martes, junio 02, 2015

El inicio de una verdadera nueva era EEUU-Cuba

cubanalisis
Dr. Eugenio Yáñez
Tanto se repiten frases como “nueva era” o “acontecimiento histórico” que ya muy pocos prestan atención a ese lugar tan común del que en ocasiones abusan personas que se dicen, o hasta se creen, analistas o escritores. Sin embargo, los acontecimientos que se han desarrollado vertiginosamente desde el 17 de diciembre del 2014, cuando el Presidente Barack Obama y Raúl Castro anunciaron públicamente el inicio del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, junto a un dudoso intercambio de espías y la liberación de un rehén estadounidense en poder del régimen de La Habana, conforman un conjunto que muy bien merecería ser definido como una nueva era en las relaciones entre ambos gobiernos, o como un acontecimiento verdaderamente histórico en cuanto a las relaciones entre ambos países, y no solamente en el terreno de las relaciones diplomáticas.

Lista de países patrocinadores del terrorismo

En el momento que escribo estas líneas se cumplieron los cuarenta y cinco días de que el presidente Obama avisara al Congreso de EEUU su intención de borrar a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo, por lo que de hecho ya el Secretario de Estado anunció que el régimen ha sido retirado de la lista, le guste o no a cubanos de diferentes tendencias o criterios políticos. La salida será oficial cuando se publique dentro de pocos días en el Registro Federal de EEUU, el equivalente a la Gaceta Oficial cubana. Después de la salida de Cuba, en esa lista negra permanecerán solamente Irán, Siria y Sudán.

Durante los cuarenta y cinco días que debían transcurrir desde la notificación oficial del Presidente al Congreso, para dar oportunidad al cuerpo legislativo a expresarse en contra en caso de considerarlo procedente, no ocurrió nada por el estilo: los congresistas que  son tan aplaudidos por los invencibles gladiadores de la Calle Ocho de Miami y por la División Moto-mecanizada de Aplanadoras de música pro-castrista, no han hecho otra cosa que sostener su posición minoritaria con un par de flojas declaraciones sin demasiada sensatez.

Aunque en eso de acciones inútiles que enajenan el discutible apoyo popular que pudieran tener algunos de los “iluminados”, habría que señalar a los que han declarado ofendidos porque el Presidente Obama visitó la Ermita de la Caridad, en Miami, que ha devenido referente religioso y símbolo de los exiliados cubanos en Estados Unidos, porque lo habría hecho mientras ignora al exilio cubano con sus acercamientos al régimen. Aunque pocas acciones “verticales” se acercarían tanto al límite kafkiano o llegarían tan lejos en el surrealismo como la reciente protesta (de cinco personas) contra la institución bancaria floridana que aceptó como cliente a la Oficina de Intereses de Cuba en Washington.

La lista de países patrocinadores del terrorismo, creada en 1979, incluyó en su momento al Irak de Sadam Hussein, la Libia de Muamar el-Khadafi y la Corea del Norte de la dinastía Kim. Irak fue retirado en 1982 y vuelto a incorporar en 1990, hasta que su situación cambió radicalmente tras la invasión norteamericana del 2003, pero las otras dos naciones mencionadas, sorprendentemente, fueron retiradas en su momento, a pesar de no existir demasiadas evidencias palpables de una desvinculación total al terrorismo internacional: Libia en 2006 y Corea del Norte en 2008.

Ambas decisiones se tomaron y se hicieron efectivas en tiempos de la administración de George W Bush y no de Barack Obama. Sin embargo, mientras las decisiones de Bush Jr. no provocaron tanto escozor, la de Obama con relación a La Habana ha quitado el sueño a muchos que, si de ellos dependiera, no modificarían ni un ápice la política de Estados Unidos hacia Cuba durante el último medio siglo, aunque seguirían acusando al gobierno de los hermanos Castro de inmovilista, reaccionario y de no evolucionar con la historia.

Entre los más esforzados rechazando la decisión del Presidente está Jeb Bush, más que evidente aspirante a candidato presidencial republicano, aunque todavía no ha hecho pública explícitamente esa decisión, quien -para que todo quede en familia-  imita a su hermano mayor en cuanto a la política hacia Cuba, al declarar:

“La remoción de Cuba de la lista de Estados Patrocinadores de Terrorismo y las concesiones unilaterales a La Habana antes que cambie sus formas autoritarias y deje de negar al pueblo cubano sus derechos humanos básicos, es un error (…)”. “Las noticias de hoy son una mayor evidencia de que el presidente Obama parece más interesado en capitular ante nuestros adversarios que en confrontarlos”.

