lunes, junio 22, 2009

La bomba de tiempo del inmovilismo/ Eugenio Yanez


La bomba de tiempo del inmovilismo
Eugenio Yáñez/ Cubanálisis-El Think-Tank

Hay que olvidarse de Den Xiaoping o Mijail Gorbachev: el general Raúl Castro, como sucesor, no va más allá de tiranos mediocres como Kim Jong Il, Baby Doc Duvalier, o Tachito Somoza. El país camina hacia el caos y la desesperanza total, mientras el régimen en pleno exige la libertad de cinco espías hallados culpables en un tribunal norteamericano con todas las garantías procesales, los campos cubanos se cubren de marabú de un extremo al otro, no alcanza el dinero ni para importar alimentos básicos, y se jura oficial e internacionalmente que no hay presos políticos.

No es correcto decir que en Cuba no ha habido cambios en los últimos tiempos. En realidad muchas cosas han cambiado… y ahora están mucho peor.

Cuba se está convirtiendo en una indeseable bomba de tiempo, sin momento exacto de una eventual detonación, aunque se hace más evidente que cada día que pasa en el sopor del inmovilismo oficial, la retórica hueca, y el enfoque autista de la realidad por parte de su gerontocracia, la posibilidad se aproxima.

No se puede culpar al “bloqueo imperialista”, a la “mafia de Miami”, a los huracanes del año 2008, ni a la crisis económica mundial, por la reciente pudrición y pérdida total de toneladas y toneladas de tomates en los mercados, mantenidos por muchos días, bajo el agobiante calor tropical, a precios inaccesibles para la población, sin que alguien fuera capaz de dar una orden para establecer siquiera una reducción temporal de los precios de venta.

La nomenklatura, y el régimen en general, vieron menos problemas en que se pudrieran sin consumir que en rebajar los precios, no ya por las leyes del mercado, sino tan siquiera por elemental racionalidad burocrática, o por hipocresía populista. ¡Hasta en tiempos de Brezhnev en la antigua URSS muchas veces se modificaban los precios en los mercados estatales para que no se echaran a perder los alimentos!

El caso del tomate no es nuevo ni único. Antes de los huracanes, la carne y la manteca de cerdo se abarrotaban en los frigoríficos, impidiendo que aumentara la producción y el sacrificio, y por lo tanto el consumo, sin que algún burócrata con cargo superlativo y medallas de cualquier cosa fuera capaz de hacer algo más que quejarse en el diario Juventud Rebelde, pero solamente si le preguntaran (y porque ya sabía, por orientaciones recibidas, que estaba autorizado a decir algo).

Y después de la reciente vergüenza de los tomates podridos en los agro-mercados, se está viviendo en estos mismos momentos el mismo circo, ahora con cebollas y boniatos, que abarrotan los almacenes sin aparecer ni de visita en la mesa de los cubanos de a pie.

¿Explicaciones oficiales? Bla, bla, bla. En su lugar, titulares de prensa: liberen a los cinco héroes, la victoria en la batalla por la OEA en San Pedro de Sula, dona Fidel Castro guayabera a un museo, la crisis en Estados Unidos.

¿Soluciones? Más de lo mismo: el enésimo esquema de acopio estatal, la represión a los “especuladores” e intermediarios, la batalla de ideas: ya se preparan para las movilizaciones masivas, tipo Cordón de La Habana o la siembra de fresas en microclimas. Los diez millones, van…

Lo mejor que se anuncia, si se asume un optimismo desmedido y no se piensa demasiado, sería una nación vegetariana, comiendo viandas en lugar de carnes, aves o pescados, pero adornado el anuncio de triunfalismo y eufemismos: ya el ministro de economía y viceprimer ministro acaba de anunciarlo: “En el plan de consumo que estamos diseñando en términos de alimentación, el estimado está en el orden de las 3,100 kilocalorías, cuando la recomendación diaria es de 2,400. Pero con independencia de esta y otras garantías, inevitablemente se van a sentir las restricciones en el consumo”.

La sapiencia burocrático-totalitaria, después de medio siglo destruyendo el país, descubre el agua tibia cuando ya la tiene al cuello, y señala la necesidad de pensar antes de tomar decisiones de inversión, “porque a veces se prevé una negociación de esta naturaleza y se olvidan cuestiones importantes como la infraestructura eléctrica o vial, o no se calculan los gastos de transportación”. [El subrayado es mío].

