Eugenio Yáñez/
Otra actividad de turismo partidista ha tenido lugar en La Habana este fin de semana: la Conferencia Nacional del Partido. Como si no existieran suficientes problemas por resolver para mantener ocupadas no solamente a la gerontocracia, sino también a las alrededor de ochocientas mil personas que conforman la militancia partidista, más de ochocientos delegados se reunieron en la capital, supuestamente en homenaje al 159 aniversario del natalicio de José Martí -con los correspondientes gastos de instalaciones, cobertura “periodística”, propaganda, transportación, alojamiento, consumo alimenticio y demás-, para discutir ¿sobre qué?
En la convocatoria oficial del evento, en el acápite número 1.1 de la Introducción, se señalaba que:
“La Conferencia Nacional del Partido, por mandato de su 6to. Congreso, tiene la responsabilidad de evaluar con objetividad y sentido crítico el trabajo de la organización, así como determinar con voluntad renovadora las transformaciones necesarias para situarlo a la altura de las circunstancias actuales”.
Manejando la información con el enfoque burocrático de siempre, y como si se tratara de papas o boniatos, el periódico “Granma”, órgano oficial del Partido Comunista cubano, publicaba el día antes de la conferencia que en las 65,000 reuniones de base previas al cónclave fueron modificados 78 de los 96 puntos originales del documento base, publicado en octubre, y agregados otros cinco, como si esa información dijera algo o sirviera para algo, como si las decisiones trascendentes y estratégicas tuvieran que ver con porcentajes de modificaciones a las propuestas iniciales o cosas por el estilo.
José Ramón Machado Ventura, Segundo Secretario del PCC y Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, al inaugurar la Conferencia, pidió a los delegados acabar con “esquemas mentales obsoletos”. Nada más paradójico que tener que escuchar al campeón indiscutido de los esquemas mentales obsoletos en el partido cubano llamar a acabar con ellos, cuando él mismo es uno de los que más ha contribuido a crearlos, establecerlos y mantenerlos por décadas.
Sin embargo, “más de lo mismo” pudiera resultar la frase idónea para definir el espíritu del cónclave, porque los esquemas mentales obsoletos presidieron todo el tiempo la Conferencia. Como ocurre siempre, la información oficial se iba haciendo pública poco a poco, después de las correspondientes revisiones, contra-revisiones, ediciones, contra-ediciones, aprobaciones y contra-aprobaciones, por lo que puede ser muy precipitado pretender alcanzar todas las conclusiones detalladas en este mismo momento. Sin embargo, de acuerdo a lo que se ha podido ir conociendo, parece claro que los ilusos, una vez más, se tendrán que quedar esperando para poder ver a un general homosexual al frente de una unidad militar o a gente muy joven formando parte del Buró Político.
Porque lo que sí se destacó durante la Conferencia, por parte de Raúl Castro, fue el aviso de que la represión no se detendrá ni por un instante:
“Considero necesario denunciar, una vez más, las brutales campañas anticubanas instigadas por el gobierno de Estados Unidos y algunos otros tradicionalmente comprometidos con la subversión contra nuestro país, con el concurso de la gran prensa occidental y la colaboración de sus asalariados dentro de la Isla”.
Al hacer la clausura de la misma, el primer secretario del partido, Raúl Castro, no dijo nada nuevo y se limitó a repetir la misma cantaleta de medio siglo. Ignoró totalmente las propuestas de muchos revolucionarios cubanos dentro del país sobre la creación de un partido revolucionario cubano, o de otros partidos diferentes al comunista, desacreditando esas propuestas al decir que hacen “el juego de la demagogia y la mercantilización de la política” y achacando ese proyecto exclusivamente, como siempre, al “imperialismo”:
“Renunciar al principio de un solo partido equivaldría, sencillamente, a legalizar al partido o los partidos del imperialismo en suelo patrio y sacrificar el arma estratégica de la unidad de los cubanos, que ha hecho realidad los sueños de independencia y justicia social por los que han luchado tantas generaciones de patriotas, desde Hatuey hasta Céspedes, Martí y Fidel”
Invirtiendo tramposamente causa y efecto, vinculó la insistencia en el partido único con su soporte constitucional, diciendo:
“El concepto de un solo partido, al que jamás renunciaremos, se encuentra en plena correspondencia con el artículo cinco de la Constitución de la República, aprobada en referendo por el 97,7 por ciento de los electores, mediante el voto libre, directo y secreto”.
