lunes, junio 22, 2009

De Metternich a Obama/ Juan Benemelis


De Metternich a Obama
Juan Benemeli/ Cubanálisis-El Think-Tank

Las estrategias y doctrinas de política exterior fatalmente emergen de los hechos; cuando se analizan sus decisiones y acciones en torno a las crisis es cuando reconocemos un patrón filosófico que enhebra todo el esfuerzo. Ante una economía debilitada y un descenso en las operaciones financieras y niveles de consumo, sería costoso y sin resultados para cualquier administración norteamericana, no importa el color de partido, amparar políticas conflictuales que pongan en peligro el balance y el status quo. Y tal cosa es lo que parece primar en el equipo de política exterior del presidente Barack Obama.

Estos meses de ejercicio presidencial y quehacer exterior se han enfocado primordialmente en gestos diplomáticos dramáticos que han traído una expresión global positiva de la opinión pública internacional y de la generalidad de los jefes de Estado y Gobierno. El presidente Obama y su canciller Hilary Clinton han desplegado una notable ofensiva de negociaciones hacia múltiples territorios, contiendas particulares y fines estratégicos. Si se examina cada caso, se notan elementos políticos y estratégicos adaptados al problema en cuestión. Ello no implica que no existan los riesgos inherentes que puedan, en algún punto, oscurecer las tácticas negociadoras. Pero la administración ha lanzado el reto a todos los atolladeros existentes en el planeta.

En sus mensajes presidenciales Obama concibe un mundo en el cual Estados Unidos coadyuve a eliminar la pobreza y conquistar las enfermedades, a la vez que restaure la dignidad y la esperanza a las poblaciones marginales. Ello, según su apreciación, haría a Estados Unidos menos vulnerable. Pero no dejan de brotar desajustes ante estas visiones de la Casa Blanca. Existe una aversión en la historia diplomática norteamericana hacia la negociación con sociedades que no comparten sus valores y su visión internacional. A su vez, los veteranos de la era clintoniana que integran su batallón diplomático sostienen la creencia de que el poder militar norteamericano es central para la seguridad del planeta, y no paran mientes en admitir que se podría usar tanto el poder “suave” como el “duro”.

La mono-polaridad y hegemonismo mundial norteamericano, como evolución inexorable y sin retroceso, había cambiado la política mundial después de la Guerra Fría, provocando la emergencia de coaliciones antagónicas en la que los franceses, los chinos y los rusos han tratado de retrotraer al mundo al viejo sistema multipolar, al balance que existía hasta el desplome del bloque soviético. Y es en tales coordenadas que debemos ubicar las tendencias de la política exterior norteamericana bajo la presidencia de Obama.

Según Henry Kissinger, la política exterior de Obama refleja la misión de “concertación europea” creada por Charles Maurice de Talleyrand, el príncipe de la diplomacia, y depurada por Prince von Metternich, el creador de la “Santa Alianza”. Es indiscutible la semejanza entre el procedimiento de diplomacia de concierto de la presidencia de Obama, con la época que tiene lugar tras las guerras napoleónicas, en la cual los grandes poderes, en concordancia, implementaron las normas que regulaban las relaciones internacionales. Pero, avistando lo que se ha consumado hasta doy día, me inclino a pensar que la doctrina de su política exterior se acerca más a los postulados del Barón de Montesquieu; puesto más crudamente: los conflictos innecesarios debilitan a los conflictos necesarios.

En esencia, el presidente Obama se ha movido con agilidad y visión larga, convencido de la inextricable interdependencia evidente en este mundo de pos-Guerra Fría. El punto nodal reside en escoger si últimamente descansará en el consenso o en el equilibrio. Para ello tendría que re-definir aún más su estructura y sus prioridades de seguridad nacional, como única fórmula para juzgar el medio internacional y calibrar una estrategia acorde con ello.