Así que, ante esta evidente y tenaz incongruencia, como moraleja y conclusión de los grandes cerebros que niegan la oportunidad de pensar, discutir, opinar y proponer a todos los demás cubanos, se recomienda “analizar todos los factores integralmente para que no haya tropiezos ni desembolsos que no se correspondan con lo planificado”. Cualquiera hubiera pensado que esa frase que ahora se descubre era fija en todo manual de economía política que ha circulado en Cuba durante medio siglo, o en cualquier libro elemental de economía para esquimales o nómadas beduinos.

Dice “Juventud Rebelde” en su reportaje del domingo 20 de Junio titulado “Especialistas y funcionarios cubanos analizan cómo la Isla puede enfrentar la crisis mundial”, que uno de los “conceptos esenciales” que defendieron los entrevistados es que “en una situación de crisis, la ganancia más segura es el peso que no se gasta y no se derrocha innecesariamente”. Aporte teórico al conocimiento universal, esto es una perogrullada con errores: lo que no se gasta y no se derrocha no es ganancia, sino ahorro, y no es algo propio de situaciones de crisis, sino de la vida cotidiana.

A falta de soluciones racionales, hay que recurrir al birlibirloque: “Uno de los principales problemas que se nos puede venir encima con esta crisis, y que incidiría notablemente en el desenvolvimiento de nuestra economía, es la contracción de los créditos…Según estos estudiosos y funcionarios la Isla tiene necesariamente que acudir a créditos de corto plazo con los proveedores para realizar su comercio, y si no se retoman nuevos créditos mientras se pagan las deudas pendientes, se podría contraer nuestra capacidad para importar”. No, eso no es producto de la crisis internacional, es por una razón mucho más sencilla: el régimen no paga sus deudas y nadie quiere darle créditos.

La academia oficialista intentó venir al rescate de la burocracia balbuceante con aportes teóricos tan consistentes como decir que “si muchas de las cosas que se compran [en el exterior] se realizaran acá se deprimiría menos la economía”. O este intento de globalización de la inconsistencia: “En un mundo que cada día se interconecta más, los empresarios nuestros no pueden estar de espaldas a la realidad internacional. El administrador de una panadería, pongamos por caso, tiene que estar al tanto del costo del trigo y del aceite, no puede importarle solo dar el servicio, que incluso a veces no es el mejor”.

Bueno, en todo el mundo quienes dirigen las panaderías no tienen que saber como se mueve la Bolsa en Wall Street ni entender el universo en expansión, sino cuánto le cuestan las materias primas y la producción de pan, y cómo garantizar la cantidad y calidad de su producto para asegurar que se venda en el mercado.

En Cuba, un administrador no tiene ni siquiera que preocuparse por eso: recibirá lo que le den para producir, cuando se lo den, en la cantidad que se lo den, y con la calidad que se lo den: no tiene opciones. Producirá pan a la buena de Dios (si no le cortan la electricidad o le movilizan a los panaderos) con lo que quede para producir después de inevitables desvíos y sustracciones de materias primas que se van a producir de seguro, y la venta del producto, independientemente de su calidad, está garantizada por el monopolio estatal de la producción de pan y de casi todo, la perenne escasez y las necesidades.

Entonces, el administrador de una panadería en Cuba no tiene que preocuparse para nada ni interesarse por cuestiones tan abstractas y lejanas para él como el precio del trigo en Canadá o del aceite en Italia, sino en asuntos más mundanos y muy prácticos, tales como sobrevivir él y su familia en Cuba con su salario exiguo, cuales son los movimientos y presiones de la policía económica, y cómo llegar a fin de mes entre el calor, la vivienda deplorable, el transporte público ya casi inexistente, y las movilizaciones populares que se avecinan.

A pesar de todas las inconsistencias, imprevisiones, desórdenes, necedades e incongruencias que mencionaron los burócratas- funcionarios, nos enteramos de que “en el centro de las fortalezas para sortear los atolladeros, los economistas situaron la gran capacidad de previsión que tenemos y la capacidad general para construir escenarios”. Si algo ha caracterizado al régimen durante medio siglo es un incapacidad de previsión y aferrarse a una sola opción, al único camino. Esto no es surrealismo, sino humorismo del mejor, sin dudas.