Por eso no resulta nada casual que horas antes de comenzar la Conferencia la inmensa mayoría de los cubanos de a pie no mostrara el más mínimo interés en el evento partidista ni esperara nada positivo de sus resultados.
Según la agencia española de prensa en La Habana,
“Más de 30 personas consultadas por Efe en la capital cubana afirmaron no estar informadas ni pendientes del desarrollo de esa reunión, en la que los comunistas cubanos evaluarán asuntos como la modificación de los métodos de trabajo del partido y su política de cuadros.
De los pocos entrevistados que sí dijeron estar al tanto de la Conferencia, las opiniones se dividen entre quienes esperan que el gobernante PCC se “conecte” más con las necesidades de la población, y quienes creen que será una reunión que no resolverá los problemas prácticos del país”.
Incluso, la propaganda oficial, siempre triunfalista y eufemística, tiene que tocar el tema del desinterés general, aunque lo haga con los adornos propagandísticos y el rebuscamiento del lenguaje de siempre:
“Afuera, el país y su capital viven un típico fin de semana, diferenciado solo por las celebraciones martianas del 28 de enero, día entrañable para todos los cubanos.
No hay estridencias, ni galanuras, ni señales en las calles de ningún otro acontecimiento extraordinario. Los reportes de la televisión y la radio y el periódico del domingo apenas podrán apresar el sumo de los análisis que transcurren al interior del recinto. Espoleada por mi oficio y por el privilegio de asistir todo lo que se debate, me pregunto si esa parte de la nación que no está dentro de Convenciones, sabrá que sí lo está dentro de la Conferencia”.
Todavía no está claro qué se discutió en la Conferencia que no se hubiera discutido ya muchas veces antes, a menos que se considere “claro” el cantinfleo partidista y la aburrida repetición de los mismos conceptos huecos que han inundado el espectro seudo-político cubano durante más de medio siglo. De acuerdo a las declaraciones oficiales, la Conferencia se celebraba “con el propósito esencial de profundizar en el trabajo partidista”, cualquier cosa que eso pueda significar.
En realidad, es la misma música de fondo que ha acompañado al hundimiento sistemático del Titanic, con cantos a la solidez de su estructura y su capacidad de navegación, a la sabiduría de los capitanes que no logran encontrar el rumbo ni acertar en nada, y a la invencibilidad de los vencidos.
De acuerdo a la esotérica cultura de funcionamiento partidista ideada por Lenin, pero diseñada y establecida en la práctica, y a la cañona, por Stalin, una Conferencia Nacional debería ser algo así como una reunión partidista a medio camino entre un Pleno del Comité Central y un Congreso; pero no pretendamos ahora entrar a detallar las características de cada uno de estos cónclaves.
Baste con señalar que los anales de los reglamentos partidistas recogen que los Plenos deberían celebrarse como mínimo dos veces al año, y los congresos cada cinco años, pero todo eso siempre ha resultado escenográfico y circunstancial, mucho más en Cuba que en cualquier otro lugar, quizás con la excepción de Corea del Norte.
Teniendo en cuenta que el sexto Congreso del Partido se celebró catorce años después del quinto, que durante muchos años no se celebraron Plenos del Partido, que nunca en la historia de ningún país “socialista” la mayoría de los acuerdos importantes de los congresos de un partido comunista se han cumplido, y que el único antecedente de una Conferencia Nacional del Partido en la Cuba posterior a 1959 sería la realizada por el PSP (Partido Socialista Popular) en 1960, sin dudas puede señalarse que la Conferencia Nacional del PCC es un evento inédito, sobre el que casi nadie sabía casi nada sobre el cómo y el por qué, aunque eso no tuviera la más mínima importancia, y cuyos logros y resultados serán menos trascendentes que un cuento de Caperucita Roja.
La información oficial que se brindaba al amanecer del domingo, después del primer día de la conferencia, comenzaba con un texto engañoso, diversionista, y que tiende a confundir, como es habitual en todas las informaciones ofrecidas por un partido comunista en cualquier parte del mundo:
“La Primera Conferencia del Partido, esa reunión que convoca el Comité Central en el período que media entre congresos, “para tratar asuntos importantes de su política”, toma por dos días las salas del Palacio de las Convenciones de La Habana”.
