Las cinco palabras del título bastan para definir las realidades de
la agricultura cubana, y las del país en general, en tiempos de los
hermanos Castro, peores que el cólera.
No me baso en lo que diga
una supuesta mafia de Miami, como les gusta acusar a quienes llevan en
su alma la bayamesa, sino en informaciones del oficialista Juventud Rebelde,
dizque diario de la juventud cubana, aunque ya sabemos aquello de
Maiakovski de que el comunismo era la juventud del mundo, y en lo que
terminó.
Según el periódico, la producción agropecuaria en Cuba
aumentó en 2014, alcanzando los mayores niveles de la última década. Por
lo tanto aumentó la oferta, pero los precios de los productos no
disminuyeron, sino todo lo contrario. “Durante 2014 los precios de los
productos agrícolas y cárnicos en el agromercado subieron alrededor del
27 por ciento”, dice el diario. Fueron los más altos en los últimos diez
años. Adivinen por qué: por culpa de los tarimeros y carretilleros.
¡Ay
Karl Marx, Friedrich Engels, Vladimir Ilich, Iosif Stalin, Mao Tse
Tung, Ho Chi Minh, Kim Il Sung, Che Guevara, bajen y miren esto!
Malvados tarimeros y carretilleros tienen más poder, empuje, relaciones,
alcance e influencia que el insensible mercado, el partido comunista,
su nomenklatura, su burocracia, y los ministerios de Agricultura y de
Comercio Interior, todos juntos. Al extremo de que Cuba sea el único
país del mundo donde aunque aumente la oferta no disminuyen los precios.
Algo que no sucede ni en Groenlandia o Papua Nueva Guinea. ¿Será por
culpa del criminal bloqueo imperialista, la “crisis mundial”, el cambio
climático, o el coeficiente Gini?
En Cuba los productos
agropecuarios se comercializan de cinco formas diferentes: MAE, MAOD,
CNoA, PV, y TCP. ¿Qué significan esas siglas? No importa: no son más que
justificaciones burocráticas castristas para la escasez y la
indigencia, solamente eso. Una pandilla de ineptos crea organizaciones y
mecanismos que no sirven para nada ni resuelven nada, pero garantizan
míseros salarios y escasos privilegios para algunos que sostienen una
doble moral vigente hasta que obtengan visa para “la Yuma” o un
viajecito al extranjero que permita “quedarse”, aunque al final todas
las vías confluyen en un mismo destino: el imperio.
Según la
oficina nacional de estadísticas del régimen —muy confiable y objetiva,
según algunos— y cálculos propios de quien firma el reportaje en Juventud Rebelde —que
trata de hacerlo lo mejor posible, hasta donde puede—, en el año 2014
se produjeron en Cuba unos 8 millones de toneladas en “cosechas
vinculadas de una forma u otra a la alimentación directa de la
población”. Esa cifra representa unas 1.454 libras por persona al año,
121 mensuales, cuatro diarias. Sin embargo, los números reales no son
esos, porque de ahí —de ser exactas las cifras, y no hay manera de
garantizarlo— debe salir lo que consuman, además de la población,
turistas, fuerzas armadas, privilegiados del régimen y lo que el libelo
oficialista define como “comedores obreros, consumo social, autoconsumo
de los productores..., la industria alimentaria, la alimentación animal,
las semillas, algo para exportar... A eso réstele cáscara y pérdidas y
mermas naturales”. Y aunque no lo menciona el periódico, hay que añadir
también todo lo que se pierde en el ineficiente proceso de comercializar
los productos y todo lo que se desvía hacia el mercado negro.
Según
los malabares periodísticos del diario “juvenil”, los consumidores
totales en Cuba serían unos 14,5 millones de personas. “Agregue a eso
millones y millones de animales a los que se les da comida del agro de
forma directa, salcochada o como pienso”, dice el periodista, como si
las vacas comieran arroz o los cocodrilos boniatos. Según sus cifras de
producción y consumidores, para esa cantidad de personas serían unas
1.100 libras anuales, 92 mensuales, tres diarias. Pero no nos
desgastemos en tonterías: pregunten a los cubanos de a pie cuántas
libras de viandas, vegetales, arroz y frijoles consumieron en 2014, y
será evidente que la credibilidad de las estadísticas oficiales del
régimen (ONEI) y de algunos comentaristas que las repiten, aunque
estuvieran perfectamente actualizadas, vale menos que virginidad de
jinetera en pleno Malecón.
Si se aceptan las cifras que maneja el
propagandista-periodista —y le podríamos conceder el beneficio de la
duda a estos efectos— no queda más remedio que reconocer que la Cuba de
los Castro ha creado una nueva economía política, donde el aumento de la
oferta no se expresa en reducción de precios, sino todo lo contrario.
Karl Marx se traumatizaría si se enterara, después de pasar cuarenta
años entre libros en la biblioteca de Londres, sin “disparar un
chícharo”, asegurando lo contrario.
Marx no conoció los profundos
valores teóricos y experiencia práctica de la actualización del modelo
cubano. Se concentró junto a Friedrich Engels en el “socialismo
científico”, incapaces de soñar el “socialismo próspero y sustentable”
que se construye en Cuba.
Donde aunque aumente la producción
agropecuaria, gracias fundamentalmente a productores privados y
cooperativas, el Estado totalitario, que interfiere en todo y echa a
perder todo, se las arregla para que no bajen los precios de los
productos agropecuarios.
Ya que a la inversa de lo que hacen casi
todos los empresarios privados exitosos en el mundo, que es convertir
los problemas en oportunidades, ese Estado-empresario inepto y parásito
continúa y continuará siempre convirtiendo las oportunidades en
problemas.
Porque esa es su única razón de ser.
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