Dentro de muy poco tiempo se cumplirán tres años con el general Raúl Castro al frente de los destinos de la Isla, primero durante diecinueve meses “con carácter provisional”, al enfermar Fidel Castro de secreto de estado en julio del 2006, y desde febrero del 2008 oficialmente “electo”.

Se cumplirán pronto dos años del discurso donde afirmó la necesidad de “cambiar todo lo que deba ser cambiado”, lo que fue bien recibido por la población.

Y han pasado catorce meses desde la convocatoria al congreso del partido comunista para finales del 2009, supuestamente la reunión más importante del país, sin que se haya vuelto a mencionar el tema ni de pasada, no ya públicamente, sino ni siquiera en esa sociedad elitista, cerrada, excluyente y secreta, que se conoce como “el partido”.

Es el realismo mágico de Macondo, pero ahora matizado en un escenario iraní: un ayatola invisible que traza las líneas generales, y un presidente que debe hacer piruetas para mantenerse en el poder: pero su verdadera debilidad, hasta el momento, no reside tanto en que los cubanos puedan sacarlo del poder, sino en que el ayatola enfermo podría barrerlo en un instante con una fatwa tropical, llamada “reflexiones”, acusándolo de indigno, de empalagado con las mieles del poder, o con cualquier otro argumento. Si de liquidar generales se trata, Arnaldo Ochoa, José Abrantes, Pascual Martínez y Diocles Torralbas son claros ejemplos.

Si el máximo líder (¿recuerdan a Kim Il Sung?) no lo ha hecho hasta ahora, o no lo hace, no es porque no pueda, que si puede, sino porque no quiere. Nunca respetó a su hermano menor, pero lo acepta porque sabe que puede ser un administrador aceptable, al menos superior a las mediocridades que le rodean, que nunca cuestionará su legado, y que nadie sería mejor que ese general-presidente para poder seguir dando órdenes a través de él, vía político-genética, y para asegurarle unos funerales faraónicos.

Ciertamente, el sucesor-a-medias defenestró hombres del Comandante, utilizó lenguaje diferente, quiso parecer independiente, no lo deja escribir directamente en “Granma”, y hasta dijo cosas que nunca hubiera dicho el máximo líder; pero sabe recogerse a tiempo en una crisis como la de los huracanes del 2008 para no hacer sombra.

Acepta en silencio que le enmienden la plana cuando habló sin permiso en la reunión del ALBA en Venezuela, no presionó demasiado a favor de su propia agenda a través del presidente brasileño Lula, de cara a la Cumbre de las Américas en Trinidad-Tobago o la reunión de la OEA en Honduras, cuando quedó claro que era el hermano mayor el conspirador encargado de esas “batallas” (a falta él y Chávez de verdaderas batallas más gloriosas); mastica en silencio al teniente coronel bolivariano aunque no se lo trague (más ahora que son 115,000 barriles diarios de petróleo).

Y, más que nada, el sucesor sin success tiene una extraordinaria memoria selectiva para olvidar sus aparentes convicciones, criterios, y sus propias palabras anteriormente expresadas, y adaptarse a las realidades, ratificando las del ayatola invisible en atuendo deportivo, el Big Brother que, a diferencia del cometa Halley, aparece y desaparece cada cierto tiempo, pero sin una frecuencia determinada, en dependencia de los vaivenes de salud, y que el imaginario apologético-ideológico-folklórico extiende desde verlo, solo y sin escolta, en una cola para comprar el periódico en un kiosco de Jaimanitas, hasta asegurar que lleva meses congelado y no se anuncia la novedad para ganar tiempo.

Con la presidencia de Barack Obama se crearon condiciones para un nuevo enfoque de las relaciones Cuba-Estados Unidos, factor imprescindible para diseñar una estrategia destinada a sacar a Cuba de la crisis, pero Fidel Castro ha torpedeado continuamente esta opción.

Aunque ha recocido el carisma, la inteligencia y la capacidad de Obama (quien, para el Comandante, no es más que un negro), lo sabotea de manera sutil pero perseverante, comenzando por decir que su triunfo dependió de la mediocridad de su antecesor y la poca imaginación del candidato republicano: el hecho de que esas dos premisas que señala se puedan aceptar como legítimas no valida la conclusión del Comandante, quien se olvida y no considera todo lo que no le conviene.