Engañosa, diversionista, y que pretende confundir, porque la Conferencia no es “esa reunión que convoca el Comité Central en el período que media entre congresos” como si fuera algo natural y cotidiano: es la primera vez, en 53 años de revolución y 47 de existencia del Partido Comunista de Cuba que se convoca un cónclave de este tipo.
Mientras, algunos medios de prensa y corresponsales extranjeros embelesados con las palabras de Mariela Castro, que consideraban que la citada conferencia discutiría y resolvería sobre serios problemas de la comunidad gay en Cuba, no tienen todavía información sobre los resultados. Lo que esperaban estos personajes quedaba muy claro en palabras de un corresponsal extranjero en La Habana,
“la Conferencia busca conseguir un incremento progresivo y sostenido de mujeres, negros, mestizos y jóvenes en los cargos de dirección, y abrir las puertas del gobierno, el PCC y las Fuerzas Armadas a los homosexuales, que fueron perseguidos y marginados tras el triunfo de la revolución…”.
La primera parte del párrafo anterior es algo que se ha venido repitiendo, cuando menos, en las últimas tres décadas, sin que se haya materializado nunca: repetirlo ahora es más de lo mismo, nada nuevo.
La segunda parte, relativa a “abrir las puertas” del gobierno, el partido y las FAR a los homosexuales, sería una ruptura total con una política de más de medio siglo, personalmente establecida por Fidel Castro, y que chocaría fuertemente con la cultura machista del poder revolucionario. Habrá que esperar para ver si las cosas suceden de esta manera, y en caso de que sucedieran, hasta dónde y hasta cuando. No solamente si queda en declaraciones rimbombantes, sino sí, realmente, se materializa en la práctica.
Otros ingenuos en el exterior, cubanos o extranjeros, a veces también conocidos como “expertos sobre temas cubanos”, centraron sus esperanzas en que la conferencia daría paso a un relevo generacional que sustituiría masivamente a la gerontocracia y daría paso a nuevas hornadas de tecnocomunistas de consejos de administración y guayabera, sin nada que ver con la lucha guerrillera ni méritos “históricos”, como si eso en Cuba fuera posible antes de los majestuosos funerales de “quien tu sabes” y quienes le rodean.
Raúl Castro no dejó ninguna duda sobre este tema al clausurar la Conferencia, señalando que la revolución
“dejaría de existir, sin efectuarse un solo disparo por el enemigo, si su dirección llegara algún día a caer en manos de individuos corruptos y cobardes”.
Así que, para las laboriosas abejas que esperaban por un pronto relevo en las mieles del poder, fue muy claro:
“La generación que hizo la revolución ha tenido el privilegio histórico [...] de poder conducir la rectificación de los errores cometidos por ella misma (...) No pensamos, a pesar de que ya no somos tan jóvenes, desaprovechar esta última oportunidad”
Incluso algunos ilusos, cuando comentaban sobre la gerontocracia que había copado el Buró Político del partido durante el Sexto Congreso, se embullaron con las palabras que entonces pronunció Raúl Castro sobre la “vergüenza” del no-relevo, y llegaron a expresar, sin sonrojarse, que sería de esperar una sonada renovación de ese buró político durante la Conferencia.
No se ha hecho público al momento de poner este análisis on-line si hubo alguna designación para ocupar la plaza vacante del buró político surgida por la muerte del general Julio Casas Regueiro, así que todavía no puede decirse si se llevó a cabo algún aporte de “sangre joven” al más alto nivel de dirección de la organización.
Tenemos entonces que llegó y pasó la tan traída y llevada Conferencia, y aunque en los momentos de escribir estas líneas solamente se conocen informaciones de la prensa oficial, como siempre sesgadas, parcializadas, generales y fragmentarias, ya está claro que esos ilusos que sueñan con ver masivamente la sangre joven en los más altos niveles de dirección del partido comunista tendrán que esperar para otra oportunidad (¿tal vez las calendas griegas?) para ver ejecutarse ese relevo.
