¿Quién será la próxima víctima?
La desvergüenza desconoce límites, pero su extensión nunca es espontánea. No sucede con esta como con las malas hierbas, aunque pululen de similar manera. La diferencia, fundamental, es que la desvergüenza es aporte ignominioso de esta especie que nos autodenominamos “humanos”, que establecemos formas organizativas o lo contrario, que instituimos (para bien o para mal) estructuras sociales, que impulsamos y promovemos líderes y que establecemos la obligatoriedad de tener jefes… que somos “pensantes” pese a que mal empleemos, en no pocas ocasiones, esa capacidad.
Iniciando la segunda década del siglo XXI, los humanos continuamos enredándonos en guerras, provocando la muerte, como si no supiéramos orientarnos y desenvolvernos más que por medios violentos. Eso, en cualquier latitud, de África a Medio Oriente, Europa o América, sin obviar la pequeña Isla de Cuba. Es como si la fuerza de la palabra no nos alcanzara en nuestras interrelaciones, casi demostrando incapacidad para poner a prueba la búsqueda de otras posibilidades, negándonos a otras oportunidades, más “civilizadas”, para decirlo según ese término que tanto nos gusta y que tan festinada y hasta equívocamente utilizamos.
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