Si estas palabras recuerdan las declaraciones del mismo corte que han repetido todos los aspirantes a candidatos presidenciales, o los candidatos mismos, durante el anterior medio siglo, haya sido tomando café cubano en el Versailles, almorzando en La Esquina de Tejas, visitando un Palacio de los Jugos, o en cualquier establecimiento de propiedad de cubanos en Miami, no es pura coincidencia ni mucho menos.

El problema es que los tiempos han cambiado -y con ellos la correlación de fuerzas y los posicionamientos políticos de los votantes-, por lo que además de tratar de quedar bien con la parte más “intransigente” del Miami anticastrista, un candidato presidencial debe tratar de granjearse el apoyo no solamente de un grupo de constituyentes como los exiliados cubanos, que por muy importante que puedan resultar en la Calle Ocho o en La Pequeña Habana, no deja de ser una representación minoritaria y muy bien localizada geográficamente dentro del padrón electoral nacional.

La Caja de Pandora

El 17 de diciembre del 2014 se desataron una serie de acontecimientos que serían muy  difíciles de visualizar para tan corto plazo inclusive por avezados estudiosos de las relaciones entre los dos países. Porque ese anuncio simplemente señalaba que se abría la Caja de Pandora, de la cual aún no ha salido todo lo que pueda contener.

Después de varias reuniones en Washington y La Habana entre delegaciones que declaran y declaran, pero aparentemente sin verdadero poder de decisión, por lo que tienen que limitarse a cumplir estrictamente las instrucciones recibidas desde sus respectivos gobiernos -en el caso cubano desde Raúl Castro personalmente-, las cosas han avanzado, a pesar de que al final de cada una de esas reuniones bilaterales no se anuncian resultados  concretos, sino ambigüedades tales como que las conversaciones resultaron productivas, respetuosas y útiles, y que serán continuadas en plazos no determinados.

Sin embargo, es evidente que la conversación entre Barack Obama y Raúl Castro en Panamá, en ocasión de la Séptima Cumbre de Las Américas, preparó condiciones para todas las acciones que se han ejecutando recientemente, y que no se limitan a relaciones diplomáticas, pues incluyen también intercambios sobre correos, transporte, tecnologías electrónicas y de telecomunicaciones, acceso a Internet, ferries, personajes que podrían ser sujetos a procesos de deportación de ambos lados, llegada de diferentes compañías estadounidenses y multinacionales a Cuba, vuelos aéreos, facilidades bancarias, libertades y restricciones de movimientos del personal diplomático acreditado en ambos países, intercambios culturales y deportivos, ventas de productos agropecuarios, ampliación de categorías que pueden utilizar los estadounidenses para ir a Cuba sin “violar” las restricciones del embargo, autorizaciones a cuentapropistas para exportar determinados productos a Estados Unidos, y otras más, que de conjunto constituyen un evidente relajamiento de las tensiones imperantes por más de medio siglo y desatan no solamente amplias expectativas, sino también las especulaciones más fantasiosas, algunas de las cuales sobrepasan hasta los mismísimos absurdos surrealistas que harían palidecer al Macondo de García Márquez.

Aparentemente, el restablecimiento de relaciones diplomáticas no tardará demasiado. Es posible que el anuncio se produzca mientras este análisis esté “on-line”, pues todo parece indicar que, por razones que no conocemos completamente, hay apuro por ambas partes en lograrlo, y las exigencias desmedidas que se gritan y repiten continuamente desde el lado cubano parecen ir más encaminadas a tranquilizar a la caverna socialista cubana convencida de las posibilidades y prodigios de alcanzar mediante la “actualización” un paraíso cargado de maravillas prósperas y sostenibles dentro de la Isla, en el espíritu del siempre invencible Moringuero en Jefe y de la mano del inefable José Ramón Machado Ventura y sus cavernícolas partidistas y burócratas estatales, que a plantear escollos infranqueables sobre las mesas de negociaciones. Y no se trata de que Machado Ventura no sea leal a Raúl Castro, porque indudablemente lo es a toda prueba, sino que sus neuronas y su corazoncito no dan para más nada que para el burocratismo estalinista que ha conocido desde hace mucho tiempo y que siempre ha practicado.