Este comienzo, que puede calificarse de impresionante por su vastedad, está alterando la dirección de la política exterior norteamericana; en cada viaje al exterior (Europa, Turquía, México, Trinidad-Tobago), sus resultados han sido la consolidación del respeto internacional hacia su presidencia. Al reestructurar las prioridades, la lucha contra el terrorismo está siendo tratada como algo crucial, pero ya no domina al resto de los objetivos políticos. En áreas importantes se ha revertido el curso: se ha iniciado el desmantelamiento militar en Irak y la clausura de la prisión en la base naval de Guantánamo; se han inaugurado conversaciones con Rusia, Irán, Siria y todo luce indicar que pronto será con Cuba.

Así, se han elevado de categoría los problemas económicos globales, China, Afganistán, los oleoductos del Asia Central, el diferendo palestino-israelí y la no proliferación nuclear. Quizás lo más difícil resulten los problemas que le presentan Irán y Rusia, ante los cuales Obama ha señalado su intención de solucionarlos definitivamente.

Diplomacia y Negociación

A todas luces se ha iniciado una remodelación con el mundo islámico, como fue detallado en el discurso del presidente ante el parlamento de Turquía, definiendo que las relaciones de Estados Unidos con la comunidad islámica no estaban determinadas por la oposición al terrorismo, y que se buscaría una connivencia más abarcadora basada en intereses y respeto mutuo.

En su discurso en Ankara, el presidente Obama expresó que la confianza que vincula a Estados Unidos y Turquía se hallaba tensa y se que esa tirantez era compartida en muchos lugares donde se practicaba la fe musulmana. Por ello aseveró que Estados Unidos no estaba ni nunca estaría en guerra contra el Islam, pero no dejó de establecer las coordenadas de su política hacia la región al expresar: “Cuando una nación procura armas nucleares, todas las naciones corren mayor riesgo de un ataque nuclear. Cuando extremistas violentos operan en una franja montañosa, el peligro se cierne sobre gente al otro lado del océano. Y cuando personas inocentes en Bosnia y en Darfur son asesinados, sentimos un peso en nuestra conciencia colectiva. Eso es lo que significa compartir este mundo en el siglo XXI”.

Obama reiteró su apoyo a la entrada de Turquía a la Unión Europea, provocando un “desacuerdo” con el presidente francés Nicolás Sarkozy. Turquía es esencial para la nueva política norteamericana respecto a toda la red de oleoductos procedentes del Asia Central y del Cáucaso, y para estabilizar al Afganistán; amén de que un batallón turco figura en la misión de paz de la OTAN, y Hikmet Cetin, el ex ministro de Relaciones Exteriores turco, fue el principal funcionario civil en Kabul, entre 2003 y 2006.

Entre los temas que sobresalieron en las conversaciones entre Obama y el presidente turco Abdullah Gül y el primer ministro Recep Tayyip Erdogan figuraron ampliar el intercambio comercial, la cooperación en inversiones para la energía renovable y el cambio climático, así como el constante apoyo a los esfuerzos de Turquía para hacer llegar a Europa el gas y el petróleo de la región del Caspio. “Esta cooperación económica solamente reforzará la seguridad común que Europa y Estados Unidos comparten con Turquía como aliado de la OTAN, y los valores comunes que compartimos como democracias”, dijo Obama.

En esta visita el presidente Obama ha probado ser un inusitado pragmatismo, pues su presencia en la Puerta Sublime demuestra una finta diplomática de calibre, al recuperar a un aliado vital en el centro del nudo de los oleoductos y gasoductos del planeta; a la vez, valladar anti-ruso en el flanco sur del Kremlin, y anti-iraní en la franja norte de los persas; el aliado no público de Israel en la zona, y la llave para mantener el equilibrio interno en Irak a medida que se va produciendo el desmantelamiento militar.

En el Cairo, Obama planteó que el Islam era parte de Estados Unidos, y apuntó que entre algunos musulmanes había una tendencia preocupante de medir las creencias propias en base al rechazo de las de los demás. Afirmó que la riqueza de la diversidad religiosa debía defenderse, ya sea por los maronitas del Líbano o los coptos en Egipto, y que debían solucionarse las divisiones entre musulmanes, ya que la separación entre suníes y chiítas ha resultado en trágica violencia, particularmente en Irak.

