Raul Rivero
"En movimiento espero"/ |
Madrid – Están equivocados los rimbombantes aguafiestas que dentro y
fuera de Cuba afirman que la oposición pacífica y los activistas de
derechos humanos no han tenido ninguna participación en las
negociaciones entre el régimen castrista y el gobierno de Barack Obama.
Los cubanos que trabajan de frente a la dictadura todos los días
aportaron a esa mesa de diálogos secretos una presencia capital: los
presos políticos.
Es verdad que no se tuvo en cuenta la opinión de
ninguno de los dirigentes de los grupos opositores, las Damas de
Blanco, la incipiente sociedad civil o del exilio, pero en las
conversaciones clandestinas sostenidas en Canadá entre los
representantes de los dos gobiernos, los prisioneros regados por las 300
cárceles de Cuba fueron una cifra muda y antojadiza (53) que
redondearía los acuerdos sobre el intercambio del subcontratista Alan
Gross y los espías cubanos condenados en Estados Unidos.
Los
nombres planos de los activistas de base hechos prisioneros en cualquier
punto de San Antonio a Maisí comenzaron a aparecer después de las
celebraciones por la firma del arreglo, poco a poco, como para que sus
historias personales no empañaran el brillo de la gestión diplomática.
El
documento suscrito por Obama y Raúl Castro muestra, en blanco y negro,
el interés de uno por la liberación de un grupo de demócratas y la
anuencia del otro a ceder a la petición como un buen veterano
especializado en comerciar con la libertad de los ciudadanos que manda a
encerrar porque no comparten sus ideas.
El asunto es que el
socialismo tropical tiene una noción singular de la libertad. La mayoría
de los prisioneros sacados de la cárcel en virtud del acuerdo salieron a
la calle con el sello de liberados condicionales, otros con las
llamadas licencias extrapenales y a un tercer grupo se les ha retenido
toda su documentación, según la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), una
organización a la que pertenecen 29 de los prisioneros enviados a sus
casas.
Las autoridades, dice la denuncia, amenazaron con hacerlos
volver a todos de regreso a prisión en caso de que realizaran
actividades políticas.
Sí, es un desliz perverso de los cronistas
sin agudeza y amargados que acuden a una prosa rebuscada para negar la
impronta de la oposición en el proceso de acercamiento entre los dos
países. Ahí están los presos políticos con las celdas de castigo, el
hambre crónica y los sufrimientos en la experiencia de sus vidas.
Están
en su papel secundario de la función, con su familia y sus amigos, bajo
la vigilancia de la policía y con la certeza de que, como se dice en el
lenguaje metafórico de la prisión, los carceleros les tienen guardadas
sus cucharas.
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