lunes, abril 11, 2011

El dilema del Islam ante la Democracia/ Juan Benemelis


El mundo árabe intenta hoy encontrar un apoyo, un anclaje y un consuelo, frente a los múltiples traumatismos que son su suerte cotidiana, en el retorno al patrimonio cultural y religioso. La ruptura de la experiencia nacionalista ha resultado en dos posiciones opuestas, como se ve en los últimos acontecimientos que sacuden ese territorio que va desde el Estrecho de Gibraltar hasta las islas Molucas.

Por una parte, la de las élites más abiertas hacia el mundo occidental, que hacen de la exaltación de los valores universales el soporte de un discurso racionalista, que ve la solución de la crisis en una occidentalización más radical, capaz de neutralizar definitivamente el fondo arcaico de la cultura árabe-islámica, responsable del fracaso; por otra parte, la de las élites más cerradas, como la de los jeques petroleros y sauditas, que hallan en la admiración y reevaluación de ese mismo fondo cultural el soporte de un discurso de autodefensa contra el sentimiento de impotencia, de humillación y de devaluación que está ligado al fracaso. Es, pues, en nombre de la especificidad, de la autenticidad y de la diferencia que este discurso rechaza los valores universales o la noción de universalidad de los valores.

El moderno islamismo, que es sin duda la forma más desarrollada y grandiosa de esa lógica de superación de la realidad por su negación intelectual más que por su transformación efectiva, es, entre todas las manifestaciones de la crisis que se ha desatado, lo que más llama la atención y atrae el interés de analistas y políticos. No sin razón, pues la corriente islamista, en su rechazo fundamental al proyecto intelectual de la modernidad, es quien mejor expresa el fondo de la crisis y reagrupa, por consiguiente, a la mayor parte de los elementos de oposición en el seno de las sociedades árabes actuales. En realidad, el movimiento nacional árabe, en sus múltiples formas históricas -modernismo islámico, nacionalismo (árabe, entre otros) y socialismo (o desarrollismo)-, ha sido, esencialmente, un movimiento modernista, sometido a la hegemonía de la ideología y de la ética occidentales.

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