Raúl Castro habló claro y fuerte en la Cumbre de CELAC en Costa Rica. A gobernantes extasiados con el antiimperialismo del régimen, y la izquierda cuyo deporte preferido es atacar a EEUU.
Sin embargo,
habló sobre todo para La Caverna en la Isla: los “come-candela”, los
“patria o muerte”, los de “pa’lo que sea, Fidel, pa’lo que sea”, siempre
listos para el mitin de repudio, la golpiza, la cajita del almuerzo o
la jabita mensual. Los que después de más de medio siglo en la
estulticia se sienten colgados de la brocha desde el 17 de diciembre,
cuando Raúl Castro les quitó la escalera. Más aun después del discurso
de Obama sobre el Estado de la Unión y las medidas de relajamiento del
embargo, que mueven al mundo a clamar: “Raúl Castro: levántate y anda”.
Personas
que respeto y estimo consideran el discurso de Raúl Castro en San José
de Costa Rica, coordinado con la carta de Fidel Castro a la FEU el día
anterior, el pistoletazo de arrancada para liquidar la política de
acercamiento de Obama, que habría fallecido seis semanas después de
anunciada.
A quienes dicen eso les sigo respetando y estimando,
aunque yo tengo una percepción alternativa sobre esos acontecimientos.
Para decirlo menos sofisticadamente, mi opinión es diferente a la de
ellos. Lo cual no significa que estén equivocados y yo tenga razón.
¡Como si no fuera posible un error mío o, peor aun, que estuviéramos
equivocados tanto ellos como yo! Y de antemano aviso que mi punto de
vista no gustará a muchos.
El Partido Comunista de Cuba, después
de más de medio siglo hablando de chicharrones no puede hablar ahora de
colesterol. Cambiar el lenguaje virulento sobre el imperialismo al más
oportunista sobre “el vecino del norte” no se logra en dos días. Y las
expectativas de los cubanos de a pie se elevaron demasiado el 17 de
diciembre: si la causa de todos los males y pesares, decía el régimen,
era la hostilidad de EEUU, la “normalización” de relaciones debería
traducirse casi de inmediato en mejoría de las condiciones de vida. Algo
que nunca ha estado ni está en los planes de ninguno de los Castro o
sus presuntos herederos, más allá de lo imprescindible para que no
estalle la olla. Pero los cubanos en la Isla se alborotan: rumores en la
calle dicen que a partir de abril se espera un millón de turistas
americanos por semana. Es imposible, pero ese es el rumor.
Siendo
así, tanto el líder “histórico” de la llamada revolución (que
aparentemente no estaba muerto, como aseguraban muchos), como su hermano
menor y actual gobernante, tenían que lanzar urgentemente baldes de
agua fría sobre las esperanzas y anhelos de la población. ¿Y qué mejor
manera de hacerlo que exigir condiciones que los cubanos saben que no
prosperarán, y que a la vez inyectan “moringa revolucionaria” al
antiimperialismo de los duros de la Isla?
Nadie en su sano juicio
entendería que la superpotencia más poderosa de la historia, por una
simple pataleta de Raúl Castro, aceptara entregar la Base Naval de
Guantánamo, levantar el embargo, eliminar Radio y TV Martí, y regalarle
al régimen más de un millón de millones de dólares de los contribuyentes
americanos en compensación por supuestos daños causados por “el
criminal bloqueo” durante más de medio siglo (¿de qué esotérica
contabilidad del régimen surgiría esa fabulosa cifra?). Y todo eso a
cambio de nada, de a porque sí. “No sería ético, justo ni aceptable que
se pidiera a Cuba nada a cambio. Si estos problemas no se resuelven,
este acercamiento diplomático entre Cuba y Estados Unidos no tendría
sentido”, dijo en Costa Rica el dictador.
La misma historia de los
desquiciados “cinco puntos” de Fidel Castro cuando la Crisis de
Octubre. Siempre creyéndose ombligo del mundo. Ahora, después de más de
medio siglo con el régimen proclamando la misma cantaleta de David y
Goliat, el hermano menor intenta que el régimen pase de víctima
plañidera a guapo de barrio, y exige a EEUU casi una rendición
incondicional. ¿Con qué? Una superpotencia impone condiciones cuando
desea. O una potencia podría hacerlo por un tiempo, no mucho más. Sin
embargo, no puede hacerlo la dictadura cubana, con el país en
bancarrota, agotado, descapitalizado, ineficiente, perdiendo población
continuamente, y sin perspectivas de mejoría en ningún terreno. Un país
que vive de subsidios y regalos de Venezuela, otro país en crisis por su
gobierno de ineptos y corruptos, cuyo torpe gobernante, actual mecenas
del régimen de los Castro, no duerme tranquilo, inventando
conspiraciones de todo el mundo contra él, y preguntándose cómo estará
mañana el precio del petróleo.
Entonces, aunque se alegue, con
razón, que cada vez que EEUU intenta un acercamiento al régimen la
respuesta de La Habana es violenta y grosera (crisis de Octubre,
subversión en América Latina, invasión de Angola y Etiopía, éxodo masivo
Mariel 1980, éxodo masivo de balseros 1994, derribo de avionetas
civiles de Hermanos al Rescate, declarar “constitucionalmente”
irreversible al socialismo), no se puede olvidar que esas fueron
acciones, provocaciones, hechos concretos, nunca discursos y
declaraciones solamente, que es lo que ha habido en este caso hasta
ahora.
¿Qué podrían comenzar mañana esas acciones? Es posible,
pero no obligado. Además, en ninguno de esos momentos mencionados las
tensiones subyacían con tanta fuerza en los cubanos, ni la situación
económica y social en la Isla era tan grave, compleja y sin futuro como
en estos momentos, en que incluso la mayor apuesta económica de Raúl
Castro, el súper-puerto de El Mariel, lleva más de un año llenándose de
telarañas sin que aparezcan inversionistas, cuando el mismo régimen
admitió necesitar $2.500 millones anuales en inversión extranjera.
Ninguno
de los dos hermanos Castro es suicida como para rechazar, en medio del
caos cubano creado por ellos mismos, la oportunidad de mantenerse en el
poder con dólares de EEUU. Gritarán y lanzarán su “bluff” de jugador de
póker, pero como el título de aquella película cubana, hasta cierto
punto. De ahí no pasarán. Y todas sus demandas absurdas siempre irán
quedando para después.
Lo dicho aquí no tendrá el favor de muchos, y puedo equivocarme en mi análisis, claro está. El tiempo dirá.
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