De manera que no debería ser sorpresa el anuncio de la inauguración de embajadas en La Habana y Washington en cualquier momento, e incluso tampoco debería serlo que se anunciara que el Secretario de Estado de Estados Unidos iría a La Habana para la inauguración de la de su país.

El pataleo resurgiría en el Congreso rápidamente, aunque mucho más en el Senado, donde aspirantes a la candidatura presidencial republicana tendrían que demostrar al público, fundamentalmente a los asiduos al restaurant Versailles, que son realmente “duros” y no transan con ninguna de esas acciones del presidente Obama.

Más allá de eso, sin embargo, podrán lograr muy poco desde el punto de vista práctico: si bloquearan la designación de un Embajador americano en La Habana, ya que es prerrogativa del legislativo confirmar a los embajadores designados, y un solo Senador que lo intentara tendría facultades para ello, y se ha hecho anteriormente en otros casos, el presidente de EEUU podría nombrarlo tan pronto el Congreso entre en receso veraniego, o en cualquier otro receso de los muchos que disfruta ese cuerpo legislativo. Mientras tanto, si el embajador designado fuera el actual Jefe de la Sección de Intereses de EEUU en La Habana, adquiriría automáticamente el rango de “Encargado de Negocios a.i.” (ad interim, es decir, provisionalmente).

Y aunque tampoco se aprobara un presupuesto para la Embajada en La Habana, algo que un Congreso con mayoría republicana en ambas cámaras pudiera intentar y lograr, tal Embajada podría funcionar con el presupuesto de la actual Sección de Intereses de EEUU en Cuba, que opera bajo el paraguas de la Embajada Suiza en La Habana, de la misma manera que lo hace en Washington la Sección de Intereses de Cuba en EEUU.

De manera que los intentos de torpedeo en el poder legislativo, además de no poder lograr impedir definitivamente el curso de los acontecimientos, podría llevar a los torpederos  a correr el riesgo de perder apoyo popular, habida cuenta las opiniones de la mayoría de la población americana -no solamente la cubana, y no solamente la de Miami- favorables al proceso de normalización.

Exigencias y flexibilidades

De las exigencias de Raúl Castro para una completa “normalización” hay algunas que podrían presentarse como si se negociaran, y otras que no parece que vayan a prosperar durante mucho tiempo, aunque siempre quedarían para el alboroto partidista en la Isla y para llenar páginas de Granma y minutos del Noticiero Nacional de Televisión o de La Mesa Redonda. Pretender, por ejemplo, que Estados Unidos deje de contribuir a la capacitación de cubanos que pudieran desempeñarse como periodistas independientes, o que renuncie a las transmisiones de Radio Martí hacia la Isla, parecen temas en los que La Habana no logrará avanzar demasiado.

Estados Unidos podría, si quisiese aparentar “flexibilidad” en las negociaciones, ofrecer cerrar las transmisiones de Televisión Martí, a cambio de algunas demandas favorables a Washington en asuntos que no se han logrado destrabar. Washington no perdería nada concreto en este caso, pues TV Martí ni se ve ni se ha visto nunca en Cuba, desde el primer día de transmisiones.

La Habana sabe perfectamente el impacto que tendrían imágenes de esa emisora en el pueblo cubano, imágenes que cada una de ellas valdría mucho más que las mil palabras que refiere el proverbio, lo mismo fueran de un carnaval en la Calle Ocho que de un supermercado en Hialeah, un “mall” repleto de tiendas y “boutiques”, una calle o autopista cualquiera en las horas pico del tráfico, o el rostro vivo de algunas “no personas” que el régimen siempre menciona como “mercenarios” o “terroristas”, pero sin nunca haber mostrado el rostro de esos “fantasmas”.

Por eso desde antes del primer día de transmisiones de Televisión Martí Fidel Castro había ordenado que se hicieran todos los esfuerzos, sin reparar en gastos ni recursos, para que TV Martí no pudiera verse en Cuba, y así ha sido hasta nuestros días. Radio Martí puede escucharse aunque sea con interferencias, pero en ningún lugar de la Isla pueden verse las transmisiones televisivas, que, por otra parte, cuestan decenas de millones de dólares anuales a los contribuyentes estadounidenses.

