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LA HABANA, Cuba. -¡Vienen los americanos! El arribo al puerto de La
Habana del crucero inglés Thomson Dream, desató la imaginación de
cientos de cubanos reunidos frente al mar. No importó la bandera del
buque. Para muchos muy pronto los yumas con sus dólares desembarcarán
por el Muelle de Luz e inundarán la ciudad.
Un señor, quien por la cantidad de cadenas al cuello y su español
mezclado con inglés denota ser cubanoamericano de visita en la isla,
algo pasado de tragos y entusiasmo, dio vivas a Obama y a Raúl. Dos
floristas se abrazaron. Un tamalero elevó su pregón, y un mendigo
despertó y se volvió a dormir.
Los diversos piquetes de músicos aficionados que a diario deambulan
por la Avenida del Puerto en busca de unas monedas para subsistir, ya
piensan incorporar a su sempiterno repertorio de Hasta siempre
Comandante, La Guantanamera y el Chan-chan, un intento de jazz teñido
con un espurio blues.
Las prostitutas, junto a sus proxenetas, comentan sobre la nueva
“hermandad” Cuba-USA, y ya sueñan con elevar las tarifas, diversificar
las ofertas de modalidades sexuales, e incluso, montar un prostíbulo
legal. “Habrá lana para todos”, dice un vendedor de viagras y píldoras
afrodisiacas fin de semana.
Por su parte, los propietarios, buquenques y choferes de autos
antiguos que rentan a 40 dólares la hora de un paseo por la capital,
calculan elevarlo a 100. El chino coctelero del Asasay ya ve como
decenas de yumas visitan su paladar en Viñales, y el jabao que asa
pollos sobre carbón en El Bahía, ya no se retirará.
La Guarapona, como siempre, sirve ágil el pollo asado y el congrí a
3. 50 dólares la ración, pero abre la cerveza Cristal a 1.50 con mayor
dedicación, pues las propinas, cuando lleguen los americanos, lloverán.
Mario, el cocinero, pica con nuevos bríos el tomate y el ají, y Yeni
barre con suavidad.
Rolando Brea, el viejo cuidador del vetusto y único baño para las
decenas de comensales de los tres quioscos que de espaldas al Cristo de
Casa Blanca y de frente al Castillo de la Real Fuerza parecen flotar en
el atardecer, entre cubo y cubo de agua extraído del mar, se burla del
magro salario de su jubilación.
Todos viven un momento feliz. Una buena vibra recorre los rostros que
contemplan extasiados los cientos de camarotes y el gigantesco porte
del Thomson Dream, que deja en su estela de espuma un camino para soñar.
A la entrada de la Bahía se confunde con el sol, y pita un inquietante
adiós.
Un filósofo trasnochado, entre copa y copa de Cuba libre –más
conocido entre los cubanos como “ja ja ja”- dijo al verlo pasar: “Parece
como si el oso Misha hiciera entrega de las llaves de la ciudad al Tío
Sam”.
Mientras tanto, entre transeúntes, comensales, prostitutas,
proxenetas, comunistas, estudiantes, gerentes, religiosos, artistas,
vendedores, rateros y mendigos que hacen volar sus sueños sobre la bahía
pidiéndole prosperidad al Cristo Redentor y a Yemayá, dos niños recogen
latas y botellas para vender.
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