martes, febrero 22, 2011

El neocastrismo como "socialismo de mercado" - III (final)/ Antonio Arencibia

El neocastrismo como "socialismo de mercado" - III (final)/ Antonio Arencibia/ Cubanálisis-El Think-Tank

El III Congreso del PCC marcó el atrincheramiento castrista

Entre el 4 y el 7 de febrero de 1986 se celebró en La Habana el Tercer Congreso del Partido Comunista, donde Fidel Castro hizo la mayor resistencia posible al proyecto de Sistema de Dirección de la Economía. Al concluir el cónclave partió hacia Moscú como invitado al XXVII congreso del PCUS donde iba a proclamar, -de dientes para afuera-, su confianza total:

“en el pueblo soviético, en su glorioso Partido, en su dirección, en usted, compañero Gorbachov, en sus ideas frescas, en su estilo dinámico, en su incansable lucha por la paz, por los principios leninistas y por el comunismo, confiamos, y los apoyamos plenamente”

Pocas semanas después, en las celebraciones por el aniversario de Playa Girón, lanzó inconsultamente la “política de rectificación de errores y lucha contra las tendencias negativas”.

Fue algo significativo que Castro cambiara los aires renovadores de Moscú por el hermetismo de Pyongyang al visitar a Kim Il Sung. Pero especialmente llamó la atención que en sus discursos se explayase en alabanzas a los norcoreanos, quienes -según dijo- habían logrado:

“...una industria desarrollada, un impresionante esfuerzo constructivo y una agricultura moderna y eficiente; esta bella y espléndida ciudad de Pyongyang, renacida de las ruinas y otras muchas en toda la República Popular Democrática de Corea.. Hemos podido asomarnos a la Corea de los trabajadores liberados, del pueblo soberano y digno, de los científicos creadores, de los niños felices, ¡la Corea del socialismo!”

En el mes de septiembre de aquel año de 1986 Fidel Castro iba a regresar a África. Primero visitó Zimbabwe, en ocasión de la Cumbre de los No Alineados, cuya presidencia pasaba a ocupar Robert Mugabe. Luego fue a Angola, entre extraordinarias medidas de seguridad, donde además de conferenciar con José Eduardo dos Santos, habló a los soldados y civiles cubanos destacados en Luanda. En aquel discurso público Fidel Castro declaró que no iba a retirar todas las tropas ni aunque se lograse la independencia de Namibia y advirtió que la retirada total solo sería tras el fin del sistema de apartheid en África del Sur.

Volviendo a la Isla, en el mes de diciembre de 1986 ocurría algo novedoso, pues a pesar de haberse clausurado el III Congreso del PCC, ahora se convocaba una Sesión Diferida del mismo donde Fidel Castro señalaría cuál era el tipo de errores que había que rectificar en el país. Dijo el Comandante:

“Esa rectificación, no podemos esperarla de nuestros cuadros administrativos disfrazados de capitalistas, primero tenemos que quitarles el disfraz, tenemos que saber seleccionarlos y tenemos que educarlos”.

Es decir, el “remedio” propuesto por Castro era mantener el mismo orden que había llevado al llamado socialismo real a una seria crisis. Ni perestroika, ni reformas de mercado, ni pragmatismo, ni siquiera relevo de cuadros, como harían los vietnamitas ese mismo mes de diciembre, pasando a retiro a cuatro septuagenarios miembros principales del Buró Político, entre ellos Pham Van Dong y el ideólogo Le Duc Tho.

Nada de eso: ante los cambios que veía venir en la URSS prefería el viejo modelo estalinista. Celebraba el despotismo asiático de Kim Il Sung como ejemplo de “socialismo”, y pretendía con su oratoria musolinesca movilizar a las masas en apoyo de descabellados proyectos que dieran “solución definitiva” a los graves problemas de la nación cubana.

Pero eso ya no podía seguir funcionando así en lo adelante, por decisión de la nueva dirigencia soviética. Es decir, a mediados de los años 80, el ego desmesurado de Fidel Castro le empezó a jugar una mala pasada a su perspicacia política, reconocida hasta entonces por amigos y enemigos.

