El rostro de la Sra. lo ilustra todo. |
No soy de los que se preocupa si un gobernante milita en un Partido
Socialista de su país, siempre que respete el Estado de Derecho, la
Constitución y las leyes de ese país. Como hicieron François Mitterrand,
Olof Palme, Willy Brandt, Felipe González, Mario Soares, José Mujica,
Michele Bachelet, y otros. Como ha hecho hasta ahora François Hollande.
También
entiendo que cada gobernante vela por los intereses de su país, y ante
este objetivo supremo todo lo demás es secundario. De no ser así, flaco
servicio estaría brindando a sus ciudadanos, hayan votado a su favor o
no.
No tengo caras feas si el presidente de Francia visita Cuba,
condecora al Cardenal Jaime Ortega, inaugura una nueva sede de la
Alianza Francesa en La Habana, camina por el Paso del Prado saludando
cubanos, se reúne con estudiantes y profesores universitarios, participa
en foros de empresarios en el Hotel Sevilla, promueve negocios y
actividades comerciales, apoya a las empresas de su país, deposita
ofrendas florales en el monumento a José Martí, recibe honores militares
en el Palacio de la Revolución, se entrevista con Raúl Castro, y
posteriormente comparte cena oficial con su anfitrión caribeño: todo eso
es parte de su trabajo como presidente de todos los franceses.
Tampoco
me molesta si está contra el embargo de Estados Unidos al régimen de
los hermanos Castro: “Siempre ha sido la posición de Francia el
levantamiento del embargo que traba el desarrollo de Cuba”. Sin embargo,
no creo que “trabe” el desarrollo de Cuba, ni que es de las medidas
“que tanto perjudicaron”, como si fuera causa fundamental de las
penurias de los cubanos. No obstante, tiene derecho a su opinión y
expresarla libremente.
Entendería incluso sus calabazas a reunirse
con disidentes y opositores, si considera que no tienen suficiente peso
específico o arrastre en la población para justificar arriesgarse a un
encontronazo con la tiranía. Que lo entendiera no significa que lo
apoyara ni que lo justificara. En los primeros momentos, ¿qué peso
específico tenían quienes terminaron posteriormente asaltando La
Bastilla, o los que se organizaban en La Resistencia para combatir a los
nazis cuando invadieron Francia? Es decir, todos aquellos que forjaron
los valores fundamentales e inconmovibles de la Revolución Francesa y
todos sus aportes a la cultura política del mundo occidental. No tenían
demasiado peso en los inicios. Aun así, podría entender a Monsieur le
Président Hollande por asumir una posición de realpolitik y no de sentimentalismos, aunque emocionalmente no me hiciera gracia.
Hasta
aquí. Porque lo que me cuesta mucho trabajo entender es que el
presidente de una nación que atesora desde su nacimiento al mundo
moderno valores fundamentales y decisivos de la cultura occidental y las
libertades políticas, una nación con la que recientemente los
demócratas del mundo se solidarizaron total y absolutamente cuando un
grupo de energúmenos fanatizados masacró caricaturistas en París,
pretendiendo aplastar la libertad de expresión, se me hace difícil
entender, repito, que el presidente de Francia, tras reunirse por 50
minutos con lo que queda de Fidel Castro, personaje que fue siempre la
negación de todos los valores que hicieron grande a la Francia moderna,
declare plácidamente que había “deseado vivir este momento histórico”.
Porque
aquí ya no estamos en campos del protocolo u obligaciones del cargo,
pues en estos momentos lo que queda de Fidel Castro no ocupa ninguna
posición de gobierno o partido que justifique ir a rendirle pleitesía
entre sembrados de moringa, de espaldas a la realidad de los cubanos de a
pie. Choca que Monsieur le Président de la République Française declare
que “tenía delante mío un hombre que ha hecho historia”, y que
“viniendo a Cuba yo deseaba reunirme con Fidel Castro”.
Calígula,
Nerón, Atila, Gengis Khan, Hitler, Stalin, Mussolini, Mao, Ceaçescu, Pol
Pot, Milosevic, Honecker, Kim Il Sung, Trujillo, Somoza, o Franco,
hicieron historia, y eso no necesariamente implica que personas decentes
estuvieran ansiosas de reunirse con ellos. ¿O sí?
Visita de
pleitesía al exdictador cubano que solamente sirvió para escucharle
disparates o incoherencias, porque el mismo presidente francés dijo que
Castro “habló mucho” (lo mismo que en su momento dijo Mitterrand). En
cincuenta minutos, si Fidel Castro “habló mucho”, y hubo traducción de
por medio, ¿qué quedó para Monsieur le Président? Pas beacoup. No mucho. Quizás solamente alabarlo y embelesarse ante su presencia.
Tal
vez ni el mismo presidente francés del país que proclamó la libertad,
igualdad y fraternidad como sus paradigmas se haya dado cuenta, pero lo
que hizo de caminar algunas cuadras por el Paseo del Prado y el Parque
Central, y que vecinos y transeúntes cubanos se le acercaran a saludarlo
y le dieran la mano en señal de respeto y afecto, sin que su escolta
personal cayese en paranoias o aspavientos, es algo que los cubanos de a
pie no han vivido desde hace muchísimos años, ni con Fidel Castro
primero ni con Raúl Castro posteriormente. Esa es una de las muchas
diferencias entre un líder democrático y un dictador totalitario.
Naturalmente,
no hay que decirle al presidente francés lo que debería hacer y lo que
no. Emocionarse con el tirano jurásico y rendirle pleitesía en Punto
Cero es asunto suyo.
Yo, por mi parte, me emociono mucho más con
la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, documento
seminal de la Revolución Francesa de 1789, y no admirando personajes
siniestros como Fidel Castro, quien nunca respetó los ideales y
principios de esa declaración ni tampoco los de la mismísima Revolución
Francesa.
A quien por seguro la historia nunca absolverá, ni tampoco a sus admiradores fogosos.
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