Reclamaciones por confiscaciones, daños y perjuicios

Las reclamaciones por supuestos daños y perjuicios del “criminal bloqueo imperialista” no deberán prosperar mucho en los primeros momentos, habida cuenta de las deudas del régimen con los propietarios extranjeros y cubanos confiscados sin compensación desde 1959.

Según cifras serias, los activos confiscados aparecen claramente en 5,911 reclamaciones de compañías y ciudadanos estadounidenses a causa de la confiscación de propiedades y otros bienes, intervenidos por el Decreto-Ley 851 del gobierno revolucionario, con fecha 6 de julio de 1960.

Estas expropiaciones están certificadas actualmente por la FCSC (en español, Comisión de Adjudicación de Reclamos Extranjeros), y alcanzan un valor de 1,800 millones de dólares de aquella época, a los que si solamente se le consideran el interés simple que se calcula en estos casos, 6% anual, llegarían a una cifra acumulada muy cercana a los ocho mil millones de dólares. Y eso solamente considerando los intereses que deberían añadirse, sin tener en cuenta en este cálculo el valor actual del dólar en comparación con los dólares de 1960, época de las confiscaciones.

Eso en lo referido a las propiedades de extranjeros confiscadas por el Decreto-Ley 851, que ya de por sí es un tema complejo. Sin embargo, habría que añadir a este enmarañado tema, aunque de momento no esté entre los prioritarios para la normalización de las relaciones y ni siquiera esté claro hasta donde el Washington se siente comprometido a fondo dentro de sus intereses globales, el Decreto-Ley 890, que por esas mismas fechas confiscó sin compensación algunas muchas propiedades de cubanos. Se considera que el 95% aproximadamente (en cantidades, no en valores) de los bienes intervenidos y confiscados por el régimen pertenecía a propietarios cubanos, grandes, medianos y pequeños.

Si se les suma las confiscaciones arbitrarias y sin compensación aplicadas desde entonces y hasta la llamada ofensiva revolucionaria de marzo de 1968, aparecen centenares de miles de cubanos afectados, que podrían considerarse con todo derecho a reclamar a un gobierno cubano que estuviera negociando con Estados Unidos compensaciones por sus propiedades confiscadas en la década de los sesenta. Y aunque es difícil poder arribar a números exactos en este sentido, se calcula que un 60% de esos cubanos continúan viviendo en la Isla en estos momentos.

Además, aun en el dudoso caso que una administración estadounidense intentara avanzar algo en este sentido a corto plazo, tropezaría de inmediato con el escollo prácticamente insuperable de que las verdaderas cifras serían imposibles de conocer, dado el tradicional y legendario desorden e inexactitudes de la contabilidad “revolucionaria” cubana, además de que una buena parte de todas esas propiedades confiscadas, debido al paso del tiempo y la absoluta ineficiencia castrista, no existen en la actualidad o se mantienen de pie en un deplorable estado que los cubanos llaman de “equilibrio milagroso”, nueva categoría de la arquitectura revolucionaria del régimen.

Prófugos y deportables

Hay otros problemas que parecen de muy difícil solución, aun si se intentara abordarlos a fondo para tratar de buscar soluciones. Uno de ellos es el de los prófugos de la justicia estadounidense que residen en La Habana con todas las facilidades de una persona libre, hasta donde se puede ser libre en el paraíso de los hermanos Castro. Este inefable grupo de estadounidenses, cubanos y otros extranjeros está compuesto por una variopinta selección de delincuentes de toda laya, desde estafadores a los sistemas públicos de salud estadounidenses hasta asesinos sanguinarios y asaltantes violentos.

Declarar festinadamente que no pueden ser devueltos porque algunos de ellos han recibido asilo político del gobierno cubano, y otros porque al ser ciudadanos cubanos no pueden ser deportados, de acuerdo a lo que establece la Constitución, constituye una salida demasiado simplista e irresponsable con la que no se puede avanzar mucho cuando se desea negociar en serio.

El derecho de asilo tiene que ver con personas que alegan persecución o temores de persecución por hechos que no se consideran regularmente delitos comunes, pero no puede cubrir a quien asesina policías en plena carretera o a quien asalta a mano armada camiones transportando dinero y valores, manejados y custodiados por personas que solamente realizan su trabajo.

