Cubanálisis El Think-Tank
No han pasado dos semanas de mi anterior artículo sobre la lucha entre China y Estados Unidos por el control de recursos petroleros en el planeta, y el vasto público se entera ahora de la última novedad en el ajedrez global, aunque hace años era bien conocida por los especialistas. Se trata de la divulgación de un informe del Instituto Baker, de la Universidad Rice de Texas, financiado por el Departamento de Energía de Estados Unidos, que advierte de las repercusiones mundiales que representa el llamado “gas natural no convencional”.
En España, el diario El País se lanzó de inmediato sobre el tema con el titular sensacionalista de que “La energía encuentra su nuevo Eldorado”, aunque el texto de Santiago Carcar está bien fundamentado, pues aclara desde el inicio que no se trata de un “nuevo gas”, sino de nuevas técnicas para la obtención de gases ya conocidos, como son el shale gas (gas de esquisto), el tight gas (gas que se extrae de arenas compactas) y el coal bed methane (metano del manto de carbón). La técnica determinante en el incremento productivo ha sido la del fracking, o fracturación hidráulica de rocas en las que hay gas o petróleo.
Las agencias oficiales norteamericanas de energía, basadas en el actual ritmo de explotación y en el acceso a mayores reservas de gas en el país con la nueva tecnología, proyectan que EE UU, (que consume anualmente 646 mil millones de metros cúbicos de gas natural), va a dejar de ser el primer importador del producto a nivel mundial para convertirse en exportador de gas licuado.
La prensa rusa ha reaccionado ya con alarma ante una de las conclusiones más importantes del estudio: que el consecuente incremento de la producción de gas no convencional debilitará el papel energético y la fuerza política de Rusia respecto a Europa.
Según el Instituto Baker la predicción para el 2040 de la participación rusa en el mercado de gas de los países europeos será de menos de la mitad de su volumen actual.
Sobre lo que eso significa para Rusia escribía Howard Amos en The Moscow Times:
La producción de gas de esquisto en Estados Unidos - que casi no existía hace 10 años- se espera se cuadruplique de su nivel actual para llegar a alcanzar en el 2040 los 1,130 millones de metros cúbicos diarios. Debido a ese crecimiento, ya Estados Unidos sobrepasó a Rusia en el 2009 como el mayor productor mundial de gas.
A esto hay que sumarle que la producción petrolera norteamericana se ha incrementado en un 11 por ciento bajo la administración Obama, como lo demuestra el aumento de perforadoras en actividad, (331 más que las que operaban hace un año), y que a pesar del desastre ecológico del año pasado mantiene un total de 37 plataformas trabajando en aguas profundas en su Zona Económica del Golfo de México.
Como el sector energético es la locomotora del desarrollo hay que decir, frente a los augurios más pesimistas, que el coloso norteamericano está muy lejos de ser alguna vez engullido por su rival, el dragón chino.
La terminal de gas licuado de Cienfuegos
Los organismos internacionales calculan que el consumo de gas en los próximos cinco años se va a incrementar en un 2.4 por ciento anual porque más países van a importar ese tipo de combustible fósil que quema con mayor limpieza. Pero cualquier estimación optimista, como esa, debe someterse primero a la reacción de los mercados, pues -como advierte el artículo de El País-, “todo depende de los precios. La explosión del gas no convencional ha reducido los precios a la mitad, lo que podría ralentizar algunas inversiones”.
Para los que se pregunten qué relación tiene lo anterior con Cuba, hay que recordarles que el régimen neocastrista se ha involucrado no solo en la obtención y procesamiento de petróleo, sino también del gas natural acompañante, por lo que la baja de su precio a la mitad afecta sus planes.
La Habana contrató una multimillonaria inversión con China para ampliar las capacidades de la refinería de Cienfuegos, y construir en esa ciudad una terminal de gas natural licuado (GNL), valoradas en 4,500 millones de dólares y 1,300 millones respectivamente.
Como paso previo a la inversión se constituyó una empresa mixta cubano-venezolana para la petroquímica, la CUVENPEQ, ya que el gobierno chavista responde a la contraparte china con su producción petrolera nacional como garantía de pago por las obras.
Con tales garantías para el proyecto, el gobierno chino encargó los contratos a la CNCP, una de sus tres corporaciones petroleras, que encomendó la ejecución a su filial, la constructora Haunqiu. Y a fines de noviembre pasado el corresponsal de Reuters en Cuba fue informado que esa constructora comenzaría los trabajos en el primer trimestre de este año y lo terminaría a fines del 2013. La agencia noticiosa reportaba que la capacidad de la futura terminal de GNL será de 2 millones de toneladas de gas licuado anuales.
La prensa del régimen, en los primeros seis meses de este año, no ha hecho otra cosa que repetir la información original, y la cúpula gobernante consideró oportuno sacar nueva información sobre el proyecto en torno al 26 de julio.