Algunos habían señalado que con las nuevas nominaciones que se verían en la Conferencia podrían obtenerse pistas para imaginarse quien sería el próximo máximo dirigente de Cuba, que no llevaría el apellido Castro. Parece increíble cuantos errores, despistes y disparates pueden contenerse en un solo pensamiento. Lo más que se logró fue un acuerdo unánime de los delegados para “cooptar”hasta el 20% del Comité Central en su presente mandato de cinco años. Teniendo en cuenta que el Comité Central tiene 115 miembros, el 20% serían 23 renovaciones durante un quinquenio. Dentro de cinco años, ¿donde estarán Raúl Castro, Ramiro Valdés y Machado Ventura, que, de estar vivos todavía, tendrían 85, 84 y 86 años respectivamente?
Lo que más parece haber emocionado a todos, tanto amigos como cripto-castristas y adversarios, fue la declaración de Raúl Castro de que se debería limitar a diez años la permanencia de un “dirigente” en un mismo cargo político o estatal, algo que aunque no estuvo mucho más elaborado y fue solamente mencionado, de inmediato fue tomado por algunos como expresión de una voluntad renovadora del partido, que en realidad no existe -ni puede existir- y como un indicio del “relevo generacional” que está por verse.
La propuesta de limitación de mandatos a dos períodos se aprobó, y Raúl Castro señaló que “Una vez definida y acordada la política por las instancias pertinentes podremos iniciar su aplicación paulatina sin esperar por la reforma constitucional” y de los estatutos del Partido que será necesario acometer. No debe pasar inadvertido el concepto de “iniciar su aplicación paulatina”, con todo lo que eso representa en potenciales demoras e interpretaciones enrevesadas.
Lo de la reforma en la Constitución que será necesario realizar para el límite de mandatos en el nivel de Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros y otros cargos estatales y de gobierno, no representa problema alguno: sencillamente, se le ordenará a los diputados que aprueben la modificación constitucional que resulte necesaria y estos la aprobarán por unanimidad, levantando sus brazos y aplaudiendo, en cuanto se someta a votación. En el Partido, simplemente, se impondrá la modificación.
En su perenne e incansable desvelo por buscarle el rostro “humano” al neocastrismo, no se han dado cuenta de que con esos criterios una persona puede estar diez años en un cargo partidista, pasar de ahí a diez años en un cargo estatal, regresar de nuevo a un cargo partidista por otros diez años, y así sucesivamente, y mucho más en los feudos de Raúl Castro.
Muy pocos “cuadros” en Cuba son exclusivamente del partido o del gobierno: Machado Ventura y Esteban Lazo son dos de los más visibles cuadros “partidistas”, que durante muchos años han estado en esas tareas, mientras que el vicepresidente del gobierno Ricardo Cabrisas puede ser un ejemplo del “cuadro” gubernamental que no se conoce como dirigente partidista, pero en líneas generales no hay nada extraño en que los “dirigentes” sean movidos entre el partido y el gobierno de acuerdo a las necesidades o los intereses del poder (incluyendo las fuerzas armadas, sea porque provienen de ellas o porque regresan a las mismas).
Hay que tener en cuenta, además, que la limitación que se propone parece basarse en el principio de la imposibilidad de mantenerse por más de diez años seguidos en el mismo cargo, pero no en mantenerse la vida entera en el mismo relajo, pasando de un cargo para otro.
Y no debemos olvidar que esta propuesta de no más de diez años en el mismo cargo ha surgido en estos momentos, cuando sus autores en plena senectud y al borde de las tumbas, que no pueden aspirar sensatamente a vivir diez años más ni siquiera en un asilo de ancianos, son los mismos personajes que han estado por casi medio siglo en el mismo cargo, o en todos los cargos posibles, pero sin separarse del poder en mayor o menor escala, con independencia de los errores y barbaridades que hayan cometido, como los hermanos Fidel y Raúl Castro, Ramiro Valdés, José Ramón Machado Ventura, Abelardo Colomé Ibarra, Guillermo García, Leopoldo Cintras Frías, José Ramón Balaguer, Antonio Enrique Lussón, José Ramón (el gallego) Fernández, o Ulises Rosales del Toro, entre otros.
Esta medida “sensacional” de limitar los mandatos a dos períodos consecutivos, inclusive los del presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, siempre fue la que tuvo más posibilidades de ser aprobada en este cónclave, porque venía del propio Raúl Castro y todo el mundo lo sabía, pero más que todo por un sentido propagandístico y adormecedor. Para la historia de Cuba en el último medio siglo era algo absolutamente novedoso y hasta “revolucionario”. Y se trataba de algo que en cualquier lugar siempre caería bien ante una población completamente hastiada de ver a todos sus “dirigentes” perpetuarse en el poder.
