Un ensayo de: William M. LeoGrande
Nota bibliografica sobre el autor: William M. LeoGrande es Profesor de Ciencia Política en la Facultad de Asuntos Públicos en la Universidad Americana en Washington, D.C. Es el autor de numerosos libros, monografías y artículos sobre política comparativa y relaciones internacionales, especialmente relacionados con América Central y Cuba.
Sumario Ejecutivo
El tema de la transición en Cuba ha ganado la atención en los años recientes, entre
los especialistas y quienes establecen la política por igual. El dramático desplome del
comunismo europeo, el inexorable envejecimiento de la generación fundadora de la
revolución cubana y la “tercera ola” de la democratización global, todo ello provocó un
renovado interés en las perspectivas de un cambio político en Cuba. Vale la pena
examinar tres transiciones, manteniendo sus diferencias analíticamente: primero, las
adaptaciones a las que se ha visto sometido el régimen de Cuba, como resultado del
derrumbe del comunismo europeo y la reintegración de la isla al mercado mundial;
después, la sucesión de la dirigencia, la cual comenzará con la retirada del presidente
cubano Fidel Castro de la escena política; y, finalmente, una transición a la democracia,
la cual es posible, pero de ningún modo segura.
Las adaptaciones económicas desde 1991 incluyen la reintroducción de mercados
campesinos libres, la privatización de facto de la agricultura, la legalización del trabajo
por cuenta propia, la reducción de los subsidios a las empresas estatales y la legalización
del dólar. Estas reformas han creado los requisitos sociales para el surgimiento de
políticas controvertidas: erosión del control del partido sobre la economía y el empleo, la
exacerbación de la estratificación social y la expansión de organizaciones y grupos no
controlados por el gobierno y potencialmente en conflicto con él. Desde el punto de vista
político, el régimen se ha debilitado por el fracaso global de su legitimización ideológica
y por la aguda recesión económica. En la cumbre de la crisis, el liderazgo del Partido
Comunista de Cuba quedó dividido claramente con respecto a cuánta reforma política
debería acompañar a la reforma económica, pero ya en 1996 Castro se había pronunciado
en contra de cualquier liberalización política significativa.
El proceso de sucesión tras la partida de Castro creará una oportunidad para
mayor debate político, al menos dentro de la dirigencia del partido y una posibilidad de
que ese debate trascienda más allá de la élite, como ocurrió en otros sistemas comunistas.
Aunque actualmente se encuentra inactiva, la división entre facciones reformistas y de
partidarios de la línea dura dentro del Partido Comunista de Cuba no ha desaparecido.
Cuando Castro no esté más allí para actuar como el árbitro máximo, es probable que las
divisiones existentes resurjan. Estudios sobre una transición democrática indican que esta
clase de división de la élite es la condición indispensable para el inicio de un proceso de
transición.
La transición democrática dependerá del surgimiento de un conflicto de élite, en
el cual los reformistas tendrían más en común con los opositores al régimen que con los
partidarios de la línea dura. Como nadie puede predecir cuál facción del Partido
Comunista de Cuba será más fuerte tras la partida de Fidel Castro, desde luego no es
inevitable que Cuba experimentará una transición hacia una democracia multipartidista.
Es tan probable que China y Vietnam sirvan de ejemplos a seguir para Cuba, como lo son
Europa del Este o la antigua Unión Soviética. Sin embargo, si una transición hacia la
democracia partidista tiene lugar, la experiencia de Europa Oriental sugiere que el Partido
Comunista de Cuba, en una apariencia reformada, podría retener una considerable
atracción política. El partido cubano gozará de superioridad organizacional, una cultura
de valores socialistas que favorece la continuación de programas sociales, un fuerte
sentimiento nacionalista que impugnará el patriotismo de sus rivales muy cercanos a
Estados Unidos y una base formidable de apoyo entre grupos sociales que probablemente
salgan perdiendo, si una transición hacia la democracia en Cuba es acompañada por una
transición al capitalismo.
Los actores externos pueden mejorar las perspectivas para una transición pacífica
democrática, implementando políticas que reduzcan la mentalidad de cerco policial de la
élite, recompencen la liberalización de reformas y se abstengan de acciones que podrían
ser consideradas como interferencias en los asuntos internos de Cuba, para que tales
acciones no provoquen una reacción nacionalista. A este respecto, los actores
latinoamericanos y europeos están mejor posicionados que Estados Unidos.
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