Si ayer los demócratas cubanos estaban solos hoy podemos conjeturar
que vamos a seguir muy solos. Quizás por un buen rato. El
restablecimiento de relaciones con EEUU puede haber asegurado la
transición dinástica de la dictadura, que ya tiene posicionadas a su
segunda y tercera generación en los puestos de mando de la política y la
economía. "¡Ahora sí que ganamos la guerra!", exclamó Raúl Castro ante
la Asamblea Nacional parafraseando a Fidel en otra lejana circunstancia.
No tanto, Raúl, pero sí ganaste una importante batalla.
Por más de medio siglo, la renuencia de EEUU a aceptar la dictadura
castrista marcó una posición condenatoria en la arena internacional. De
esa raya en la arena se aferró la oposición interna y externa frente a
las habituales indiferencia de Europa y el compadrazgo de la mayoría de
los gobiernos latinoamericanos. Un gesto político que servía de asidero
moral. Esta vez, una ola (parece que es la ola del olvido) ha borrado
la raya. En el momento de su decrepitud, los Castro reciben un segundo
aire. Con las variantes propias de la época, Washington les ayudará a
convertirse en los Somoza.
Corridas las cortinas, vemos el entramado. Más de año y medio de
negociaciones conducidas desde la parte estadounidense por gente con muy
poco conocimiento y mucho menos afecto por el pueblo cubano. En ese
período Raúl definió el marco protector de sus intereses. Una ley del
embudo sobre las inversiones extranjeras y la actividad privada que deja
a la gente de a pie las desventuras del cuentapropismo y promete a la
elite la vida loca del capitalismo salvaje. Todo lo demás es decorado.
El modelo raulista es de una represiva perfección cleptocrática. Sus
iguales no están en las dictaduras colegiadas de China y Vietnam, ni
siquiera en la mafiosa Rusia de Putin, sino en las dinastías
postcomunistas de Africa: Angola , República del Congo, Guinea
Ecuatorial, por citar. A diferencia de estas, cuenta en su fase de
arranque con una amplia red de agentes de influencia, poderosos
empresarios (algunos de ellos cubanoamericanos) y líderes congresionales
en Estados Unidos. Cuenta, además, con el empuje de una exótica
coalición: los grandes intereses de Washington y el ala izquierda del
Partido Demócrata. Unos lavan sus crímenes en nombre del progreso y
otros en nombre de la distensión.
Ninguneada por el presidente Barack Obama, la oposición interna gana,
eso sí, el beneficio de la claridad total. Ya no puede llamarse a
engaño. Todas las recetas que se le proponen apuntan a facilitarle
tiempo, dinero y prestigio a la dictadura. Hasta la misma tesis de que
Obama le ha hecho un regalo envenenado a Raúl es una invitación a
cruzarse de brazos. El tren de los cambios pasará de largo por la
estación del Estado de derecho. No veo a General Motors, a Caterpillar y
al Chase amenazando con cerrar negocio por una pateadura a las Damas de
Blanco.
En el exilio, la categoría de los celebrantes no permite dudas de
estar viviendo un humillante y retrógrado punto de inflexión en nuestra
historia, preñado de desmemoria, deshonor y codicia. Con todo, merecemos
sufrir el ruidoso ascenso de esta comparsa de la esclavitud. Estamos
enfermos del pusilánime prurito de ser tolerantes frente a un mal
radical. Por eso les dimos un sagrado lugar en el debate y nos inhibimos
de quebrar a sangre y fuego el diálogo con aquellos que cortan orejas y
arrancan lenguas. Hemos sido así de mansos y obtusos que hoy son esos
mercaderes de la reconciliación quienes se presentan ante el mundo como
los legítimos representantes de una "diáspora" ansiosa de complacer a
los verdugos de la nación.
A propósito de la visita papal que nuestra Iglesia Católica le regaló
a Fidel y Raúl en marzo del 2012, el líder del Movimiento Cristiano
Liberación (MCL), Oswaldo Payá Sardiñas, alertó sobre la inminencia del
cambio fraude. Un cambio sin derechos para el pueblo, con la inserción
de poderosos intereses que escamotean la democracia y la soberanía. Ah, y
con el concepto de una "oposición leal", salido del taller de trucaje
de la brigada de respuesta laica del cardenal Ortega. Cinco meses
después, Payá fue asesinado. Triste hora para Cuba si al hablar de la
decencia, la justicia y la libertad, el eco de los muertos se oye más
alto que la voz de los vivos.
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