Referente al caso palestino, la diplomacia norteamericana ha expresado que tal situación es intolerable y que no se les dará la espalda a las aspiraciones legítimas de los palestinos a la dignidad, oportunidades y un estado propio. Estados Unidos ha hecho público que no acepta la legitimidad de más asentamientos israelíes, pues dicha construcción viola pactos previos y menoscaba los esfuerzos por lograr la paz. Su compromiso es lograr un acuerdo entre Israel y los palestinos, en el cual estos últimos logren un Estado, pero garantizando la seguridad de Israel, forzando a que el mundo islámico la reconozca definitivamente.

Si bien la blitz de Obama por el mundo islámico puede catalogarse de una diplomacia política, la que se va tejiendo con Turquía e Israel es de orden estratégico. Israel es parte del eje militar anglo-estadounidense, con acuerdos de cooperación militar con Georgia y Azerbaiyán. El oleoducto del Caspio que desemboca en Turquía canaliza petróleo a mercados occidentales; a su vez, servirá para transportar petróleo directamente hacia Israel. Al respecto, entre los puntos en cartera de la diplomacia de Obama se examina el proyecto de oleoducto submarino turco-israelí (desde el puerto de Ceiján al puerto Ashkelón) y de ahí, al puerto de Eilat en el Mar Rojo. Lo que permite a Israel jugar un rol esencial en la reexportación de petróleo del mar Caspio a los mercados asiáticos. Las implicaciones estratégicas consideradas por el equipo Obama, de esta redireccionamiento de petróleo del mar Caspio son de largo alcance, pues evade territorios de Rusia e islámicos.

El conflicto político internacional en torno a la guerra en Irak marcó el momento cumbre tras la Guerra Fría, pues el fondo del debate en realidad ha tenido que ver en cómo se van a reorganizar los poderes internacionales, y en el deseo franco-alemán de crear un contrapeso a Estados Unidos. En tal puja, Europa se desentendió de su alianza con Estados Unidos y los compromisos con la OTAN, al oponerse a que la organización extendiese su sombrilla defensiva a Turquía. Por eso, la política iraquí de Obama trata de asegurar un retorno a las alianzas con Europa-OTAN, mediante un desmantelamiento militar no precipitado en Irak, que evite un peligro para las fuerzas bélicas que se retiran. El énfasis se centra en entrenar, equipar y asesorar a las fuerzas de seguridad iraquíes; conducir específicas operaciones anti-terroristas y proveer protección al personal civil y militar.

El proceso diplomático con Irán dependerá de si es posible establecer un balance geo-estratégico en la región en el cual todos los países encuentren seguridad sin que uno de ellos resulte el dominante. Para la consecución de tal propósito, en esta reconexión con el mundo islámico, destaca su reto a la dirigencia iraní por un diálogo incondicional.

En las negociaciones con Siria, promovidas silenciosamente por Turquía, se busca desbrozar el terreno para un encuentro entre Siria e Israel, que de lograrse, prácticamente resolvería el ancien diferendo árabe-israelí. De igual manera se han abierto conversaciones con Somalia, con Yemen, con Kenya y con los países sahelianos del África. Lo más avanzado parece ser poner fin a la crisis de Darfur y asegurar la estabilidad duradera del Sudán.

Pero no ha sido solamente en el Medio Oriente donde la diplomacia norteamericana ha echado las bases de una política a largo plazo, sino también en Afganistán-Paquistán y en Asia, lugares desde los cuales potencialmente se podría desencarrilar la seguridad nacional de Washington. Afganistán es el epicentro de la diplomacia para el Índico, y la posición de la Casa Blanca ha sido clara en su rechazo a mantener allí, de manera permanente, tropas y bases militares. Es por ello que el centro de su doctrina mesoriental descanse en el desmantelamiento y derrota de Al Qaeda en Paquistán y Afganistán.