Y ahora, al elevar a “máxima prioridad” en un eventual diálogo entre los dos países la liberación de los espías de la “Red Avispa”, (alias Los Cinco Héroes Prisioneros del Imperio) que no aceptaron tratos con las fiscalía estadounidense (la red era mucho mayor, aunque no se mencione en Cuba), cierra el camino para temas sustanciales e imprescindibles, y pone en jaque el inicio o la continuación de las conversaciones.

A falta de pretextos tangibles, siempre se inventa uno, para lamento de todos quienes dicen que tal o cual medida, pero sobre todo el levantamiento unilateral del embargo o la autorización de viajes turísticos de estadounidenses a Cuba, quitarían pretextos al régimen, como si Fidel Castro no fuera siempre el campeón en inventarlos.

Una vez más, como tantas otras, es el prodigioso romanticismo provinciano, sea de comuna o de condado, que aspira a retirar pretextos a los “malos” para que se conviertan en “buenos” (bobería totalitaria de signo contrario, crear un hombre nuevo sin pretextos). Paradójicamente, al otro lado del espectro, lo más reaccionario del castrismo –que nunca tuvo ni tiene nada de revolucionario- coincide casi al cien por ciento con lo más reaccionario del anticastrismo visceral: meses atrás contra el entonces candidato y hoy presidente Barack Obama, hace muy poco contra la nada gloriosa OEA, y ahora contra las eventuales conversaciones del régimen con Estados Unidos.

Siempre contra algo, nunca a favor de nada concreto: en el Palacio de la Revolución y en el Palacio (restaurant) de Versailles. Antagónicos solamente en los principios, las convicciones, las voluntades y las intenciones: ambas partes, a veces sin darse cuenta, bailan al ritmo de la misma música, mientras Fidel Castro escribe la partitura y el libreto, dirige la orquesta, y además cobra por la entrada.

No es que Castro I pretenda morir con las botas puestas: ni quiere morir como todos humano, ni se pone botas ya, pero necesita desesperadamente una victoria política antes de sus funerales, y sabe que la del levantamiento del embargo no está en manos del presidente norteamericano, mucho menos en su quizás primer período presidencial, porque la reelección no la tiene garantizada ningún presidente de Estado Unido hasta que ser produzcan las próximas elecciones.

Ni confía en su hermano, ni en los sucesores, ni en nadie más, para lograrlo: tiene que inmiscuirse de lleno en el tema, como siempre, y como no puede hablar, escribe, utilizando la prensa bajo control y domesticada, o la cínica voz de Ricardo Alarcón como interlocutor aceptable, aunque en realidad no es más que mensajero ducho en el lenguaje de los pasillos y los salones diplomáticos.

Por eso se aferra ahora a chantajear, a través del “Presidente del Parlamento cubano”, con la falacia de que está en manos de Barack Obama indultar a sus espías: bastaría con “una firmita en un documento”, ha dicho Ricardo Alarcón.

Es cierto que bastaría con eso para indultarlos, pero igualmente bastaría una orden del Comandante para excarcelar a todos los presos de la Primavera Negra, que son sus prisioneros personales, o a todos los presos políticos de esa gran cárcel que es Cuba.

Sin embargo, ¿por qué el presidente Barack Obama debería indultarlos a cambio de nada? ¿Y por qué el régimen no presenta contra-propuestas razonables y plausibles, con concesiones de su parte, como la devolución de algunos de los setenta fugitivos de la justicia estadounidense que tienen asegurada cama y fonda en Cuba, y que pudieran ponerse sobre una mesa de negociaciones?

Los espías de la Red Avispa juzgados, convictos y presos en la actualidad, llevan menos tiempo tras las rejas que los quince años que demoró el régimen para autorizar la salida de la Dra. Hilda Molina a visitar a su familia (madre, hijos, nietos) en Argentina.

Es que, sencillamente, el ayatola enfermo no necesita ni desea negociaciones sino confrontación, porque siempre requiere de un enemigo externo para utilizarlo como justificación de la dictadura, y porque no le interesa para nada el destino de Cuba y los cubanos, sino su gloria personal, creerse y presentarse como un espartano irreductible porque los demás, nunca él, vuelven con el escudo o sobre el escudo. O, muchas veces, sencillamente, no vuelven.