Sin embargo, el hecho de haber aprobado una medida de este tipo no puede tomarse automáticamente como prueba de que el partido cubano se está “renovando” o de que está adoptando políticas novedosas. Esta acción, completamente alejada de un conjunto de decisiones fundamentales que no se tomaron ni se tomarán, no puede pasar de lo puramente cosmético y de galería.
Para quienes tienen muy poca memoria o no desean adentrarse demasiado en temas históricos relativamente contemporáneos, es bueno alertarles que cada vez que en un partido comunista, forzado por las crisis, las circunstancias y, fundamentalmente, por el malestar en la militancia y la población, se ha dicho que la permanencia en los cargos de dirección debería limitarse a diez años (es decir, dos períodos de mandato), eso ha sucedido poco tiempo antes de que ese partido perdiera su “papel rector”, y con ello el poder, o quedara en una posición nacional insignificante e intrascendente, o se disolviera.
Porque, simplemente, en cualquier organización partidista del mundo moderno en que realmente funcione una democracia y sus cargos dirigentes sean electos libremente por la militancia, es extremadamente difícil que alguien pueda mantenerse más de diez años en un mismo cargo, a causa del natural desgaste que provoca el ejercicio del poder -de cualquier poder- y de que la persona en el cargo busca nuevos horizontes para su actividad, tanto dentro del mismo partido como fuera de él.
Pretender que pueda existir un partido comunista donde sus “cuadros” solamente puedan estar en el cargo por dos períodos, y después retirarse a una especie de limbo existencial o sosegada vida privada, alejados del poder, es como pretender que exista una monarquía donde la realeza sea electa en comicios periódicos y competitivos. Pero ni siquiera el tan poco común sentido común logró aplacar a los que se han lanzado ya a proclamar el supuesto límite a un decenio como medida de cordura “socialista”.
De nada valió para calmar los ánimos a los “ojalateros”, tan emocionados con el ojalá que pasen tantas cosas, el aviso de Raúl Castro en el aeropuerto, después de despedir al provocador presidente iraní Mahmud Ahmadinejad tras su visita a Cuba, de que
“no hay que hacerse tantas ilusiones con la conferencia ni levantar mucha perspectiva (...). El Congreso es lo definitivo. Ahora es una cuestión interna del partido, de irlo perfeccionando”.
Es decir, que el capitán del Titanic criollo en estos momentos dijo claramente que nadie debería embullarse con la ilusión de que de la chistera mágica verdeolivo de la Conferencia Nacional del Partido salieran sorpresivos conejos socialistas renovadores o decisiones políticas revolucionarias, puesto que se trata, simple y llanamente, de una actividad interna de la institución más reaccionaria, retrógrada, conservadora y cavernícola que ha existido en Cuba en más de quinientos años.
El general-dictador lo avisó claramente -normalmente acostumbra avisar muchas cosas de este tipo, aunque muchos “expertos” no quieran darse cuenta-, porque él sí sabía perfectamente que la Conferencia era una simple formalidad más.
Que fue prevista de esa manera por la incapacidad de la camarilla dirigente para discutir en un único cónclave -en el sexto congreso del Partido-, la necesidad de “jubilar” definitivamente al Comandante en Jefe, y además imponer el reordenamiento conceptual de la economía nacional y el funcionamiento del país a través de los llamados lineamientos económicos y sociales, en un país al borde del abismo.
Encima de eso, tener que fingir que se discutían y se aprobaban temas organizativos y de funcionamiento de una institución cuya única razón de ser, demostrada durante más de un siglo en todo el mundo, aunque nunca aceptada públicamente por sus beneficiarios, es mantenerse en el poder a toda costa y con cualquier pretexto, era demasiado: “mucho para un solo corazón”, como se decía en Cuba.
La información de la prensa oficial al término del primer día de la reunión, señalando que los participantes se pronunciaron por “fortalecer la unidad nacional en torno al Partido y la Revolución y estrechar el vínculo permanente con las masas”, además de una perfecta demostración de lo que significa el vacío absoluto, no decía nada que tuviera la más mínima importancia.
