo y el comunismo”. Cuando se quiso regresar a los controles, años después, no existían archivos ni bases de datos de ningún tipo. Por lo tanto, la información estadística hubo que “reconstruirla” en sus series históricas entre 1968 y 1976, es decir, inventarla.
 
En Cuba no hay controles ni para poder saber los medicamentos que existen en una farmacia de barrio, los productos alimenticios que se encuentran almacenados en una bodega, o los electrodomésticos en inventario en una Tienda Recaudadora de Divisas. ¿Cómo se va a saber entonces cuál habría sido el costo del “bloqueo imperialista” durante cincuenta años? ¿De dónde salen esas cifras, que resultan absolutamente puro invento y cálculos forzados, interesados y distorsionados en función de la propaganda del régimen?

¿Por qué algunos considerados especialistas en la temática cubana, con acceso a información suficiente para conocer las realidades de la Isla, siguen insistiendo en que es el embargo, y no el régimen totalitario, la causa fundamental que afecta al pueblo cubano? ¿Es que las carencias, dificultades, escaseces y limitaciones de los cubanos de a pie se deben a la “maldad” del embargo y no a una política sistemática del régimen castrista para mantener y reforzar su dominio sobre la población?
 
El castrismo ganó la batalla de la propaganda
 
Es innegable, lamentablemente, que el régimen castrista ha ganado ampliamente la batalla de la propaganda internacional en este tema. Durante dos décadas en Naciones Unidas se vota cada año, por aplastante mayoría, una resolución de condena al embargo, que en los últimos años solo logra dos o tres votos -uno de ellos Israel- apoyando a Estados Unidos, y que el régimen utiliza como “evidencia” de lo justo de sus denuncias.
 
A pesar de lo complicada que se ha tornado la situación en este sentido año tras año, los defensores del enfoque de mantener el embargo tardaron demasiado en comprender que desde hace mucho tiempo las posibilidades reales de esta herramienta para provocar un cambio de régimen en la Isla son mínimas, cuando no nulas.
 
Ha sido solamente ahora, muy recientemente, que los congresistas cubano-americanos han comenzado a destacar que el embargo, independientemente de los resultados en cuanto a afectación al régimen castrista que haya podido lograr, es también, y además, un “imperativo moral”.
 
Hay que destacar el patetismo de esta situación porque el embargo, desde el Pacto Kennedy-Jrushov, precisamente y más que nada, es un instrumento de represalia moral contra un gobierno que atacó y afectó intereses de Estados Unidos y de sus ciudadanos sin compensación de ningún tipo, pero solamente ahora -aunque siempre es mejor tarde que nunca- es que comienza a insistirse, más que en la utilidad práctica del embargo para provocar cambios democráticos en Cuba, en su carácter moral frente a un régimen que se colocó, por voluntad propia, fuera de la ley internacional.
 
Y es específicamente, y tiene que seguir siendo, un instrumento moral, porque se trata de una situación en que Estados Unidos paradójicamente quedó, desde finales de 1962, internacionalmente comprometido a no recurrir a la fuerza de las armas y su poderío militar contra el gobierno cubano, a menos que se produjeran agresiones que pusieran en peligro su seguridad nacional.
 
¿Qué quedaba entonces, sino la acción moral de ratificar simbólicamente que los agresores recibirán una respuesta adecuada y que no podrán quedar impunes, independientemente del tiempo que haya transcurrido, media hora o medio siglo?
 
¿Es que acaso esta faceta moral del embargo como represalia a la agresión ha fracasado? Para nada. ¿Es que ni siquiera puede verse el embargo como un instrumento de negociación en manos de Estados Unidos? Argumentar que el régimen castrista no ha sido derrotado para “demostrar” el fracaso del embargo es una lógica infantil. Y peor aún, basarse en ese criterio, o en señalar que el embargo en estos momentos no es más que una obsolescencia, una reminiscencia de la Guerra Fría -háganlo académicos o políticos, amigos o supuestos adversarios, en la Isla o fuera de Cuba- para pretender su levantamiento unilateral, a cambio de nada, además de erróneo, es inmoral.
 
Sobre todo porque nada puede demostrar a priori, ni la evidencia transportada de otras partes del mundo tampoco, que el levantamiento unilateral del embargo traería algún tipo de apertura en el régimen de La Habana o en beneficio al pueblo cubano.
 
El  “imperativo moral” y la Cumbre de Las Américas en Cartagena de Indias
 
Más que querer resultar simpáticos al totalitarismo gerontocrático cubano con la cantaleta del levantamiento incondicional del embargo, sería bueno recurrir a la historia más reciente para encontrar pistas de cómo responder al régimen de manera más efectiva: en estos momentos, los alabarderos y gobernantes provocadores del ALBA, arropados por los petrodólares de Hugo Chávez, han planteado que si Cuba no es invitada a la Cumbre de Las Américas que se celebrará en Cartagena de Indias, Colombia, en abril, los países miembros del ALBA no asistirían.
 
Debe recordarse que en la década de los años ochenta, para una reunión internacional de comercio, a celebrarse en México con la participación de numerosos países desarrollados, se pretendió invitar a Cuba a participar. Cuando Estados Unidos tuvo conocimiento de la pretensión de invitar al régimen castrista, el entonces presidente Ronald Reagan dijo inmediata y tajantemente que si Cuba participaba Estados Unidos no participaría. Así de sencillo. Si el mayor participante en el comercio mundial no estaba dispuesto a asistir si el gobierno cubano era invitado, esa reunión fracasaría.
 
Santo remedio. “Escándalo” internacional (que no duró mucho, naturalmente). Pataleta fidelista. Movimientos diplomáticos urgentes. Renuncias en el gobierno anfitrión. Lujoso yate ejecutivo de la nomenklatura, “El Pájaro Azul”, moviendo a la carrera al Comandante hasta Cancún para que le explicaran por qué ni él personalmente ni su gobierno podrían participar. Más pataletas fidelistas, declaraciones y contradeclaraciones. Pero nada más. La reunión se celebró sin la presencia de los cubanos “bloqueados”, sin escándalos ni “denuncias antiimperialistas”, sin amenazas ni tonterías. Sin problemas.
 
Entonces, ahora que el grupo del ALBA intenta boicotear la Cumbre de Las Américas si los castristas no son invitados, es necesario preguntarse muy seriamente: ¿qué sería más grave para el continente, que no participaran las naciones del ALBA en esa conferencia, o que no participara Estados Unidos si se pretende invitar a la gerontocracia habanera?
 
¿Sería una posición de fuerza por parte de Estados Unidos? Evidentemente. Pero, al fin y al cabo, ¿no se llenan continuamente la boca los gobernantes de esos países del ALBA para referirse irrespetuosamente a la gran nación norteamericana como “el imperio”?
 
El presidente colombiano Juan Manuel Santos no tiene que romperse la cabeza con esta “liebre” que dice que saltó inesperadamente en el camino de la conferencia de Cartagena, ni tiene que ponerse a “buscar consensos”, como ha declarado su canciller. Ronald Reagan, hace alrededor de treinta años, demostró la forma en que deben manejarse situaciones como estas.
 
El Presidente Rafael Correa volvió a insistir en su tesis de que si no se invita a “Cuba” (es decir, al régimen dictatorial), los países del ALBA no deben participar. Y en su desvergüenza llegó a preguntarse “¿a quién ha invadido Cuba, a quién ha saqueado Cuba?… Yo sí les puedo mostrar otros países que han invadido varias veces, que han saqueado varias veces”.
 
El señor presidente ecuatoriano falla de tanto cinismo. Comparativamente, el presidente boliviano Evo Morales es un ignorante, que cree sinceramente que el consumo de pollos criados con hormonas fomenta la homosexualidad, y que la civilización precolombina en el territorio de Bolivia duro exactamente cinco mil años, ni uno más ni uno menos. No se le puede pedir demasiado desde el punto de vista de coeficiente intelectual.
 
Pero el presidente Rafael Correa tiene en su haber dos títulos universitarios, obtenidos en una institución europea y una norteamericana. No puede alegar ignorancia para justificar sus dislates y rabietas, por lo que es necesario preguntarse si se trata de mala fe. Demasiadas cosas no sabe el señor Rafael Correa, de la misma manera que “no sabía” que la guerrilla narcoterrorista colombiana de las FARC bajo el mando de Raúl Reyes, aniquilada por un certero golpe aéreo de las fuerzas armadas colombianas, realizaba sosegado turismo internacional recreativo y de reposo en territorio ecuatoriano. Muy mal informado estaba el presidente de Ecuador cuando “no sabía” algo tan serio como eso.
 
Si de verdad el presidente ecuatoriano no sabe “a quién ha invadido Cuba”, deberá ser porque piensa que los cubanos que participaron en las guerrillas de Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Venezuela, Perú, Argentina y Bolivia, y las invasiones a Haití, Santo Domingo y Panamá desde el mismo 1959, así como las tropas destacadas en Angola, Etiopía, Argelia, Yemen, Siria, Mozambique, Guinea Bissau, Congo Belga y Congo Brazaville, habrán partido desde la luna. O que los escoltas cubanos de los servicios de seguridad personal de Salvador Allende, Daniel Ortega y Hugo Chávez, para hablar solamente de la América Latina, vinieron del Polo Norte. Si de verdad no sabe “a quién ha saqueado Cuba” será porque piensa que los más de cien mil barriles de petróleo sin pago que fluyen diariamente desde Venezuela hacia Cuba se mueven por causas naturales y ecológicas a través de la corriente del Golfo.
 
Ya anteriormente hubo que soportar la brutal grosería y la impudicia de la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos (CELAC), excluyendo a propósito a Estados Unidos y Canadá, los dos países más importantes y democráticos del continente. Ahora se pretende, por parte de gobiernos que ponen continuamente en peligro la democracia en sus propios países, imponer la participación de la más que cincuentenaria dictadura cubana en un cónclave continental de países democráticos.
 
Estados Unidos no debería aceptar eso por muchas razones prácticas, pero también por un “imperativo moral”.
 
Ni levantamiento unilateral del embargo ni chantajes de dudosos gobernantes demócratas del ALBA para imponer la presencia de la dictadura cubana en una reunión donde solamente tienen que participar países democráticos.
 
Aceptemos, como se mencionó anteriormente, que haber adoptado en la práctica la estrategia de “sitiar” al régimen desde los años sesenta puede no haber sido la mejor. Pero renunciar a ella sin nada a cambio, además de inefectivo, sería moralmente desastroso para el gobierno de Estados Unidos, para la nación americana, y para todas las fuerzas democráticas del continente.
 
No importa para nada si el presidente de Estados Unidos es demócrata, republicano, o independiente.  Porque la moral y la decencia son valores universales, que no pertenecen en exclusiva a ningún partido político, a ningún gobernante, ni a ningún gobierno.

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