De igual manera, diga lo que diga la constitución cubana, que al fin y al cabo el régimen la viola o la modifica cuando le conviene, los estafadores contra los sistemas de salud estadounidenses de Medicare y Medicaid, quienes roban y estafan impunemente con tarjetas de crédito falsificadas, o individuos dedicados al lavado de dinero, bajo el pretexto de dirigir compañías de cambio de cheques, no pueden ser protegidos con el pretexto de que por ser ciudadanos cubanos no pueden ser extraditados.

Si no lo fueran, la única manera de que el régimen pudiera quedar bien ante el gobierno de Estados Unidos y otros países del mundo, así como ante ese ente inútil y abstracto que se conoce como la opinión pública internacional, sería desarrollando juicios públicos y transparentes contra esos delincuentes cubanos, incorporando explícitamente en los mismos información aportada por instituciones estadounidenses de aplicación y refuerzo de las leyes, y en caso de ser hallados culpables confiscar absolutamente todos sus recursos mal habidos e imponiendo y haciendo cumplir sentencias de prisión que no dejaran dudas de la seriedad y severidad de la justicia cubana frente a los implicados en estos delitos. En caso contrario, la posición del régimen quedaría muy debilitada y poco creíble en estos asuntos, como ha sucedido hasta ahora.

La contraparte de esta situación es la cantidad de cubanos viviendo en Estados Unidos que tienen órdenes de deportación, que no se han ejecutado porque La Habana se niega a aceptarlos, pues no los quiere de regreso. Aunque la cantidad total de potenciales deportados se dice que se acerca a los cuarenta mil, en ese listado se incluyen personas que han cometido desde delitos graves hasta contravenciones de tráfico o delitos de menor cuantía, y no todos deberían recibir un rigor uniforme y despersonalizado cuando se analizaran sus casos, a los que habría que darle solución de una manera o de otra.

La Base Naval de Guantánamo

El tema de la Base Naval de Guantánamo ha salido a la palestra últimamente, aunque a primera vista parecía que cuando Raúl Castro lo planteó por primera vez en la Cumbre de la CELAC en San José de Costa Rica no tendría demasiadas posibilidades de prosperar en los análisis. “El problema de Guantánamo no está sobre la mesa en estas conversaciones”, se declaró oficialmente por la parte americana. Pero no obstante que Estados Unidos haya señalado reiteradamente que ese tema no está en el contenido de las negociaciones que se llevan a cabo en estos momentos para la reapertura de embajadas, no debería sorprendernos si más adelante se comienza a discutir sobre el mismo, o si se incluye oficialmente en las agendas de negociaciones futuras.

Las posiciones sobre ese tema en Estados Unidos son variadas. Los políticos tienen sus puntos de vista, y tienen además la extraordinaria presión que significa la presencia en la Base de la prisión para enemigos combatientes capturados en la guerra contra el terrorismo, que Obama prometió eliminar en un año en cuanto asumió su primer mandato en enero del 2009, y que sigue estando ahí y sin señales evidentes de que se sepa qué es lo que habría que hacer para darle solución a ese espinoso problema político.  

Los militares, por su parte, analizan la Base desde el punto de vista militar y estratégico, y saben que lo que se podría hacer desde esa Base desde el punto de vista estrictamente militar podría hacerse igualmente contando, como se cuenta, con bases en Florida y Puerto Rico, y con portaaviones, submarinos nucleares y la Cuarta Flota en la región. De manera que, desde una óptica estrictamente militar, la Base Naval de Guantánamo podría ser sacrificada por Estados Unidos en una negociación, algo que sería totalmente diferente a entregársela al régimen incondicionalmente, como pretende Raúl Castro.

James Stavridis, ex comandante supremo del Comando Sur de EEUU y posteriormente de la OTAN, que se encuentra retirado y es ahora decano de la Escuela Fletcher de Derecho y Diplomacia de la Universidad Tufts, dijo recientemente que

es probablemente inevitable que vamos a tener que regresarla de nuevo a Cuba, pero se necesitaría una gran cantidad de trabajo diplomático pesado”.

Consideró el territorio  “estratégico y de gran utilidad” como centro logístico para la Cuarta Flota y para operaciones antinarcóticos y humanitarias, y centro de detención para inmigrantes interceptados en el mar, proyectando el poder de EEUU en la cuenca del Caribe, además de estar muy cerca de Haití, que muchas veces necesita ayuda. Pero dejó bien claro que una gran operación militar en nuestros tiempos nunca se lanzaría desde una instalación como la Base Naval de Guantánamo.