La facción reformista dentro del PCUS, que encabezaba Gorbachov, iba a abandonar el tipo de guerras de baja intensidad, características de la guerra fría, para concentrarse en la reestructuración de la estancada economía de la Unión Soviética. Cuando el líder de la perestroika discurseaba sobre la paz y el desarme, Castro se creía en el apogeo de su intromisión en África, con soldados y asesores cubanos en varios países, y los de Angola y Etiopía apuntalando a gobernantes pro-soviéticos frente a sus opositores armados.

El Comandante, prendado de su propia imagen de caudillo “liberador” africano, no valoró la importancia estratégica de los cambios en la URSS y, -una vez más-, postergó atender la seria amenaza que se cernía sobre su régimen, y que pagaría amargamente el pueblo de Cuba. A diferencia de los comunistas vietnamitas, que se retiraron de Cambodia y se dedicaron a resolver los problemas de su asolado país, Fidel Castro seguía empecinado en el complejo problema africano.

Pero en 1989 sus planes tuvieron que cambiar tras los Acuerdos Tripartitos que dieron la independencia a Namibia; y se inició el regreso de sus tropas dislocadas en Angola. El sistema del apartheid solo terminó en 1994, tres años después del regreso a Cuba del último soldado.

Al final, las vidas perdidas por miles de cubanos en las guerras africanas del castrismo dieron un pobre fruto. Hacia 1991 no solo colapsó el comunismo en Europa del Este, sino también fue derrocado el gobierno genocida de Mengistu Haile Mariam en Etiopía, y al año siguiente en Angola, el MPLA encabezado por dos Santos renunciaba al marxismo-leninismo y se incorporaba a la Internacional Socialista.

Empieza el período especial

Aunque todo se desmoronaba a su alrededor, la obsesión del déspota de mantener “su” socialismo a toda costa, parecía irreversible, pero incluso en aquella época pre-cibernética, lo que ocurría en la URSS de Gorbachov se empezó a filtrar en la burbuja totalitaria del castrismo, y aunque el régimen prohibió algunas publicaciones soviéticas, el ambiente de cambio en el mundo comunista contagió de inquietudes incluso a parte de la militancia del PCC.

La discusión entonces de los “Lineamientos del IV Congreso” fue tan intensa en algunos núcleos y asambleas de trabajadores, y tan fuertes las críticas emitidas, que la nomenklatura alarmada por los clamores de cambio despachó a los famosos “dúos” de funcionarios partidistas a imponer, no “la rectificación de errores”, sino la de “criterios erróneos”·

El proverbial cinismo de Fidel Castro alcanzó niveles insuperables en 1991, en la clausura del IV Congreso, cuando se atrevió a asegurar, sin parpadear siquiera, que:

“Nuestro congreso ha sido un ejemplo, hemos dicho que es el congreso político más democrático que ha habido nunca en nuestro país; pero podemos decir que es el congreso político más democrático que ha habido nunca en el mundo. La amplitud con que se discutió, la libertad con que se discutió, la sinceridad, la franqueza, la confianza no recuerdan otro ejemplo en la historia; la honestidad con que se discutió y, además, la unidad con que se discutió; cada criterio, fuera cual fuese, el respeto con que se discutió”.

Cuando se efectuaba aquel IV Congreso del PCC en Santiago de Cuba, hacía año y medio que Violeta Barrios era la presidenta democrática de Nicaragua, acababa de fracasar el golpe de agosto contra Gorbachov, ya no existía, -como diría Castro- “el glorioso partido comunista fundado por Lenin”, y faltaban dos meses para la disolución de la Unión Soviética. El congreso obligaba a los cubanos a asimilar tardíamente el fin de las subvenciones: se iniciaba la terrible experiencia del Período Especial.