Una vez más, como siempre, el partido se cocinó en su propia salsa, de espaldas a la sociedad, inmoralmente suponiendo que “el pueblo cubano” realizará exactamente lo que ellos decidan que debe hacerse, en este caso, unirse “en torno al Partido”. Pero aun en el improbable y supuesto caso de que el pueblo cubano pretendiera hacerlo, sería perfectamente válido preguntarse: ¿para qué?
Hay un problema de fondo que en muchas ocasiones a los comentaristas extranjeros y diversos “expertos” les pasa inadvertido: a diferencia de la Europa sovietizada y el Asia comunista, el Partido Comunista cubano no hizo la revolución, sino que, por el contrario, fue la jefatura guerrillera del Movimiento 26 de Julio, triunfante en el complejo proceso revolucionario anti-batistiano, la que creó un partido único a su conveniencia.
Por consiguiente, la revolución cubana no se hizo a imagen y semejanza del Partido Comunista, sino el Partido Comunista se hizo a imagen y semejanza de quienes capitalizaron la revolución cubana.
Y eso, tratándose de Cuba y su revolución, significa que no podía haber sido hecho nada más ni nada menos que como instrumento bajo la férrea voluntad y al servicio del Comandante en Jefe Fidel Castro, sin tener demasiado que ver con la jerarquía y la disciplina dogmática de los partidos comunistas “de nuevo tipo” que se crearon a partir de la experiencia soviética y china en Europa y Asia.
Esa diferencia ha determinado no solo la definición conceptual, organizacional y operativa del Partido Comunista cubano, sino también lo peculiar de todas sus deficiencias y sus fracasos, mucho más allá de los pecados originales de todo partido comunista en el poder.
Uno de los aspectos más realistas alrededor de este dilema fue destacado por el periódico “Granma”, órgano oficial del partido, quizás hasta sin darse cuenta en toda su extensión de lo que planteaba, en una frase inicial de su información sobre la Conferencia, al señalar la necesidad de
“acelerar el desarrollo de la sociedad y afianzar los Lineamientos Económicos y Sociales aprobados en el Sexto Congreso a partir del concepto de que no hay ideología sin economía”. [Subrayado nuestro].
Después de casi medio siglo con Fidel Castro como máximo líder y pretendiendo imponer y establecer la ideología y la ingeniería social completamente de espaldas a la economía y las verdaderas disponibilidades materiales, ese señalamiento de que no hay ideología sin economía, una vez más, constituye un marcado rechazo, silencioso pero efectivo e inapelable, al fidelismo descontrolado e incontrolado, a pesar de lo cual, sin embargo, pasa inadvertido para tanto “experto”, que solamente ve la parte de la noticia que dice que a Fidel Castro se le ofreció un prolongado aplauso en ausencia.
Sin dudas, el neocastrismo pretende buscar y encontrar su camino sabiendo que no puede contar para nada con el “legado” del Comandante en Jefe si realmente se trata de tomar decisiones realistas.
Ahora bien, el hecho de que se tomen decisiones realistas basadas en los dogmas y los prejuicios que conforman los fundamentos y las estructuras de todo partido comunista no garantiza ni mucho menos que tales decisiones sean efectivas o puedan dar los resultados que se deberían esperar.
Un ejemplo de ello es el enfoque del problema de la corrupción -un fenómeno intrínseco de todo régimen totalitario- que desde siempre carcome hasta sus cimientos a la estructura “revolucionaria” del neocastrismo, y que en ocasiones se señala como algo más peligroso para el futuro comunista que la disidencia o la contrarrevolución.
Raúl Castro finalmente lo reconoció públicamente:
“La corrupción es (…) uno de los principales enemigos de la revolución, mucho más perjudicial que el multimillonario programa subversivo e injerencista del gobierno de Estados Unidos y sus aliados, dentro y fuera del país”.
Siempre había sido muy evidente el temor por parte del poder gerontocrático a reconocer la amplitud y profundidad de esta lacra, por lo que el general-dictador, al hacer las conclusiones de la Conferencia, aunque destacó el peligro, como se vio anteriormente, también se encargó de restar importancia al asunto.
Tras avisar que sería “implacable” con el fenómeno de la corrupción, que no habría “contemplaciones” con los funcionarios corruptos, y que divulgaría detalles de los casos que están bajo investigación, quiso transmitir serenidad espiritual a todos quienes ven el papalote neocastrista irse a bolina, al señalar tranquilamente que:
“Afortunadamente, sin el menor ánimo de restarle gravedad a este mal bastante generalizado en el planeta, considero que nuestro país puede ganarle la batalla a la corrupción, primero frenarla y luego liquidarla sin contemplaciones de ningún tipo”.