Si bien no todo ha salido como se esperaba; es cierto que en su primer encuentro tras-Atlántico Obama no logró convencer a los aliados de la OTAN para que inyectasen más fuerzas en Afganistán, ni logró persuadir a los miembros europeos del G-20 a incrementar significativamente sus “paquetes” de estímulo financiero para detener la recesión global. Sin embargo, entre las aperturas más interesante se halla el retorno al control del armamento nuclear que fue el eje central de la Guerra Fría, y que en la actualidad le ayuda a reactivar la política norteamericana con Rusia. En un discurso seminal en Praga, el 5 de abril, delineó su compromiso por reducir y, eventualmente, eliminar los arsenales nucleares existentes, por un mundo libre del peligro atómico.

Luego de años de relaciones deterioradas con Rusia, los presidentes Obama y Dimitri Medvedev acordaron restablecer negociaciones y examinar una nueva revisión del Tratado de Armamentos Estratégicos (START), por el cual los arsenales atómicos de ambas partes se reducirán dramáticamente. Considerando que entre las dos naciones acaparan un arsenal combinado del 95 % de las armas nucleares, ello clasifica como un paso crucial, haciendo claro de que ambos poderes se hallan comprometidos en lograr un mundo libre de armas nucleares.

La negociación con Rusia, si bien se ha iniciado, no deja de ser difícil. Los rusos consideran una amenaza a su existencia el emplazamiento de los cohetes norteamericanos en Polonia, y la nueva “luna de miel” con Turquía no deja de preocupar a Armenia, que es aliada de Rusia y un inquebrantable oponente de Azerbaiyán. El objetivo de Washington es en última instancia que Europa deje de depender de la red de oleoductos de Rusia (incluyendo el Oleoducto de la Amistad y el Sistema de Oleoductos del Báltico) y sus corredores hacia el mercado de energía europeo-occidental.

Aunque la diplomacia norteamericana se niega a conceder el histórico espacio geo-estratégico ruso en Ucrania y Georgia, de pasada, las negociaciones con Rusia por el control de armamentos afectará el papel del Kremlin en su vinculación atómica con Irán; al igual que el diálogo estratégico con China ayudará a rediseñar las negociaciones con Corea del norte.

La calificada Estrategia de la Ruta de la Seda constituye una piedra de base esencial de la política exterior futura de Estados Unidos. Si bien fue formulada en una ley del Congreso en 1999, ha sido abrazada por la diplomacia de Obama. El objetivo declarado en la Ley es desarrollar el imperio de negocios norteamericano a lo largo de un extenso corredor geográfico, energético y de transporte que una a Europa Occidental con Asia Central y en última instancia con Lejano Oriente.

Este “sistema de seguridad trans-eurasiático” busca evadir atravesar el territorio de Rusia, para asegurar el control sobre amplias reservas de petróleo y gas, y las rutas de óleo y gasoductos y pasillos comerciales. Ello demanda la militarización de todo el pasadizo, desde Turquía a la frontera de China, cruzando por Afganistán, y en ello se halla el meollo de la problemática que desafía a Obama para este asunto.

Afganistán es el espacio estratégico en Asia Central de todo este complejo; de ahí el establecimiento de una nueva diplomacia de fuertes lazos políticos, económicos y de seguridad, que desarrolle la estabilidad en esta comarca, vulnerable a presiones de Rusia al norte, Irak, Irán y Oriente Próximo al sur y China al este. Es por eso que las actuales negociaciones, con Rusia y China, afectarán las percepciones del balance regional, sobre todo en el antiguo espacio soviético del Asia central, y en el caso de China, respecto a la estructura política del noreste del Asia y el anillo del Pacífico.

El centro de gravedad de la política mundial para los próximos años puede situarse en Asia, tanto la más próxima a Europa, el Oriente Medio, como la más lejana, la costa del Pacífico. Por tal motivo es en esa enorme región que se dedican las principales atenciones políticas y se juega la partida de ajedrez de los equilibrios o desequilibrios mundiales. Como las relaciones internacionales van íntimamente ligadas a la economía, también la política de Obama ha planteado favorecer la región con más recursos, desde inversiones y tratos comerciales a esfuerzos de cooperación.