Sobre este tema, los tremendistas alegan que sería peligrosa cualquier negociación con la Base de Guantánamo, pues existiría el peligro de que Estados Unidos la entregara al régimen y éste, de inmediato o en breve plazo, se la arrendara a Rusia. Como si no hubiera ninguna diferencia entre una negociación entre potencias militares y un partido de dominó. Son los mismos que alertaban sobre la supuesta “posibilidad” de que el régimen entregara de nuevo a Rusia la base de espionaje electrónico de Lourdes, en las afueras de La Habana, convertida hoy en Universidad de Ciencias Informáticas (UCI), sin tener en cuenta las sustanciales diferencias tecnológicas entre los medios de espionaje radio-electrónico de hace veinticinco o treinta años con los existentes en la actualidad. Pero, en fin, para agitar fantasmas y aparecer en la fotografía, cualquier medio o cualquier declaración parece ser conveniente o aceptable para algunos.

Lo de la Base Naval de Guantánamo no ha terminado, ni mucho menos. Apenas comienza. Y los veremos en los próximos meses, una vez que se reabran las embajadas en Washington y La Habana.

El embargo

Otros dos temas que flotan sobre el proceso de “normalización” de las relaciones tienen un peso específico diferente.

Uno de ellos es el embargo, llamado “bloqueo” por el régimen, o más bien “criminal bloqueo imperialista” por la propaganda castrista.

Hay que reconocer que, de hecho, la batalla propagandística sobre “el bloqueo” la ganó el régimen hace bastante tiempo. Durante más de veinte años, anualmente, la Asamblea General de Naciones Unidas aprueba por aplastante mayoría una resolución estableciendo la “necesidad” de poner fin a esa acción por parte de Estados Unidos, y los únicos votos en contra de la resolución, además del de Estados Unidos, corresponden al siempre fiel y seguro aliado Israel -no siempre correspondido recíprocamente por la administración Obama cuando esa pequeña pero brava nación se enfrenta a las amenazas y agresiones del terrorismo árabe- y dos o tres diminutas naciones en medio del Océano Índico, que más que por convicción o geopolítica lo hacen por no enajenarse la imprescindible ayuda de Estados Unidos para poder sobrevivir.

Contra “el bloqueo” se manifiestan comunistas, terroristas sin trabajo, narcotraficantes, guerrilleros en activo, tontos nada útiles, farsantes, oportunistas, frustrados, vividores, acomplejados, y muertos de hambre políticos y sociales. Pero también lo hacen muchos intelectuales, artistas, profesores universitarios, hombres de negocios, políticos serios, hombres de ciencia, religiosos, funcionarios internacionales, burócratas de lujo, deportistas de renombre, y muchísimas personas, sean de a pie, de a guagua o de a automóvil, pero que fundamentalmente pueden definirse como personas decentes antes que todo.

Y eso es, sencillamente, nos guste o no, porque Fidel Castro ganó la batalla sobre “el bloqueo”, mientras los anticastristas vivían convencidos que la maldad de los Castro era tan evidente que debería actuar como axioma para rechazar al régimen. Y aun hoy, cuando tantas cosas se desmoronan, algunos siguen sin entender la realidad.

En su discurso sobre el Estado de la Unión, tal vez el más importante discurso que debe pronunciar cada año un Presidente de Estados Unidos, Obama pidió al Congreso que comenzara a trabajar para lograr el levantamiento del embargo al régimen de los Castro, que no es un embargo contra Cuba ni mucho menos, sino contra la dictadura que la oprime hace ya más de medio siglo.

La tranquilizadora melodía celestial de que el levantamiento del embargo es potestad del Congreso y no del Poder Ejecutivo, lo cual es cierto, podría resultar consuelo de tontos para quienes piensen que debido a esa condición el embargo será eternamente inamovible y duradero.

Aunque la mayoría del Congreso en ambas cámaras está en manos de los republicanos en estos momentos, eso no garantiza que siempre lo estará, ni que el Congreso actuaría siempre sobre bases ideológicas y morales exclusivamente, o que el establishment no funciona si se trata de intereses demócratas, republicanos o independientes, cuando es precisamente todo lo contrario.

