ojala solo se localizara en el adn de “letrinoamerica” y en el resto del
underdevelopment world, pero tiene ribetes de anomalia genetica que
infesta a sociedades civilizadas del primer mundo. la amoralidad
corruptiva esta hoy impregnada en el adn de la mayoria de los
funcionarios publicos con poder de disponer recursos.
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elblogdemontaner
por Carlos Alberto Montaner
México y corrupción son dos palabras que siempre van “de pipí cogido”, como dicen con picardía los colombianos.
La corrupción en Venezuela es mayor, y la de Argentina no anda muy lejos, según TransparenciaInternacional,
pero, a juzgar por lo que acontece en Chile, Brasil y Cuba, parece un
mal endémico hispanoamericano. El continente, con pocas excepciones, es
una pocilga.
En todo caso, el gobierno mexicano quiere acabar con
la corrupción. Ya era hora. ¿Es eso posible? ¿Cuándo comenzó? Te lo
dicen, riendo, tan pronto pones un pie en el país.
Los conquistadores españoles torturaban a Cuauhtémoc, el cacique azteca, para que revelara dónde escondía el oro:
–Dime, maldito indio, dónde está el oro –gritaba el
torturador, por medio del intérprete, mientras le quemaba las manos y
los pies al aguerrido príncipe.
–He dicho cuarenta veces que está enterrado a 50
pasos de la pirámide, debajo de la palmera –gritaba Cuauhtémoc
retorciéndose de dolor.
–Dice que no sabe, y que si lo supiera no lo diría nunca –tradujo el intérprete afilándose secretamente los dientes.
Allí empezó todo. Muy al principio. La confusión
entre lo público y lo privado está en el ADN de América Latina y en el
de las tres cuartas partes del planeta. A Hernán Cortés le dieron los
tributos de 20,000 indios como recompensa por la conquista de México.
Luego se los quitaron y el fiero capitán acabó en Europa, pobre y
malhumorado, sin poder olvidar el olor a chamusquina de la carne
quemada.
Algunos cínicos o pragmáticos –a veces es lo mismo–
sostienen que la corrupción es una forma lateral de distribución de la
riqueza y aumento de los ingresos, encaminada a estabilizar la sociedad
por medio de una trama de intereses y complicidades.
No lo creo. Los daños que provoca la corrupción sin
castigo suelen ser devastadores. Anotemos tres dentro de una lista
infinitamente mayor.
Primero, pudre la premisa esencial del
Estado de Derecho desmintiendo el principio de que todos están sujetos a
la autoridad de la ley. Si el político o el funcionario roban
impunemente, o reciben coimas por otorgar favores, ¿por qué el ciudadano
común va a pagar impuestos? ¿Qué le impide mentir o hacer trampas?
La ley establece que es delito vender cocaína y
también apoderarse de los bienes públicos. ¿Por qué no vender cocaína si
otros desfalcan impunemente el tesoro nacional? ¿Por qué no asaltar un
banco? ¿Qué diferencia moral hay entre robarles a todos o robarle a una
empresa o a una persona específicamente?
Segundo, adultera y encarece todo el proceso
económico. La economía de mercado está basada en la libre competencia.
Se presume que los bienes y servicios compiten en precio y calidad. Es
el consumidor final el que decide cuál empresa pierde o gana. Cuando un
político o un funcionario favorecen a una empresa a cambio de una
comisión, esta operación non sancta fuerza al
consumidor a seleccionar una opción peor y más cara, dado que el costo
de la corrupción se agrega a los precios. Por otra parte, la corrupción
elimina los incentivos para innovar y mejorar la calidad de lo ofertado,
mientras reduce notablemente la productividad, que es la base del
crecimiento. ¿Para qué ser más productivos y bajar los costos si tenemos
a una clientela cautiva? ¿Para qué diseñar un auto nuevo y mejor si el
cliente está obligado a comprar el de siempre? A veces son las propias
empresas las que distorsionan el mercado pactando entre ellas para
aumentar los precios. Esa es otra forma grave de corrupción.
Tercero, destroza la estructura ideal de la
meritocracia a que debe aspirar toda sociedad sana. Debilita la pasión
por estudiar y frena el impulso de los emprendedores. En las sociedades
corruptas prevalecen las conexiones personales. “El que tiene padrinos
se bautiza”. Ésa es la consigna general. Los vínculos son más importante
que el esfuerzo por competir en un mercado abierto y libre. ¿Qué
sentido tiene quemarse las pestañas estudiando cuando, para
enriquecerse, basta pasarle un sobre bajo la mesa a un funcionario
corrupto? ¿Para qué sudar y penar en el esfuerzo por crear una empresa
exitosa, si para lograr el triunfo económico basta una combinación entre
las relaciones personales y la falta de escrúpulos?
No hay duda: la corrupción acaba con el sistema
político, el económico y con los valores morales. Pregúntenles a los
españoles que hoy transitan por ese calle oscura e incierta. Por
supuesto que la corrupción es una tendencia presente en nuestra especie.
Eso se sabe, pero no es una buena excusa. O la combatimos y la
derrotamos o nos devora. Así de simple.
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