Antes de comenzar la Conferencia se comentaba por parte de algunos especialistas, académicos, estudiosos del tema y periodistas en cierta prensa extranjera que Raúl Castro estaba interesado en separar la acción y la actividad partidista de la del gobierno, porque estaba convencido de que, a lo largo de su historia, el PCC “se involucró en tareas que no le correspondían”, lo que trajo como resultado un “debilitamiento” de su labor.
La observación de esos estudiosos y seguidores del tema es muy sensata, y tal vez la preocupación del general-dictador pueda ser sincera en reconocer que el partido cada vez resulta menos efectivo, pero con esa línea de razonamiento de que se pretende mejorar la dirección de la organización partidista se estaría buscando, una vez más, la solución correcta al problema equivocado, porque sería fundamental comprender en toda su profundidad y trascendencia que en ningún momento de su historia el Partido Comunista de Cuba “se involucró en tareas que no le correspondían”, sino todo lo contrario.
Ya en el primer congreso del Partido Comunista en 1975, diez años después de la creación de la organización con ese nombre, que sustituyó a las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) y al Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC), Fidel Castro, fundador, caotizador, máximo jefe y primer secretario de cada una de las mencionadas organizaciones, dijo claramente:
“El Partido lo resume todo. En él se sintetizan los sueños de todos los revolucionarios a lo largo de nuestra historia; en él se concretan las ideas, los principios y la fuerza de la Revolución; en él desaparecen nuestros individualismos y aprendemos a pensar en términos de colectividad; él es nuestro educador, nuestro maestro, nuestro guía y nuestra conciencia vigilante, cuando nosotros mismos no somos capaces de ver nuestros errores, nuestros defectos y nuestras limitaciones; en él nos sumamos todos y entre todos hacemos de cada uno de nosotros un soldado espartano de la más justa de las causas y de todos un gigante invencible”.
Dentro de ese concepto cabe cualquier cosa: gracias a ese peculiar criterio, el partido puede estar “en el centro de todo”, como se proclama continuamente, y por lo tanto, no pueden existir tareas que no le correspondan. Siendo así, entonces el partido nunca se podría involucrar en tareas que no le correspondan, puesto que todas las tareas le corresponderían, ya que ese partido lo resume todo y resulta educador, maestro, guía y conciencia vigilante.
Y, como el partido comunista tiene que seguir pretendiendo, aunque jure lo contrario, controlarlo todo, a toda hora y en todas partes, al final de todos y cada uno de los esfuerzos, por muy serios y responsables que pudieran ser -y eso habría que verlo-, no podrá lograr nada, y cada vez su papel será más retrógrado y reaccionario, a la vez que menos importante y menos trascendente, y cada vez más absurdo, decorativo y escenográfico, porque aunque se empeñe en lo contrario lo más que podrá lograr será, en el mejor de los casos, dirigir mejor que nunca… pero solamente para fracasar igual que siempre.
De manera que, todo lo que se haya podido discutir hasta ahora o se pueda discutir en el futuro, no solamente en esta Conferencia del Partido, sino en cualquier actividad o cónclave del Partido Comunista, aunque fuera de la manera más democrática, transparente y participativa del mundo (lo que sería contra natura, dada la propia característica de un partido comunista), resultará siempre superfluo mientras no se aborde el problema fundamental que enfrenta y que, a la vez, representa en sí mismo cualquier partido comunista en el poder, sea en Cuba, la ex-Unión Soviética, China, Corea del Norte, o cualquier otro país del mundo: el mantenimiento de la existencia o la abolición constitucional del tenebroso artículo que establece la definición del Partido Comunista como “fuerza rectora superior” del Estado y la sociedad.
Mientras tal definición ha existido y estado vigente, ningún país “socialista” ha logrado resolver sus problemas, que cada vez se agravan más. Pero tan pronto como el tal dichoso artículo ha perdido fuerza constitucional, el desmontaje del aparataje totalitario ha sido cuestión de semanas, o cuando más de meses, en todas partes, para bien de la población, la nación y la sociedad de los países en que eso ha ocurrido.
