Tomado del sitio de Ichikawa
Arnaldo M. Fernández/
Al definir la era axial en Vom Ursprung und Ziel der Geschichte [Origen y meta de la historia] (Munich: Piper Verlag, 1949), Karl Jaspers (1883-1969) no sólo identificó la cesura evolutiva de superación del pensamiento mítico con nociones racionalizadas (por ejemplo: explicar con argumentos en vez de narraciones, discernir entre los órdenes natural e histórico, remitir varios fenómenos a un solo principio o ley en abstracto). También sugirió que reanimar las posibilidades abiertas en aquella época eje (800 a.C. – 200 a. C.) imprime impulsos intelectuales contra la confusión deliberada o irreflexiva entre ilustración y manipulación, verdad e ideología. La chapistería académica del único partido del castrismo es otro avatar de aquella socorrida fusión de ciencia y conciencia que predominó en los quinquenios dorados de agarre al socialismo realmente existente, a tal punto que Castro afirmó «con franqueza —me gusta la franqueza— [que] las relaciones con Estados Unidos, las relaciones económicas, no implicarían para Cuba ningún beneficio fundamental» (Nada podrá detener la marcha de la historia, La Habana: Editoria Política, 1985, página 172).
La pose académica de que el Estado totalitario castrista cambia para bien o mejor encierra la misma trampa mercadotécnica que tendió Marx con el socialismo científico como único respetable. Y nos lleva en derechura a la noción premoderna de conciencia, tal y como se entendía en el latín clásico: conscientia como doble referencia tanto al conocimiento científico como a «la regla más próxima a la recta razón y a la esfera moral».
La gente con diploma para pensar que abogan por el castrismo con rostro humano no tienen en cuenta que, por lo menos desde los pleitos que llevaron a Galileo ante la Inquisición (1633) y la polémica que encendió Pascal con sus Cartas provinciales (1656-7), las razones teóricas y prácticas quedaron bien separadas y no se pueden reunificar por simple postulación de reglas prácticas de estrategia política como aserciones teóricas, porque se arriba indefectiblemente a la encrucijada de respaldar a cierto profeta que prescribe caprichosamente el sentido de la historia o a cierto teólogo que interpreta caprichosamente la voluntad divina.
La misión del pensador parece radicar más acá del abogar por la causa. La intencionalidad teórica suele revelarse por reflexión radical contra todas las pretensiones de presentar ideas o instituciones desligadas de sus contextos vitales de surgimiento y aplicación: Da lo mismo que sea por soltar que agentes infiltrados no son espías o largar que el Estado totalitario en Cuba habría transitado a un post sin perder ningún rasgo esencial: partido único e ideología oficial (la que sea), monopolio de las armas y de los medios de comunicación masiva, dirección centralizada de la economía y represión política (v.g.: código penal con delito de propaganda enemiga).
-Ilustración: Eduardo Ponjuán, Lógica del espía (1998).
-Nota: Maquiavelo pasó a la historia como pensador no por abogar como secretario del Estado florentino, sino por describir sin disimulo la política y dejar sentado que ni obedecía a la moral ni iba más allá del príncipe. Al parecer la clave de transfiguración teórica del discurso práctico en torno al castrismo estriba en embarajar —aun con hipocresía— que el realismo político no es posición política per se, sino premisa cognoscitiva más o menos informada de cualquier posición política. Esta no cambia por aceptar ciertos hechos y actuar más o menos en consecuencia para preservarla.
-Parte I
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