Frente a esta realidad en que Cuba se desgarra entre problemas no ya sin solución, sino ni siquiera reconocimiento de su existencia real y su gravedad, el general-presidente no se atreve más allá de intrascendencias tales como autorizar la venta de teléfonos celulares y alojamientos de cubanos en determinados hoteles, no en todos; permitir que su hija hable diversas tonterías sobre el régimen para deleite de cierta prensa extranjera sonsa y despistada, y que defienda la diversidad sexual en una revolución puramente machista e intransigente.

Mientras tanto, se aliena de los verdaderos problemas fundamentales del país y del dolor y los reclamos de los cubanos, desde los gusanos del exilio en todo el mundo (a los que sin embargo ruegan remesas monetarias continuas), hasta los militantes del romanticismo bolchevique dentro del país, que saben que todo va al piso, pero consideran que todavía tiene arreglo, pasando por los disidentes y los millones de desencantados cubanos de a pie, cada vez más inmunes a la propaganda hueca y sin sentido.

Mientras tanto, este nuevo administrador de un país en ruinas se aliena de los verdaderos problemas fundamentales y del dolor y los reclamos de los cubanos en todas partes, no solo de los gusanos del exilio en todo el mundo (a los que sin embargo ruegan remesas monetarias continuas) sino también de los militantes del romanticismo bolchevique dentro del país, que saben que todo va al piso, pero consideran que todavía tiene arreglo, de los disidentes, y de los desencantados cubanos de a pie, cada vez más inmune a la propaganda hueca y sin sentido después de haber sido engañados por medio siglo.

Desperdiciando la gran oportunidad histórica de convertirse en factor determinante de un cambio estratégico y pacífico a favor de los cubanos y de la nación cubana, aunque no hubiera llevado al país hacia una sociedad totalmente democrática, el general-presidente ha preferido conformarse con la despectiva aprobación de su hermano, y a la vez cerrar los ojos a los reclamos de la realidad, aún a riesgo de llevar al país a una explosión social de impredecibles consecuencias.

Sin programa ni estrategia, sin ideas creativas ni valentía para tomar decisiones imprescindibles, Raúl Castro y la nomenklatura se aferran al pasado, llamando a movilizaciones masivas bajo los lemas del fracaso conocido, como si fueran las medicinas para la presente crisis, -no la mundial sino la cubana, que ya dura medio siglo- ignorando que no curan males nuevos, mucho menos los viejos.

La escasez comenzó antes que el bloqueo, la demagogia antes que la toma del poder, las promesas incumplidas antes de la hostilidad de las administraciones norteamericanas, y la irresponsabilidad antes del asalto al Moncada: la generación histórica y su líder no sabe hacer otra cosa, nunca lo ha hecho, y no tiene por qué pensar que debería hacerlo ahora, al final de sus vidas.

Y ha decidido seguir apostando una vez más a la infamia y la desidia, la demagogia y las promesas, los llamados al sacrificio y la descalificación de los demás, a tensar más la cuerda pidiendo a los cubanos un poco más cada vez, una nueva vuelta de tuerca, y proclamando, como acaba de hacer José Ramón Machado Ventura, el tercer hombre del régimen (Fidel Castro es el primero y su hermano es el segundo), que la juventud cubana confía en sus verdaderos líderes, significando que tales líderes no son los defenestrados, sino precisamente ellos mismos, los que llevan cincuenta años sin ganarse la confianza de la juventud más que por algún tiempo, en el mejor de los casos.

¿Les quedará cordura para detenerse en el último paso antes del barranco? ¿Su fundamentalismo será mayor que el temor racional? ¿O seguirán más tiempo todavía apostando a que siempre se puede más?

Sin embargo, lo más importante es preguntarse, independientemente de los delirios de los líderes históricos, si estarán todavía los cubanos dispuestos a dejarse arrastrar pasivamente hasta el barranco.

El escenario es complejo, y puede conducir a lo patético o a las soluciones: todo depende de cual pueda ser la capacidad de resistencia de la población o el momento del detonante de esa bomba de tiempo que el régimen construye diariamente, con fruición de terrorista y alucinaciones de iluminado.

Ese momento, que nadie puede predecir antes que ocurra, está latente.

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