Porque tal artículo constituye una contradictio in adjecto, para decirlo con palabras que utiliza Karl Marx en El Capital y que le gustarían a todos esos marxistas mamporreros, “analíticos”, escandalosos y alborotadores, que nunca se han leído El Capital, ni nada de la obra de Marx, tan abundantes en Cuba y en América Latina, fundamentalmente dentro del partido comunista cubano y la academia, o en los respectivos partidos o movimientos “de izquierda” latinoamericanos.
Es decir, se trata de una contradicción entre un término y su atributo, un disparate en sí mismo, porque representa un sinsentido y una burla declarar en una ley fundamental, como es la constitución de un país, que la soberanía de una nación radica en su pueblo o en sus trabajadores, para inmediatamente dejar claro que el partido comunista está por encima de ese pueblo, de esos trabajadores, de esa nación, y de esa sociedad, al establecer, como en el caso cubano:
“Artículo 5.- El Partido Comunista de Cuba, martiano y marxista-leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista”.
¿Cómo se podría ser, a la vez, martiano y marxista-leninista, cuando se trata de dos filosofías radicalmente opuestas y contradictorias?
¿Quién definió al Partido Comunista de Cuba como vanguardia organizada de la nación cubana, como no fuera ese propio partido, que se abroga ese derecho para autodefinirse de esa manera?
¿A partir de qué principios se define al Partido Comunista como la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado, si no es a partir de las mismas definiciones que establece ese propio partido de espaldas a esa sociedad y ese Estado?
Que esa auto-concesión de supremacía del partido comunista se produjera a comienzos del siglo XX en la Rusia de los zares, en medio de una cultura eslavo-asiática basada en la autocracia y absolutamente ajena a los valores occidentales de libertad y democracia, y luego fuera transportada a la fuerza a los partidos “hermanos” del llamado socialismo real, es comprensible, por la hegemonía soviética en el “campo socialista”.
Sin embargo, que en pleno siglo XXI esto ocurra en una nación del continente americano, además de una aberración, es un hecho criminal, que niega las conquistas y avances del pensamiento occidental y, a la vez, se burla de todos los antecedentes históricos democráticos, soberanos y constitucionales de la nación cubana.
Desde ese punto de vista, el Partido Comunista no solamente está jugando un papel de inmovilismo en el país, sino que realmente está actuando todos los días como un elemento absolutamente retrógrado y reaccionario, sin nada que ver con el concepto de “revolucionario” que en algún momento de la historia se le atribuyó -aunque haya sido erróneamente- a los partidos comunistas en el mundo.
Entonces, el verdadero punto de interés a discutir, no solamente entre la militancia, sino entre todos los cubanos, si realmente se desea buscar soluciones reales al drama nacional y a la colosal crisis que enfrenta la sociedad cubana en estos momentos, sería preguntarse si debe existir un partido comunista con prerrogativas por sobre toda la sociedad, el estado, la nación y todos sus habitantes -los que viven en el país y los que han debido o querido irse a vivir a otra parte, pero no dejan de ser parte de la Nación-, porque si esto no se define con mucha claridad y precisión entre todos los cubanos, y no solamente entre la camarilla en el poder y sus cómplices, no se llegará a ningún lugar, y todo continuará siendo más de lo mismo.
Y que no existan dudas de ningún tipo en un aspecto fundamental: un debate de esa naturaleza y de esa trascendencia no se puede realizar a gritos en una plaza pública, levantando los brazos para mostrar acuerdo o desacuerdo, puesto que, en el mundo moderno, civilizado, informatizado y globalizado, como en el que vivimos, se realiza mediante un referéndum popular libre, abierto, sin presiones, donde cada uno de los participantes-votantes puede expresar libremente y sin coacción su punto de vista al respecto, sin temor a represalias si sus criterios no coinciden con los de la mayoría, sin mítines de repudio ni “pueblo enardecido” con impunidad para golpear e insultar a cualquiera que piense de manera diferente.
Un país, una nación, depende del esfuerzo y la voluntad de toda su sociedad, no de una camarilla partidista, ni aunque esta fuera -que no es el caso- un cónclave de iluminados.
Lo demás, cualquier cosa que sea o pueda ser, ni es cierto ni tiene sentido. No es más que una estafa, porque ni es democracia ni verdadera participación popular, en nada.
No es más que totalitarismo tropical.
Neocastrismo puro y duro, valga la redundancia.
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