La Secretaria de Estado, Hillary Clínton, ha señalado en varias oportunidades la necesidad de una nueva estrategia con respecto a la región del Asia-Pacífico, en la cual los intercambios comerciales llegaron al millón de millones de dólares en 2007, una cifra muy superior a los 400,000 millones con Europa. Es evidente que en Asia se busca fortalecer las alianzas históricas con Taiwán, Corea del Sur y Japón. Existen varios escollos en esta comarca Asia-Pacífico; aún no se ha decidido si la presidencia de Obama se distinguirá por una estrategia de contención con China.

La tensión China-Taiwán ha decrecido apreciablemente tras la elección del nuevo presidente en la Isla y se están dando pasos que apuntan a un acercamiento histórico entre las dos orillas. China no ha mostrado voluntad para distorsionar el orden internacional existente y provocar conflictos, económicos o de otra naturaleza. El peligro es que el futuro estatus de las relaciones con China bascula entre la cooperación y el antagonismo; y ninguno de los dos se va a decidir porque el presidente Obama construya una comunidad mundial de buenas intenciones, sino que será resultado de una percepción: en la medida que Beijín advierta que Estados Unidos es aún una potencia fuerte o no lo es. Ello podría empujar o no a la China a una carrera de armamentos y a tomar decisiones contrarias a sus pretensiones de “desarrollo pacífico”.

Se busca mejorar aún más las relaciones con Japón, aunque a costa de cierto alejamiento de Tokio respecto del resto de Asia. Asimismo se profundiza con la India el acuerdo nuclear con vastas implicaciones estratégicas. Estados Unidos no puede extraer sus fuerzas de Japón, de Corea del sur o de cualquier otro punto del Asia, puesto que ello sería interpretado como una invitación a la hegemonía regional China. Según se interpreta, la presencia de tropas en Asia Central, el acuerdo nuclear con la India y el apoyo a la nueva política de seguridad de Japón son, entre otros, aspectos de una estrategia de contención frente a China.

La proliferación es el ejemplo más inmediato que puede alterar el orden mundial y la actual diplomacia del presidente Obama de acelerar la normalización de relaciones con Pyongyang, y en un futuro sentar vínculos directos que se sumarían a los de las reuniones con los “seis” (China, Corea del Sur, Japón y Rusia). El dilema es que los coreanos, al igual que los iraníes, se niegan a aceptar que el tema de la proliferación nuclear es intrínsecamente multi-lateral. Si Corea del Norte e Irán triunfan en su cometido de plantar arsenales nucleares, la perspectiva por una homogeneidad internacional se dañaría totalmente. De ahí que algunos analistas especulen con la posibilidad de un encuentro entre Obama y el coreano Kim Jong Il.

Un asunto espinoso es el gobierno del conservador Lee Myung-bak en Seúl; durante su campaña electoral Obama insinuó que renegociaría el acuerdo de libre comercio con Corea del Sur para hacerlo menos desfavorable a los trabajadores estadounidenses. Los esfuerzos antiterroristas en el sudeste asiático han dado resultados generalmente positivos. Pese a las críticas formales de Washington a los regímenes autoritarios de Myanmar, Corea del Norte y, en menor medida a China, ello ha surtido poco efecto en la opinión pública internacional.

Washington ha dado a entender que no obstaculizará el desarrollo de las negociaciones post-Kyoto, y que iniciará la transferencia de técnicas limpias a los países en desarrollo.

En el caso de América Latina se ha anunciado una nueva era de asociación hemisférica, enfocándose en retos claves de desarrollo económico, igualdad, en energía y en seguridad regional, priorizando, entre otras cosas, la lucha contra los carteles de la droga de México. El presidente Obama ha conceptuado la política hacia Cuba como un anacronismo, que sólo sirve de barrera entre Estados Unidos y el resto de la región.

En conclusión, es demasiado prematuro adscribirle al presidente Obama una filosofía política cabalmente delineada, aunque es claro que los cambios realizados se encaminan a redefinir la política exterior norteamericana.

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