La dictadura cubana es corrupta
por naturaleza; pero su peor hazaña es que no solo empoderó a sus amigos
y familiares en puestos claves de la estructura social, militar,
empresarial, financiera y crediticia; sino que ha conseguido crear la
cimiente para que la tan ansiada sociedad de tránsito sea más corrupta
que la actual.
Nuestro país empeora irrefrenable como un caballo desbocado con la complicidad peligrosa del conformismo colectivo y la indolencia general.
Es lamentable ver la pasividad enajenante con que parte de la prensa se
pierde en el arte del chanchullo, muchos se dejan llevar por un delirio
funerario que obnubila y obliga a pensar que la muerte de Fidel y de su
hermano Raúl es la única posibilidad de un cambio, y otros tantos
compatriotas optan por el autoengaño y depositan excesiva fe en la
palabra transición.
Tremebundo; pero es mucho peor cuando ves que, mientras todo sucede y
el país se deteriora, los jerarcas del Gobierno y muchos de esos
activistas a quienes les hemos endilgado el título de líderes de la
oposición, parecen estar más centrados en su futuro personal que en la
seguridad nacional.
El peligro está a la venta y pocos quieren mirar. En la calle se puede comprar un arma semiautomática con cargador adicional y 12 balas de 9 mm por un precio al regateo, todo el paquete, de 300 cuc.
La moda capitalina, entre los cubanos miembros de un hampa menos
poderosa, es invertir en pistolas para obtener el sustento asaltando
CADECAS (casas de cambio), cafeterías, paladares y discotecas; mientras
los restauranteros, los dueños de centros nocturnos y exitosos negocios
privados, que antes eran custodiados por judocas, karatecas y/o
luchadores retirados, hoy cuentan entre sus gastos obligados el costo de
seguridad pagando a militares entrenados y policías de patrullas.
Es la guerra, no la paz, mucho menos la libertad. El país camina hacia la inseguridad bajo el control de carteles y mafias que parecen bien estructuradas.
El consumo de drogas no es exclusivo de la high society class
cubana, también llega a los rincones de los barrios marginales como si
el Decreto 313 (el de las confiscaciones de bienes y propiedades
vinculados al tráfico de drogas) y la Operación Coraza (aquella ofensiva
que dieron las fuerzas de orden interior y la Seguridad del Estado
contra cientos de narcotraficantes), hubieran sido concebidos para
regular el mercado y ceder el monopolio a cierto grupo de personas entre
las que aún no puedo señalar a un capo por falta de evidencias; pero
puedo asegurar que dos de sus lugartenientes son familiares cercanos de
un viejo comandante.
Continuaré investigando; pero si es como tanto cacarean, que en la
isla el tráfico de drogas no cuenta con la complicidad de las
autoridades cubanas, ¿por qué, entonces, cuando paseas por La Habana y
visitas lugares lujosos que dentro de la emergente iniciativa privada
van poniéndose de moda, con solo decir "liberen a los cinco",
no es precisamente en señal de solidaridad con los cinco espías, sino
como contraseña para que algún mesero, los que atienden uniformados con
delantales rotulados con marcas de rones cubanos, whisky escocés o
cerveza mexicana, se acerque y, en sinfonía disonante, cante el menú con
los precios de los cinco productos que impulsan la circulación del
dinero en esta Habana transitiva: Cocaína, 100 cuc el gramo; hachís, de 12 a 35 cuc el gramo; el polvo de incienso, de 150 a 200 cuc el paquete según la marca; el éxtasis, de 6 a 12 cuc la pastilla; y la marihuana, que oscila entre los 120 y los 300 cuc la onza dependiendo del origen, nacional o importada?
Cuidado cubanos, por ahí no se llega a la democracia. Conforme a lo que el sufijo cracia indica, vamos directo y sin escala al dominio del crimen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario