Miguel Cossio/
Nuestro custodio de la fe, el Papa Benedicto XVI, debería repensar los términos de su viaje a Cuba.
Debe comprender su Santidad que si para Hitler la solución final fue el método de exterminación de los judíos; en el caso de Raúl Castro la solución final para los opositores que lo enfrentan es dejarlos morir en la cárcel, como ocurrió con Orlando Zapata Tamayo y hace unas horas con Wilman Villar Mendoza. O en un hospital, como con la Dama de Blanco Laura Pollán.
Enviados vaticanos, que aterrizaron este viernes en La Habana con la encomienda de afinar los detalles de la visita del Papa en marzo próximo, se toparon con la noticia del fallecimiento por huelga de hambre de Villar Mendoza, ocurrida veinticuatro horas antes.
Fiel a la “prudencia” ante a asuntos que así lo requieran, la comitiva papal guardó silencio público sobre el dramático suceso. Pero, ¿podrá el Vaticano mantener los ojos cerrados de aquí en adelante?
Días antes de la muerte de Wilman Villar voces de la oposición interna señalaron que el Papa le haría el juego al régimen castrista si no recibía a las Damas de Blanco durante su estancia en la isla, como ellas solicitaron hace poco al Nuncio Apostólico en La Habana, Bruno Musaró.
No había pasado un mes de que, por medio del cardenal Jaime Ortega Alamino y el arzobispo de Santiago de Cuba Dionisio García Ibáñez, la Iglesia pidiera a Raúl Castro la excarcelación de presos como gesto de buena voluntad para concretar la visita de Benedicto XVI.
Cuando Raúl Castro solicitó una lista a los prelados, éstos contestaron que el gobierno la conocía perfectamente y que debía excarcelar a todos los presos enfermos, cuyas causas objetivas merecieran compasión.
El régimen accedió a medias, como siempre. Liberó a quienes consideraba los menos conflictivos y retuvo al contratista estadounidense Alan Gross y al recién fallecido Wilman Villar, a quien calificaba como preso común.
A diferencia de cuando Juan Pablo II visitó Cuba en enero de 1998, ahora las decisiones sobre la vida y la muerte de los disidentes no está en manos de un astuto Fidel Castro, sino de un burócrata Raúl Castro.
Aunque ocurrió durante su medio siglo en el poder, era poco frecuente que a Fidel Castro se le muriera un opositor en la cárcel, no porque fuera menos sanguinario que su hermano menor, sino porque era más calculador. Raúl Castro carece de ese olfato político y actúa siempre como un militar burócrata, ajeno a las consecuencias sociales de sus decisiones (o falta de decisiones) políticas.
Debe comprender su Santidad que si para Hitler la solución final fue el método de exterminación de los judíos; en el caso de Raúl Castro la solución final para los opositores que lo enfrentan es dejarlos morir en la cárcel, como ocurrió con Orlando Zapata Tamayo y hace unas horas con Wilman Villar Mendoza. O en un hospital, como con la Dama de Blanco Laura Pollán.
Enviados vaticanos, que aterrizaron este viernes en La Habana con la encomienda de afinar los detalles de la visita del Papa en marzo próximo, se toparon con la noticia del fallecimiento por huelga de hambre de Villar Mendoza, ocurrida veinticuatro horas antes.
Fiel a la “prudencia” ante a asuntos que así lo requieran, la comitiva papal guardó silencio público sobre el dramático suceso. Pero, ¿podrá el Vaticano mantener los ojos cerrados de aquí en adelante?
Días antes de la muerte de Wilman Villar voces de la oposición interna señalaron que el Papa le haría el juego al régimen castrista si no recibía a las Damas de Blanco durante su estancia en la isla, como ellas solicitaron hace poco al Nuncio Apostólico en La Habana, Bruno Musaró.
No había pasado un mes de que, por medio del cardenal Jaime Ortega Alamino y el arzobispo de Santiago de Cuba Dionisio García Ibáñez, la Iglesia pidiera a Raúl Castro la excarcelación de presos como gesto de buena voluntad para concretar la visita de Benedicto XVI.
Cuando Raúl Castro solicitó una lista a los prelados, éstos contestaron que el gobierno la conocía perfectamente y que debía excarcelar a todos los presos enfermos, cuyas causas objetivas merecieran compasión.
El régimen accedió a medias, como siempre. Liberó a quienes consideraba los menos conflictivos y retuvo al contratista estadounidense Alan Gross y al recién fallecido Wilman Villar, a quien calificaba como preso común.
A diferencia de cuando Juan Pablo II visitó Cuba en enero de 1998, ahora las decisiones sobre la vida y la muerte de los disidentes no está en manos de un astuto Fidel Castro, sino de un burócrata Raúl Castro.
Aunque ocurrió durante su medio siglo en el poder, era poco frecuente que a Fidel Castro se le muriera un opositor en la cárcel, no porque fuera menos sanguinario que su hermano menor, sino porque era más calculador. Raúl Castro carece de ese olfato político y actúa siempre como un militar burócrata, ajeno a las consecuencias sociales de sus decisiones (o falta de decisiones) políticas.
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