No hay que pensar que el Congreso decidiría ignorando, por ejemplo, los intereses de los productores agropecuarios norteamericanos, desesperados por vender sus productos al potencial mercado cubano que necesita urgentemente alimentos de calidad a precios asequibles, o los de productores industriales interesados en colocar nuevas tecnologías o piezas de repuesto en la Isla, o los de empresas de telecomunicaciones capaces de copar rápidamente ese mercado en Cuba, o los de grandes empresas del turismo a las que les interesaría poseer o controlar instalaciones recreacionales en aquella isla paradisíaca, o los de compañías financieras y bancarias que saben que el mercado cubano, aunque al comienzo pueda ser tan pobre como tan virgen, tendrá muchas posibilidades de desarrollo -y pingües beneficios- en la medida que todas las restricciones del embargo se vayan flexibilizando y el país se vaya incorporando a la dinámica de los mercados globales.

Sin olvidar, además, que el Presidente de Estados Unidos tiene facultades para aliviar o modificar algunas de las restricciones del embargo, y que de acuerdo a lo que se ha visto hasta ahora, dentro de su política de hacer concesiones importantes en las negociaciones para demostrar buena voluntad -tanto hacia Cuba como hacia Irán- Barack Obama podría perfectamente flexibilizar determinadas restricciones, como las de las categorías de viajeros autorizados a visitar la Isla legalmente, o de acomodar políticas que faciliten al régimen acceder a créditos a pesar de su desastroso historial crediticio y de pagos.

Compensaciones a damnificados por el régimen que viven en EEUU

Finalmente, un tema extremadamente complejo tiene que ver con las compensaciones a damnificados por el régimen desde el comienzo de la “revolución” hasta nuestros días. Sobre todo a partir de 1996, tras el derribo de avionetas civiles de “Hermanos al Rescate” en aguas internacionales, los tribunales han asignado a demandantes compensaciones que en ocasiones alcanzan cifras tan astronómicas como los miles de millones de dólares, y en otras de cientos o decenas de millones.

El problema, concretamente, es que tal cantidad de dinero del régimen no existe en Estados Unidos, aun si se pudiera disponer libremente de los dineros del Estado cubano que se mantienen en territorio estadounidense desde hace mucho tiempo, hasta más de medio siglo en ocasiones.

¿Cuál sería, entonces, la posibilidad real de que esas sentencias judiciales se pudieran materializar? Y siempre considerando que tales sentencias hubieran sido balanceadas y sujetas a derecho, de acuerdo a los agravios juzgados, lo que podría reclamarse que se sometieran a consideración nuevamente en caso de algún intento por resolver estas y otras seguras desavenencias en estos temas.

Más que conclusiones, criterios iniciales para el análisis

Como puede verse, son muchos y muy complejos los temas que están o estarán en el tintero dentro de poco, y no se trata de cuestiones que puedan ser resueltas con una consigna desde La Habana, pero tampoco con una buena taza de café cubano o sabrosas croquetas en La Carreta, y que requerirán de mucho talento, análisis y paciencia, más que de declaraciones emotivas en la radio y la televisión, sean en La Mesa Redonda habanera,  la televisión en español del sur de Florida, o la prensa de estanquillo en New Jersey o Los Ángeles.

Por consiguiente, además de aceptar en este análisis que estamos ante un verdadero cambio de época en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos,  hemos empezado a enunciar aspectos importantes y complejos que se han puesto sobre la mesa de negociaciones y sobre los que tendremos que estar pensando profundamente durante muchos meses por delante.

Realmente, es imposible poder decir ahora lo que deberíamos hacer y cómo hacerlo, pero al menos podemos, con seguridad, saber lo que no deberíamos hacer. Y la clave es muy sencilla, demasiado: las estrategias y tácticas utilizadas hasta el 17 de diciembre del 2014, en Washington, La Habana o Miami (utilizando “Miami” como definición genérica para todo el exilio cubano, radique donde radique, en cualquier lugar del mundo) simplemente no funcionarán.

Por lo tanto, es imprescindible buscar y encontrar otras nuevas que resulten no solamente adecuadas, sino también realistas, posibles y, por lo tanto, efectivas.

La alternativa es quedar superados por la historia, aquí, allá y acullá.

Los hechos tendrán, como siempre, la última palabra.

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