El artículo de Carlos Alberto Montaner, “La Cuba de Raúl Castro: Lo peor de ambos mundos”, hace un brillante resumen de las medidas urgentes adoptadas en aquel cónclave del PCC:

“Decidieron aceptar ciertas inversiones capitalistas foráneas, pero en sociedad con el gobierno cubano. Si algún inversionista extranjero quería beneficiarse de la mano de obra cubana o de ese mercado cautivo, tendría que asociarse al estado comunista para explotarlos conjuntamente (…)Por lo demás, las líneas maestras del plan de desarrollo pasaban por potenciar la industria azucarera, explotar intensamente el níquel, crear una gran infraestructura hotelera para recibir millones de turistas (a lo que se habían opuesto durante décadas para evitar la contaminación moral), y exportar masivamente productos de alta tecnología médica creados en los laboratorios del Estado. Al mismo tiempo, fomentarían el envío de remesas desde el exterior, para lo cual despenalizaron la tenencia de dólares y facilitaron las visitas de los emigrantes que hasta ese momento habían sido considerados traidores”.

Hay una leyenda “raulista” que dice que en aquellos momentos el General se enfrentó a su hermano afirmando que eran más necesarios los frijoles que los cañones. La respuesta del Comandante fue la típica. Por ejemplo, en lo que entonces se llamaba provincia de La Habana, organizó 60 campamentos con radios, ventiladores y los cocineros de los mejores hoteles, por donde hizo pasar a 200,000 capitalinos que trabajaron en el “plan alimentario” bajo su supervisión.

Esa experiencia la multiplicó en todas las provincias, donde se cerraron, -al estilo de la Zafra de los Diez Millones-, numerosos centros de trabajo que movilizaron a sus trabajadores hacia los “campamentos de nuevo tipo“. Los resultados están a la vista: desde aquel entonces hasta hoy han transcurrido veinte años y sigue habiendo en Cuba más cañones que frijoles.

Con el IV Congreso llegó la legalización de la tenencia de divisas, pero de inmediato la población en general y en particular los veteranos de las guerras africanas que no eran altos oficiales, descubrieron que aunque empezaba a resquebrajarse el apartheid en Sudáfrica, había que aceptarlo en la Isla en las instalaciones turísticas a las que no tenían acceso, porque eran “cubanos de Cuba”.

Lo demás, hasta el 2006, fue más de lo mismo mientras su salud personal le permitió a Fidel Castro mantenerse como autócrata. En el plano interno: freno y desprecio a los “cuentapropistas”, implantación de una economía paralela en CUC, “revolución energética”, “batalla de ideas”, creación de un ejército de “trabajadores sociales” contra la corrupción, y un largo etcétera de medidas puntuales que no resolvían los problemas.

Aleccionado por Fidel Castro, tras llegar Hugo Chávez a la presidencia la subvención petrolera venezolana no solo fue salvavidas del régimen de La Habana, sino carnada para sumar gobiernos a la coalición del ALBA y fomentar la oposición al Área de Libre Comercio de las Américas propuesta por Estados Unidos En esa misma época y al otro lado del mundo, se daba el contraste de que Vietnam recibía de los norteamericanos el tratamiento arancelario de “nación más favorecida”.

Hoy, a casi un quinquenio de la “Proclama” del 2006, Raúl Castro acaba de presentar un programa económico que desmonta el ultra-estatalismo de su hermano, mezclando medidas neoliberales para la fuerza laboral con los viejos enfoques castristas hacia los nuevos productores agrícolas y los aspirantes a pequeños y medianos empresarios.

El sometimiento del mercado a la planificación de los tecnócratas del gobierno y la exigencia de altos tributos a la economía no estatal no son precisamente condiciones propicias para que lleguen a abundar los productos y los servicios.

China no obtiene ni azúcar suficiente

En la primera parte de este trabajo y bajo el epígrafe ¿Qué puede esperar Raúl Castro de China y viceversa? bosquejamos el tipo de relaciones entre ambos países. Ahora veamos el asunto desde el punto de vista estratégico de China, que ha lanzado sus tentáculos estratégicos por todo el globo asegurándose recursos y acuerdos bilaterales a largo plazo.

Así ha estado haciendo no solo en Australia o Nigeria, sino incluso en Colombia, donde ha propuesto construir un ferrocarril en la frontera con Panamá, que una a Cartagena en el Atlántico con Buenaventura en el Pacífico, no solo para asegurarse una vía alterna a la del Canal, sino también para abastecerse del abundante carbón colombiano.