Por eso apareció el 23 de ese mes un reportaje de la emisora cienfueguera Radio Ciudad del Mar, que daba la razón a los oyentes que consideraban insuficiente la versión de los periódicos de que las obras estaban “en estado de avance”, pero sin entrar en más detalles. Para ampliar la información entrevistaron a Tomás Oviedo Ormaza, gerente general de CUVENPEQ quien declaró que ya se ha terminado el diseño de la planta de amoniaco, que se ubicará en Calicito, junto a la futura terminal GNL, pero esa planta no estará en fase de arranque hasta el segundo semestre de 2015. También explicó que la unidad de PVC, (policloruro de vinilo), -que producirá el material para las famosas “petro-casas” que Chávez prometió-, no estará lista hasta el 2017.
Pero el señor gerente en su entrevista no dijo una palabra sobre los trabajos de construcción de la terminal de gas licuado ni sus plazos, y eso que se trata de la segunda inversión por su costo destinada a Cienfuegos. La primera explicación del silencio nos la da el reportero de la emisora radial cienfueguera que advierte, “si bien todo se cuece aquí -no puede ser de otra forma, dada la envergadura- es a fuego lento”. Como diría nuestro colega y amigo, Lázaro González, las cosas marchan a ritmo de rana hervida.
Pero a la proverbial lentitud neocastrista se le suma la cautela china. Como se colige de la entrevista al ingeniero Julio Sánchez Gil, director de Expansión del llamado Polo Petroquímico, aparecida el 24 de julio en Granma, aunque la ampliación de la refinería pronto comenzará su segunda etapa, y el movimiento de tierra será concluido en un plazo de entre ocho y catorce meses, aún se está negociando con la constructora china la firma del contrato para la Ingeniería de Detalles.
Inexperiencia china y decisión política
Ante la falta de información concreta por parte de funcionarios y técnicos vinculados al mega-proyecto de Cienfuegos, hemos tenido que recurrir a la búsqueda de datos en otras fuentes. Afortunadamente, encontramos respuestas a nuestras dudas en un serio reportaje, de enero de este año, del corresponsal de Reuters en Beijing, Chen Aizhu, sobre la experiencia china en la industria del gas licuado.
China, dice ese periodista, puede alcanzar en cinco años la capacidad técnica suficiente como para construir una gran planta de gas licuado en Irán, país de vastas reservas y donde las sanciones impiden entrar a las empresas occidentales del ramo.
Para ello, desde el pasado octubre la petrolera china CNOOC ha invertido 2,200 millones de dólares en la empresa norteamericana “Chesapeake Energy”, para explotar las enormes reservas de gas de esquisto del sur de Texas. A cambio del capital, -decía The Christian Science Monitor- China aprendería la tecnología de fracturación hidráulica para aplicarla en su propio país, y podría reducir su dependencia del carbón.
Hay que tener en cuenta que China empezó a operar en el negocio del gas licuado en el 2006, pero solo para construir una terminal receptora de gas de Australia. A inicios de este año, la empresa Huanquiu, la encargada de la futura planta de gas de Cienfuegos, estaba construyendo una de ese tipo en su propio país, y en entrevista con la agencia Reuters un ejecutivo de la obra declaró: “Aspiramos a llegar a dos millones de toneladas al año (…) Eso puede llevar de 3 a 5 años”.
Esas declaraciones del ejecutivo de Huanquiu ponen en claro que la licuefacción no se aprende en seis meses, pues el proceso implica remover impurezas y otros gases antes de super-enfriar el gas natural resultante y reducirle el volumen para embarcarlo en tanqueros de tipo criogénico especialmente construidos para ese fin.
Antes de continuar hay que apuntar que una planta de dos millones de toneladas anuales como la que está construyendo la Huanquiu en China es de tamaño mediano en la industria, cuyas grandes plantas (8 millones de toneladas anuales) están actualmente fuera del alcance constructivo y tecnológico de las empresas chinas.
Entonces hay que preguntarse por qué China se comprometió a desarrollarla en Cuba, cuando todavía no dominaba la nueva tecnología, y que tipo de asesoramiento dieron a sus jefes los especialistas del régimen que estudiaron la construcción por los chinos de una planta de dos millones de toneladas anuales de gas en Cuba cuando no lo han hecho siquiera en su país.
La inexperiencia china explicaría las demoras en la firma del acuerdo de Ingeniería de Detalles de la terminal de gas natural licuado, y repercutirá en los plazos de cumplimiento y calidad de las obras.
Pero no hay que culpar a los especialistas. Todo es tan simple como una decisión política tomada al más alto nivel del régimen: abrazar tardíamente la “opción china” con sus límites, es decir con sus ventajas y desventajas, con tal de sobrevivir.
Medio siglo después de los acuerdos que firmara el Che Guevara, flamante Ministro de Industrias del Gobierno Revolucionario, con los “hermanos del campo socialista”, -que resultaron en la instalación en Cuba de plantas industriales de obsoleta e incluso defectuosa tecnología-, los ancianos campeones del neocastrismo repiten el error de aliarse estratégicamente con una potencia de segundo rango tecnológico.
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