Después de más de medio siglo denunciando al “imperialismo”, los
jerarcas del régimen y sus amanuenses ahora están perdidos en su propia
retórica, que nunca fue demasiado creativa ni original, y no saben
exactamente cómo hablar ni qué decir.
Tras mentir por cincuenta y
cinco años es difícil mantener el lenguaje de siempre cuando “el
enemigo” hace pública su intención de no serlo —nunca lo fue realmente— y
se muestra dispuesto a mejores relaciones con un adversario que está en
una situación económica desesperada y sin perspectivas inmediatas de
mejoría.
Por eso el oficialismo en La Habana y toda Cuba balbucea,
se enreda, y pretende inventar historias que no son ni pueden ser. El
desconciero es evidente, aunque quieran disimular y recurran a lenguaje
de guapo de barrio para que no se note el susto. Ante las exageradas
expectativas de la población cubana por los anuncios de Obama, no dicen
que el imperio pretende invadir Cuba para revertir las “conquistas” de
la revolución, sino que EEUU viste nuevos ropajes para lograr los
objetivos de siempre, ahora de manera más elegante y sofisticada. Una
especie de asesino de lujo, “killer” profesional de traje, corbata y
guantes, y que no deja huellas.
A falta de teóricos nacionales
creíbles, o de ideólogos con dos dedos de frente, o extranjeros que lo
harían encantados si supieran cómo y no estuvieran buceando en las venas
abiertas de América Latina, el régimen ha recurrido, en sus órganos de
prensa-propaganda, a la ayuda de personas preparadas que momentáneamente
les saquen las castañas del fuego: un doctor en Historia en un
periódico, y en otro el presidente de la Unión de Escritores y Artistas
de Cuba, que más comprometido con el régimen no puede estar.
Sin
embargo, esos dos señores, con lenguaje culto, tratan de dorar la
píldora y hacer más atractivo el purgante, pero no resultan ni sustrato
teórico ni inspiración para un discurso de burócrata inútil como el de
Machado Ventura, o como el de Marino Murillo, “zar” de pacotilla de la
economía. Mucho menos el de Alejandro Castro Espín con su ridícula
entrevista en Grecia, donde dijo, entre otras linduras, que la economía
de EEUU está en decadencia, haciendo parecer inteligente a su hermana
Mariela por comparación. Los personeros del régimen y los que aspiran a
serlo, o hablan tonterías, como “Alejandrito” en la Acrópolis, o callan,
esperando “orientaciones” de arriba, que no bajan porque allá no saben
qué decir: el nerviosismo es evidente, y el temor paraliza cuando se
convierte en pánico.
De seguro que la nueva generación de esbirros
digitales que se mueven ahora por estas páginas de CUBAENCUENTRO con
bastante energía (¿doble jabita mensual?) después de la desaparición de
otros bastante torpes y dogmáticos —aunque los actuales no lo son menos—
pretenderán posar de intelectuales de café con leche y desacreditar —a
falta de capacidad para discutir conceptos— a quienes escribimos,
acusándonos de agentes del imperio o asalariados de cualquier
institución americana. Y dirán que los nerviosos somos nosotros: una vez
más, utilizan vetusto lenguaje de guerra fría intentando asesinar
reputaciones.
En su lúgubre mentalidad de hombres nuevos que no
ven más allá de sus narices y mucho menos piensan con cabeza propia,
consideran que todas las personas libres tenemos que trabajar para un
gobierno y hacer lo que nos manden, y que no somos capaces de escribir y
polemizar por convicción y no por un puñado de dólares. No entienden
que la nuestra sí es una verdadera batalla de ideas, no la farsa con ese
nombre inventada por quien tú sabes. Es una pena que no
aparezcan contrincantes de talento y antagonistas verdaderos, sino
“cuadritos” de la UCI, que por desodorante, jabón, pasta de dientes y
una botella de aceite, continúan hablando sandeces y vendiendo su alma
al diablo. Así que dejemos que los perros sigan ladrándole a la luna.
Hace
unos días se cumplieron 53 años de la Segunda Declaración de La Habana,
uno de los textos más delirantes de Fidel Castro y Ernesto Guevara. El
régimen no tuvo interés en destacarlo. Después de todo, ya el deber del
revolucionario no es hacer la revolución, sino buscar “fulas”, y nadie
se sienta en la puerta de su casa a ver pasar el cadáver del
imperialismo, cuando antes vio pasar el del comunismo mientras los hasta
entonces pueblos esclavizados celebraban jubilosamente esa muerte tan
ansiada.
Sin embargo, el inmovilismo en La Habana —y en ciertos
sectores de Miami— no puede ser eterno, pues mientras se debaten entre
dudas y miedos, el mundo no se detiene: las medidas de EEUU hacia la
“normalización” siguen presionando al régimen. Muchas empresas
americanas, no interesadas por derechos humanos ni democracia, se
postran abiertamente ante el dios Mercado y las posibilidades de ganar
dinero negociando con Cuba, y cada vez queda menos tiempo para aceptar
lo evidente y no ser sobrepasado por la historia.
El nerviosismo y
el pánico nunca ayudan a pensar de manera clara y objetiva. Las
pasiones exiliares cubanas dijeron desde el primer momento, y siguen
repitiendo hoy, que Obama se rindió ante el régimen ofreciendo todo a
cambio de nada. Sin embargo, casi dos meses después de los anuncios de
diciembre 17, el desconcierto y nerviosismo son mucho más evidentes en
La Habana que en Washington.
Mucho más que dólares y turistas de
EEUU, lo que más urgentemente parece necesitar la dictadura cubana en
estos momentos es tilo y meprobamato para el nerviosismo.
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