En cuanto a las relaciones económicas con Venezuela, PDVSA asegura que exportará a China un millón de barriles diarios de petróleo en el 2012, y los chinos han prometido multimillonarias inversiones en la franja petrolera venezolana del Orinoco.

En cambio, tenemos que reiterar que en Cuba no hay inversiones significativas de China, excepto la ya mencionada modernización de la refinería de Cienfuegos, que está garantizada con entregas de petróleo por Venezuela.

Esto demuestra que los chinos no tienen interés en subvencionar una economía en bancarrota y que no ven, hasta ahora, provecho en meter sus capitales en la Isla. Eso sí, han otorgado créditos, pero también se han visto en la necesidad de reprogramar sus plazos por la insolvencia del régimen de La Habana.

En el plano del intercambio comercial, Cuba vende a China principalmente azúcar, ron y productos biotecnológicos, y le compra autos, autobuses y efectos electrodomésticos Y aunque no se han revelado los detalles de la balanza comercial en 2010, sino el valor total del intercambio, que fue de 1,800 millones de dólares, es obvio que es completamente desfavorable a Cuba.

El principal renglón de exportación hacia China es el azúcar cubana de tipo no refinado, en volúmenes promedio de 400,000 toneladas anuales. Si tenemos en cuenta que el consumo nacional cubano era de 700,000 toneladas, y la producción de la zafra 2009-2010 fue el récord mínimo de 1.1 millones de toneladas, resulta que China es el único cliente de azúcar cubana, y en varias ocasiones no ha recibido siquiera la totalidad de la acordada.

A pesar de que los precios del azúcar -cruda y refinada- se encuentran en la mayor alza en 30 años, hay varias cuestiones que llaman la atención: 1) que la decrépita industria azucarera de la Isla depende de un solo mercado, China, al que no siempre abastece adecuadamente; 2) que el régimen exporta azúcar que se refina en China, con lo que repite el viejo esquema tan criticado de vender materias primas y comprar productos manufacturados.

Si nos detenemos en este ejemplo es porque el nudo de contradicciones del neocastrismo es insondable. Para poder aprovechar la coyuntura azucarera de buenos precios y mil millones de consumidores chinos, se requeriría una zafra como la fracasada de los Diez Millones, es decir, casi diez veces la producción de la última.

¿Cómo aumentar la cantidad total de azúcar a exportar si se planteó que la zafra en curso producirá igual o menos que la anterior? Pues una de las medidas de Raúl Castro es vender libremente en el mercado, a precios treinta veces superiores a los del mes de enero, las 700,000 toneladas destinadas por plan de abastecimientos a la población.

Como es dudoso que se venda toda esa cantidad a tan alto precio, la que sobre se exporta a China a costa de la reducción del consumo a los habitantes de la Isla.

En resumen, las relaciones actuales del neocastrismo con China, son de dependencia económica con otra potencia extra-continental, con la que hay un “intercambio desigual creciente”, y la economía nacional no obtiene ninguna de las ventajas de los Tratados de Reciprocidad que se firmaron en 1903 y 1934 con la gran nación vecina, y que fueran tan criticadas por la izquierda criolla durante toda la República.

En tales condiciones, no hay posibilidad de desarrollo, y el generalato isleño ya no tiene tiempo suficiente para encontrar la fórmula que proclama el socialismo asiático, que supuestamente concilia el plan y el mercado.

Por eso lo más que pueden hacer es lanzarse con la hoja de ruta de los Lineamientos Económicos, “adornados” por ripios de viejos discursos castristas, hacia un camino que solo conduce a revertir a medias la Segunda Reforma Agraria y eliminar la “Ofensiva revolucionaria” de 1968, mediante la ampliación del campesinado individual y el restablecimiento de chinchales (microempresas) y timbiriches (ventas ambulantes).

O sea un “avance” hacia la situación de subdesarrollo típica de cualquier país de Centroamérica y el Caribe, hace cuarenta y pico de años, y sin libertades políticas.

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